¡Es posible! Cultivan lechugas con agua de niebla y energía solar en el desierto de Atacama
Más de 850 lechugas hidropónicas, un equivalente a cerca de 40 kilos, fueron cultivadas en pleno desierto, en la comuna de Chañaral, gracias a un proyecto interdisciplinario liderado por el Centro UC Desierto de Atacama y la Facultad de Agronomía y Sistemas Naturales, que busca transferir el conocimiento a las comunidades para aportar a la seguridad hídrica y alimentaria, y al desarrollo de los territorios. Revisa todos los detalles en esta nota escrita por Nicole Saffie Guevara, de la Pontificia Universidad Católica de Chile.
A unos pocos kilómetros al norte de Chañaral se encuentra Falda Verde, en pleno desierto de Atacama, camino al Parque Nacional de Pan de Azúcar. No hay nada. Solo cerros, mar, una tierra pedregosa y una arena blanquizca que en realidad son relaves mineros. Así que parece casi irreal pensar que, precisamente en este lugar, se pueda cultivar algo.
Al tomar un camino que asciende unos metros por los cerros costeros, se encuentran unas instalaciones de la Agrupación de Atrapanieblas de Atacama. Primero aparece una pequeña vivienda y más allá, un galpón. La vista hacia el Océano Pacífico, la ciudad de Chañaral y el desierto, es hermosa. Al avanzar, aparece el milagro: ¡un vivero con más de 850 plantas de lechuga!
La historia comenzó en realidad hace más de veinte años, en el año 2000, cuando un grupo de pescadores comenzó a construir sus primeros atrapanieblas, literalmente en la punta del cerro de Falda Verde, a más de 700 m.s.n.m. En esa época se contactaron con Horacio Larraín, destacado antropólogo e investigador, y Pilar Cereceda, profesora del Instituto de Geografía, ambos pioneros en el estudio de la niebla, y trataron de darle una vuelta al destino. Entonces iniciaron una serie de proyectos utilizando el agua de niebla, como el cultivo de aloe vera y hasta de truchas. En 2017 lograron que el Ministerio de Bienes Nacionales les entregara en concesión el terreno de 136 hectáreas donde se encuentran sus instalaciones. Sin embargo, por diversos factores las iniciativas no lograron prosperar como esperaban.
Esperanza verde
Cultivar lechugas hidropónicas en pleno desierto fue la idea que Francisco Albornoz, profesor de la Facultad de Agronomía y Sistemas Naturales, e investigador del Centro UC Desierto de Atacama, le presentó a la agrupación en Falda Verde, como parte del proyecto Fondecyt Exploración que lidera (nº 13220028, “Estableciendo las bases para el uso del agua de niebla como principal fuente de agua de riego para la producción agrícola en la costa del desierto de Atacama”).
El académico, nacido en Antofagasta, creció comiendo verduras que llegaban desde la zona central o bien desde Arica, por lo que debido a las condiciones y el tiempo de traslado, su calidad decrecía y su costo aumentaba, realidad que aún vive buena parte de la población en esta parte de Chile. “La importancia de este proyecto es que confirma la posibilidad de hacer producción local de hortalizas, para satisfacer la demanda y no depender de la importación desde otras regiones del país o desde otros países”, afirma el profesor Albornoz.
“El factor limitante en el desierto obviamente es el agua. Entonces, con esta iniciativa validamos que con agua de niebla se puede hacer un cultivo de forma sustentable y masiva; o sea, que no quede en un experimento localizado, sino que a medida que va aumentando la superficie de atrapanieblas, podemos ir aumentando también la productividad y la producción”, agrega.
Y, lo más importante para el investigador, en conjunto con la comunidad. En ese sentido, Falda Verde resultaba prometedor, ya que la agrupación tiene toda la motivación de hacerse parte y además, ya contaban con cierta infraestructura.
Los atrapanieblas, que actualmente llegan a más de 10, captan cada uno, cerca de 100 litros de agua al día, los que son transportados por unos colectores cerro abajo, hasta el vivero. Si bien la construcción ya existía, los fondos del proyecto permitieron habilitar diez mesas de cultivo, que funcionan como piscinas, en las que se instalaron planchas de plumavit donde se insertaron almácigos de lechuga, los que consumen el agua de niebla. A esta se le añade fertilizantes y minerales. El proyecto también permitió instalar unas bombas, alimentadas con energía solar producida por paneles fotovoltaicos, que entregan oxígeno a las piscinas, aireando la zona de las raíces.
Como resalta Francisco Albornoz, esta “es una producción local hecha por gente de la localidad, para satisfacer su demanda, o sea, ellos deciden qué cultivar. Nosotros les estamos mostrando los recursos disponibles”.
“Han demostrado unas ganas de salir adelante que se refleja en el resultado que hemos visto, porque además esto ha sido igual desafiante. No se trata de agricultores, es gente que viene de otros rubros, principalmente son pescadores, y si bien ellos han tenido un acercamiento a la agricultura, existía un desconocimiento sobre por qué se hacían ciertas cosas o por qué no hicimos otro tipo de sistema”, cuenta la agrónoma Inés Vilches, parte del equipo del proyecto.
Y agrega: “Ha sido súper lindo que cada uno ha puesto lo mejor de lo que sabe para poder sacar adelante este proyecto. Y eso es tanto en el trabajo de sacar los cultivos, como en todo lo que conlleva, el que ellos también me reciben, siempre me tienen un pescado listo cuando llego… Entonces creo que es destacable el esfuerzo que han puesto, las ganas y la amabilidad también para que esto resulte”.
Primera cosecha
El resultado de todo este proceso, tras 21 días desde que se insertaron los almácigos, fue una producción de cerca de 40 kilos de lechugas, totalmente frescas, que serán repartidas gratuitamente en la comunidad de Chañaral.
La primera cosecha de lechugas fue celebrada con una ceremonia en el vivero de Falda Verde, el pasado jueves 4 de julio, en una ceremonia que contó con la presencia de autoridades regionales, locales y universitarias, y la comunidad de Chañaral, quienes pudieron visitar el lugar, hacer preguntas in situ y hasta cosechar su propia lechuga.
Como afirma la decana de la Facultad de Agronomía y Recursos Naturales, María Angélica Fellenberg, “para nosotros es algo tremendamente importante y significativo, porque los conocimientos, la información que generamos, sirve para todo nuestro país y también para afuera. Entonces, el estar acá dando una solución o posibles soluciones tecnológicas a una comunidad que está a muchísimos kilómetros de Santiago, donde nosotros estamos, es muy significativo. Y esto tiene mucho que ver también con el rol público de la UC. Es decir, nuestro rol no es solamente generar conocimiento, sino que ojalá este conocimiento llegue a mejorar la calidad de vida de las personas”.
“Es realmente un sueño que vamos empezando a hacer realidad”, expresa la decana de la Facultad de Historia, Geografía y Ciencia Política, Valeria Palanza, y añade: “Estamos aquí en Chañaral, con esta maravillosa cosecha de lechugas, que se pueden cultivar en este terreno tan árido gracias a los atrapanieblas, y a que hemos podido transferir el conocimiento que se hace desde el Centro UC Desierto de Atacama y desde la Facultad de Agronomía y Sistemas Naturales, con el trabajo de proyectos de investigación. Ojalá que esta tecnología pueda ser aprovechada por las comunidades de una manera cuanto más masiva mejor, manteniéndolo a nivel local y sustentable”.
Trabajo interdisciplinario
Como destaca Camilo del Río, director del Centro UC Desierto de Atacama y profesor del Instituto de Geografía, “esta es una idea que veníamos trabajando desde hace mucho en el centro de manera muy interdisciplinaria, la que justamente era aprovechar el agua de niebla para abordar un desafío grande que tiene nuestro territorio desértico, que es hacer agricultura. De ahí que las distintas disciplinas que participan del centro, Geografía en el conocimiento de la colecta de agua de niebla, Agronomía con la producción hidropónica, Ingeniería con la producción de energía solar y Arquitectura en la climatización del invernadero, en conjunto veníamos trabajando este sueño y que hoy día se materializa en esta inauguración”.
Como explica el profesor de la Escuela de Ingeniería Rodrigo Escobar, «lo que hacemos con energía solar es capturarla a través de un sistema fotovoltaico. Durante el día, esta se almacena en baterías y luego estas permiten que tengamos los sistemas de control automático de las bombas de aire para mantener las condiciones de oxigenación adecuadas en el agua. Y también podemos entregar iluminación y la energía necesaria para el funcionamiento de los sensores y de los sistemas de adquisición de datos. Entonces, la energía solar junto con la captura de agua de niebla habilitan el cultivo en zonas de desierto y de esa forma podemos, junto con los invernaderos, mantener las condiciones climáticas controladas y asegurar la oxigenación y la captura y almacenamiento de datos para posterior análisis y observación».
Otro aspecto es la climatización, el que ha desarrollado Lucas Vásquez, profesor de la Facultad de Arquitectura y Estudios Urbanos. “Yo he estado a cargo de las simulaciones en régimen dinámico del desempeño de los invernaderos que plantea el proyecto, estudiando cómo las variables propias del clima y del cultivo de plantas impactan en las variables atmosféricas al interior de los mismos”, explica y agrega: “Entendiendo que nuestro país tiene muy concentrada la producción agrícola en la zona central, me parece muy interesante la posibilidad de que esta metodología de trabajo pueda ser aplicada a otros climas, para estudiar cómo la tecnología podría permitir cultivos en áreas que actualmente son consideradas como inviables”.
Un sueño en grande
El sueño de los distintos actores es masificar la producción y poder comercializarla, de modo de satisfacer la demanda local. Así como expandirse hacia otros cultivos, tales como tomates, pepinos, albahaca, menta, melón o zapallo italiano. De hecho, ya existe un cultivo experimental de trigo candeal en suelo, el que se usa para hacer pastas, esperando producir la primera “pasta del desierto”.
Luego de esta cosecha, se iniciará un nuevo ciclo de cultivo, con almácigos de lechugas que se han producido en el mismo vivero. Pero también se producirá un nuevo producto: frutillas hidropónicas.
La agricultura en zonas áridas en otras partes del mundo depende del abastecimiento de agua desde fuentes como cauces superficiales, napas subterráneas o desalinización de agua de mar. No existen experiencias a gran escala, en donde la producción agrícola se base en agua colectada de la neblina. Es por esto que, de ser exitoso, el proyecto sería un innovador impulso a la producción local de frutas y verduras, permitiendo que la población tenga acceso a alimentos de calidad y a bajo costo, con impactos positivos en la economía, salud y desarrollo sostenible de la región.
Como expresa el profesor Camilo del Río, este proyecto de cultivos hidropónicos con agua de niebla y energía solar tiene “un potencial gigante y soñamos en grande: cómo no poder extrapolar esto a gran escala, o seguir a escalas de comunidades y poder aportar a la seguridad alimenticia en el norte del país. La niebla la conocemos, la hemos estudiado por años, sabemos dónde, cuánto y cuándo podemos colectar. Entonces, tenemos la certeza de que el recurso hídrico, que es una de las grandes limitantes para desarrollar la agricultura en zonas áridas, junto con la hidroponía que no necesita de suelo y la energía solar que es otro recurso natural infinito en la práctica en el desierto, hacen que esta producción agrícola se pueda desarrollar a niveles industriales inclusive”.
“El sector público puede colaborar con quienes quieren desarrollar e innovar. El tema es que con este proyecto evidenciamos que se puede cultivar cualquier tipo de vegetales en los cerros de Chañaral con agua de niebla, y eso va a ser una puerta para que después recursos privados puedan invertir y desarrollar eso”, comentó el delegado presidencial provincial de Chañaral Jorge Fernández, al diario de Atacama.
“Somos un diamante en bruto”, dice Mario Segovia, miembro de la Agrupación de Atrapanieblas de Atacama, y añade: “Esto es un gran desafío para nosotros, que nos da el puntapié para poder sustentarnos”, explica el pescador de oficio, quien hace años que viene trabajando en la agrupación, buscando otra forma de sustentarse. Asimismo, agradece que los investigadores de la UC hayan llegado hasta Falda Verde. “Nos han enseñado todo, desde cómo hacer los cultivos hasta qué cuidados se deben tener en el vivero, y todo con una tremenda generosidad y alegría”, comenta.
Por su parte, el fundador de la Agrupación de Atrapanieblas de Atacama, Hugo Streeter, cuenta que su gran sueño es poder masificar la iniciativa, “con 50 o 60 invernaderos, y así tener una producción de lechuga considerable para poder llegar a un mercado grande, aquí en la región y por qué no al resto del país”. Y agrega: “podríamos tener 200 atrapanieblas y darles un porcentaje de esa agua a los jardines infantiles, al hospital, a la comunidad”.
Próximos pasos
El proyecto también busca llegar a otros territorios. De hecho, ya se han hecho cultivos experimentales de frutillas y lechugas hidropónicas en la Estación Atacama UC, en Alto Patache, a 65 km al sur de Iquique, en la región de Tarapacá. Allí también se instaló un pequeño vivero integrado con agua de niebla y energía solar.
Gracias a investigaciones del Centro UC Desierto de Atacama, como el proyecto liderado por Camilo del Río que ha ido desarrollando una red de monitoreo, en conjunto con investigadores nacionales e internacionales, desde Arica hasta la zona central de Chile, y que entrega información sobre temperatura, humedad relativa, dirección y velocidad del viento, y radiación solar, se tiene bastante conocimiento respecto de la niebla. “Con esta información podemos tener proyección de nuevos cultivos y comunidades”, añade el profesor Albornoz.
Por su parte, el profesor del Instituto de Geografía y director de la Estación Atacama UC, Pablo Osses, quien también es parte del proyecto, explica: “Mi rol como coinvestigador es mantener y desarrollar los sistemas de producción de agua mediante atrapanieblas de manera óptima y sin duda, explorando cuáles son los requerimientos específicos de un proyecto de esta naturaleza. En general, el agua de niebla ha tenido usos domésticos y aquí se abre a un uso productivo, y por lo tanto hay que ajustarse a esos nuevos parámetros y requisitos que esto tenga”, dice.
Asimismo, la investigadora del Centro UC Desierto de Atacama Virginia Carter, y a cargo de la línea «territorio y gobernanza» del proyecto, explica que la iniciativa también busca analizar las regulaciones de planificación territorial y urbana, como impulsores y barreras para el desarrollo agrícola en las zonas costeras del desierto de Atacama, así como identificar a los tomadores de decisión responsables de políticas regionales y locales, y partes interesadas externas para explorar futuras vías de posible colaboración. “Es fundamental que las regiones que comprenden el territorio del desierto de Atacama, comiencen a visibilizar el agua de niebla como un recurso hídrico complementario, y que este recurso sea incorporado en estrategias de desarrollo u otras iniciativas”, afirma.
De esta manera, el proyecto se traduce en una contribución concreta a las comunidades, no solo a través de la transferencia de conocimientos y tecnología, sino también para ir impulsando iniciativas y políticas públicas que propicien el desarrollo de los territorios y sus habitantes.