Cinco días estuvo desaparecida la joven de 29 años Javiera Coña. Iba con una amiga al camping del sector La Junta, en el valle Cochamó. Según el relato que trascendió, Javiera no se encontraba físicamente apta para terminar el sendero y su amiga se separó de ella. Cuando volvió a buscarla, no la encontró más.

Tras ser hallada con vida, su familia, a través de un comunicado, hizo un llamado a mejorar la señalización y los protocolos de seguridad de la zona. “Si esto no se soluciona”, escribieron, “otras familias seguirán pasando por lo mismo”.

Algunas aclaraciones. El sector cordillerano de Cochamó, caracterizado por su geografía agreste y por la dificultad de sus senderos (especialmente si llueve), es mayoritariamente privado. De hecho, el sendero principal del valle, por el cual iba Javiera, atraviesa una serie de propiedades privadas, y aunque ha sido históricamente usado por locales para el arreo de ganado y más recientemente, para cargar en caballos las mochilas de los visitantes, no es un sendero fiscal, es decir, no es administrado por Conaf.

Por consiguiente, no sirve de nada apuntar al Estado como responsable o hacer un llamado para que implementen una mejor señalética, sencillamente porque el Estado no es dueño de este territorio.

Créditos: ©Augusto Domínguez

¿Entonces, a quién exigir mejoras? Quizás confunde el hecho de que existe un Centro de Visitantes en la entrada, creado por la gente del pueblo, amantes de este valle. Sus esfuerzos son nobles: buscan entregar educación ambiental y gracias a sus propuestas (por ejemplo, solicitar que la gente que sube por el día lo haga en cierto horario) se acabaron situaciones como la siguiente: turistas llegaba tarde al valle, bajaban de noche y se perdían a la vuelta.

¿Es la comunidad local, que financió el Centro de Visitantes con sus propios recursos, responsable de que una mujer se pierda en el sendero? De ninguna manera. Ellos no son dueños del sendero ni cobran por el ingreso. Lo único que hacen es solicitar un aporte voluntario, pues sus recursos son escasos (no reciben un peso del Estado) y deben pagan sueldos, reunir voluntarios y trabajar incesantemente por el bienestar del valle. Todo, a cambio de prácticamente nada.

¿A quién entonces se debiera apuntar? Cerca de 15 mil personas visitan cada verano este sendero y los números no mienten: la tasa de extraviados es marginal y ha ocurrido en senderos de mayor dificultad, que conducen a los valles de altura. El sendero principal tiene 13 kilómetros y está cuidadosamente marcado con cintas rojas, siguiendo siempre el curso del río Cochamó, cordillera arriba. Es un sendero bastante seguro e intuitivo, donde se ven siempre las pisadas de los caballos, donde oyes el río a tu derecha (de ida) y en el que transitan decenas sino cientos de personas. Sin embargo, cualquier trekkero con un mínimo de experiencia en ambientes naturales sabe que esta actividad tiene riesgos y que uno los asume de manera consciente. Es responsabilidad de uno documentarse, averiguar sobre la geografía, llevar tracks de GPS (que se pueden descargar en cualquier smartphone y ser utilizados sin señal) e ir acompañado de alguien con más experiencia y que idealmente conozca el sendero.

Puede ser impopular decirlo, pero el extravío de Javiera se pudo perfectamente haber evitado siguiendo estos lineamientos básicos. Si algo debe solucionarse, es precisamente la falta de criterio de algunos senderistas.

Créditos: @ Mckay Savage

En lugares salvajes la responsabilidad recae en uno mismo. Si alguien no cuenta con la experiencia suficiente para caminar un sendero de 13 kilómetros y para orientarse en el bosque, debería descartar Cochamó y pensar en una alternativa más sencilla. No se trata de discriminación, se trata de sentido común. La misma falta de criterio aplicaría para alguien que decide subir el cerro El Plomo antes que subir el Manquehue. El camino es gradual: se comienza de a poco, idealmente con algunos cursos de formación, hasta sentirse competente. Nadie te obliga a entrar a la cordillera y si lo haces, es bajo tu propia libertad, asumiendo el riesgo. 

En el caso de Javiera, tampoco sirve culpar a los dueños de los campings. ¿Por qué los dueños de esas tierras tendrían que ser responsables por un sendero que no es de ellos? Ofrecen alojamiento a cambio de un pago y punto. Distinto sería si una persona tuviera un accidente utilizando el carro tirolesa que ofrece el camping producto de un desperfecto. Distinto sería si se rompe una tabla de madera de un puente en un sendero de un parque nacional, provocando la caída de una persona (lo cual sería negligencia). Distinto sería si un parque privado diseñara mal un mapa y llevara a sus visitantes a un peligroso camino sin salida.

El llamado no es a mejorar un sendero que ya cuenta con suficiente erosión y con bastantes marcas, sino a ser responsables por nosotros mismos y a no aventurarnos a la cordillera sin los conocimientos básicos. El llamado es al acceso consciente. Imaginen por un segundo que el sendero principal de Cochamó se llena de pasamanos, de plástico, de cuerdas, de carteles por todos lados. ¿Vale la pena degradar un ambiente natural producto de nuestra falta de conocimiento y de la irresponsabilidad de unas pocas personas? Pensemos en lo que ocurriría en un lugar de escalada donde se produce un accidente por mal uso del equipo de seguridad. ¿Se va a exigir que se intervenga la pared, se instalen pasamanos, cuerdas fijas, vías ferrata, con tal de evitar que alguien más se accidente?  Si alguien tropieza y cae en el sendero que conduce al mirador del glaciar la Paloma en Yerba Loca, ¿vamos a proponer asfaltarlo para hacerlo menos resbaloso?  

Créditos: Pelayorc4

Lamentablemente, la historia que trasciende en los medios de comunicación es perjudicial para Cochamó. Dejando de lado el enorme despliegue de recursos que significa un rescate y el costo económico para los locales, que se ven perjudicados en sus trabajos durante este tiempo, el valle se transforma en sinónimo de peligro y los dueños de las tierras se ponen nerviosos y quién sabe, hasta podrían cerrar sus accesos para evitar conflictos (legalmente están en su derecho, pues las montañas, a diferencia de las playas, no son bienes nacionales de uso público, por lo tanto no están obligados a entregar servidumbre de paso).

Recordemos que cuando accedemos a territorios privados, que funcionan como pequeños estados soberanos, nuestras acciones pueden impactar el futuro del lugar. ¿Recuerdan el bello Bosque Mágico en el Arrayán, paraíso de la escalada deportiva a solo minutos de la ciudad? Sus dueños lo cerraron debido a los reiterados conflictos con los escaladores. 

Muchas empresas que poseen territorios de montaña obligan a sus visitantes a firmar una declaración en la que los liberan de responsabilidad en caso de accidentes. No seamos ingenuos. Cuando ocurre una tragedia, el privado va a pensar seriamente si vale la pena seguir facilitando el acceso. ¿Qué gana con permitirlo? ¿Y si ocurre otro accidente y algún familiar de la víctima decide demandarlo? Tiene poco que ganar y mucho que perder. 

El problema no es Cochamó ni sus senderos. El problema es que algunas personas los subestiman y adoptan una actitud paternalista, que se traduce en el siguiente pensamiento: si algo me ocurre, es porque alguien no me cuidó. Ir a un lugar salvaje, donde no hay carreteras ni señal de celular, donde deambulan libres los animales, donde caen cascadas y se levantan furiosas montañas de granito de casi dos mil metros de altura, es una decisión personal, que conlleva consecuencias. 

Cuidarse depende de uno.

Sobre el autor

Matías Rivas Aylwin es un periodista de 32 años. Es autor del libro «Donde me siento vivo» y editor de un libro del problema de acceso de las montañas, escrito por la Fundación Plantae, que se publicará durante 2025.

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