Un pequeño picaflor chico (Sephanoides sephaniodes) mueve sus alas rápidamente en el bosque nativo del sur de Chile. Ahí, entre coigües, arrayanes y olivillos, junto a muchas otras especies de esta zona, recolecta musgos para poder construir su nido. Esta actividad, que para muchos puede pasar inadvertida, resulta ser clave para mantener la biodiversidad de este ecosistema.

Así lo analizó un reciente estudio publicado en Functional Ecology, en el que, durante un año, se estudiaron cómo diferentes especies de musgos se distribuyen en los árboles del bosque templado del sur de Chile y cómo se relacionan con los musgos que los colibríes utilizan para construir sus nidos. Así, este trabajo evidenció un vínculo clave entre los tres actores y lo define como una interacción críptica.

Francisco Fontúrbel, PhD. en Ecología y Biología Evolutiva, y uno de los autores del estudio, define este tipo de reacciones como “aquellas poco evidentes que pasan usualmente inadvertidas porque en ellas intervienen especies poco llamativas como los musgos (…) pueden tener un papel muy importante para mantener la biodiversidad de los ecosistemas naturales y, dado que se conocen poco, su extinción puede pasar desapercibida”.

Ahora, ¿Cómo se podría explicar esta “historia secreta” entre los musgos, árboles y picaflores que mantienen el bosque?

Musgos y picaflores

Si caminamos en un bosque del sur y observamos cada elemento de este verde paisaje, podemos ver musgos en los árboles. Pero si miramos más detenidamente, notaremos que todos son diferentes, y que no están en las mismas partes. Así también, si tenemos un ojo aún más agudo y  la suerte de ver un nido de ave, podemos ver que contienen diferentes tipos de musgos.

La curiosidad por estos fenómenos llevó a un equipo de investigadores a continuar en el bosque templado del sur un trabajo que había empezado años atrás, con un estudio publicado en la revista Oikos. En esa ocasión, explica Fontúrbel, se describió que hay una asociación mutuamente benéfica entre musgos y colibríes, ya que los primeros logran dispersar sus esporas a largas distancias por la acción de transporte que realiza el ave.

©Francisco Croxatto
©Francisco Croxatto

Luego, otro estudio publicado en la revista Ecology, en el que también participó Fontúrbel, demostró que los colibríes seleccionan ciertos tipos de musgos para la elaboración de sus nidos. El científico explica que esto significa que no usan los más abundantes o los que están a mano, sino que se dan el trabajo de buscar ciertas especies que son poco abundantes. Estos musgos “tienen propiedades antimicrobianas y antipatogénicas que no están presentes en otras especies, y que protegen a sus huevos y polluelos de enfermedades y parásitos”.

Un actor extra: los árboles nativos del sur

Sobre la base de los dos trabajos anteriores, el estudio más reciente incluye un tercer actor clave: los árboles. “Acá demostramos que los musgos se distribuyen de forma no aleatoria entre las distintas especies de árboles y que mientras más grande es el árbol, tiene más especies de musgos”.

En este sentido, se estudiaron 13 especies de árboles y se pudieron identificar 19 especies de musgos, de las cuales Fontúrbel destaca tres, que son las más frecuentes en los nidos del picaflor chico: Weymouthia mollis, Weymouthia cochlearifolia y Ancistrodes genuflexa.

©Francisco Croxatto
©Francisco Croxatto

“Las dos especies de Weymouthia son muy comunes en los bosques y constituyen un 84% de la biomasa de musgos del bosque en el Parque Oncol, mientras que Ancistrodes genuflexa es una especie muy poco abundante (constituye 0.1% de la biomasa de musgos del bosque) y visualmente es muy similar a las otras dos. Sin embargo, Ancistrodes genuflexa constituye la mayor parte del material del nido de los colibríes (hasta un 97% del peso seco de musgos que contiene el nido corresponde a esta especie). Este patrón muestra que el colibrí selecciona activamente a Ancistrodes genuflexa que es escasa, en lugar de utilizar a las dos especies de Weymouthia que son bastante abundantes. Durante muchos años nos preguntamos por qué ocurre esto, hasta que descubrimos las propiedades antimicrobianas y antipatogénicas que tiene Ancistrodes genuflexa”, explica Fontúrbel.

Así, concluye el investigador, en esta interacción de tres partes, además de lo ya explicado entre colibrí y musgos, éstos “se benefician del sustrato que les proveen los árboles y no sabemos a ciencia cierta si los árboles experimentan algún tipo de costo al sostener grandes cantidades de musgo. Además de estos efectos directos, tenemos los efectos indirectos que ocurren entre los árboles y los colibríes, dado que estos últimos construyen sus nidos con los musgos que están presentes en los árboles y a su vez polinizan una gran parte de estos árboles”.

Lo que pone en jaque las interacciones

Otra conclusión obtenida del estudio también es fundamental. Es que, la remoción de los árboles por tala selectiva (para leña, por ejemplo), deforestación o incendios, trae consecuencias devastadoras.

En el caso de la tala selectiva, se remueven puntualmente árboles de gran tamaño y antigüedad, lo que tiene un gran impacto. Pensémoslo así: al ser más grandes y viejos, tienen más especies de musgos, desde donde sacan material los picaflores para hacer sus nidos. “Al afectarse los picaflores, se afecta también la polinización de un 20% de la flora vascular de estos bosques”, dice Fontúrbel.

Con la deforestación, el impacto es aún mayor: si se eliminan todos los árboles, por consecuencia también están afectados los musgos. ¿Qué efecto hay sobre los picaflores? “Usualmente se piensa que las aves se ven poco afectadas por la deforestación dado que se pueden mover grandes distancias, pero nuestros resultados muestran que estas dos prácticas pueden afectar negativamente la disponibilidad de musgos para construir los nidos, materiales que tendrían una capacidad de reemplazo muy limitada en la naturaleza, dado que las propiedades químicas de Ancistrodes genuflexa no están presentes en las otras especies que examinamos”, dice Fontúrbel.

Picaflor chico ©Diego Bravo (7)
Picaflor chico (referencial) ©Diego Bravo 

Así, esta es sólo una de las muchas interacciones que pasan inadvertidas para las personas, pero que son fundamentales para el ecosistema, y que nos muestran las redes presentes en la naturaleza y que debemos preservar.

Por ejemplo, dentro de las especies estudiadas, el olivillo (Aextoxicon punctatum) es un árbol relicto, es decir, una especie vestigio del pasado, que queda de una familia muy antigua de árboles. Y, según los resultados del estudio, presenta una sola especie de musgo, que es Macromitrium krausei la que, a su vez, está sólo presente en el olivillo. Algo que es fundamental, dice Fontúrbel, porque “estas asociaciones tan especializadas son poco frecuentes en la naturaleza pues tienen un gran problema: si desaparece una especie, la otra lo hace también. A eso le llamamos coextinción”.

Esto funciona para entender que, si una especie desaparece, todo el entramado del que es parte también se afecta, por lo que se hace cada vez más urgente conservar y proteger los ecosistemas. “Cuando hablamos de extinción, la mayoría asocia este proceso a las especies, pero más relevante aún es la extinción de interacciones, que usualmente es antes de la de especies”, dice Fontúrbel. Así, dice, las interacciones ecológicas son fundamentales para mantener la biodiversidad, y su pérdida tiene efectos importantes en el funcionamiento y estabilidad de los ecosistemas.

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