Un mundo único entre 30 y 300 metros bajo el mar: los desconocidos arrecifes que se están estudiando en Chile
Entre los 30 y los 300 metros bajo el mar existe un mundo desconocido. Se trata de estructuras rocosas que albergan una especial biodiversidad que, en medio de la oscuridad, entrega algunos colores y vida en un lugar donde poco se sabe de ella. Un grupo multidisciplinar, entre el que están diversos investigadores y buzos del Núcleo Milenio para la Ecología y Conservación de los Ecosistemas de Arrecifes Mesofóticos Templados (NUTME) se ha dedicado a su estudio y la elaboración de creativas e innovadoras técnicas y metodologías para conocer más sobre estos ecosistemas que, además, tienen una importancia socioeconómica que no puede dejar de tomarse en cuenta.
Hace cerca seis años, un viaje a Rapa Nui sería el inicio de todo. Pero no un recorrido por tierra, sino al interior del océano, más allá de los 40 metros de profundidad. Ahí, un grupo de científicos de la Academia de Ciencias de California y de la Universidad Católica de Chile se sumergió e hizo el increíble hallazgo de cuatro especies de peces y un tipo de erizo.
De ahí nació una “idea poderosa”, como menciona Alejandro Pérez-Matus, científico del Núcleo Milenio para la Ecología y Conservación de los Ecosistemas de Arrecifes Mesofóticos Templados (NUTME). Se trata del estudio de los ecosistemas albergados en estructuras rocosas de 30 a 300 metros de profundidad, los cuáles son muy desconocidos -pese a su importancia socioeconómica- y que esconden grandes secretos, misterios y sorpresas para la ciencia.
Arrecifes con un tremendo potencial para investigar
En Chile, bajo los 30 metros de profundidad el mar tiene una vida bastante inexplorada. Dentro de lo que se sabe, existen unos afloramientos rocosos que se denominan arrecifes mesofóticos, que se caracterizan por poseer disponibilidad de luz muy limitada, y por dar una excelente oportunidad para conocer más sobre el océano.
Eso lo saben muy bien desde el NUTME, centro que ha avanzado en el conocimiento de estos ecosistemas y que tuvo su primera exploración bajo el agua en 2021. “Son fondos rocosos que, al ser mesofóticos, quiere decir que van desde los 30 a los 300 metros de profundidad. Se trata, entonces, de estructuras rocosas que funcionan de refugio, donde habitan especies de corales, o esponjas, y que tienen la característica de que les llega poca luz. Son arrecifes templados, con temperaturas distintas, más bajas”, comenta Fernanda Vargas, asistente de investigación del NUTME.
“Mesofóticos es un nombre que se acuña a esta zona, donde la luz es capaz de penetrar hasta alcanzar la fotosíntesis en el mar. Pero, en realidad, este es uno de los ambientes más inexplorados que, al mismo tiempo, tienen una buena cantidad de usos por parte del hombre. Entonces es un lugar donde hay un desacople entre el conocimiento ecológico y la importancia socioeconómica”, explica Alejandro.
Dentro de esto, un caso a mencionar es el de la pesca. Según comenta Alejandro, la mayoría de las pesquerías industriales, semiindustriales y artesanales operan en estos arrecifes. Aquí se incluyen, por ejemplo, especies emblemáticas como la merluza, camarones, algunos crustáceos y el congrio. De hecho, es desde la pesquería de donde proviene la mayor información de estos arrecifes en Chile.
“Estos lugares sirven como refugio para ciertas especies, entonces eso hace que también, por ejemplo, sean bancos de larvas y eso hace que estas larvas estén refugiadas en estos lugares y luego, así, pueden ser organismos de interés comercial. Parte de nuestro proyecto también ha sido hablar con pescadores, quienes llaman a estos lugares “bajos” y nos han dicho cuáles son a los que van a pescar, qué sale de ahí y todo eso. Ahí está la importancia comercial que tiene, que están todos estos organismos”, comenta Fernanda.
En términos de refugio, también, una de las hipótesis principales que se evalúan es que, debido a la gran exploración en zonas someras, las especies migran hacia zonas más profundas, usando estos arrecifes como refugio, generando una recolonización de especies. Y así, siguen existiendo más dudas que certezas.
Lugares oscuros y biodiversos
Bajo los 30 metros de profundidad en el mar chileno hay oscuridad. En ella, hay arena y rocas. Todo forman parte de estos arrecifes mesofóticos. Hay materia en el agua. Tanto que se le llama niebla marina. Pero en esa oscuridad igual hay colores que contrastan en medio de lo baja de la temperatura del agua. Hay colores, pero no algas. O muy poco. Sí cardúmenes, corales, esponjas y anémonas. Un panorama muy distinto a los clásicos arrecifes que se conocen en el caribe.
“Se diferencian de los tropicales principalmente por la luz. También, en los sistemas tropicales las aguas son más oligotróficas, es decir, sin tanta productividad. Esta se mide a través del fitoplancton y el zooplancton que son muy importantes, y nosotros tenemos nuestro mar rico en esta propiedad. Por eso también en el caribe las aguas son más claras”, comenta Alejandro.
En sus profundidades, han encontrado diferentes tipos de esponjas. También corales, como los negros y rojos, característicos por ser muy longevos. A eso se suman branqueópodos, seres que no son moluscos, aunque sí muy parecidos. También anémonas como la joya que cubren sustrato, etc. Luego, se suman peces como el cascajo, el rollizo y el pejeperro.
“Esto nos invita a pensar que este es un ambiente único, diverso y productivo”, finaliza Alejandro.
Estudios difíciles de realizar
Hay que pensar que no cualquiera puede sumergirse bajo los 30 metros. Por lo tanto, para realizar este tipo de investigación se necesita una mezcla de exploración y ciencia, en lo que la creatividad es algo que no puede faltar.
Un primer paso fue considerar cámaras y el monitoreo de al menos 50 puntos distintos entre Quintay y San Antonio. Las cámaras se adaptan para poder sumergirlas en aguas más templadas y que no se rompan al estar en medio de las corrientes.
Luego han trabajado con buzos técnicos y capacitado nuevos para lograr llegar a profundidades más bajas, con el resguardo de la Armada y para poder extraer muestras. Y también, están probando una nueva tecnología que simula un arrecife artificial entre los 30 y 60 metros de profundidad, para ver qué organismos se adhieren a estas estructuras. Ya llevan un año y medio bajo el agua.
Otra de las metodologías utilizadas es tomar muestras de agua y estudiar el ADN ambiental de las muestras. “Ahí queda la información genética de los organismos que pasaron por ahí, que pueden ser células, escamas, fluidos, etc. Y también usamos isótopos estables que es que, atrapamos peces, les sacamos el contenido estomacal y vemos de qué se están alimentando, o les hacemos análisis para ver cuál es el nivel trófico de estos organismos y ver cómo interactúan con los de zonas más someras”, comenta Fernanda.
Con todo esto, han podido plantear varias hipótesis y observar cosas interesantes. Entre ellas, según explica Alejandro, han observado especies que durante el verano bajan y ocupan estos arrecifes, mientras que en el invierno se van a zonas más someras. “Esto nos sugiere que la zona puede ser hábitat principal para algunas especies y secundario para otras. Esto quiere decir que cumplen un ciclo de vida en la parte somera y después se van a zonas más profundas”, comenta Alejandro, refiriéndose a la importante integración del océano.
También se cree que, por el cambio climático, existen zonas de anoxia – con falta de oxígeno-, entre 30 y 60 metros. Esto se identificó a través de sensores de oxígeno, planteando la pregunta de si hay bajas de oxígeno, ¿qué pasa con las especies que habitan ahí? “Esto es producto de la deriva de los vientos provocados por la Surgencia. O también a corrientes con masas de agua muy pobres en oxígeno. Hay una relación directa entre que, a mayor temperatura, menor oxígeno. Hemos encontrado un periodo de anoxia muy grande, pero que hay especies que pueden vivir ahí. Esto nos cambia el paradigma de la aclimatación de las especies a vivir en ambientes muy perturbados en oxígeno”, comenta Alejandro. Son momentos sin oxígeno, no constante.
De esta forma, para el investigador, la importancia de este trabajo radica en que se está conociendo más el mar.
Sobre cuáles serían las potenciales amenazas de la zona, Fernanda habla sobre la sobrepesca: “La contaminación también puede estar ahí afectando, como cuando hemos visto embarcaciones de pesca de arrastre que podría arrasar con los corales y todos los ecosistemas de estos ambientes. Eventualmente, los cambios de temperatura podrían afectar porque si estos son sectores de bajas temperaturas, que haya un aumento cambiaría a los organismos que están ahí”.
Mientras tanto, el equipo multidisciplinario que busca descifrar los misterios de esta zona sigue trabajando para nuevos descubrimientos y también en divulgación. Con ello, han podido hacer convenios con el Museo de Historia Natural y el Instituto Milenio Secos, entre otros, además de un trabajo en la Antártica.