He buceado en el surrealista mar Antártico, colmado de vida submarina; por fiordos y canales que esconden misteriosos bosques de algas, que se agrupan desde el fondo del océano. He nadado bajo el agua con lobos, ballenas y cardúmenes y me he enamorado en uno de los tantos naufragios de Valparaíso. He tomado entre mis manos un recuerdo de viejos navegantes en Pisagua, caído a las profundidades junto a Prat en Iquique y me he maravillado con la vida submarina en Chañaral de Aceituno y Punta de Choros.

El mar ha sido todo para mí y hoy, en el día mundial de los océanos, quiero recordarnos que la Tierra es azul, que el agua de los océanos está viva y cubre alrededor de dos tercios de la superficie del planeta; que es el verdadero pilar de la vida.

Aunque no vivimos en el agua, somos criaturas marinas, en la misma medida que cualquier otra que efectivamente vive ahí, porque sin el océano nuestras vidas no serían posibles.

©César Villarroel

Los océanos y la vida en ellos son nuestros pulmones, ellos generan la mayor parte del oxígeno que respiramos, nos ofrecen comida y nutrientes, nos entregan medicamentos, regulan el clima modelando el carácter del planeta, y son económicamente importantes para los países y comunidades que confían en el turismo, la pesca y otros recursos marinos para sus ingresos.

El océano es una de las claves para nuestra supervivencia. Dependemos de su salud, y su conservación. Pero estamos viviendo una era en donde a pesar de saber lo que está ocurriendo no nos estamos deteniendo, tenemos acceso a toda la información, vemos por un sin fin de dispositivos lo que ocurre, paralizados, sintiéndonos imposibilitados de hacer un cambio en nuestras vidas en pos de nosotros mismos.

© César Villarroel

Los océanos lamentablemente no son infinitos y están colapsando. Nuestra presión nos ha llevado a una sobreexplotación pesquera y pesca ilegal, desconocida o sin regular, así como a insostenibles prácticas de acuicultura, que no procuran la conservación de las especies. La introducción de especies invasoras, el tráfico de especies exóticas, la contaminación marina por sustancias tóxicas y plásticos, entre otras cosas.

Estamos destruyendo el hábitat de las especies, cambiando el clima, y cambiando la composición de los océanos y los mares. Ese mar que tranquilo nos baña, absorbe anualmente cerca del 25% de nuestras emisiones de carbono; lo estamos haciendo más ácido, produciendo cambios nefastos en ecosistemas completos.

©César Villarroel

Proteger nuestros océanos y utilizar sus dones de manera pacífica, equitativa y sostenible para las generaciones venideras debe ser nuestro compromiso férreo.

Tenemos una meta colectiva mundial de proteger el 10 por ciento del nuestro mar para el 2020 y si bien nuestro país ya lo ha cumplido, el 99,7% de estas áreas marinas protegidas se concentran en los ecosistemas de nuestras islas oceánicas y no en los ecosistemas más cercanos al continente y a la gente común (sólo el 2,5% de las áreas marinas de la costa continental de Chile están protegidas).

Lobo común en Archipiélago de Humbodt ©César Villarroel

Aunque la semana pasada se anunció la creación de nuevas áreas marinas protegidas en las costas de Chile, me preocupa que como otras ya decretadas anteriormente éstas sean de papel; aguas protegidas en donde se permite la pesca, la extracción y que se cree son capaces de recibir en sus cercanías proyectos mineros o mega industriales.

Debemos sacudirnos el brainwash mediático y darle una vuelta a la mirada que tenemos sobre la protección de espacios en el mar. Comenzar por efectuar cambios que les permitan a las comunidades locales poder administrar sus reservas marinas, derribando el mito de que las reservas marinas tienen un costo elevado de mantención, generando planes de negocios que cubran los costos de su manejo y comprendiendo, como dice Enric Sala, que las reservas marinas son un fondo de inversión, un capital que no se toca y que produce interés, porque los peces ahí se reproducen, crecen y ayudan a repoblar las áreas aledañas, lo cual beneficia la pesca. Además, en muchos de estos sitios, al protegerlos, el valor turístico aumenta, lo que conlleva nuevos puesto de trabajo y mayores beneficios económicos.

©César Villarroel

La galería fotográfica que nos acompaña hoy la he realizado entre Punta de Choros y Chañaral de Aceituno, y es parte de la exposición “Biodiversidad Marina, Reservas Marinas Damas-Choros y Chañaral” que estará disponible desde septiembre en el museo “Casa de la esquina”, en el pueblo de Los Choros de la región de Coquimbo gracias al patrocinio de la Fundación Cordilleras (instagram @centroarc). Están todos invitados a visitarla. Más info, saludos o comentarios en: cesar@reservamarina.cl

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