Hydrochoerus hydrochaeris en Cachoeiras de Macacu. Créditos: Don Marsille
Hydrochoerus hydrochaeris en Cachoeiras de Macacu. Créditos: Don Marsille

En el vasto y diverso paisaje sudamericano, habita una criatura que ha logrado conquistar corazones en todo el mundo: el capibara (Hydrochoerus hydrochaeris), también conocido como carpincho o chigüiro. Este roedor, el más grande del planeta, ha trascendido su rol en los ecosistemas para convertirse en un fenómeno cultural, especialmente en redes sociales, donde su naturaleza tranquila y su capacidad de convivir con otras especies lo han hecho viral.

Aunque su presencia se extiende por la mayor parte de Sudamérica, desde Panamá hasta Argentina, Chile se mantiene como la única excepción en el continente. Su fama no solo se debe a su apariencia amigable, sino también a su comportamiento social único y su estrecha relación con el agua, elementos que lo hacen destacar en el reino animal.

Hydrochoerus hydrochaeris. Créditos: Michael Tweedle
Hydrochoerus hydrochaeris. Créditos: Michael Tweddle

Los grandes roedores del fin del mundo

Pertenecientes a la familia de los cávidos, los capibaras (Hydrochoerus) comparten parentesco con otros roedores conocidos, como los conejillos de indias y las pacas. Conocidos comúnmente como carpinchos en países como Argentina y Uruguay, o chigüiros en Colombia y Venezuela, estos animales han desarrollado adaptaciones únicas que les permiten prosperar en ambientes semiacuáticos​.

El género Hydrochoerus incluye dos especies vivientes:

  • Hydrochoerus hydrochaeris: La especie más grande y ampliamente distribuida, puede llegar a pesar hasta 65 kg.
  • Hydrochoerus isthmius: De menor tamaño, habita principalmente en el este de Panamá, el norte de Colombia y Venezuela​.

Ambas especies comparten características similares, aunque difieren en tamaño y distribución geográfica. Según Adelmar Funk, director del Complejo Ecológico de América, estas diferencias no afectan su comportamiento: “básicamente el comportamiento es el mismo, los hábitats a los que concurren son los mismos. Serían como dos razas de carpincho”​. 

Si bien no existen diferencias significativas en el comportamiento entre Hydrochoerus hydrochaeris y Hydrochoerus isthmius, la bióloga María José Corriale, docente de la Universidad de Buenos Aires, investigadora del CONICET y especialista en esta fauna, señala que este último no ha sido estudiado con la misma profundidad, por lo que aún hay aspectos desconocidos sobre su ecología y comportamiento.

El cuerpo del capibara está perfectamente diseñado para la vida acuática. Sus patas palmeadas, similares a las de las ranas, le permiten nadar con rapidez, mientras que la disposición de sus ojos, orejas y fosas nasales en la parte superior de la cabeza facilita que permanezcan sumergidos casi por completo, dejando solo estas partes expuestas para vigilar su entorno​​. Su pelaje es denso y resistente al agua, ayudándoles a mantener la temperatura corporal en ambientes húmedos.

Hydrochoerus hydrochaeris. Créditos: Frank Thomas Sautter
Hydrochoerus hydrochaeris. Créditos: Frank Thomas Sautte

Además, sus incisivos crecen continuamente a lo largo de su vida, adaptándose al desgaste constante que su dieta de hierbas y plantas acuáticas produce. Esta característica, típica de los roedores, les permite mantener siempre afilados sus dientes, lo que es fundamental tanto para alimentarse como para defenderse en caso de ser necesario​.

¿Por qué Chile no tiene capibaras?

El capibara es un habitante emblemático de Sudamérica, con una distribución que abarca desde el este de Panamá hasta el centro-este de Argentina, incluyendo países como Venezuela, Colombia, Brasil, Paraguay y Uruguay​. Estos roedores se adaptan a una variedad de climas, desde tropicales y subtropicales hasta templados, lo que demuestra su notable capacidad de adaptación​. Sin embargo, Chile destaca como el único país sudamericano donde los capibaras no están presentes, debido a sus características geográficas y climáticas, las que no ofrecen el ambiente adecuado para esta especie​.

Los capibaras son animales semiacuáticos y su supervivencia está estrechamente ligada a la presencia de agua. Prefieren habitar cerca de ríos, lagos, esteros y humedales, donde encuentran no solo alimento, sino también refugio frente a depredadores. En el extremo sur de su distribución, incluso se los ha visto en aguas marinas costeras, adaptándose a nuevos entornos​.

Adelmar Funk explica que esta dependencia del agua no es solo una cuestión de comodidad, “siempre necesitan del medio acuático para sobrevivir, incluso para reproducirse, porque la cópula se realiza en el agua”​. Esta relación simbiótica con su entorno hace que los capibaras sean también indicadores de la salud de los ecosistemas acuáticos donde viven.

Aunque históricamente su distribución ha estado limitada a zonas con abundante agua dulce, en las últimas décadas la actividad humana y el cambio climático han alterado significativamente su presencia en algunas regiones. En Argentina, por ejemplo, se ha observado la expansión de los capibaras hacia áreas donde antes no se encontraban. Funk detalla que esto se debe, en parte, a la alteración de los cuerpos de agua por la acción humana: “El ser humano ha alterado, y ese accionar humano ha hecho que existan movimientos de agua que antes no existían. Esto ha creado nuevos hábitats para los capibaras, incluso en lugares impensados como el centro de la provincia de Buenos Aires”​.

Las inundaciones causadas por el mal manejo de los humedales, como el drenaje de los Bañados de la Amarga para la agricultura, han generado nuevos cuerpos de agua que los capibaras rápidamente colonizan. Sin embargo, esta expansión no está exenta de conflictos, especialmente en áreas urbanizadas, donde su presencia puede generar fricciones con la población humana. Estos cambios reflejan cómo el capibara, aunque adaptable, sigue siendo vulnerable a las modificaciones en su entorno, destacando la importancia de gestionar de manera sostenible los recursos hídricos para conservar su hábitat natural.

Reglas, jerarquías y relaciones en el mundo capibara

Los capibaras no solo destacan por su tamaño, sino también por su comportamiento social complejo y su capacidad para interactuar con otras especies. Son animales altamente gregarios que encuentran en la vida en grupo una estrategia de supervivencia y bienestar. Esta sociabilidad, sumada a su carácter tranquilo, es una de las razones por las que se han ganado el aprecio tanto en su entorno natural como en la cultura popular.

Viven en grupos que pueden variar desde pequeños núcleos de 5 a 10 individuos hasta manadas que superan los 100 ejemplares, especialmente en la temporada seca cuando las fuentes de agua son más limitadas​​. Dentro de estas comunidades, existe una jerarquía bien definida. 

María José Corriale señala que suelen estar formados por un macho dominante, varios machos subordinados, hembras adultas y crías. Dentro del grupo, hay una relación aproximada de dos a tres hembras por cada macho, y existe también una jerarquía clara entre las hembras. Ellas pueden elegir con quién aparearse, lo que contribuye a la diversidad genética dentro del grupo. Esta estructura social flexible permite que los capibaras mantengan un equilibrio entre la competencia y la cooperación, asegurando la cohesión del grupo.

La reproducción también ocurre en el agua, lo que es un aspecto clave de su comportamiento. Las cópulas suelen durar pocos segundos, pero las hembras pueden aparearse varias veces durante su periodo de celo. Tras una gestación de unos 150 días, las crías nacen en camadas de 2 a 8 individuos y son amamantadas no solo por su madre, sino también por otras hembras del grupo. A ese comportamiento se le conoce como lactancia comunitaria​.

La naturaleza sociable de los capibaras no se limita a su propia especie. Se les ha visto conviviendo pacíficamente con una variedad de animales, desde tortugas y aves hasta incluso cocodrilos​. Sin embargo, esta misma sociabilidad puede convertirse en un problema en entornos urbanos. En algunos barrios privados de Argentina, los capibaras han invadido jardines y espacios públicos, generando conflictos con los residentes humanos. Como señala Funk, “el carpincho es un animal confiado y territorial. No le molesta la presencia humana y puede incluso usurpar espacios que las personas consideran propios, como jardines o parques”​.

Créditos: Albert Vliegenhart
Créditos: Albert Vliegenhart

De ladridos a chillidos, el lenguaje de los capibaras

Uno de los aspectos más fascinantes de los capibaras es su amplio repertorio de vocalizaciones, que utilizan para comunicarse entre sí. Emiten sonidos que van desde chillidos y gruñidos hasta silbidos y ladridos. 

“La vocalización más común es una especie de ladrido corto que funciona como alarma ante posibles amenazas. Este sonido pone en alerta a todo el grupo, que puede reaccionar quedándose inmóvil o lanzándose al agua para escapar”, describe Adelmar Funk​.

Ladrido de un capibara alertando a su manada por un jaguar. Créditos:  Marcos Halem Felix

Además de las alarmas, las crías emiten chillidos agudos para mantenerse en contacto con sus madres, mientras que las hembras en celo producen sonidos específicos para atraer a los machos. 

Por otro lado, son animales crepusculares, lo que significa que son más activos al amanecer y al anochecer​. Durante estas horas, salen a pastar en las orillas de ríos y humedales, alimentándose de hierbas y plantas acuáticas. El resto del tiempo lo pasan descansando o sumergidos en el agua para mantenerse frescos y protegidos.

El rol de los capibaras en la naturaleza

Como herbívoros de gran tamaño, consumen una amplia variedad de vegetación acuática y terrestre, incluyendo pastos, hierbas, frutos y cortezas​. Este consumo no solo controla el crecimiento de ciertas plantas, sino que también permite la regeneración de la flora en los humedales. Su alimentación, al rotar entre diferentes especies de plantas, contribuye a la diversidad vegetal y a la salud general del ecosistema.

Además de su rol como consumidores, los capibaras son una presa fundamental para muchos depredadores. Adelmar Funk explica: “son presas de muchos grandes cazadores. En la zona selvática encontramos yaguaretés, pumas, ocelotes y yacarés que se alimentan de sus crías. También son cazados por boas como la curiyú (anaconda amarilla) y la sucurí (anaconda verde)”​.

Los capibaras también son considerados ingenieros del ecosistema debido a cómo su comportamiento modifica el entorno. Al alimentarse de plantas acuáticas, alteran la estructura de la vegetación en ríos y humedales, permitiendo que otras especies prosperen​. Este proceso de rotación vegetal evita que una sola especie domine, promoviendo la biodiversidad en su entorno.

Además, su constante movimiento dentro y fuera del agua ayuda a mantener abiertos los canales y senderos naturales, facilitando el flujo de agua y la oxigenación de estos cuerpos acuáticos. Esta actividad no solo beneficia a la flora, sino también a otras especies acuáticas que dependen de un ambiente saludable para sobrevivir.

En este sentido, la presencia de capibaras en un ecosistema puede considerarse un indicador de la salud del medio ambiente. Como explica Funk, “el carpincho en condiciones normales es un habitante más de un ecosistema en equilibrio”​. Sin embargo, su aparición en áreas donde antes no habitaban, como algunas regiones urbanas de Argentina, puede ser un signo de alteraciones causadas por la actividad humana, como el mal manejo de los recursos hídricos o la destrucción de hábitats naturales.

Hydrochoerus hydrochaeris en Corrientes, Argentina. Créditos: Bárbara Tupper
Hydrochoerus hydrochaeris en Corrientes, Argentina. Créditos: Bárbara Tupper

Amenazas que enfrentan los capibaras

Aunque son conocidos por su capacidad de adaptación y su comportamiento sociable, enfrentan amenazas significativas derivadas principalmente de la actividad humana. La presión sobre sus hábitats naturales y la caza han afectado sus poblaciones en distintas regiones de Sudamérica, generando desafíos tanto para la conservación de la especie como para la convivencia con las comunidades humanas.

La caza de capibaras por su carne y cuero es una de las amenazas más directas que enfrenta la especie. En algunas regiones, se han establecido criaderos comerciales para la explotación de su piel, y su carne es apreciada en la gastronomía local​. Sin embargo, más allá de la caza, la modificación de su hábitat es el mayor riesgo. La deforestación, el drenaje de humedales y la agricultura extensiva han reducido y fragmentado los entornos naturales donde los capibaras prosperan​​.

El avance de la frontera agrícola y la expansión urbana no solo elimina los hábitats, sino que también altera los patrones naturales de agua, afectando la disponibilidad de los cuerpos acuáticos que son esenciales para la supervivencia de los capibaras.

El estado de conservación de los capibaras varía según la región y la especie. Hydrochoerus isthmius, por ejemplo, está catalogado como “Datos insuficientes” en la Lista Roja de la IUCN, lo que refleja la falta de información precisa sobre sus poblaciones y la necesidad urgente de realizar estudios más detallados​​. Esta clasificación resalta la importancia de monitorear su situación para evitar que futuras presiones puedan llevar a un deterioro significativo de sus números. Por su lado, Hydrochoerus hydrochaeris está considerado como en Preocupación Menor por la UICN.

Vecinos inesperados: el conflicto con los humanos en zonas urbanas

En los últimos años, la expansión de zonas urbanas hacia áreas cercanas a cuerpos de agua ha generado conflictos crecientes entre los capibaras y las comunidades humanas. En barrios privados de Argentina, por ejemplo, los capibaras han invadido jardines, parques y lagunas artificiales, lo que ha generado disputas sobre cómo gestionar su presencia​.

Adelmar Funk describe este fenómeno como una consecuencia directa de la actividad humana: “El ser humano ha invadido el hábitat del carpincho, y ahora enfrenta las consecuencias. El carpincho es un animal confiado y territorial, por lo que no le molesta la presencia humana, pero esto puede generar conflictos, especialmente cuando se percibe que los animales ‘invaden’ espacios urbanos”.

María José Corriale explica que, en Argentina, las poblaciones de carpincho se habían reducido drásticamente en las décadas de 1980 y 1990 debido a la alta presión de caza y la destrucción de su hábitat. Sin embargo, en los últimos 20 años han logrado expandirse hacia el sur y suroeste de la provincia de Buenos Aires, impulsados por cambios en el uso de la tierra, modificaciones hidrológicas y el aumento de las temperaturas mínimas.

Carpinchos en Nordelta. Créditos: El Clarín
Carpinchos en Nordelta. Créditos: El Clarín

El manejo de la sobrepoblación de carpinchos es complejo. La eutanasia, aunque es considerada en algunos casos, se considera socialmente inaceptable. La traslocación a hábitats naturales es otra opción, pero presenta riesgos, ya que muchos de estos animales, tras convivir con humanos, no están preparados para readaptarse a la vida silvestre​.

Aunque los capibaras son conocidos por su carácter pacífico, pueden volverse agresivos si se sienten acorralados o si perciben una amenaza para sus crías. “Como cualquier animal silvestre, cuando se encuentran en peligro y sin posibilidad de escape, pueden defenderse o atacar”, advierte María José Corriale. Por ello, es fundamental respetar su espacio y recordar que no son mascotas.

Otras características

Más allá de su importancia ecológica, los capibaras son animales llenos de peculiaridades que los hacen únicos en el reino animal. Sus adaptaciones al entorno y su comportamiento social han generado fascinación no solo entre científicos, sino también en el público general, especialmente en redes sociales, donde su imagen de roedor gigante y amigable ha capturado la atención mundial.

Entre ellos, se sabe que los capibaras se comen sus propias heces. Es decir, practican la coprofagia. Este comportamiento les permite digerir su comida por segunda vez, maximizando la absorción de nutrientes, especialmente de la celulosa presente en su dieta rica en plantas​. Esto es crucial en épocas donde la calidad de los pastos disminuye, como durante la estación seca.

Por otro lado, sus dientes nunca dejan de crecer. Como buen roedor, el capibara posee incisivos afilados que crecen continuamente a lo largo de su vida. Estos dientes están diseñados para desgastarse con el uso constante, ya que su dieta basada en hierbas y cortezas requiere una masticación constante. Sin embargo, estos incisivos también son herramientas defensivas. Según Adelmar Funk, “aunque no tienen caninos como los carnívoros, sus incisivos son poderosos. Un mordisco de capibara puede causar lesiones serias, especialmente en perros curiosos que se acercan demasiado”​.

Además, tiene un sistema digestivo que se adapta a las estaciones. Durante la estación seca, cuando la calidad nutricional de los pastos disminuye, su intestino delgado se alarga, facilitando la absorción de más nutrientes. En la temporada de lluvias, cuando la vegetación es más abundante y rica, este órgano se contrae, optimizando el proceso digestivo​.

Lo que los capibaras nos enseñan sobre coexistir con la naturaleza

Los capibaras, con su imponente tamaño y carácter apacible, representan mucho más que una curiosidad biológica o una figura simpática en redes sociales. Son un reflejo del delicado equilibrio que existe en los ecosistemas sudamericanos y un recordatorio de cómo la intervención humana puede alterar este balance natural.

Hydrochoerus hydrochaeris en Varginha, Brasil. Créditos: Vejota Marcelino
Hydrochoerus hydrochaeris en Varginha, Brasil. Créditos: Vejota Marcelino

Su presencia indica la salud de los humedales, ríos y lagos, pero también revela las tensiones que surgen cuando el ser humano invade o modifica estos espacios. Como bien lo señala Adelmar Funk, “los animales en su entorno no tienden a otra cosa más que a mantener el equilibrio ecológico. Pero cuando el ser humano altera ese equilibrio, es inevitable que surjan conflictos”​.

Los desafíos que enfrentan los capibaras, desde la destrucción de sus hábitats hasta los conflictos en zonas urbanas, son una manifestación de un problema mayor: la falta de armonía entre el desarrollo humano y la conservación de la naturaleza. Sin embargo, también son una oportunidad para repensar nuestra relación con el entorno, promoviendo prácticas más sostenibles y respetuosas.

Hydrochoerus hydrochaeris en Corrientes, Argentina. Créditos: Bárbara Tupper
Hydrochoerus hydrochaeris en Corrientes, Argentina. Créditos: Bárbara Tupper

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