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OPINIÓN | Bosques Miyawaki: Una nueva concepción de áreas verdes de alto impacto socioecológico para las ciudades
En esta columna de opinión, Gabriel Orrego, ecólogo y cofundador de Symbiotica, hace una revisión a lo que se sabe sobre los bosques Miwayaki como herramienta de restauración ecológica en contextos urbanos y degradados. «Es cierto que faltan publicaciones científicas que respalden de manera categórica la efectividad del método, especialmente en ecosistemas mediterráneos como el chileno (…). Pero también es cierto que existe una red impresionantemente extensa de forest makers que han estado trabajando con este método hace casi una década a nivel global», dice, agregando que es una técnica que moviliza comunidad, alimenta el optimismo hacia lo nativo, reconecta a las personas con la frondosidad autóctona. Lee la columna completa a continuación.
Desde hace algunos años, hemos estado haciendo bosques Miyawaki en Chile. No como una moda pasajera ni como una receta universal, sino como una herramienta potente para activar restauración ecológica en contextos urbanos y degradados. En ese camino, nos hemos encontrado con entusiasmo, sí, pero también con una serie de malinterpretaciones que vale la pena aclarar desde nuestra experiencia directa en el terreno.

Es cierto que faltan publicaciones científicas que respalden de manera categórica la efectividad del método, especialmente en ecosistemas mediterráneos como el chileno. Hasta ahora, hay solo un par de investigaciones centradas en estos biomas, mayoritariamente en Europa. Pero también es cierto que existe una red impresionantemente extensa de forest makers que han estado trabajando con este método hace casi una década a nivel global. Esta red es tan diversa como inspiradora: incluye desde académicos hasta agroecólogos, urbanistas, viveristas comunitarios, educadores ambientales y más. Es un ecosistema humano que ha generado una gran cantidad de datos, aprendizajes e indicadores que aún no han sido sistematizados en papers, pero que ya muestran señales claras: más bosques, menos calor, más asilvestramiento en las ciudades, y comunidades más conscientes y ecoeducadas. (Más detalles en A Review of the Miyawaki Method y Sugi Project)
Estamos convencidos de que esas publicaciones van a llegar. Y cuando lleguen, ofrecerán una mirada más precisa de lo que se está tramando en todo el mundo: una restauración urbana que no solo busca plantar árboles, sino transformar las ciudades.

Pero esto va más allá de la ciencia. También es profundamente político y social. Lo que está ocurriendo en muchos municipios y plazas públicas de Santiago, por ejemplo, es pionero. Se están generando parches de frondosidad, de continuidad vegetal, de bosque dentro de la ciudad. Y eso rompe con la idea tradicional de área verde: pasto, arbolado disperso, ornamentación. Estamos hablando de pequeños bosques nativos que funcionan como esponjas, que infiltran agua, que dan refugio, sombra, alimento, y que reconectan a las personas con el asombro por la naturaleza local.
Existe un paper que salió hace unos años y que ha sido clave en muchos de nuestros debates. Nos ayudó a aclarar algo fundamental: el método Miyawaki no es la mejor técnica de restauración ecológica. Ni busca serlo. Tampoco es el camino ideal para reforestaciones extensivas. Es otra cosa: es una técnica fuerte porque moviliza comunidad, alimenta el optimismo hacia lo nativo, reconecta a las personas —y a veces las enamora— con la frondosidad autóctona. Es una puerta de entrada, una chispa restauradora.

Se están construyendo dentro de las ciudades formaciones nativas, no necesariamente ecosistemas de referencia, sistemas nativos novedosos: asistiendo migraciones vegetales, diseñando asociaciones de especies desde una perspectiva funcional y ecosistémica, buscando sinergias. Flores para las mariposas. Enmarañamiento para el cachudito y el chercán. Parches de suelo vivo. Una riqueza vegetal pensada para que algo más crezca ahí: biodiversidad.
También es importante hablar de los costos. El método Miyawaki es, en general, más caro por metro cuadrado que una reforestación convencional. Sin embargo, cuando lo comparamos con la inversión que actualmente se destina a áreas verdes paisajísticas o a pastizales urbanos sobre-regados, los costos son perfectamente equivalentes. La gran diferencia está en el retorno ecológico y funcional: el bosque Miyawaki deja de requerir mantención en apenas dos años, una vez que cierra su dosel y comienza a autorregularse. En muchos casos, se vuelve autosuficiente mucho antes que soluciones urbanas convencionales que demandan podas, fertilización y riego continuo, sin entregar sombra, biodiversidad ni infiltración real.
Su alta intensidad inicial por m2 se refleja en un crecimiento explosivo, eso damos firmado. Las plantas crecen felices y rapidísimo. El nativo chileno sorprende mediante este método.

Su revolución también está en el suelo. Lo que busca Miyawaki es recuperar lo que hemos perdido: suelos vivos y permeables. Trabajamos sobre suelos tan compactados que ni las buenezas crecen, y aplicamos una ruptura profunda —hasta un metro— para reincorporar toneladas de materia orgánica (en nuestro caso, residuos industriales no tóxicos, compostados y circulares). Así, se genera un sustrato esponjoso que permite que el agua infiltre de inmediato. Todos los bosques Miyawaki deberían construirse justo donde convergen las escorrentías de la ciudad. Así, se transforman en dispositivos de restauración y retención hídrica.
Y otra cosa: en un paisaje urbano donde los nativos suelen reducirse a árboles aislados, el método Miyawaki plantea una lógica de estratificación natural. Hierbas, arbustos bajos, arbustos altos y árboles conviven desde el inicio. Eso no solo se ve más “salvaje”; genera más estructura, más hábitats, más resiliencia. Nos permite soñar con corredores biológicos reales. Personalmente, no puedo imaginar mejor corredor urbano que un bosque Miyawaki de cinco años creciendo entre avenidas de Santiago.
Por todo esto, queremos invitar a más personas a acercarse a los cientos de ejemplos exitosos que ya existen en Chile usando esta técnica. Visítenlos, obsérvenlos, pregúntense qué están haciendo ahí. No son solo árboles: son ecosistemas nativos que semillan hacia otro modelo de ciudad.
Gabriel Orrego
Ecologo Symbiotica