Una reflexión necesaria: el elefante africano, el marfil y el futuro de la biodiversidad
Nuestro colaborador, Juan Carlos Covarrubias, hace una interesante y completa revisión a la delicada situación que viven los elefantes africanos y por qué su caso, debería abrirnos los ojos sobre la realidad de la biodiversidad en el mundo.
Despunta el sol un día cualquiera en diferentes lugares del globo, y tres personas, en América, África y Asia, reflexionan sobre lo que ocurrirá ese día. Roger, en la República Democrática del Congo, con un AK-47 en la mano y una motosierra en la otra, se adentrará en el Parque Nacional de Garamba e intentará cazar junto a su banda algún elefante macho adulto, para obtener sus valiosos colmillos y venderlos en el mercado negro. Por su parte Lui Hei, en Hong Kong, entra a trabajar a las 9 de la mañana en una tienda que vende piezas de marfil, y deberá atender a clientes que sueñan con tener aquellas esculturas en sus casas. Y Clara, una activista ambiental de Denver, despierta nerviosa, pues ese día se vota la eventual prohibición del marfil en su principal mercado mundial.
Los tres son parte de una cadena de acontecimientos que tiene a Loxodonta africana, el Elefante africano, en el ojo del huracán. Los tres serán protagonistas de la futura conservación –o extinción- de una de las criaturas más emblemáticas del planeta. ¿Cuál es el futuro del marfil?¿Se encamina el elefante africano a su extinción?
De tiempos inmemoriales los humanos hemos sentido fascinación por el marfil, aquel valioso material obtenido de los colmillos de ciertos animales, sobre todo el elefante. La biblia relata que el Rey Salomón “hizo un gran trono de marfil y lo revistió de oro finísimo” (1 R 10, 18). En la edad media se utilizó para crear las piezas religiosas más valiosas, y en el siglo XIX fueron destinadas, entre otras cosas, para hacer las teclas de los Steinway & Sons, los más finos pianos de la época. Hoy en día, prohibido el marfil en gran parte del mundo, este material es todavía la fantasía suprema de la clase media china, para la cual tener una pieza tallada de marfil, pagada a unos 2.000 dólares los cien gramos, es un símbolo de status muy apetecido. Es uno de los pocos lugares donde su comercio aún es legal. El mercado es millonario y el impacto terrible.
La matanza del elefante africano y el tráfico de sus colmillos de marfil ha ido por siglos de la mano con el drama de la historia africana: el de las nefastas consecuencias de la esclavitud, el colonialismo europeo, la violencia y la pobreza. En ese contexto, los cazadores furtivos, armados hasta los dientes, han hecho suyo el acotado rango de distribución de los paquidermos, incluyendo la cacería en zonas protegidas como parques nacionales. En estos, los guardaparques, mal equipados, apenas pueden mantener a raya a los saqueadores. Muchas veces aliados a gobiernos débiles y corruptos, los cazadores logran sortear los controles y enviar el marfil a los centros de consumo, que alguna vez fue todo el mundo rico y hoy por hoy se limita a ciertas zonas de Asia y sobre todo China.
La población de elefantes ha ido mermando históricamente, pero la situación nunca fue tan crítica como en la década de los 80’ del siglo XX, en que se estimó que la población pasó de 1.300.000 ejemplares en 1980 a unos 625.000 diez años después. Esta última cifra pareciera todavía ser saludable para una población, pero detrás de los números habían más datos reveladores. Los cazadores furtivos buscaban sobre todo a los machos adultos, que poseen los colmillos más grandes. Así, por ejemplo, en ciertas zonas de Tanzania, los machos apenas representaban el 1% de la población. Con las hembras, que sólo tienen tres días fértiles en su ciclo trimestral, las pautas de apareamiento resultaban brutalmente interferidas.
En ese entonces se discutía arduamente entre conservacionistas y grupos de interés el cómo proteger al elefante. El escenario principal de discusión eran las reuniones del CITES, la Comisión para el Comercio Internacional de Especies en Peligro. Algunos países como Botswana y Sudáfrica proponían “tasas sustentables” de explotación de los elefantes, con cuotas establecidas de volumen de marfil. Su argumento, no sin parte de razón, era que si los lugareños no obtenían un beneficio de la fauna, perdían el interés por preservarla, lo que significaba la extinción del elefante.
En el extremo opuesto, y firme partidario de la prohibición total, estaba uno de los personajes más importantes en su defensa: el paleontólogo keniano Richard Leakey. En La Sexta Extinción, co-escrito con Roger Lewin y donde se expone de manera notable la gravedad de la crisis de biodiversidad que vive el planeta, Leakey recuerda lo que vivió cuando asumió, en 1989, la dirección del Departamento de Conservación de Fauna de Kenia. Su meta inmediata era salvar al elefante africano, que a las tasas de tráfico de marfil de ese momento estaba condenado a una extinción segura y rápida.
Apenas asumió su cargo tuvo que tomar una decisión difícil: había que decidir qué hacer con el enorme cargamento de marfil que el gobierno keniano había logrado confiscar a los cazadores furtivos en los últimos años. Los colmillos se evaluaban en tres millones de dólares, y su venta resultaba muy tentadora para un servicio público que no tenía financiamiento ni para el petróleo de sus camionetas.
Pero la causa por la defensa de los elefantes necesitaba mediatización, y Leakey fue sabio en entenderlo. “No venderemos los colmillos, los quemaremos para que todo el mundo se entere”, fue su decisión. Con aquellos tres millones de dólares, se costeó una publicidad global de valor incalculable. Semanas después, cientos de millones de personas en el mundo veían por televisión cómo el presidente keniano, Daniel Arap Moi, prendía fuego a dos mil quinientos colmillos de elefante empapados en gasolina. Con el fuego a su espalda, Leakey era entrevistado en directo para el programa Good Morning America. Su mensaje era sencillo y dramático a la vez: “No compren marfil o no tardarán en extinguirse los elefantes”.
Si bien décadas después las tasas de pérdida de elefantes han disminuido, se estima que todavía son abatidos unos 30 mil elefantes al año en África. Para estudiar cómo se desarrolla hoy en día el tráfico de marfil, National Geographic llevó a cabo en 2015 una interesante investigación. Le encargaron al taxidermista del Museo Americano de Historia Natural que diseñara un colmillo falso de elefante con un GPS en su interior. La idea era introducir la pieza en los primeros eslabones de la cadena de comercio del marfil y poder rastrear la pieza para entender cómo se mueven los colmillos después de haber sido obtenidos a motosierra de los agonizantes elefantes.
Bryan Christy, autor del reportaje que aparece en la edición de septiembre de 2015 de la revista, viajó a Tanzania –donde fue retenido 24 horas en el aeropuerto acusado de traficante de marfil hasta que la aduana se convenció, a regañadientes, que la pieza era falsa–, y se desplazó hacia el ojo del huracán del tráfico de marfil: la triple frontera de Sudán del Sur, República Centroafricana y República Democrática del Congo, donde las matanzas de elefantes han sido más salvajes y los cazadores son amos y señores casi sin oposición.
De vuelta en Estados Unidos y tras dejar el señuelo en la cadena, Christy es testigo de cómo el colmillo comienza su viaje hacia el mercado asiático, esquivando aduanas y controles. La ruta que sigue hacia el norte coincide con las zonas donde por años ha sembrado el peor terror imaginable el grupo guerrillero más temido de África: El Ejército de Resistencia del Señor (LRA, por sus siglas en inglés). Esta milicia ugandesa, liderada por Joseph Kony, famosa por sus matanzas y por secuestrar a miles de niños y enrolarlos como soldados, busca un extraño objetivo: establecer un gobierno teocrático cristiano en Uganda. El LRA ha financiado gran parte de su labor gracias al marfil: ha sido responsable de la masacre de miles de elefante. La sangre de estos se ha mezclado así con la de miles de personas en ese rincón de África, donde la violencia extrema y el saqueo de los recursos naturales han ido de la mano.
Hace unos meses, la plataforma de activismo global Avaaz llevó a cabo una campaña a escala mundial para lograr un paso clave en la defensa de los elefantes: lograr cerrar el Mercado de marfil más grande del mundo, el de Hong Kong. El foco estaba puesto en influir en la decisión del parlamento local, que debía votar la eventual prohibición del marfil. 5 días antes de la votación, Avaaz inundó el mundo virtual con la campaña, haciendo un ruido mediático ensordecedor, consiguiendo un millón de firmas, y con una gráfica que dejaba en claro que los legisladores tenían en sus manos el futuro de los elefantes. La votación fue ganada por goleada, y la prensa mundial habló de un día histórico: por la voluntad masiva de los ciudadanos del mundo, el marfil pierde su principal punto de venta.
¿Y nosotros qué? Afortunadamente, ya pasó la época en que las elites del mundo entero mostraban orgullosas sus piezas de marfil. Creo además que ninguno de los lectores de Ladera Sur tiene planes de adquirir aquellos objetos en el mercado negro. Sin embargo, la amenaza de perder para siempre al elefante está muy latente, y seguirá estando mientras exista en el mundo personas deseosas de resaltar su ego y status. Nuestra tarea, a esta altura obligatoria, es al menos reflexionar sobre el impacto que tienen nuestras acciones -y muchas veces caprichos- sobre la frágil red que representa la biodiversidad de la Tierra. Todavía hay tiempo de enmendar el rumbo: aún merodea tranquilo y libre, en las interminables llanuras del África Oriental, el más grande de los mamíferos terrestres. Es de esperar que lo siga haciendo, hoy y siempre.