Para toda mamá y papá, el impulso más poderoso e incuestionable es luchar por sus hijos. Que crezcan sanos, que sean personas felices, que tengan un buen futuro. Es una fuerza amorosa e instintiva que te marca de por vida, y que no se compara con ninguna otra emoción o experiencia en el mundo.

Fui papá por primera vez hace dos años, y tuve la dicha de serlo nuevamente hace cuatro meses. Ese nuevo motor redefinió muchas de mis intenciones y búsquedas. Pienso en mis hijos, en ese amor que lo cambia todo, y también —cada vez con más frecuencia— en el futuro que les espera a ellos y a su generación. Cuando los veo jugar, quedarse dormidos o simplemente los observo crecer, me rondan preguntas que me inquietan en lo más profundo: ¿Cómo será el mundo cuando tengan mi edad? ¿Estarán bien? ¿Qué clase de vida les tocará enfrentar?

Y quizás sea políticamente incorrecto decirlo, pero no puedo evitar sentir frustración y angustia. Cierro los ojos e imagino ese mundo en 30 años más, en 2055, y lo que veo no me gusta. Más allá de la inestabilidad política global o la frenética revolución tecnológica, persiste una realidad silenciosa pero cada vez más evidente: vivirán en un planeta con un clima en crisis. Inseguro e inestable, con sequías prolongadas e inundaciones más frecuentes, lluvias escasas pero intensas, olas de calor extremas, incendios cada verano, migraciones masivas, colapso de ecosistemas, escasez de agua y alimentos. No es una visión apocalíptica ni antojadiza; es el escenario que cientos de informes científicos vienen advirtiendo hace décadas, si la temperatura global continúa aumentando al ritmo actual.

Las señales ya están aquí. Enero de 2025 fue el mes más caluroso jamás registrado a nivel global. En Puerto Varas, vivimos el primer tornado de nuestra historia. En Grecia y China, inundaciones sin precedentes han arrasado ciudades; en España, la sequía amenaza cosechas y reservas de agua; en Suiza, pueblos alpinos han sido sepultados por el colapso de glaciares. Canadá, Inglaterra y Rusia enfrentan incendios forestales a una escala nunca vista. La lista es larga, crece cada año y marca una tendencia clara: el clima se está extremando.

Por eso, como alcalde y como padre, siento el deber ineludible de actuar. De impulsar políticas públicas que miren más allá del corto plazo y que no se dejen atrapar por el miedo, el negacionismo o la falsa comodidad del status quo. Porque tengo esperanza. En las personas, en la ciencia y en el futuro.

Con ese espíritu elaboramos el primer Plan de Acción Climática de Puerto Varas: un instrumento con respaldo técnico de instituciones científicas especializadas —nacionales e internacionales—, construido con participación ciudadana y centrado en un propósito claro: preparar y adaptar a nuestra comunidad para lo que viene.

Puerto Varas. Créditos: Chile Travel.
Puerto Varas. Créditos: Chile Travel.

Pero la semana pasada, por tercera y última vez, el Concejo Municipal rechazó su aprobación. Con los votos en contra de los concejales Nicolás Yunge, Antonio Horn y Pamela Bongain; la abstención de Juan Patricio Godoy; y los votos favorables de Tamara Rammsy y Rodrigo Schnettler. No lo rechazaron por razones técnicas ni presupuestarias. Lo hicieron, según sus propias palabras, por ser un “exceso ideológico”, por formar parte de la “Agenda 2030”, porque “estas iniciativas vienen del extranjero”, porque “afectan la economía” y las “libertades individuales”, para “cuidar nuestra historia, costumbres y valores”, o incluso porque “no puedo ir en contra de Dios”.

Estamos en pleno siglo XXI, y que autoridades políticas sigan esgrimiendo estos argumentos es profundamente decepcionante. Porque cuando la ideología ciega la razón, perdemos el rumbo. ¿Desde cuándo proteger a nuestras comunidades frente a emergencias inminentes es una amenaza a la libertad? ¿Por qué cuidar el planeta que habitarán nuestros hijos se juzga como un acto ideologizado? ¿Quién tiene el derecho de decidir que su futuro no importa?

No estamos hablando de teorías ni suposiciones. La crisis climática ha sido descrita con absoluta claridad por la comunidad científica internacional: el 99,9 % de los científicos del clima —según un análisis de más de 88.000 estudios revisados por pares (Myers et al., 2021)— coinciden en que el cambio climático es real, tiene origen humano y representa una amenaza directa para nuestra salud, nuestra economía y nuestra seguridad. Si confiamos en la ciencia para cuidar nuestra salud, producir alimentos o desarrollar tecnologías, ¿por qué elegir ignorarla cuando nos advierte sobre el mayor desafío de nuestra era?

Quienes ejercemos responsabilidades públicas no podemos seguir mirando hacia el lado. No podemos permitir que discursos extremos, que niegan hechos básicos de la realidad, sigan bloqueando las acciones urgentes que la ciudadanía sí demanda. Porque la sobreideologización está paralizando decisiones impostergables. Y en este contexto, eso también es negarle un futuro digno a nuestros hijos.

Hoy les hablo como alcalde. Pero, sobre todo, les hablo como papá. Porque me niego a aceptar que nuestros hijos crezcan en un mundo deteriorado por decisiones que no supimos o no quisimos tomar. Todavía hay tiempo. Pero no mucho. Las próximas generaciones nos juzgarán por lo que hicimos —o por lo que dejamos pasar. Y cada decisión cuenta. También las que toma —o deja de tomar— nuestro Concejo Municipal.

Comenta esta nota
·