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OPINIÓN | Educación al aire libre: Punucapa y su río como modelo de aprendizaje en la naturaleza
El pasado 26 de enero se conmemoró el Día de la Educación Ambiental, una fecha que invita a repensar cómo integramos el entorno natural en los procesos de aprendizaje. Este día nos recuerda que la educación no debería estar confinada a las paredes de un aula, sino que puede extenderse al aire libre, conectando a los estudiantes con su territorio y su entorno.
En un rincón de Valdivia, en la región de Los Ríos, la Escuela Rural de Punucapa está demostrando algo que deberíamos tener muy claro: la naturaleza no es solo un escenario, es un aula viva y vibrante que puede transformar la educación. En un mundo donde los niños necesitan estar más conectados con la naturaleza, iniciativas como el programa “Aula en el Río” nos recuerdan que la enseñanza no tiene por qué limitarse a las paredes de un aula tradicional.
¿Es acaso innovador convertir un río en aula? Para nosotros, tal vez sí. Pero Gabriela Mistral ya lo sabía hace décadas, cuando defendía la enseñanza al aire libre. En sus poemas y rondas cantadas, la maestra-poeta comprendía que aprender en contacto con el entorno era clave para el desarrollo integral de los niños. Sin embargo, en la actualidad, pareciera que hemos relegado esa conexión natural a un segundo plano.
El programa “Aula en el Río”, desarrollado por La Confluencia SUP y Bosque Frío, en colaboración con Fundación Plantae, es un ejemplo de lo que podría ser, o al menos complementar, la educación en el siglo XXI. En Punucapa, los estudiantes no solo aprenden a remar en el río Cruces, sino que conectan con el territorio, desarrollan habilidades socioemocionales y entienden el medioambiente como algo más que un recurso: como su hogar.
Lo que está ocurriendo en esta escuela no es un experimento anecdótico. Es un modelo educativo digno de analizar e incluso replicar. Las palabras de Sofía Mansilla, directora de la escuela, nos confirman el impacto de esta visión: “El aprendizaje visto desde el río los dejó maravillada a toda la comunidad educativa, incluyendo a los niños, apoderados y profesores. Fue un descubrimiento y una manera nueva de entender el territorio”. Esto no solo habla de los niños, sino de una comunidad que, aunque temerosa al principio, comenzó a confiar en esta forma de enseñanza.
“Cuando comenzamos trabajar en las bitácoras naturalistas y a observar el entorno, notamos cómo los niños empezaban a conectar más profundamente con lo que los rodeaba. Ya no solo remaban, sino que aprendían a escuchar los sonidos de los pájaros y a observar en silencio”, agrega Wara Marcelo, educadora ambiental de Fundación Plantae y asesora en este programa.
Sin embargo, no podemos obviar una verdad incómoda: programas como este son la excepción, no la norma. En muchos lugares, la educación sigue desconectada de las necesidades de los estudiantes y del contexto en el que viven. Si en Punucapa han logrado implementar este modelo con recursos limitados, ¿qué impide que en otras comunidades rurales o incluso urbanas se intenten propuestas similares?.
Este tipo de iniciativas nos recuerdan que una educación verdaderamente transformadora se encuentra al aire libre, donde el aula no tiene paredes y el conocimiento fluye como las aguas del río. Si queremos ciudadanos que respeten y protejan el medioambiente, tenemos que empezar por enseñarles a amarlo, a conocerlo y, sobre todo, a entenderlo.
El río, al final, no solo ha sido un espejo del entorno para los niños de Punucapa, sino que también de lo que podría ser el futuro de la educación: una educación que inspira, transforma y reconecta.