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OPINIÓN | Cuidar el mar no es un lujo ecológico: es una estrategia de desarrollo
En un contexto de crisis, la conservación del capital natural es clave para el crecimiento. En Chile, esto se ha abordado principalmente desde el mar, siendo un ejemplo de protección y recuperación pesquera a nivel internacional. Lo anterior es parte de lo que abordan los autores de esta columna, quienes se refieren a los desafíos futuros de la protección oceánica desde el país, no solo como una decisión de cuidado del medio ambiente, sino de bienestar social y económico.
Durante décadas, se instaló una idea que es cada vez más difícil de sostener: que la conservación de la naturaleza va en contra del crecimiento económico. Que proteger ecosistemas es frenar el desarrollo, sacrificar empleos o renunciar a oportunidades productivas. Pero las sucesivas crisis -climáticas, sanitarias, económicas, de pérdida de biodiversidad- han demostrado exactamente lo contrario: conservar el capital natural es preservar la base misma del crecimiento y del bienestar de las sociedades.

No es casual que incluso los bancos centrales empezaran a valorar el capital natural. Y no por romanticismo ambiental, sino por una razón profundamente económica: si no se protegen los ecosistemas que sostienen la producción el riesgo no es solo ambiental, sino macroeconómico. Cuando desaparecen estas bases, desaparecen también las posibilidades de crecimiento futuro.
Chile conoce bien esta tensión. Somos uno de los países con más kilómetros de mar en el mundo, y nuestra relación con el océano siempre ha estado marcada por una vocación de soberanía. Por eso Chile fue uno de los principales impulsores de la Zona Económica Exclusiva, al entender desde muy temprano que el mar es parte integral de nuestro territorio y de nuestro futuro.
Esa vocación se tradujo en una fuerte expansión de la actividad pesquera, y también a un agotamiento de los recursos que llevó a que cerca de dos tercios de nuestras pesquerías terminaran sobreexplotadas o colapsadas. Algunas especies desaparecieron tan rápido que ni siquiera alcanzaron a consolidarse en la gastronomía chilena. El bacalao de profundidad o la trucha son ejemplos claros: en pocos años, sus poblaciones sufrieron un colapso casi total.

Revertir ese camino no fue fácil. En la década de 2010 comenzaron los primeros cambios relevantes, cuando el primer gobierno del Presidente Piñera inició una nueva etapa con la creación del Parque Marino Motu Motiro Hiva (antes conocido como Sala y Gómez). Más tarde, durante el gobierno de la Presidenta Bachelet, este giro se aceleró de manera histórica: Chile realizó la mayor creación de parques marinos y áreas marinas protegidas en la historia de la humanidad con nuevos parques marinos en Rapa Nui, Juan Fernández, las Desventuradas y Cabo de Hornos. El país pasó de proteger apenas un 4% de su mar a más de un 43%, el incremento más significativo jamás realizado por un país no insular. En paralelo, se estableció una nueva ley de pesca basada en evidencia científica, orientada a racionalizar la extracción y avanzar hacia la sustentabilidad.

Si alguien quisiera superponer un gráfico de producción pesquera con otro de conservación marina, se llevaría una sorpresa: no existe una correlación negativa entre ambos. Muy por el contrario, desde que Chile comenzó a proteger más su mar, su capacidad pesquera se ha fortalecido. La conservación no debilitó al sector; ayudó a reconstruirlo. La relación entre pesca y protección no es antagónica, sino potencialmente virtuosa.

Ahora Chile tiene una nueva oportunidad de profundizar ese camino, y ampliar el Parque Marino de Juan Fernández hasta cubrir la totalidad del área es un paso lógico y necesario. Durante el proceso de ceración del parque actual surgieron legítimas preocupaciones desde la pesca artesanal, que argumentaron que en ciertos sectores aún existía actividad pesquera. Esas zonas quedaron fuera del área protegida ya que, ese momento, con una institucionalidad pesquera aún en consolidación, se optó por un equilibrio: avanzar en conservación sin cerrar completamente las oportunidades para los pescadores de las islas. Sin embargo, el tiempo ha entregado nueva evidencia. Imágenes satelitales y datos recientes muestran que esa actividad representa solo una fracción muy pequeña del área total. Por eso hoy es razonable -y responsable- plantear que el parque marino puede y debe extenderse en su totalidad.
El gobierno del Presidente Boric se ha definido como ecológico, una aspiración ambiciosa y compleja. En algunos ámbitos se han dado avances relevantes, pero en conservación oceánica dentro del territorio nacional el progreso ha sido limitado. Chile podría proteger más del 50% de su mar, y hacerlo permitiría alcanzar un hito ambiental de escala global, coherente con la promesa de un gobierno ecológico.

Y esto no va en contra de los pescadores; todo lo contrario. Si algo nos enseñó el colapso de las pesquerías es que la gallina de los huevos de oro no se explota hasta morir. Cuando sobreexplotamos el mar, obtuvimos bienestar de corto plazo y un malestar mucho más largo: inequidades, pérdida de capacidades productivas y menos oportunidades para quienes viven del océano.
Cambiar el rumbo exigió esfuerzos enormes, y solo fue posible gracias a una combinación virtuosa de regulación pesquera y conservación marina. Los parques marinos funcionan como verdaderas incubadoras de biodiversidad donde las especies pueden reproducirse, regenerarse y luego repoblar zonas adyacentes. Son, precisamente, la gallina de los huevos de oro que debemos cuidar.

Abrirlos para extraer lo que queda dentro puede parecer tentador, pero la experiencia ha demostrado con claridad que hacerlo solo conduce al deterioro. Protegerlos, en cambio, es una decisión social y económica inteligente. Es apostar por el bienestar de los pescadores de hoy, y de los del mañana. Cuidar el mar no es un gesto simbólico ni un lujo ambiental, es una estrategia de desarrollo. Y Chile, una vez más, de estar a la altura de su historia.
Marcelo Mena, ex ministro del Medio Ambiente, y Max Bello, experto en políticas públicas del océano.