Cuando Marcela Márquez (41) era niña, todos los meses compraba sagradamente la revista “Los ecoguardianes”, una especie de edición chilena de National Geographic enfocada en niños. Por eso -dice riendo- era una “ecoguardiana”, que aprendió a plantar semillas, se entretenía con actividades y aprendía del cuidado del medioambiente.

Para Marcela, es clave la interdisciplina para lograr cambios. Cree que es necesario considerar el factor humano para la conservación de la biodiversidad. Foto de Miguel Bustos.
Para Marcela, es clave la interdisciplina para lograr cambios. Cree que es necesario considerar el factor humano para la conservación de la biodiversidad. Foto de Miguel Bustos.

Pero más allá de eso, y de pasar horas jugando con chanchitos de tierra afuera del edificio donde vivía en Nuñoa, no tiene grandes recuerdos en la naturaleza. Sin necesariamente darse cuenta, era algo que siempre le apasionó. Y que lo seguiría haciendo toda su vida.

Tanto que, en su camino de amor por la biología, sabía en su corazón que no tenía que estudiar medicina, a pesar de que todo su círculo cercano le decía que lo hiciera. 0 que, cuando avanzó en sus estudios, no tenía que dedicarse a la ecología, sino que a investigar las dimensiones humanas de la conservación, a pesar de que muchos colegas en Chile le dijeran que no podía hacer eso siendo bióloga.

Pero siguió y, debido a su investigación posdoctoral -que desempeña en el Centro de Humedales del Río Cruces de la Universidad Austral-, recientemente fue reconocida con el premio “For Women in Science 2022”, entregado por L´Oreal Foundation y UNESCO, uno de los más importantes reconocimientos para empoderar a las mujeres en la ciencia.

Un interés distinto

En la universidad, las clases con el destacado biólogo Javier Simonetti fueron las que le abrieron un mundo ante los ojos de Marcela, una joven estudiante de biología con mención en medio ambiente. Él impartía un curso de conservación de la biodiversidad y, con sus clases, ella absorbió un conocimiento que la marcaría: todos los problemas ambientales tienen un componente humano potente.

“Me di cuenta de que la dimensión humana era algo importante y que en la carrera no nos entregaban las herramientas para abordarlo”, comenta, “y ahí choqué contra el sistema, porque mis profesores me decían que yo era bióloga y no podía irme a otra disciplina. O sea, si quería dedicarme a la conservación, lo tenía que hacer desde la biología. Les di la razón e hice un magíster en Ecología”.

Marcela graduándose de su doctorado en Florida, Estados Unidos. En ese país los estudios de dimensiones humanas de la conservación eran más avanzados.
Marcela graduándose de su doctorado en Florida, Estados Unidos. En ese país los estudios de dimensiones humanas de la conservación eran más avanzados.

Marcela terminó su magíster en 2009 con una conclusión clara: eso no era a lo que ella se quería dedicar el resto de su vida. “Fueron dos años muy intensos, pero era todo de ecología muy básica. Por ejemplo, veíamos ecología de las poblaciones y en las clases nadie discutía qué aplicación tenía eso para conservar especies. Decían que los papers eran interesantes, hablaban de dinámicas poblacionales, pero me inquietaba que nadie discutía en cómo lo que hacíamos o estudiábamos podía ayudar a la conservación de las especies. Entonces decidí que ya había probado lo que me dijeron y que tenía que ir más allá”, comenta.

Es que, en temas y conflictos de conservación y medioambiente, el humano puede ser causa y solución. Por lo tanto, entender eso y saber trabajar con las personas es clave. Marcela buscaba herramientas para poder estudiar esa dimensión, por lo que emprendió rumbo a la Universidad de Florida, en Estados Unidos, para hacer un doctorado en ecología interdisciplinaria. “Allá, a diferencia de Chile, era un tema súper desarrollado, no solo desde la educación, sino desde distintas disciplinas como la sociología ambiental, la psicología o la antropología”, comenta.

-Entonces, te interesaste en algo que en Chile prácticamente no se abarcaba, en especial desde la interdisciplina. En Valdivia se te ha considerado como un referente en el tema. ¿Te consideras alguna especie de pionera en los estudios de la dimensión humana de la conservación en este país?

-De alguna manera sí. No soy la primera que habla de estos temas. Por ejemplo, Victoria Castro, quien falleció en 2022, fue pionera en cruzar estos límites disciplinarios desde la arqueología y empezó a hacer estudios de etnobotánica y museología. También está Ricardo Rozzi, que desde la filosofía ambiental aborda estos temas. No soy la primera que vio esta relación, tan importante de abordar y estudiar, pero los temas son tan diversos y amplios que creo que, de alguna manera, tengo la experticia de la educación y desde otras disciplinas para poder abordar estos temas.

-Por como lo cuentas, pareciera que siempre hubo una inquietud dentro de ti en relación al tema. Pero ¿hubo alguna situación en particular que te haya dejado en claro la urgencia de estudiar sobre las dimensiones humanas de la conservación?

No lo sé. A mi siempre me interesó la psicología y la antropología. Sí me marcó un viaje que hice, saliendo del colegio, a Machu Picchu, en Perú. Encontré el lugar alucinante y lo era porque me imaginaba cómo había vivido una civilización en medio de la naturaleza, en lo que pareciera haber sido una relación armónica. El pensar en esta relación distinta con la naturaleza me generaba muchas preguntas.

Antes de su recuperación, los humedales de Anganchilla eran verdaderos vertederos. La comunidad organizó jornadas de limpieza y reforestación. En la foto, Marcela en una instancia de limpieza. Foto cortesía de Marcela Marquez.
Antes de su recuperación, los humedales de Anganchilla eran verdaderos vertederos. La comunidad organizó jornadas de limpieza y reforestación. En la foto, Marcela en una instancia de limpieza. Foto cortesía de Marcela Marquez.

La urgencia de la conservación de la biodiversidad

Cuando se habla de pérdida de biodiversidad, las cifras son críticas. Por eso, además de la crisis climática, se apunta a que existe una de la diversidad biológica. En los últimos 50 años, se ha perdido el 69% de las poblaciones de vida silvestre, de acuerdo con el Informe Planeta Vivo del Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF). Por otro lado, el 70% de los ecosistemas de todo el mundo se encuentran en estado de degradación, en gran parte debido a la actividad humana, según la Plataforma Intergubernamental de Ciencia y Política sobre Biodiversidad y Servicios de los Ecosistemas (IPBES).

“Hace tiempo ya se habla de que estamos en una sexta extinción masiva, pero ya los informes son críticos con las cifras. Al perder biodiversidad, perdemos todos los servicios que nos entregan los ecosistemas. En ese sentido, el rol de la ciudadanía es clave, porque, en el fondo, las crisis se han gatillado por patrones de consumo, producción y formas de vida que no son compatibles con otras formas de vida en el planeta, con esta coexistencia. Por eso es tan importante esta dimensión humana en la educación, comunicación y cómo nos relacionamos entre nosotros para resolver estos problemas. O sea, hay una parte individual de nosotros en cada casa o el lugar de trabajo, pero también hay un rol colectivo. Esto es, desde reciclar hasta por quién o qué votamos. Es decir, las decisiones del día a día”.

Marcela plantando un árbol. Jornada de reforestación. Foto cortesía de Marcela Marquez.
Marcela plantando un árbol. Jornada de reforestación. Foto cortesía de Marcela Marquez.

-Particularmente en Chile ¿en qué estamos respecto a este tema?

-Hay hartos niveles de los que uno puede hablar. En el tema de educación universitaria, me preocupa que hay pocos profesionales que abarcan dimensión humana. Tengo varios colegas expertos en estos temas, algunos están contratados, otros no, pero todavía no es una demanda. O sea, es una necesidad que se visualiza, pero las universidades no se han hecho cargo de incorporar estos temas en las carreras de conservación de manera más sistemática. Hay uno que otro curso, pero todavía es muy débil. Hay mucho énfasis en la biología, que es importante, pero no es lo único.

– ¿Cumplen un rol las políticas públicas?

De todas maneras. Ahí también choca este mundo académico enfocado en la producción científica. No hay mucho diálogo entre los científicos y los que están haciendo las políticas públicas o manejando las áreas protegidas. Cuesta mucho esa interacción porque no hay incentivos tampoco, para ninguno de los dos lados. Es decir, para los científicos de fortalecer esta relación y hacer investigación basada en problemas; a la vez que a la gente de los servicios públicos o del mundo político le cuesta la relación con los científicos. Es como que son mundos muy dispares y eso es fundamental, en el fondo, romper esa barrera, porque necesitamos hacer ciencia y práctica de la mano para poder dar solución a los problemas.

– De todas formas, ¿crees que hay más conciencia sobre el rol del ser humano en el cuidado del medio ambiente y la conservación?

-Sí, en temas de conciencia ambiental, sobre los problemas que tenemos y en mayor medida el rol del ser humano, pero falta un montón. Desde la dimensión humana lo que yo he aprendido es que una cosa es tener conciencia ambiental, pero eso no quiere decir que actuemos desde esa conciencia. Todos los programas de educación se han enfocado en entregar conocimiento, en cambiar actitudes, en generar consciencia. Pero de la conciencia a la acción la hay una brecha gigante, que es una caja negra que todavía no entendemos muy bien cómo funciona. Yo creo que ahí es el gran trabajo que hay que hacer: el cómo generamos acción y cómo investigamos al ser humano para realmente generar acciones y cambiar las cosas, en lo individual y colectivo.

"Desde la dimensión humana lo que yo he aprendido es que una cosa es tener conciencia ambiental, pero eso no quiere decir que actuemos desde esa conciencia", comenta Marcela Marquez. Foto de Jorge Tomasevic.
«Desde la dimensión humana lo que yo he aprendido es que una cosa es tener conciencia ambiental, pero eso no quiere decir que actuemos desde esa conciencia», comenta Marcela Marquez. Foto de Jorge Tomasevic.

– ¿Qué técnicas pueden ayudar en generar esta acción?

-Hay varias, pero una bien interesante se llama marketing social. Primero hay que hacer un estudio e identificar motivaciones y barreras de ciertos comportamientos. Supongamos que nuestra muestra es la gente que va a las dunas y lleva sus autos. Lo primero es entender por qué lo hacen. Después diseñar una campaña para remover las barreras que hacen que la gente lo haga, a través del fortalecimiento de motivaciones para actuar de forma correcta. Esto se hace mucho con campañas de no fumar. Con eso uno sabe cómo abordar campañas de conservación.

El trabajo con los humedales

Valdivia es ciudad de humedales. Según el Inventario Nacional de Humedales, es la segunda con más humedales urbanos a nivel nacional, cubriendo cerca de 3 mil hectáreas de estos ecosistemas, según datos del Ministerio del Medio Ambiente. Se trata también de una ciudad de humedales icónicos como el de Angachilla, de poco más de 120 hectáreas, que ha sido uno de los lugares clave en el trabajo de Marcela en el CEHUM.

“Los humedales son ecosistemas importantísimos porque si bien ocupan poca superficie en la Tierra, entregan muchos servicios ecosistémicos, siendo ´riñones´ del planeta porque depuran agua y tienen un rol fundamental en provisión de agua y regulación. Eso ayuda a la mitigación del cambio climático. Dan alimento, son hábitat de especies, regulan el clima. Son como ecosistemas de transición entre tierra y agua”, explica Marcela.

Pero, además de eso, hay un factor social que también acompaña a los humedales urbanos. Por eso, la conservación de los humedales se relaciona con el conflicto entre cómo se compatibiliza el progreso de la ciudad (desarrollo) con la conservación de los ecosistemas. Un claro ejemplo, menciona Marcela, es el humedal de Angachilla.

“Hay un proyecto de carretera en la circunvalación sur que fue diseñado hace más de 15 años, pero la ciudad fue creciendo y falta terminar un tramo muy pequeño, que son dos puentes que van a pasar por humedal. El conflicto bien importante con los vecinos en la Villa Claro de Luna que han recuperado el espacio que antes era un vertedero. Es una población vulnerable sin más áreas verdes. El puente cruzaría el humedal, por lo que hay un conflicto de cómo cambiar el trazado del puente, pero siguen en conversaciones. Es un tema de justicia ambiental también. Entonces el desafío es cómo diseñar y generar infraestructura de ciudad sin pasar a llevar estos ecosistemas y a las personas”, comenta Marcela.

Los ejemplos son variados y van más allá de la Región de Los Ríos. En ese contexto, en 2020 se publicó la Ley de Humedales Urbanos, de la que Marcela fue parte un equipo interdisciplinario que se encargó del proceso para definir criterios mínimos de sustentabilidad para la conservación de estos ecosistemas, que se incluyeron dentro del reglamento de la ley. Pero todavía quedan muchos desafíos.

– ¿Cuáles son las principales amenazas que mencionarías para los humedales urbanos?

-La top 1 es la basura. Y la que le sigue son los rellenos para construcción. Entonces, basura, relleno y drenaje son las más importantes. Después vienen las especies invasoras y el impacto de perros y gatos. A eso se suma la disminución en la precipitación es producto del cambio climático.

Un camino emocionante

En noviembre pasado, Marcela recibió una noticia: había sido una de las dos científicas chilenas galardonadas por el Premio “Women in Science” de 2022. Ella no lo podía creer. Ni menos se lo esperaba. “Postulé sin mucha fe. Yo postulo a todo, pero no pensé que ganaría. En especial porque mi carrera en la ciencia ha sido súper difícil. He sido como el patito feo, me ha costado encajar en un lugar o no moverme entre disciplinas. Tengo muchos colegas muy cerrados y ha sido muy difícil sobrevivir, pero mi convicción ha sido más fuerte. Estoy convencida de que hay que hacer conexiones entre disciplinas y entender la dimensión humana para resolver problemas en la conservación”, comenta Marcela.

La investigación posdoctoral de Marcela se centra en entender los procesos de colaboración y acción colectiva para la conservación de humedales urbanos.
La investigación posdoctoral de Marcela se centra en entender los procesos de colaboración y acción colectiva para la conservación de humedales urbanos.

-El premio está orientado a tu investigación postdoctoral. ¿En qué está enfocada?

-En entender estos procesos de colaboración y acción colectiva para la conservación de humedales urbanos. Por eso he conocido tan de cerca el caso de del humedal Angachilla, porque me interesa entender desde las transformaciones socio ecológicas, que es algo bien reciente en la sustentabilidad. Hablar de transformaciones es bien entretenido porque no solo agarra lo académico, sino que también de política. La misma ONU ha dicho que hay que transformar el planeta. Entonces, hay que resolver cómo llevamos a cabo eso es a través de cambios profundos que van más allá de adaptarse y de mitigar, sino cómo hacemos cambios estructurales que permitan redirigir hacia trayectorias sustentables.

– ¿Cuáles son tus próximos pasos?

-Ha sido extraño del premio, porque es súper importante. Entonces, recibo este premio, pero a la vez no tengo certeza de si voy a tener trabajo cuando se me termine el postdoc, en marzo del 2024. Me gané el premio en la categoría postdoctoral. En el futuro, no sé, me gusta harto el trabajo en el centro de humedales porque el equipo ahí tiene esta convicción de que tenemos que hacer interdisciplina y trabajar de la mano con los tomadores de decisiones. Me gusta hacer ciencia y práctica, entonces tengo que encontrar un lugar que me permita hacer ambas cosas.

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