EL BORDERÍO COMO ESPACIO URBANO MEMORABLE

El Río Mapocho es uno de los hechos geográficos más significativos del valle en el cual se asienta la ciudad de Santiago, y su potencial en la conformación del paisaje urbano es un desafío que se remonta desde su fundación. Esta condición única, no ha estado exenta de contradicciones.

A diferencia de otros ríos de llanura como el Sena o el Manzanares , la principal característica que define este río es su condición de torrente, con variaciones fluviales en diferentes períodos del año, así como con episodios de fuertes crecidas ocasionales. Esto junto con darle una fisonomía inequívoca asociada a su ecosistema, ha implicado el permanente esfuerzo de contención de sus riberas para hacer frente a los desbordes del río.

Por un lado, estas obras de transformación han dado paso a lo largo de nuestra historia urbana, a ejemplos notables de la estrecha relación posible entre infraestructura, paisaje y espacio público. Los llamados Tajamares –construidos a partir del siglo XVIII como un sistema de muros defensivos, dieron origen al que es probablemente el primer paseo público de Santiago: un paseo de borderío, elevado sobre la geografía, que junto con la Alameda de Sauces en sus cercanías, fue objeto de valoración en los relatos de viajeros de la época[1]. En los albores del Centenario, esto tendrá un correlato en los parques que comienzan a consolidarse –principalmente en la ribera sur, en torno a las obras de canalización del río. El Parque Forestal es hasta hoy un exponente ejemplar, que cristaliza esta operación de recuperar las riberas con un espacio público memorable para la ciudad. [2]

Esta condición del borderío como espacio de encuentro social en sintonía con la geografía, contrapone radicalmente a los criterios que las infraestructuras de vialidad impusieron con el crecimiento de la ciudad, y cuya expresión más brutal se expresa en el margen norte del río. Tanto los ensanches de algunas avenidas de borde, la interrupción del mismo con nudos viales, así como la implantación de una autopista de alta velocidad a lo largo de todo el tramo urbano del Río Mapocho, son expresiones del cambio de paradigma que operó principalmente desde los 90, y que hipotecó una nula relación con el río en amplios sectores hasta hoy. Más inexplicable resulta sin embargo, que aún se sigan planteando obras urbanas basadas sólo en las lógicas de la eficiencia del auto, pero que afortunadamente ya no son admisibles por el ciudadano común. [3]

Créditos: Mapocho 42K.
Créditos: Mapocho 42K.

UNA PROMENADE VERDE COMO CONTINUIDAD GEOGRÁFICA Y SOCIAL

Si consideramos que en la noción de paisaje – a diferencia del simple entono o “medio ambiente”, esta implícita la valoración de un determinado territorio por parte de quien lo experimenta, habría que coincidir en que a pesar de la existencia de parques de borderío, y del logro por el anhelado saneamiento de sus aguas, la dificultad que ha existido en las últimas décadas por reconocer con propiedad al río Mapocho como un paisaje “vivido” de la ciudad -arraigado en la memoria de sus habitantes, se debe en parte a la imposibilidad de poder recorrer sus riberas en continuidad.

MAPOCHO 42K –que nace el año 2009 al alero de una investigación aplicada en la Escuela de Arquitectura de la Universidad Católica derivando en una propuesta construida para la ciudad[4], postula como principal planteamiento recuperar la potencialidad que presentan las riberas del río Mapocho -principalmente la ribera sur, de conformar un espacio público de escala metropolitana, como una columna vertebral que cristalice la especial vocación de continuidad de sus riberas.

El proyecto propone consolidar esta columna vertebral como un gran recorrido de uso público y esparcimiento –al modo de una promenade continua de 42K en su paso por la ciudad, restituyendo una unidad paisajística desde la entrada del torrente al valle -en la Plaza San Enrique al pie de la cordillera, hasta el inicio de las localidades rurales de la cuenca del río en la comuna de Pudahuel, permitiendo conectar todos los estratos sociales y topográficos a lo largo de 11 comunas[5], contribuyendo a mejorar su calidad de vida y su equidad.

Esta conectividad geográfica y social se propone a partir de la implementación de un CORREDOR VERDE o CICLOPARQUE[6], capaz de acoger tanto a peatones y ciclistas -sea de paseo, de deporte o de traslado, a la sombra de un recorrido de borderío que pone en valor el paisaje de los cerros y cordillera al interior de la ciudad. Este corredor permite conectar al mismo tiempo todos los parque existentes o potenciales a lo largo del borderío, relacionándolos con otros parques o cerros cercanos, colaborando en consolidar UNA MATRIZ GEOGRÁFICA Y ECOLÓGICA PARA SANTIAGO, como principal componente de su desarrollo urbano.

La propuesta no apunta por tanto a ser una solución unívoca para temas de movilidad o áreas verdes como tradicionalmente podría pensarse, sino que propone integrar estos distintos estratos como una misma unidad paisajística, geográfica y ecológica, reunidos en torno a la condición de un espacio público ribereño, identitario para el ciudadano común.

Hacienda eco de las palabras del ecólogo R. Fordman, quien postula que “la ciudad debiera ser pensada para personas entre los 7 y los 70 años”, el Cicloparque propuesto se relaciona a partir de su emplazamiento y componentes, con los atributos de un CORREDOR DE MOVILIDAD SUSTENTABLE o VÍA VERDE, capaz de acoger a partir de sus componentes, distintos tipos de usuarios en un espacio de seguridad y cercanía con el entorno circundante.

Créditos: Mapocho 42K.
Créditos: Mapocho 42K.

UN CORREDOR INCLUSIVO COMO BALCÓN URBANO

Dos conceptos fueron claves para una definición espacial del proyecto. Por un lado, aprovechar la posición de balcón urbano abierto a la geografía como un atributo esencial a lo largo de la ribera, y por otro lado la condición de un corredor arbolado continuo, bajo cuya sombra se sitúa tanto el paseo peatonal como la senda ciclable, y que se presenta como elemento identitario del recorrido, así como desde el margen norte del río. La propuesta considera una faja de intervención a lo largo de la ribera sur –en un un espesor variable entre 10 y 25 m donde se emplaza el corredor verde continuo, el cual queda ritmado a partir de diversas situaciones de descanso, zonas de juego o zonas de articulación con la trama urbana. Se definen áreas aledañas a la faja de intervención, que se complementan con iniciativas de los mismos municipios tales como huertos urbanos y otros.

La estrategia de diseño se realizó bajo una “matriz abierta”, esto es, en base a componentes y elementos que permitiera establecer por un lado una identidad común y un carácter unitario a lo largo del recorrido, y al mismo tiempo que permitiera ser implementados por los distintos municipios en el tiempo como un kit de piezas fácilmente aplicable. La pieza central y unitaria la conforma el recorrido ciclable, el que se propone con un ancho constante de 3m, de modo de incorporar una condición Inclusiva, para personas con movilidad reducida. Su materialidad en carpeta asfáltica de color y una solera de hormigón diseñada para los rodados garantiza la unidad a lo largo de los 42K. El sistema de información refuerza la idea de un corredor de movilidad inclusiva en directa relación con el entono circundante. Por último, las áreas de vegetación complementarias al corredor se consideran con especies que se adaptan a nuestro clima semiárido, con bajo requerimiento hídrico, destacando las fronteras con texturas y colores que potencian la condición cinética de la vía verde.

Por último, el componente y material más importante que considera toda la propuesta desde su inicio es su carácter de PROYECTO COLECTIVO, donde necesariamente intervienen múltiples actores para su concreción. Esto considera tanto a los arquitectos y profesionales encargados del diseño, actores gubernamentales, entidades municipales,la comunidad en su conjunto, así como otros actores estratégicos que apoyan su concreción.

MAPOCHO 42K es un aporte a la ciudad, que se fundamenta en este consenso colectivo.

[1] Maria Graham en su Diario de Residencia en Chile (1823) lo señala como “un paseo encantador, con largas      

   filas de sauces y una vista espléndida”.

[2] Para mayor comprensión del proceso de transformación del borderío a partir de las obras de canalización

ver el libro de Simón Castillo: “El Río Mapocho y sus riberas”, Ed U.Alberto Hurtado, Santiago, 2014

[3] El caso reciente de la comunidad “Salvemos el Parque” en la comuna de Vitacura, es un ejemplo de ello.

[4] MAPOCHO 42K surge en un Seminario de la mano del arquitecto Mario Pérez de Arce L. ,quien a lo largo de treinta años dejó plasmada una clara visión del paisaje del río en torno a un Sistema de Parques integrados. Esto derivó luego en un Proyecto desarrollado entre los años 2011- hasta ahora, que comenzó a ser construido el año 2013, a partir de un convenio tripartito entre el MINVU, la Fundación San Caros de Maipo y el Equipo Integrante de MAPOCHO 42K UC.

[5] Las 8 comunas de la ribera sur son: Lo Barnechea, Vitacura, Las Condes, Providencia, Santiago, Quinta Normal, Cerro Navia y Pudahuel. En la ribera norte se incorpora a Recoleta, Independencia y Renca.

[6] El concepto de Cicloparque se vincula con la noción de “Greenway” o “Via Verde”, las cuales son “infraestructuras autónomas destinadas al tráfico no motorizado,ya sea de peatones , ciclistas, personas con movilidad reducida, patinadores,etc, desarrolladas en un marco integrado que valore el medio ambiente y la calidad de vida. “Guía de buenas prácticas de vías verdes en Europa”, Bélgica, 2000

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