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La tagua: el marfil vegetal que Ecuador podría perder
La palmera de marfil ecuatoriana, conocida como árbol de tagua, está al borde de convertirse en una víctima más de la sobreexplotación y el avance humano. Casi Amenazada según la Lista Roja de la UICN, esta especie ha sido un pilar económico y ecológico para las comunidades costeras, ofreciendo 28 servicios ecosistémicos esenciales. Sin un plan nacional de manejo integral, investigadores y comunidades luchan por salvar este valioso recurso, buscando transformar la explotación en conservación. Revisa todos los detalles en este artículo de Nicole Landín Jurado, publicado por Mongabay.
Dos Mangas es una comuna costera de Ecuador, ubicada en la provincia de Santa Elena. Pasa casi desapercibida en la ruta del Spondylus, una de las vías turísticas más importantes del país, cuyos 790 kilómetros atraviesan diferentes playas desde el norte, en la provincia de Esmeraldas, hasta el sur, en Santa Elena.
Desde que se sale de Guayaquil, el trayecto deja ver distintos hábitats, con árboles frondosos, pequeños campos agrícolas, fincas y hasta montañas a lo lejos del paisaje. Cada destino de esta ruta tiene un rincón mágico, desde extensas playas y acantilados, hasta grandes cascadas en lo profundo del bosque, bahías e incluso áreas protegidas que albergan flora y fauna únicas. Y así se mantiene hasta llegar a Dos Mangas, una comuna en la que habitan 1300 personas.
El encanto de esta localidad descansa en una variedad enorme de especies de flora y fauna, concentradas en más de 2840 hectáreas, que forman parte del bosque húmedo tropical en el corredor del Chocó-Darién y que son protegidas por los pobladores. La gente de Dos Mangas tiene en común el amor por la naturaleza como un legado de sus padres. “Una tierra llena de fortalezas, un campo fértil al que no le falta lluvia”, así al menos es como lo siente Efren Salinas Balo, de 70 años. Él nació, se crió y formó su propia familia en Dos Mangas.
El tesoro natural más preciado de esta comuna está en las palmeras de marfil, conocidas como árboles de tagua (Phytelephas aequatorialis), una especie endémica de las costas de Ecuador, que actualmente figura como Casi Amenazada, según la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN).
La palmera puede alcanzar ocho metros de altura y sus hojas son tan largas y robustas que antes eran utilizadas para construir cabañas. Su fruto, también conocido como mococha, es redondo y de color café oscuro, pero se torna negro cuando está seco. La mococha es más grande que un coco, pero presenta espinas y protuberancias como las de la guanábana.
Aunque el fruto de esta palma no es comestible, su valor se esconde en las 200 y 300 semillas de tagua que contiene. Esta semilla es famosa a nivel mundial porque tiene un parecido extremo al marfil animal. Es decir, que es dura, fácil de pulir, absorbe bien los tintes y es considerada como el material perfecto para crear botones. Por eso, cuando los botones hechos con tagua se vuelven tendencia en las colecciones de moda, la presión se siente de inmediato en la costa ecuatoriana. Con el aumento de la demanda de las grandes marcas de ropa, se incrementa el riesgo para la especie.
Una larga tradición
Existen varias historias sobre los primeros usos de la semilla de tagua. Una de esas, según los investigadores de la PUCE, sugiere que el primer auge fue en 1880. Se cree que un grupo de alemanes que llegaron en barco a la costa de Manabí fueron los primeros en llevar esta especie al puerto de Hamburgo. Allí estudiaron la semilla hasta encontrarle uso. Así descubrieron que servía para fabricar botones “verdes”, que después se utilizaron y popularizaron en la industria textil de Europa.
Cuando los alemanes detectaron que la tagua podía convertirse en una oportunidad de negocio, establecieron centros de acopio que eran manejados por una gran institución denominada “Casa Tagua”. Este lugar servía como una conexión para recolectar la semilla de la palma, llevarla a Europa y crear los primeros prototipos de botones para la ropa de alta costura.
Poco después, ya en los recuerdos de los comuneros, varios grupos de italianos se interesaron en el botón y durante el siglo XX el interés despertó en los estadounidenses. De hecho, algunos registros de universidades de Ecuador y Colombia aseguran que la tagua fue uno de los materiales utilizados para fabricar ropa industrial para la Armada de Estados Unidos durante la Segunda Guerra Mundial.
Más allá de estos relatos que circulan de voz a voz, hay quienes pueden hablar de su importancia porque es un amor que llevan en la sangre, como es el caso de Efraín Gonzáles Maldonado, de 66 años. Su papá nació en Dos Mangas y le enseñó a recolectar tagua desde que él tenía 15 años.
“Ya no es mi principal sustento económico, porque no todos los años se encuentra en abundancia. Se ha perdido un poco la tradición, pero unos comerciantes de Manta (que pagan por las semillas a los comuneros) la mantienen viva porque si nadie recoge, la tagua se pierde. Cuando hay la oportunidad, se aprovecha el recurso para tener algo para la alimentación, así no esté a buen precio”, señala.
Un estudio realizado por el Instituto Ecuatoriano de Ciencia Naturales en Estados Unidos muestra que, a finales del siglo XIX, la tagua se convirtió en el segundo producto de exportación del Ecuador. Alcanzó su auge máximo en 1929 cuando se exportaron 25 000 toneladas con un costo de 1.2 millones de dólares (equivalentes a 15 millones de dólares en cifra actual). Los volúmenes máximos de exportación, según esta investigación, se alcanzaron en el puerto de Esmeraldas en los años 1929, 1934, 1936. Pero este auge poco a poco fue en decadencia.
Sandro Tigrero, guía turístico, artesano y comunero de Dos Mangas, confirma que el aprovechamiento de este recurso no es nuevo. Sus recuerdos se remontan a mediados de los años 30, cuando Dos Mangas se constituyó oficialmente como comuna. Los primeros pobladores llegaron y empezaron a cultivar la tierra.
“La tagua, junto a la paja toquilla y la caña guadua, es un patrimonio cultural y natural de nuestra comuna. Es una fuerte representación de nuestro pueblo, porque los pobladores del ayer y hoy vivimos de esa materia prima. Se trata de un recurso que podemos aprovechar y que a nuestra generación le ha servido para mandar a los niños a la escuelita”, cuenta con nostalgia Tigrero al hablar de este recurso natural.
Sin embargo, la palma de la tagua se considera casi amenazada porque el 98 % de la cubierta forestal de la comuna se ha talado a causa de la expansión agrícola y los proyectos urbanísticos, según indican investigadores de la Pontificia Universidad Católica del Ecuador (PUCE) y la Universidad de Illinois Urbana-Champaign que llevan realizando estudios en la zona desde hace más de 10 años, pero que publicaron sus primeros resultados en 2022. Esto, según sus informes, lo convierte en uno de los bosques estacionales húmedos y secos más amenazados a nivel mundial.
Este detalle no es algo menor. Aunque la comunidad no dependa completamente de la tagua, es considerada como un recurso “emergente”. Es decir, que si surge algún contratiempo con los cultivos más comunes, los agricultores la cosecharán para obtener recursos inmediatos. Pero, según comuneros como Salinas o Tigrero, no solo es valorada por ser una alternativa económica, sino también por los servicios ecosistémicos (el vínculo entre la naturaleza y la comunidad) que ofrece.
La riqueza de la palma
Ecuador todavía no cuenta con una estrategia formal para la conservación de la tagua. Por eso, uno de los objetivos prioritarios de todas las investigaciones realizadas es obtener información para desarrollar un plan de manejo sostenible para esta especie, que sería el primer modelo para una especie de palma ecuatoriana.
Se realizaron dos estudios sobre cómo la población local de la costa del Pacífico de Ecuador depende de la palmera de marfil. Se estudió, además, cómo el árbol y sus frutos proporcionan una variedad de productos. En el primer estudio (publicado en 2022en la revista Economic Botany), los académicos se centraron en tres comunidades recolectoras de tagua que todavía mantienen el recurso y que por su lejanía también conservan los conocimientos ancestrales: Dos Mangas, en la provincia de Santa Elena, y Dos Bocas y Matapalo, en la provincia de Manabí. Durante sus visitas descubrieron que, para los comuneros, la tagua es mucho más que una fuente de ingresos.
Uno de los resultados principales del estudio fue la detección de 28 servicios que la palma le ofrece a la comunidad y que fueron divididos en cuatro categorías. Primero están los denominados “servicios de aprovisionamiento”, que son los materiales que tiene la palma, como las hojas que sirven para construir los techos de las casas; las semillas para elaborar botones; alimentos como el jugo natural de la mococha, que también se convierte en mermelada cuando se fermenta; las hojas que sirven para hacer infusiones y tienen propiedades diuréticas o incluso la utilización de la fibra para elaborar ungüentos para los humanos.
Luego están los servicios de regulación que la tagua le ofrece al ecosistema. Por ejemplo, esta palma ayuda a que se produzca mucha materia orgánica por las hojas y frutos que caen al suelo, por lo que regula los nutrientes de la tierra. También están involucradas en el ciclo del agua: “La zona de Chongón-Colonche es muy seca y tiene zonas donde hay neblina. Las hojas de la tagua chocan con esa humedad y se genera agua. A esto se le conoce como ordeñar nubes”, explica Rommel Montufar, uno de los científicos a cargo de las dos investigaciones sobre la relación de la comunidad con la palmera de marfil.
Además, la tagua tiene una flor enorme que se vuelve atractiva para los insectos, entre ellos, varios polinizadores que son esenciales para generar una mayor productividad en los cultivos cercanos.
También están los servicios de apoyo o de soporte que exploran cómo los animales interactúan con la llamada palmera de marfil. Y finalmente están los servicios culturales que se refieren a cómo la tagua se involucra en las tradiciones de las comunidades, en sus celebraciones, actividades religiosas y tiempo de recreación.
A pesar de todos estos beneficios para los comuneros y para los ecosistemas, la tagua está en riesgo de pasar a una categoría más preocupante de conservación por la sobrecosecha del recurso, la degradación de los bosques e incluso por las tendencias de la moda a nivel mundial.
De generación en generación
El segundo estudio elaborado por la PUCE y la Universidad de Illinois (publicado por Cambridge University Press) exploró la percepción que tiene la comuna de Dos Mangas sobre la dependencia de este recurso en tres generaciones: abuelos, padres e hijos. Dentro de los resultados se descubrió que aunque los padres no sienten una fuerte dependencia hacia la tagua porque han vivido un periodo bajo de exportaciones, creen que la generación futura (sus hijos) sí tendrá una mayor interacción con este recurso y sus servicios ecosistémicos.
¿Por qué? Esta proyección estaría asociada con iniciativas comerciales que podrían reactivar la industria y las exportaciones. De hecho, en 2019, el país promocionó el uso de la tagua para la Semana de la Moda de Guangdong, China.
La campaña para presentar el producto fue denominada como “La Nuez de Marfil, Tesoro del Ecuador” y fue realizada a través de una alianza entre la Asociación de Diseñadores de Moda y Accesorios Guangdong y empresas privadas como Trafino y Yee Fung Hong. El objetivo principal era impulsar nuevas oportunidades de negocios entre las fábricas de botones chinas y los exportadores ecuatorianos.
Esa noticia en particular fue la que generó la expectativa dentro de las comunas. “Si analizamos los periodos picos de la tagua, vemos que cuando existe el auge es cuando hay una mayor valorización de los servicios ecosistémicos. El campesino empieza a darle un mayor valor al recurso porque nota que le está generando ingresos económicos. Pero cuando este auge se cae y no existe la demanda, se pierde el valor. Estamos perdiendo esa valoración cultural, podemos perder conocimiento local e incluso podríamos perder sistemas de empoderamiento dentro de las comunas para proteger a la tagua”, explica Rommel Montufar, investigador principal de los estudios y docente de la PUCE.
¿De explotación a conservación?
En 2003, la Palmera de Marfil o tagua se integró en la Lista Roja de Especies Amenazadasde la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN). En su momento, el informe mostraba que a causa del potencial económico de la especie, generado por el auge de las exportaciones, era necesario priorizar la protección de las últimas poblaciones silvestres en el país.
La principal amenaza en aquel entonces era la sobreexplotación del fruto que dejaba prácticamente “estéril” a los árboles de tagua. “Cuando la comercialización era fuerte, las personas cortaban la racima. Estábamos acostumbrados a cortarle hasta la última hoja y dejarlo únicamente con la viga central. No dejábamos que creciera la planta. Luego los ingenieros nos enseñaron el daño que estábamos haciendo y notamos que la planta se desbarataba solita, se llenaba de hongo e incluso se atrasaba la cosecha y no era lo mismo que años atrás”, comenta Sandro Tigrero.
Esto es algo que coincide con los testimonios recabados en la investigación de la PUCE.
Uno de los hallazgos dentro de los grupos focales fue que cuando el precio del botón realizado con la semilla de la tagua era muy bajo, talaban a “los individuos femeninos” para que no produjeran en grandes cantidades. Es decir, que los comuneros asociaban la sobreproducción de las semillas de tagua con la disminución de precios y ganancias.
Y aunque los propios comuneros han reconocido su error al talar de esta manera y se nota un interés por la importancia cultural y el sustento que la palmera de marfil le brinda a plantas y animales, hay todo un contexto detrás de sus acciones pasadas. Según datos de la Encuesta Nacional de Empleo, Subempleo y Desempleo, realizada por el Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (INEC), Esmeraldas, Manabí y Santa Elena (las zonas costeras que albergan los remanentes de árboles de tagua) son las provincias que tienen mayor pobreza por necesidades básicas insatisfechas, justo después de las provincias amazónicas.
Para Rommel Montufar, el académico de la PUCE que ha liderado investigaciones sobre la tagua durante más de 10 años, la presión que sienten los comuneros por los recursos económicos es un factor importante en el manejo de la especie.
“Una presión excesiva por el recurso puede destruir las poblaciones de tagua y no es cuestión de culparlos, porque si no tengo recursos y me dicen: bájese 100 quintales de tagua y necesito enviar a los niños al colegio, las personas lo van a hacer. Entonces hay prácticas de manejo que son dañinas, pero hay que entender que no es una decisión aislada. Hay alguien externo presionando por ese recurso y es parte de la realidad social que hay en el campo”, explica el investigador.
Otro detalle a destacar es que los comuneros y campesinos que se dedicaban a la recolección de la semilla de tagua, son solo una parte de toda la cadena de valor. De hecho, de acuerdo a los investigadores, son la parte más débil de la estructura porque son los que menos se benefician. Había casos de abuso a las comunidades porque les compraban la materia prima por consignación. Es decir, que solo les pagaban si sus intermediarios lograban vender el producto.
Actualmente, la situación es diferente. Con la reducción del auge exportador, Dos Mangas y el resto de comunas han pasado por un proceso de cambio desde inicios de los 2000. Ese año, la Fundación Natura y el Ministerio del Ambiente le propusieron a la comuna un plan de manejo y de reforestación.
Hasta 2005, Dos Mangas reforestó un total de 417 hectáreas. Luego varias universidades y ONG llegaron para enseñarles a trabajar con la tagua, a elaborar tejidos de paja toquilla, involucrarse en la agricultura e incluso abrir una tienda para vender las artesanías que elaboraban.
El programa de Fundación Natura culminó en 2008. Ese mismo año, la comuna pasó a formar parte del nuevo programa “Socio Bosque”, que planteaba la reducción de la deforestación en Ecuador en un 50 % y entregaba incentivos económicos a los campesinos que se comprometieran con la conservación y protección de los bosques, páramos u otra vegetación nativa.
Dos Mangas, por ejemplo, tiene en total 4945 hectáreas y 2841 de ellas son destinadas para conservación. Por ese territorio protegido la comuna recibe cerca de 37 000 dólares al año que son pagados de manera semestral. ¿En qué lo invierte? El 50 % se distribuye para los comuneros que trabajan en agricultura; 20 % en educación para los niños; otro 20 % para los comuneros que tienen sus terrenos en conservación, para los artesanos y guías turísticos; y un 10 % para gastos administrativos relacionados a este plan de manejo ambiental, afirma Bolívar Rodríguez de los Santos, guía local y habitante de Dos Mangas.
Visión a futuro
Aunque todavía no existe un plan de manejo sostenible y oficial para la palmera de marfil, los científicos creen que hay que apresurar este proceso porque existen nuevos productos que podrían generar un nuevo auge de este recurso. Un ejemplo está en la industria cosmética que está intentando crear exfoliantes orgánicos naturales a base del polvo de la tagua. Y es que los investigadores sugieren que, aunque la palmera de marfil no es un recurso como el oro o el petróleo, si se sigue un plan de acción y conservación podría generar riqueza en un sistema de goteo (pequeña escala) a todas las comunidades del Litoral.
“Hay una industria del polvo de la tagua que se está produciendo para generar exfoliantes orgánicos naturales. También existen empresas más tecnificadas con el tema de la nanotecnología y que están centradas en aplicaciones médicas. Por ejemplo, hace poco salió una investigación que sostiene que la nanocelulosa de la tagua podría capturar virus como el SARS-CoV-2 o el HIV. Lo que es interesante de esta especie es como las decisiones externas pueden determinar su conservación y su manejo”, afirma Rommel Montufar.
A esto hay que añadirle otro elemento: si las grandes marcas internacionales deciden poner al botón como un elemento central de la moda eso implica mayor presión en las costas ecuatorianas por el recurso tagua.
Pero ese no es el único elemento que amenaza a la palma. La destrucción de los bosques de la costa es una amenaza latente no solo para esta especie, sino para toda la biodiversidad presente en esas zonas, según señalan los expertos.
La tagua necesita de estos bosques para tener una regeneración natural. Actualmente, los últimos remanentes de la palma se encuentran en bosques secundarios, en plantaciones o dentro de pastizales. El problema es que esta especie necesita sombra para crecer y si está dentro de una zona seca como los pastizales de Manabí está destinada a morir.
“No creemos que la solución sea decir: ‘No toquen la tagua’, sino generar un modelo económico ambiental que sea sostenible, que permita que la palma sea utilizada de una forma inteligente, determinar qué actividades económicas pueden generar una mayor rentabilidad al país y, sobre todo, saber qué empresas están vinculando más a los campesinos en la cadena de valor”, destaca Montufar.
Actualmente, la PUCE, la universidad en Ecuador que encaminó las dos investigaciones sobre cómo las comunidades locales de la costa dependen de la palmera de marfil, participó de varias reuniones con el Ministerio del Ambiente, Agua y Transición Ecológica. Su plan a mediano plazo es colaborar en mesas técnicas para la conservación y manejo de la tagua en el país, en alianza con la empresa privada y las comunas que, además, son las que tienen historias del abuso que han sufrido por este recurso y que nunca han sido visibilizadas.
Imagen destacada: Más del 98 % de la cobertura forestal de la comuna de Dos Mangas se ha talado a causa de la expansión agrícola y urbana. Crédito: César Mera, cortesía de Revista Vistazo.
** Este reportaje es una alianza periodística entre Mongabay Latam y Revista Vistazo de Ecuador **