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Corredores azules: Las autopistas invisibles que siguen los animales marinos a través de los océanos
Los llamados corredores azules son rutas migratorias esenciales que muchas especies marinas, especialmente las ballenas, recorren cada año para alimentarse, reproducirse y cuidar de sus crías. Invisibles a los ojos humanos, estos caminos sostienen el equilibrio ecológico de los océanos y enfrentan crecientes amenazas como el tráfico marítimo, la contaminación acústica y el cambio climático. Iniciativas como Blue Corridors, impulsadas por WWF y organizaciones científicas internacionales, buscan mapear y proteger estos corredores, promoviendo una conservación transnacional basada en datos satelitales y colaboraciones locales. En esta nota te contamos todos los detalles.
A simple vista, los océanos parecen espacios abiertos e ilimitados. Sin embargo, bajo esa apariencia de vastedad, existen trayectorias precisas y repetidas que muchas especies marinas recorren a lo largo de su vida. Son los llamados corredores azules: rutas migratorias esenciales para la supervivencia de algunas especies marinas, que cada año viajan miles de kilómetros entre las zonas donde se alimentan, se reproducen o cuidan a sus crías.
Estas rutas no aparecen en los mapas convencionales. Son caminos invisibles a los ojos humanos, pero fundamentales para mantener el delicado equilibrio ecológico de los océanos. Las ballenas, por ejemplo, dependen de estos corredores para desplazarse con seguridad a través de aguas internacionales y zonas costeras. Sin ellos, su ciclo de vida se interrumpe y sus poblaciones entran en declive.
«Los corredores azules son rutas migratorias que utilizan especies como las ballenas para desplazarse desde sus zonas de reproducción a sus zonas de alimentación. Son fundamentales para proteger a las especies más allá de las fronteras geográficas de un país, sino que desde la mirada del maritorio, mostrando además que las especies marinas no conocen de límites geográficos, y que debemos pensar la conservación de las especies de manera más amplia y colaborativamente entre distintos países a nivel gubernamental y no-gubernamental», comenta Camila Calderón-Quirgas, veterinaria experta en cetáceos y divulgadora científica parte del colectivo Soplo a la Vista, Ermitaño y CEMM.


Por lo mismo, la pérdida o alteración de estos corredores no solo amenaza a las ballenas, sino que también a numerosos ecosistemas marinos. Cada una de estas migraciones está estrechamente ligada al funcionamiento del océano como sistema: desde la distribución de nutrientes hasta la regulación del clima. Por eso, proteger los corredores azules significa proteger una red vital que sostiene gran parte de la biodiversidad marina.
En este contexto, existen proyectos como BlueCorridors.org, una plataforma digital innovadora lanzada por WWF y una coalición internacional de científicos, organizaciones y gobiernos. Este sitio web reúne más de tres décadas de información científica sobre el movimiento de las grandes ballenas, recopilada a partir de seguimientos satelitales, observaciones de campo y estudios regionales. Además de mostrar dónde y cuándo migran las ballenas, la plataforma también incluye mapas de amenazas como el tráfico marítimo, las actividades pesqueras o el cambio climático, permitiendo identificar los puntos críticos donde es urgente actuar.


«La WWF identifica y protege estos corredores a través de la iniciativa Blue Corridors en colaboración con muchas organizaciones, universidades y centros de investigación que tienen información satelital de ballenas en el mundo. Estas rutas se identifican principalmente mediante el uso de instrumentos de seguimiento satelital (TAG) que se adhieren al cuerpo de las ballenas u otros animales y permiten conocer sus zonas de tránsito. Metodologías como la foto identificación de las aletas de los individuos puede aportar a conocer sus rutas de migración o sitios de destino. La acústica pasiva, si es que va en conjunto con análisis de propagación de sonido, puede ayudar a conocer las zonas en que van pasando y/o quedándose los animales y el muestreo genético en distintos lugares», comenta Camila.
«Existen programas científicos como HappyWhale que ayudan a mapear colaborativamente la presencia de cetáceos en cualquier lugar del mundo. A nivel más local existen redes de avistamientos que se han creado en distintas regiones del país que nos permiten conocer la ruta de algunos individuos en cada temporada y que podrían ser una fuente importante de información para las bases de datos y posterior toma de decisiones», agrega.


Ballenas en tránsito: protagonistas de los corredores azules
Las ballenas son las principales usuarias de los corredores azules. Estos cetáceos recorren miles de kilómetros cada año en rutas migratorias que conectan zonas de alimentación ricas en nutrientes con áreas cálidas y tranquilas donde pueden reproducirse, dar a luz o cuidar de sus crías. Estos desplazamientos transoceánicos, que pueden durar semanas o incluso meses, son esenciales para su ciclo de vida. Sin embargo, también las exponen a numerosas amenazas en el camino.
«Cuando hablamos de especies altamente migratorias, como son las ballenas, no suelen cruzar hemisferios, pero cruzan una cuenca oceánica. Cruzan no solamente las aguas territoriales de múltiples países, además aguas internacionales que no son de nadie, y ahí, la conservación y protección de estas especies, requiere de un esfuerzo mayor, de coordinación entre distintos países y estrategias para enfrentar su paso por estas aguas. Por eso es tan importante saber exactamente dónde van estas especies altamente migratorias, como son los grandes cetáceos, para finalmente poder planificar estrategias de protección y conservación multinacionales e internacionales», señala Susannah Buchan, investigadora del Centro COPAS Coastal y del Centro de Estudios Avanzados en Zonas Áridas (CEAZA).

En Chile, la importancia de estas rutas es particularmente notable. Con más de 4.600 km de costa y una enorme diversidad de ecosistemas marinos gracias a la influencia de la Corriente de Humboldt, el país se ha convertido en un verdadero santuario para los grandes cetáceos. Se estima que en aguas chilenas habita cerca del 46% de las especies de cetáceos del mundo, muchas de las cuales transitan por los corredores del Pacífico Oriental.
«En Chile tenemos la fortuna de que tenemos una de las mayores diversidades de cetáceos. Tenemos más de 50 especies, desde las tres más grandes, que son la ballena azul, la fin y la sei, hasta las más chiquititas, como la ballena minke y la ballena de Bryde. También tenemos la ballena franca, que fue muy cazada en el pasado. De hecho, hace poco apareció el primer registro de ballena franca en Chile de la temporada. Ahora, en estos momentos, hay una ballena franca en Valdivia. Pero yo diría que, en general, la presencia de ballenas a lo largo de la costa de Chile es más que nada durante el verano», explica el Doctor Carlos Olavarría, biólogo especialista en mamíferos marinos y director ejecutivo del Centro Científico CEAZA.


«En la costa chilena, las especies de ballenas que migran y de las que se tiene más información son: la ballena fin, ballena jorobada y la ballena sei. Todas estas especies son distintas, y utilizan distintos lugares. Para la ballena jorobada se sabe que se reproduce en el Pacífico a la altura de Colombia y se alimenta en el Parque Marino Francisco Coloane en Magallanes y en la Antártica. La ballena azul se sugiere que se reproduce en las Galápagos y se alimenta en la zona del Golfo del Corcovado y Antártica, y la ballena sei es una especie de la que se sabe muy poco, pero se ha registrado una alta presencia en Caleta Chome, Biobío, en el Estrecho de Magallanes y también en el Golfo del Corcovado. La ballena fin es la protagonista de los avistamientos en la zona de Caleta Chañaral de Aceituno y Punta de Choros. La ballena franca austral tiene una realidad distinta, se ha dicho por años que quedan muy pocos individuos en Chile y tienen una reglamentación especial por ese motivo, entre esos, está prohibido el acercamiento y por ende no hay proyectos que estén instalando transmisores en esta especie», indica Camila por su parte.
Así, cada una de estas especies utiliza los corredores marinos para conectar hábitats fundamentales. Su supervivencia, por lo tanto, depende de la existencia de rutas seguras, libres de obstáculos y amenazas. Sin ellas, los largos viajes que definen sus vidas —y en muchos casos su reproducción— se vuelven cada vez más riesgosos.


Lamentablemente, a pesar de los esfuerzos globales por su conservación —como la moratoria internacional a la caza comercial de ballenas aprobada en 1982— muchas de estas especies siguen clasificadas como vulnerables o en peligro. En particular, siete de las 14 especies de grandes ballenas enfrentan amenazas constantes, que incluyen colisiones con embarcaciones, enmallamientos en redes de pesca, contaminación acústica, presencia de plásticos y el impacto del cambio climático.
En el caso de Chile, algunas regiones presentan riesgos adicionales, como la expansión de la salmonicultura en el sur, que ha reducido el espacio disponible para el tránsito de cetáceos y, en ciertos casos, ha provocado su enredo en estructuras flotantes. El tráfico marítimo también representa una amenaza creciente, no solo por las colisiones letales, sino por el ruido constante que interfiere con el sistema auditivo de las ballenas.


«La principal amenaza para los cetáceos es la colisión con embarcaciones mayores. En enero de este año, un grupo de investigadores e investigadoras de ballenas reportó que Chile es el país con más muerte de ballenas por colisiones con embarcaciones. Del mismo modo, la contaminación acústica porque interfiere en la comunicación entre individuos y podría incluso ocasionar la muerte dependiendo de los decibeles y de la especie. A esto se suma el enmallamiento con redes fantasmas o en algunos casos con trampas de jaiba», explica Camila.
«En Chile las ballenas se protegieron desde el año 1983, cuando cerró la última ballenera en Caleta Chome, Biobío. También está la creación de AMP como el primer parque marino de Chile, el de Francisco Coloane en Magallanes, que de alguna forma su declaración se sustentó en gran medida por la alta presencia de ballenas jorobadas en esta zona, por ser un sitio de alimentación. Es por eso que a las ballenas se les llama especies paragua, porque al protegerlas a ellas estás protegiendo a todas las demás especies del ecosistema. Sin embargo, existen medidas locales que pueden ser muy significativas en lugares de alto tráfico marítimo, un ejemplo de esto es Mejillones, donde se han implementado medidas como la reducción de la velocidad de navegación de los barcos y la creación de rutas de tránsito seguras que eviten las zonas de mayor concentración de ballenas para su protección», agrega.


En este escenario, herramientas como Blue Corridors se vuelven fundamentales. Al superponer los patrones migratorios con capas de amenazas humanas, la plataforma permite identificar con precisión los puntos de mayor riesgo. Así, gobiernos, científicos y organizaciones pueden tomar decisiones más informadas sobre la creación de áreas marinas protegidas, la regulación del tráfico marítimo o la gestión de las pesquerías.
Proteger los corredores azules no es solo una cuestión de conservar una especie carismática. Es, sobre todo, garantizar la conectividad ecológica de los océanos y la resiliencia de sus ecosistemas frente a un entorno cambiante.

«Cuando uno quiere proteger, por ejemplo, ballenas en este caso, hay dos alternativas. Tú proteges a la ballena en sí, al organismo, como hizo la Comisión Ballenera, que en los años 80 dijo: “No se cazan más ballenas. Se ha cazado mucho”, y se le da protección al animal. Da lo mismo donde esté, el animal no puede ser cazado. Esa es una. La otra alternativa es que tú no lo haces con los animales, sino que con el lugar donde están. Entonces, así es como Chile, más o menos también en los años 90, decide que, a lo largo de toda su costa, en las 200 millas, no se puede cazar ballenas, por lo que hay una protección en las aguas chilenas. Independiente de la especie que sea, mientras esté en las 200 millas, está protegida. Cuando uno piensa en el lugar, se protege aquel en el que se producen las funciones más clave en un organismo, que es cuando se reproduce y se alimenta», plantea Carlos.
«Ahora se le está dando además el énfasis en proteger estos corredores. De ahí viene entonces esta idea de los Blue Corridors, que también se aplica a otros organismos, no es solamente ballena. Entonces, por ejemplo, hay esfuerzos para tortugas, que también hacen estas migraciones grandes, tiburones, y así otros organismos. Para poder protegerlos, además hay que buscar dónde están estos corredores azules», agrega.

Mucho más que iconos carismáticos
Las ballenas no solo capturan la imaginación humana por su tamaño imponente y su comportamiento majestuoso, sino que también desempeñan un papel fundamental en el equilibrio y la salud de los ecosistemas marinos. Lejos de ser simples habitantes pasivos de los océanos, estos gigantes azules actúan como ingenieros ecológicos cuyas funciones impactan directamente en la productividad, la biodiversidad y el ciclo del carbono en el planeta.
En primer lugar, las ballenas son depredadores tope en la cadena alimentaria marina. Esto significa que regulan las poblaciones de sus presas, principalmente krill y peces pequeños, influyendo en la dinámica y estructura de las comunidades marinas. Al controlar estas poblaciones, contribuyen a mantener un equilibrio que evita la sobreexplotación de ciertas especies y permite la coexistencia de múltiples organismos, beneficiando la diversidad biológica.

Pero el impacto de las ballenas va más allá de la depredación. Al alimentarse, bucean a grandes profundidades y luego regresan a la superficie, proceso que genera una mezcla vertical en la columna de agua. Esta “mezcla” es vital, pues ayuda a redistribuir nutrientes que se encuentran en las capas profundas hacia las aguas superficiales, donde la luz solar permite que el fitoplancton —la base de la cadena alimentaria marina— pueda crecer y realizar la fotosíntesis. De esta manera, las ballenas facilitan la fertilización natural del océano, promoviendo una mayor productividad primaria que sostiene a numerosas especies marinas.
«Las ballenas son súper importantes. Se ha visto ahora que son animales que fertilizan la superficie del mar. Las ballenas, al ser animales grandes, cuando defecan eso se transforma en un abono natural para la superficie del océano, que es justamente donde crece el fitoplancton, que son las plantas microscópicas que producen más del 50% del oxígeno que respiramos», explica Susannah.


«Son verdaderas ingenieras de los ecosistemas marinos, aportan nutrientes a la columna de agua, lo que se conoce como ‘’Whale Pump’’. Fertilizan las capas superficiales a través de sus fecas, ricas en hierro y nitrógeno. También, en sus migraciones, las ballenas usualmente ayunan, y como están amamantando necesitan mucha energía que obtienen de la grasa y de las proteínas, al usar energía desde las proteínas, se produce orina concentrada en urea y esta es alta en nitrógeno, por lo tanto, la orina estaría fertilizando también la capa superficial con nitrógeno y con eso aportando a la productividad primaria», señala Camila por su parte.
Además, las ballenas contribuyen al ciclo biogeoquímico del carbono a través de lo que se conoce como “bombas biológicas”. Durante su vida, acumulan grandes cantidades de carbono en sus cuerpos. Al morir y hundirse en el fondo marino, llevan consigo ese carbono, secuestrándolo por siglos y ayudando a mitigar el cambio climático. Esta función es especialmente importante porque el océano actúa como uno de los mayores sumideros de carbono del planeta, y la contribución de las ballenas potencia este efecto de manera significativa.

El aporte orgánico de los cadáveres de ballenas también crea lo que se denomina “caídas de ballenas” —eventos que proporcionan una fuente abundante y concentrada de alimento para organismos bentónicos en el fondo del mar, donde la disponibilidad de nutrientes suele ser escasa. Estos ecosistemas únicos sostienen una gran diversidad de vida y mantienen la complejidad del fondo oceánico.
«Cuando mueren las ballenas, sus cuerpos y sus esqueletos se hunden. Entonces, secuestran también carbono, que es uno de los problemas que tenemos por el cambio climático y la cantidad de los gases de efecto invernadero. Además, como son animales relativamente topes, porque también tenemos a las orcas, son capaces de modelar mucho también de lo que sucede en un lugar. Chañaral de Aceituno es un buen ejemplo también, de cómo la presencia de estos animales ha cambiado mucho el entorno, la manera en que las personas viven. Los pescadores se han transformado en operadores turísticos», apunta Carlos.


Los corredores azules no son solo rutas de paso para las ballenas: son arterias vivas de los océanos. Chile, por su geografía y biodiversidad, tiene un rol clave su conservación. Reconocer la importancia de estos corredores, establecer medidas de protección efectiva y fortalecer la cooperación internacional son pasos indispensables para asegurar el futuro de las ballenas y de los ecosistemas que sustentan.

«El año pasado tuvimos la protección del Archipiélago de Humboldt, que es un área crítica para la alimentación de las ballenas fin. De esa manera también se han estado protegiendo otros lugares, como, por ejemplo, alrededor de la Isla de Pascua. Cada año que pasa, hay más ballenas jorobadas que se van a reproducir en la isla y utilizan sus aguas alrededor para tener a sus crías y reproducción. Entonces, están apareciendo también estas protecciones a través de las áreas protegidas. Además hay una protección a nivel global, porque Chile está comprometido para proteger al menos el 30% de sus aguas, y en la actualidad tiene el 43%. Hace poco la ministra de medioambiente habló de que ahora el objetivo es 50%. Chile está haciendo acciones para que eso suceda», profundiza Carlos.
«Obviamente que siempre hay algo que se puede mejorar y es que no basta solamente con las declaraciones, porque hay que tener también los planes de manejo y ahí estamos bien al debe. Eso todavía no pasa. En varios lugares cuesta mucho, en Rapa Nui costó más de dos años en que se pusieran de acuerdo. Ahora, también está, por otro lado, el hecho de que debemos tomar acciones respecto al choque con embarcaciones. Necesitamos que ya no sean solamente declaraciones de buena voluntad. Hace poquito salió en todas partes que en el Corcovado aparecen ahora en las cartas de navegación las zonas en que las embarcaciones deben tener cuidado porque son zonas de alimentación de ballenas, pero tenemos que hacer que los barcos realmente bajen la velocidad. En Mejillones, por ejemplo, como hay mucho barco que entra y sale, se decidió que deben bajar su velocidad a 10 nudos», añade.
