El próximo 1 de noviembre se celebra un nuevo aniversario del llamado descubrimiento del Estrecho de Magallanes por el navegante portugués Hernando de Magallanes ocurrido en 1520. Sin embargo hoy nuestro colaborador invitado, el explorador Cristián Donoso, nos invita a ver este acontecimiento histórico desde otro punto de vista, alejado de la mirada eurocentrista.
Ni el «Estrecho de Magallanes», ni la región «de Magallanes» ni menos «Chile», fueron descubiertos por el gran explorador y capitán portugués Hernando de Magallanes, impulsor de la primera circunnavegación de la Tierra, hazaña por muchos considerada como «la aventura más audaz de la humanidad».
La verdad es que el Estrecho de Magallanes fue descubierto hace más de 11.000 años, por un grupo de personas que pertenecían a la especie humana, tal como el tenaz capitán Hernando de Magallanes y los demás humanos que tripulaban las naves que comandaba.
Esta mirada eurocentrista, de asumir que las cosas ocurren para la humanidad en tanto ocurran para la humanidad europea, situando a Europa como centro o protagonista de la historia y la civilización humanas, hace mucho que está en retirada en la mayor parte de América. Un ejemplo de ello ha sido el reciente retiro en Los Angeles, California, del monumento a Cristóbal Colón, «descubridor» del llamado Nuevo Mundo. La autoridad californiana declaró que el retiro de la estatua de Cristóbal Colón «reescribe un capítulo manchado de la historia que da una visión romántica de la expansión de los imperios europeos”.
Ciertamente, cuando Magallanes pasó por «Magallanes», habían humanos, civilizaciones, lenguas, tradiciones, topónimos y cosmovisiones únicas y milenarias. Magallanes pasó por el Estrecho de Magallanes tan rápido como pudo (estuvo poco más de un mes en sus aguas, del 21 de octubre al 27 de noviembre de 1520), y poco supo de las diversas civilizaciones que existían ahí, como la Aonikenk, Selk’nam o Kawésqar, más allá de las fogatas nocturnas que vio desde sus Naos, observación que dio origen del nombre Tierra del Fuego.
Su travesía por el estrecho representa un hito que marca el punto de partida de la historia de desplazamiento y exterminio de que serían objeto estos grupos y sus culturas en los siglos venideros. Invisibilizar a las personas que estaban ahí, considerando a Magallanes como el «descubridor» de sus tierras, es una forma subrepticia de legitimar la hegemonía del conquistador europeo, que llegó a «civilizar» la naturaleza y sus habitantes, borrando todo acervo humano anterior. La ausencia casi absoluta de nombres indígenas en las calles de Punta Arenas y toponimia de Magallanes, está en coherencia con este acto fundacional de supuesto descubrimiento/ encubrimiento atribuido a la expedición de Magallanes.
Este discurso histórico, repetido por siglos, al punto de parecernos casi natural y obvio, no es neutro, ni menos inocente. Está cargado de un sentido ideológico colonial, de supremacía racial y cultural europea, que se proyecta por inercia hasta nuestros días «republicanos». Su efecto en el sentir colectivo de los chilenos ha sido la negación de la identidad propia o la falta de identidad, además de un arraigado sentimiento de inferioridad, y hasta podríamos decir de auto desprecio. Un ejemplo paradigmático de esta negación lo constituye el homenaje al roto chileno en la plaza Yungay, que más que representar al mestizo aguerrido que venció a la confederación Perú-Boliviana, parece preferir reemplazarlo por la imagen de un campesino holandés.
Un reciente estudio genético de la Universidad de Chile indica que el 90% de los chilenos tenemos antepasados indígenas. Por lo tanto, 9 de cada 10 chilenos descendemos de gente que nació, creció y murió en el territorio que ahora conocemos como Chile, miles de años de que Magallanes pasara por el estrecho que ahora lleva su nombre.
La mayoría -casi la totalidad- de los primeros europeos que llegaron a Chile eran hombres, y por ello, las primeras generaciones de criollos tuvieron que nacer de vientre indígena, recibiendo el apellido español del padre. Dejemos entonces de desconocer a esta mitad indígena de nuestros antepasados. En su gran mayoría, los chilenos no somos ni indígenas ni europeos. Sin embargo, ellos son nuestros ancestros, en partes casi equivalentes, las piedras fundacionales de nuestra nacionalidad e individualidad. En un crisol de culturas y razas, ambos grupos dieron origen y forma a nuestra nacionalidad, lengua, rasgos físicos, y al sentir y carácter de nuestra individualidad en su expresión colectiva.
Terminemos entonces con la inercia de contar nuestra historia desde la historia de portugueses, españoles y europeos. Hace dos siglos que dejamos de ser colonia o apéndice de estas naciones. Reconozcamos lo que somos de verdad, ni más ni menos, dando forma y fuerza a un relato propio, y no importado, sobre nuestros orígenes y nuestra historia.
El desprecio hacia lo indígena que trasciende el discurso eurocentrista se transforma también en un autodesprecio del ser chileno, y al igual que en los individuos, en el sentir colectivo el autodesprecio genera falta de autoestima y depresión. El chileno suele despreciar lo indígena… pero ¿qué pasa si cada vez que se mira al espejo reconoce que en alguna parte de sí mismo, en sus rasgos, hay algo de eso que desprecia? Esto inunda el alma nacional. No se trata de solo palabras, se trata de un relato impreso a fuego en el sentir social.
En buena parte del mundo, ninguna nación o comunidad humana asumiría que fue oficialmente «descubierta» a partir del momento en que fue visitada por la expedición de una nación extranjera.
Un ejemplo puede resultar clarificador:
El primer contacto entre Europa y Japón se produjo en 1543, cuando el capitán portugués Fernando Mendes, «descubre» Japón, recalando en la la bahía de Tanegashima. ¿Alguien cree que los japoneses celebran ese día como «el día del descubrimiento de Japón?».
Y siguiendo el razonamiento de quienes piensan que Magallanes descubrió Chile, por ser el primer extranjero que llegó a lo que es actualmente este país, entonces podríamos asignarle con mayor razón ese honor a Hotu-Matu’a, el navegante polinésico que llegó a la despoblada Rapa Nui (también Chile) un siglo antes de que Magallanes llegara al Estrecho de Magallanes.
Una discusión parecida tuvo lugar en Chile hace dos décadas, respecto a la festividad del 12 de octubre, que de llamarse oficialmente “Aniversario del Descubrimiento de América” por Ley pasó a llamarse “Día del Encuentro de Dos Mundos”. Casi una década después, en Argentina, la festividad del «Descubrimiento de América» fue reemplazada por la del «Día del Respeto a la Diversidad Cultural». En países como Venezuela y Nicaragua se cambió el nombre por «Día de la resistencia indígena». En Bolivia, «Día de la descolonización». En Estados Unidos, un número creciente de estados está comenzando a usar el término «Indigenous People’s Day», en reemplazo del «Colombus Day».
Es elocuente el dato de que hasta hace poco la festividad del 12 de octubre era conocida popularmente en Chile como «Día de la Raza». Este nombre fue tomado de la «Fiesta Nacional de la Raza Española», nombre con la que se llamó oficialmente esta festividad en España hasta 1958, fecha en que, luego de fuertes críticas, fue reemplazado por «Fiesta Nacional de España». Aún después de haber sido cambiado el nombre en España, por odioso, en Chile persistió su uso informal hasta la actualidad… «el problema es la raza», dirán algunos.
Sugiero, con todo, conmemorar -más que celebrar- el tránsito, paso o llegada de Magallanes al estrecho, como un «encuentro» más que un «descubrimiento».