Santiago intriga, alberga cerca del 40% de los chilenos y es una ciudad en crisis; lleva décadas con un crecimiento expansivo errado: utilizando suelos idóneos para el cultivo, padeciendo una débil conectividad de sistemas de áreas verdes y transporte público, sufriendo un absurdo desarrollo de autopistas interurbanas y construyendo cada vez más barrios privados en la periferia que generan vivienda sin generar ciudad ni seguridad social, pero por sobre todo lo anterior, es una ciudad altamente contaminada.

©Cristóbal Lamarca
©Cristóbal Lamarca

El caso ya se conoce bien, alta generación de contaminantes se suma al fenómeno de la inversión térmica y nos tiene casi todo el año respirando, oliendo, mirando y sintiendo la ciudad a través de material particulado; basta subir a Farellones un día de invierno para ver lo que es obvio, una ciudad ahogada, y extrañamente, es tan obvio, que no hacemos nada al respecto. Si el problema es drástico, entonces la respuesta también debe serlo, no basta con agregar un dígito a la restricción vehicular o destinar una calle del centro a los mal llamados “ejes ambientales”.

Como toda ciudad, Santiago es dinámica y vive constantemente cambios de tamaño, uso de suelo e infraestructura urbana, pero esos cambios tienen que apuntar a resolver problemas no solo específicos en el tiempo y en el espacio, sino problemas urbanos y ambientales de carácter general y de largo plazo.

Pensando en un futuro más lejano que cercano y analizando la geografía en donde se fundó la ciudad, creo que debemos volcar el crecimiento de la ciudad en una nueva etapa, un «Nuevo Santiago».

“Nuevo Santiago” es una alternativa e invitación a cambiar el futuro de esta ciudad y no solo a presenciar pasivamente cómo se desarrolla. Estudiando la topografía, sus pendientes, su hidrografía, tipos de suelo y las cotas de la contaminación atmosférica, podemos diagnosticar que seguir haciendo lo mismo que hace 200 años no nos liberará de un futuro tóxico. Por lo tanto, como propuesta, se detecta un Altiplano Santiaguino en la cordillera, al oriente del cerro de Ramón. Entre los cajones del Mapocho (Molina) al norte y el Maipo al sur, existe una superficie urbanizable de más de 20.000 hectáreas que se ubica sobre la cota 2.500 msnm, por lo tanto libre de la inversión térmica pero aún bajo la cota 2.700 msnm de los principales embalses que abastecen a la ciudad de agua potable. Con respecto al aspecto de la vegetación, ciudades como Bogotá y la Paz que se encuentran a mayor altitud, cuentan con todos los servicios ambientales propios de la vegetación urbana.

En este ”Nuevo Santiago”, crecen desde el oriente de la actual ciudad dos corredores verdes, uno por el Mapocho y otro por el Maipo para llegar a refundar la ciudad en el altiplano, dejando de esta manera, el Antiguo Santiago en un proceso de renovación territorial, reemplazando suelo mal urbanizado por suelo natural y cultivable que aporte a los mismo santiaguinos de insumos, disminuyendo así la contaminación del viejo Santiago, eliminando transportes innecesarios, jerarquizando la arquitectura que realmente vale como hitos culturales y urbanos; reorganizando de esta manera el espacio para vivir más, mejor y por sobre todo, conectados empíricamente con la cultura andina que nos corresponde como habitantes, usuarios y representantes de la Cordillera de los Andes.

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