Evelyn Pfeiffer

“Ninguna especie puede vivir sola en el ambiente”, explica Mauricio Soto, académico de la Universidad Austral de Chile e investigador asociado del programa Austral-Patagonia (ProAp), especialista en conducta animal. Una afirmación que, a primera vista, puede parecer simple, pero que encierra una de las enseñanzas más importantes de la naturaleza: la vida solo es posible gracias a las interacciones con otros seres, donde cada uno de ellos participa en perfecto equilibrio para mantener la salud de los ecosistemas.

Así, desde microorganismos a grandes mamíferos, se relacionan, compiten y cooperan, no solo entre la misma especie, sino que con otras especies. ¡Nosotros mismos! Tú y yo podemos considerarnos un “ecosistema andante”, habitados por millones de microorganismos que cumplen procesos tan vitales como la digestión.

Sin duda, los bosques son uno de los ejemplos más impresionantes en el desarrollo de estas conexiones, ya que la ciencia ha demostrado que los árboles se comunican entre sí y se cuidan unos a otros. Según la ecóloga forestal Suzanne Simard, las plantas interactúan y se comunican a través de una red subterránea de hongos que une a las plantas con el ecosistema circundante. A través de esta simbiosis, las plantas pueden contribuir al desarrollo y crecimiento mutuo y ayudar a los diferentes ejemplares del bosque, por ejemplo, aportando con más nutrientes como carbono, nitrógeno y fósforo a aquellos árboles más pequeños o que presentan alguna enfermedad. Y esta cooperación no se da solo entre la misma especie, sino que entre distintas especies.

A esta relación entre especies diferentes, donde ambos salen beneficiados se le conoce como mutualismo. Así, por ejemplo, los líquenes son asociaciones de hongos con algas que hacen una simbiosis para beneficiarse mutuamente. El hongo protege, da humedad y nutrientes al alga, y el alga mediante la fotosíntesis proporciona materia orgánica al hongo.

Líquenes ©Antonia Pérez
Líquenes ©Antonia Pérez

Pero también hay mutualismos entre plantas y animales. Un caso emblemático es de las plantas y las hormigas, especialmente en zonas tropicales. En general, las plantas proveen de refugio y alimento a las hormigas, mientras que ellas defienden a las plantas de los herbívoros (insectos o mamíferos), atacándolos en masa para proteger a su planta anfitriona. Es decir, actúan como verdaderas guardaespaldas a cambio de comida y protección.

Otra relación muy conocida es aquella en que los animales polinizan las flores o dispersan las semillas de las plantas al comer sus frutos. En el caso de los bosques templados lluviosos del sur de Chile, no existe una gran variedad de fauna como en las selvas tropicales, por lo que aquellas especies que son dispersoras de semillas son clave para mantener la integridad y funcionamiento de estos bosques considerados únicos por su gran cantidad de especies endémicas. Algunos estudios en Chile han demostrado que solo dos aves tienen una participación importante en esta dispersión de semillas: el fío fío y el zorzal austral. A ellos se suma el monito del monte, pequeño marsupial que se ha ganado el apodo de “jardinero del bosque”.

“Tiene un importante rol ecológico. Es un excelente dispersor de semillas y tiene la capacidad de consumir frutos de gran tamaño e identificar frutos de colores ‘opacos’ que las aves no son capaces de consumir o detectar. Podemos decir que la salud del bosque húmedo templado depende del monito”, cuenta Guillermo Amico, investigador que se ha enfocado en estudiar a la especie tanto en Chile, como en Argentina, identificando que tiene un rol importante en la dispersión de especies nativas como el maqui, arrayán, olivillo, murta, canelo, luma, sauco, entre otras.

Un caso especial es el quintral, una especie de planta nativa hemiparásita, que depende del monito como único agente conocido de dispersión en los bosques templados. El quintral es uno de sus alimentos favoritos, porque le aporta mucha más energía y nutrientes que otros frutos y, además, tienen una historia evolutiva en conjunto que data de millones de años. Pero aquí entra en escena un tercer actor: el picaflor chico, que es el único polinizador conocido del quintral y que usa esta planta como su principal recurso alimenticio durante la época invernal. Es decir, las tres especies están íntimamente relacionadas y dependen una de la otra. “Entender estas relaciones, nos sirve para comprender cómo funciona el bosque en su conjunto”, asegura Guillermo.

Picaflor chico hembra (Sephanoides sephaniodes) en quintral ©César Muñoz
Picaflor chico hembra (Sephanoides sephaniodes) en quintral ©César Muñoz

No competir también es colaborar

“Muchas veces las especies minimizan la competencia para poder coexistir, lo que de algún modo es una especie de cooperación”, asegura Agustín Iriarte, biólogo que ha dedicado su carrera al estudio de felinos silvestres.

Explica que, en hábitats muy sofisticados, donde hay muchos recursos (por ejemplo, el Amazonas), puede haber mucha competencia dentro del mismo nicho, pero en ambientes más pobres, no puede existir esa competencia, porque una de las especies terminaría extinguiéndose. “Si dos especies comen lo mismo, a la misma hora, en el mismo lugar, se hacen daño. Por lo tanto, estas especies desarrollan técnicas diferentes en el tiempo evolutivo, es decir, que trascienden las generaciones, donde cada una se especializa para evitar la competencia”, agrega.

Un ejemplo sería el puma y el jaguar, que comparten hábitat desde el sur de Estados Unidos al norte de Argentina. En estas zonas, el puma se alimenta de presas más pequeñas y el jaguar de presas más grandes, lo que les permite subsistir a ambos. En cambio, en los lugares donde ya no está el jaguar, el puma toma el rol de depredador tope porque ya no tiene competencia, alimentándose de grandes presas como guanacos.

En el caso de Chile, un ejemplo es el gato andino y el colo colo que comparten como hábitat el altiplano en la región de Arica y Parinacota. “Después de años de estudio, descubrimos que el gato andino utiliza las rocas de zonas altas donde caza vizcachas y es de hábitos totalmente nocturnos, en cambio el colo colo prefiere los bofedales para cazar y no es tan nocturno. Entonces tienen dieta, microhábitat y horario distintos y, de esta forma evitan competir y ambos aseguran su sobrevivencia”, asegura Agustín.  

Bajo el mar: la importancia de las especies fundacionales

“Cuando hablamos del ambiente de un ser vivo, se incluye tanto el ambiente físico abiótico, así como también otros individuos de la misma especie u otras especies que comparten ese ambiente. Los individuos de algunas especies generan cambios ambientales tan grandes que favorecen a otros individuos de otras especies. Por eso se les llama especies fundacionales, porque pueden modificar físicamente el ambiente para producir y mantener hábitats que beneficien a los demás organismos”, explica Nelson Valdivia, académico de la Universidad Austral de Chile, especializado en ambientes marinos.

Por ello, estas especies fundacionales se consideran clave desde el punto de vista de la conservación, ya que, al verse afectadas, influyen en toda la cadena de organismos que dependen de ellas. Uno de los ejemplos más emblemáticos son los llamados bosques de macroalgas, que se alzan desde el lecho marino subiendo hacia la superficie, como si fueran un bosque sumergido.

“Solo puedo comparar estos grandes bosques acuáticos del hemisferio sur con los terrestres de las regiones intertropicales; sin embargo, si en cualquier país se destruyera un bosque, no creo que perecieran tantas especies de animales como aquí, por la destrucción de las algas marinas”, describía Charles Darwin en su libro El viaje del Beagle, sobre las grandes extensiones de bosques de algas presentes en la Patagonia.

Bosques submarinos formados por Macrocystis pyrifera (huiro o sargazo). Son considerados los más diversos y más productivos de la tierra. ©Eduardo Sorensen
Bosques submarinos formados por Macrocystis pyrifera (huiro o sargazo). Son considerados los más diversos y más productivos de la tierra. ©Eduardo Sorensen

Los bosques de algas marinas, también conocidas como kelp, son el hogar y refugio para una amplia variedad de especies, ya que atenúan la fuerza de las corrientes marinas y cambian el microclima de su entorno, favoreciendo un ambiente estable y tranquilo, donde invertebrados y mamíferos encuentran protección y alimento.

Sobre estas algas se asientan otras más pequeñas que ayudan a la llegada de invertebrados marinos como erizos de mar, caracoles y lapas que se alimentan de ellas. A la vez, esto atrae a depredadores como el loco y estrellas de mar, y a peces costeros de tamaño mediano, así como mamíferos como el lobo marino y el chungungo. Se calcula que alrededor de 110 especies viven únicamente en la base de estas algas que permanecen adheridas a las rocas, muchas de ella de interés comercial, como el loco o el erizo rojo. Por ello se consideran como uno de los ecosistemas más productivos y dinámicos del planeta.

En la zona intermareal, es decir, el área costera que se cubre por el agua de mar durante las mareas altas y queda expuesta en las mareas bajas, existe otra especie que también cumple un rol vital para muchas otras especies: los choritos. “La zona intermareal es muy estresante para los organismos marinos. Por ello son vitales aquellas especies fundacionales que forman un refugio ambiental para organismos que, por ejemplo, no tienen conchas y no resisten la fuerza del oleaje. Así, hemos visto que las agrupaciones de choritos son una especie de guardería para otras especies, como larvas de locos, que a medida que crecen van migrando a zonas submareales, o varias especies de cangrejos”, asegura Nelson.

Cuando la interacción se convierte en aprovechamiento

No siempre las relaciones entre especies son simétricas. En algunas ocasiones solo una es beneficiada, lo que se conoce como parasitismo y, en Chile, existen ejemplos muy emblemáticos en las aves.

“El parasitismo de nidos ha coevolucionado de manera independiente en diferentes grupos de aves, es decir, grupos que no tienen nada que ver filogenéticamente, encontraron una solución común para sus problemas reproductivos. Es bastante trágico, porque se desligan de la responsabilidad de criar sus hijos, poniendo sus huevos en nidos ajenos, donde el hospedero (los padres sustitutos) son los que se encargan del cuidado parental”, explica el experto en conduta animal Mauricio Soto.

¿Por qué sucede esto? “Explicado en palabras muy sencillas, debemos entender que la reproducción es una de las acciones más costosas en la vida de los animales. Entonces, la naturaleza trata de maximizar la descendencia tratando de gastar lo mínimo posible, para tener otros eventos reproductivos que puedan aumentar su sobrevivencia. En aves el costo de cuidado parental, es decir, incubar los huevos y después alimentar a los pollos, es un proceso energético muy fuerte. En algún momento, algunas aves evolucionaron y comenzaron a poner los huevos en otros nidos”, cuenta Mauricio.

En Chile el caso más conocido es el mirlo (Molothrus bonariensis), que parasita a diferentes aves, como el chincol, la tenca o la loica. Una relación nada de conveniente para el hospedador, ya que este pierde su camada, porque el esfuerzo reproductivo es monopolizado por esta cría parásita. “De todas formas, las aves tienen herramientas para discriminar cuando son huevos propios o ajenos. Muchas veces, los chincoles abandonan el nido y comienzan el proceso reproductivo de nuevo. No es que todos los nidos terminen siendo parasitados, sino que siempre hay un equilibrio y permite que ambas especies existan”, aclara Mauricio.

Mirlo.  © Gabriela Espejo @wingsfromsouth
Mirlo. © Gabriela Espejo @wingsfromsouth

Otro ejemplo de parasitismo en aves es del pato rinconero (Heteroneta atricapilla), una especie no tan habitual en Chile, con una distribución restringida a la zona central del país al menos durante su época reproductiva. Parasita 26 especies de aves y en el país al menos a 5, siendo la tagua común y el perrito las aves más parasitadas. A diferencia del mirlo, su accionar es menos trágico, ya que solo usa el calor corporal de los huéspedes para la incubación de sus huevos. Cuando nacen, automáticamente se independizan de los padres adoptivos y se reúnen con grupos de patitos sin la compañía de adultos.

El degu y el ratón chinchilla: amigos hasta en el baño

El degu (Octodon degus) y el ratón chinchilla (Abrocoma bennetti) son dos especies de roedores endémicos de Chile. El degu es más conocido, porque ha fascinado a investigadores de distintas disciplinas debido a que es un modelo natural para el estudio de enfermedades neurodegenerativas asociadas al envejecimiento, como el Alzheimer.

Este roedor es altamente social. Vive en madrigueras subterráneas, que suelen excavar en comunidad, formando cadenas de excavación con otros individuos. No solo eso, las hembras que viven en el mismo grupo pueden anidar comunalmente, cuidando las crías de otras hembras. Además, son de hábitos diurnos y pasan una gran cantidad de tiempo en la superficie expuestos a depredadores, porque lo que tienen un complejo sistema de vigías, prefiriendo hacerlo en grandes grupos, para que cada animal necesite pasar menos tiempo vigilando.

Pero los degu no solo son sociales con su propia especie. Sus madrigueras pueden ser compartidas con la rata chinchilla, existiendo reportes de nidos compartidos por crías y madres de ambas especies. Además, la rata chinchilla es de hábitos nocturnos, por lo que muchas veces usan la misma madriguera, pero en diferentes horarios.

“El doctor Mario Rosenman (fallecido el 2004) que fue mi tutor de pregrado en la Facultad de Ciencias de la Universidad de Chile, fue uno de los pioneros en estudiar la especie. Nos contaba que debía existir una relación más estrecha con la rata chinchilla, ya que, cuando los dejaba solos en una jaula se morían, pero si los ponía junto a los degu, vivían sin problema por largo tiempo en cautividad. Años más tarde, con otros colegas, comenzamos a estudiar el caso y nos dimos cuenta de que esta relación no era solo por simpatía”, cuenta Mauricio.  

Los investigadores descubrieron que las ratas chinchilla hacían coprofagia de las fecas de los degus. “Esto porque son deficitarios de vitamina C y el degu libera altas concentraciones de vitamina C en sus fecas, por lo que así obtiene un suplemento de vitamínico. Lo corroboramos indirectamente, ya que los separamos y a los ratones chinchilla les dimos un multivitamínico con alta concentración de vitamina C, sobreviviendo sin ningún problema solos en su jaula sin necesidad de tener a ningún degu a su lado”, explica.

Ya sea por conveniencia o no, lo cierto es que entender estas conexiones, en sus distintos niveles, es clave para comprender los ecosistemas que nos rodean, cómo funcionan y por qué es tan importante conservarlos.

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