
Conociendo «Piedra de Viento», el primer santuario marino que incluye a las rompientes en su protección
Un grupo de surfistas, científicos, pescadores y abogados lograron impulsar la creación del Santuario Marino Costero Piedra del Viento en Topocalma, Región de O’Higgins. Es el primero del país que reconoce a la ola como objeto de conservación. Se trata de un ecosistema biodiverso, con especies amenazadas y tradición costera.

En 2016, un grupo de surfistas y activistas medioambientales fundaron la Fundación Rompientes con una misión clara: proteger las olas. Lo que comenzó como un esfuerzo por conservar espacios de práctica deportiva, se transformó en un proyecto pionero de conservación marina en Chile. En ese contexto, actualmente lideran la creación del Santuario Marino Costero Piedra del Viento, ubicado en Topocalma, comuna de Litueche, Región de O’Higgins.
La gran novedad de esta iniciativa es que, por primera vez en Chile, la ola se reconoce como un elemento natural a proteger, tanto por su valor ecológico como cultural. Rodrigo Farías, cofundador de Rompientes, explica: “Se reconoce que en este lugar existen más de seis olas de calidad mundial, incluida Puertecillo. Además, la ola ya no se entiende solo como un espacio para la práctica deportiva, sino también como un elemento que merece protección frente a cualquier tipo de amenaza medioambiental”.

A diferencia de la mayoría de las áreas protegidas marinas en Chile, ubicadas en alta mar o en islas remotas, Piedra del Viento se ubica a tan solo unas horas de Santiago y cubre más de 2.500 hectáreas de ecosistema marino costero. Su ubicación lo convierte en un ecosistema natural y un lugar de exploración para científicos, estudiantes y comunidades.
“Estamos en un ecotono, una zona de transición de ecosistemas que mezcla roqueríos, humedales y playas. Hay peces litorales, bosques de algas y, lo más importante, es zona de tránsito de cetáceos como la ballena franca austral, que está en peligro crítico”, señala Cristian de la Barra, project manager del Santuario.
Además, señala que existe una alta probabilidad de que se establezcan poblaciones permanentes de lobos finos de Juan Fernández en la zona. También se han identificado colonias reproductivas de pingüinos de Humboldt y una rica presencia de especies bentónicas como el loco, el piure y el cochayuyo, este último recolectado y manejado tradicionalmente por comunidades locales.

La protección “desde el mar hacia la costa” implica también un trabajo coordinado con las comunidades locales, pescadores y otras organizaciones, quienes participan y aportan conocimientos y prácticas para un buen manejo del territorio.
Hallazgos inesperados bajo la ola: vida marina y basura
Para conocer con exactitud qué se encontraba bajo las olas del sector, la Fundación organizó una expedición submarina liderada por el reconocido fotógrafo Eduardo Sorensen. “Este lugar es muy difícil para bucear; por las condiciones del mar, tuvimos que esperar meses”, comenta Farías. Las imágenes que lograron capturar muestran bosques de algas, peces poco comunes como el “acorazado”, esponjas submarinas y, lamentablemente, también basura.
“Queríamos registrar el estado del santuario en sus primeros años y nos impactó encontrar restos humanos en zonas remotas. Bolsas, botellas, materiales que probablemente llegaron arrastrados por las corrientes”, añade Josefa Asalgado, project manager de los proyectos de expansión de la fundación.

Debido a las condiciones geográficas y oceanográficas del Santuario Marino Costero Piedra del Viento, la vida submarina que alberga este espacio ha sido difícil de estudiar y conocer en detalle. La constante presencia de olas y corrientes hace que el acceso para actividades de buceo y exploración submarina sea limitado.
Las imágenes captadas durante la expedición han servido para mostrar a la comunidad lo que ocurre bajo la ola, una zona habitualmente oculta que muchas veces pasa inadvertida para quienes solo conocen el lugar desde la orilla o la superficie.

Conservación para la comunidad
El Santuario no solo se enfocará en la protección ambiental, sino que también reconoce la importancia de involucrar activamente a las comunidades locales en su gestión y conservación. La administración del santuario es compartida entre la Fundación Rompientes y organizaciones de pescadores artesanales de la zona, quienes aportan su conocimiento y su experiencia en el manejo de los recursos marinos.

Además, a futuro quieren realizar programas educativos, como la Escuela del Océano, la cual está orientada a las nuevas generaciones para que conozcan el valor ecológico y cultural del santuario. “Uno no cuida lo que no conoce. Queremos que niñas y niños puedan aprender aquí, que vean este mar como suyo», añade Farías.

Desafío y amenazas
Aunque el santuario fue aprobado por el Consejo de Ministros para la Sustentabilidad (CMS), aún falta su homologación bajo la nueva Ley 21.600, que creó el Servicio de Biodiversidad y Áreas Protegidas. Mientras tanto, enfrenta amenazas, como el ingreso ilegal de vehículos a la playa, basura, presencia de mascotas que afectan la fauna nativa, pesca incidental y el riesgo constante de proyectos industriales en la zona.

Además, la basura plástica y otros residuos humanos son un problema persistente, incluso en zonas remotas del santuario, lo que evidencia la necesidad de campañas constantes de limpieza y educación ambiental.
Por su lado, la pesca incidental afecta especies protegidas y altera el equilibrio del ecosistema, mientras que la presencia de mascotas especialmente perros y gatos puede provocar la transmisión de enfermedades a la fauna silvestre, como la sarna detectada en zorros locales. A largo plazo, existen preocupaciones sobre posibles proyectos industriales en la costa o mar adentro, tales como minería submarina, energías mareomotrices o infraestructura portuaria, que podrían alterar el equilibrio ecológico del área.

Un modelo que busca expandirse
En palabras de sus gestores, este es el primer santuario del «ecosistema de surf» en Chile, y esperan que sea el inicio de una red de protección que avance desde el mar hacia la costa.
El Santuario funciona como un ejemplo piloto de protección marina en la zona central de Chile, un área que hasta ahora ha tenido poca representación en términos de áreas protegidas. Este modelo busca integrar la conservación ambiental con la actividad humana, reconociendo no solo la biodiversidad sino también las prácticas tradicionales de pesca y el uso recreativo del surf.

Actualmente, se están evaluando posibilidades para replicar esta experiencia en otras zonas del litoral central y mediterráneo, con el fin de ampliar la red de áreas marinas protegidas en Chile. Sin embargo, esta expansión enfrentará desafíos ligados a la coordinación entre distintos actores, recursos y regulaciones.

El proyecto plantea la necesidad de mantener un equilibrio entre conservación y uso humano, con miras a que las futuras generaciones puedan seguir accediendo a estos espacios, tanto para actividades culturales como recreativas.