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Los secretos de la mariposa bandera argentina: la frágil potencia de la belleza
Entre los bosques y humedales de Buenos Aires, es posible encontrar a la Morpho epistrophus argentinus, denominada comúnmente como la mariposa bandera argentina. Su belleza e historia la han posicionado como un símbolo del país, en donde se ha solicitado que se declare como lepidóptero nacional con el objetivo de preservarla. En la siguiente nota, se da a conocer no sólo su hermosura, sino que, a través de un seguimiento a su metamorfosis, las características que la convierten en un emblema para Buenos Aires. Por Emiliano Gullo, desde Buenos Aires.
Un grupo de jóvenes frena su caminata por la Reserva Ecológica Costanera Sur, único reservorio de selva y río en la Ciudad de Buenos Aires. Entre los senderos boscosos de este parque se pueden observar más de 300 aves y animales exóticos para cualquier porteño habituado, como máximo, a cruzarse con una rata o un gato callejero. Acá pueden encontrar zarigüeyas, cuises, coipos, lagartos, tortugas, víboras. Algunos, sin embargo, se detienen en los pequeños detalles de la naturaleza. Como este grupo de jóvenes que se parapeta, atento, concentrado, focalizado sobre un durazno que se descompone en el suelo. Están esperando la aparición de la vedette de las mariposas nacionales; la celeste fulgurante conocida como bandera argentina que, a diferencia del resto, se alimenta de materia orgánica en descomposición y no de flores. Belleza alimentada de basura en la mariposa que tiene todo para convertirse en símbolo nacional, incluso un proyecto legislativo.

Hace 11 años que la técnica en jardinería, Sol Mesía Blanco, se dedica al estudio de la Morpho epistrophus argentinus y explica que “tiene uno de los ciclos de vida más extensos de todas las mariposas. Desde que comienza el primero de sus cuatro estados -huevo- y pasa por los otros tres, oruga, crisálida y adulto, esta mariposa puede llegar a los doce meses”.
En latitudes como éstas, al sur del Ecuador, los huevos aparecen en verano, a mediados de febrero. Apoyados en árboles nativos como el coronillo cuando nacen en la región bonaerense o en el ingá o la yerba de bugre cuando lo hacen al norte, aparecen unos 20 huevos por mariposa. De las hojas de esos árboles se alimentará la oruga hasta pasar a la siguiente fase.

Por eso, Ezequiel Osvaldo Nuñez Bustos -técnico principal del Conicet en el Museo Argentino de Ciencias Naturales Bernardino Rivadavia- señala la interdependencia entre la mariposa y las plantas nativas y la necesidad de proteger a ambas. “La morfo bandera argentina es la especie emblema de la conservación del talar bonaerense y de la selva marginal donde habita. Va de la mano con la conservación del coronillo, el ingal y el bugre. De nada sirve cuidar a la especie si no se protege el ambiente donde habita”.
Diez días después, estallarán las orugas, el segundo estadio y una de las metamorfosis más fascinantes. En esta fase permanecerán juntas y prácticamente inmóviles durante varios meses, como un panal de abejas de colores.

Recién en octubre comenzarán a deambular por las ramas de los árboles en busca de alimento. Lejos del imaginario popular que puede confundir a las orugas como una fase poco vistosa, la bandera argentina es una explosión de estridencias de destinos rojos con pelos largos blancos y negros que la transforman en una suerte de oruga punk preparada para desfilar en el carnaval carioca. Como táctica para defenderse de sus depredadores, las orugas permanecen todas juntas y dan la sensación, a primera vista, de ser un sólo cuerpo.
Los núcleos de orugas, como los que se pueden encontrar en el Palmar de la provincia de Entre Ríos, pueden convocar a más de ochentas ejemplares. “En el caso de la Reserva de Costanera Sur, donde su aparición es más reciente, aparecen unas 20 aproximadamente”, aclara Mesía Blanco.

Cada fase tiene una particular forma y conducta de vida. En esta, las orugas permanecen pegadas entre sí durante todo el día y recién a la noche van a salir a alimentarse de las hojas. Aferradas a sus hilos de seda, se desplazan por las ramas, comen hojas, para después -al amanecer- volver al núcleo con el estómago lleno. Atrás dejarán marcado su sendero de seda al que volverán la noche siguiente.
El estadio como oruga es la más vulnerable de todas las etapas porque, entre otras cosas, antiguamente se las confundía con otros bichos, cosa que ponía en peligro su vida. “Nuestros abuelos pensaban que eran gatas peludas, les echaban kerosene y las prendían fuego. Sin orugas no hay mariposas; y lo mismo pasaba con el coronillo, que lo talaban para prender fuego”, cuenta Laura Gravino, fotógrafa e integrante del Programa de Conservación de Punta Indio.

En esa localidad de la provincia de Buenos Aires nació el primer proyecto para preservarla con una reglamentación impulsada por el Colegio Especial N° 501 René Favaloro. Gravino es una de las personas que empujó el proyecto y, además, forma parte del colectivo ambiental Embanderados, que promueve en los colegios el cuidado de la naturaleza en general y de la oruga y el coronillo en particular. “Hoy los chicos saben que las orugas no se prenden fuego y que no se corta el coronillo; hoy son sus guardianes”.
Después de dos meses de alimentarse, con los caminos de seda ya transformados en ruta, las orugas emprenden su último viaje. Lo harán hasta un punto donde encuentren la oscuridad necesaria, la protección del viento, la facilidad para camuflarse para detenerse y comenzar una nueva metamorfosis, la más espectacular de su ciclo vital.

Ahora ya no se alimenta más. Ya no lo necesita. La oruga se dejará caer anclada en un gancho del abdomen para quedar boca abajo como un murciélago festivo, de luces y colores. De a poco irá perdiendo sus pelos, los distintos tonos de rojo se irán apagando para dar lugar a una tonalidad entre grisácea y verdosa. Su cuerpo se contraerá hasta detenerse por completo. Y así se verá por fuera, como un ser que pierde vida, cuando, en realidad, está atravesando una transformación hacia su fase más colorida y vital: se está formando la crisálida. Tras unas 72 horas de quietud exterior, la ex oruga empezará a girar en trompo cada vez más rápido hasta romper el tejido. De la capa que cubría a la oruga aparecerá la crisálida, una especie de cápsula ovalada color verde jade. Así permanecerá todo diciembre.
Para ese momento, ya tendrá cierta transparencia gracias a la cual se podrá ver la formación de las alas. Técnicamente dentro de la cápsula se produce un proceso de transformación de la materia. Salvo el sistema nervioso central, todos los tejidos sólidos de la oruga se diluyen, se convierten en líquido, para luego volver a solidificarse pero ya en la forma de la mariposa.

Absolutamente todo se hace de nuevo. Las alas crecen enrolladas, las antenas, un nuevo aparato bucal que ya no es el preparado para comer sino largo como un tubo para succionar néctar. Hasta que, en un momento, las alas rompan la fuerza de gravedad y se lancen a volar.
La presencia de la mariposa en general y de la bandera argentina en particular no tiene que ver solamente con la belleza visual sino, -y más importante aún- con la biodiversidad y la salud de las especies nativas de un lugar. Por eso es uno de los impulsores del proyecto legislativo que busca darle un estatus oficial. “Estamos trabajando en un proyecto para que se la considere mariposa nacional argentina con el mismo estatus que el hornero, para que se conozca más y que eso ayude a su conservación a futuro”, dice el técnico.
Es de vuelo lento, pero gran tamaño. Puede llegar a medir 110 mm en el caso de las hembras. Su coloración es distintiva: de celeste claro a blanco, con marcas marginales irregulares de tonos cafés parduscos, la hembra posee un dimorfismo sexual leve con un tono y tamaño levemente distinto al de los machos.
En la Ciudad de Buenos Aires es posible encontrarla -desde hace no mucho tiempo- en la Reserva Ecológica de Costanera Sur, el espacio verde ganado al río más grande de la ciudad: unas 350 hectáreas donde se pueden visitar flora y fauna nativa y alrededor de 2000 especies, entre plantas, animales, insectos, tortugas, lagartos y coipos, además de las 350 especies de aves. Y mariposas que en su etapa adulta vuela y necesita de las plantas para alimentarse. Menos esta morpho, que no se alimenta de néctar sino de frutos en descomposición y es una habitual -y casi exclusiva- voladora de los bosques húmedos.

Mesía Blanco explica que esta especie no se desplaza aleatoriamente sino que tiene una ruta específica, siempre cercana al agua. “Crece en los bosques húmedos, en las selvas como la de Misiones y en la selva marginal que crece cerca del río como el Delta del Río de la Plata y en Punta Indio, que está dentro de la biosfera del Parque Costero del Sur”.
Por eso se la puede ver en la franja del río que recorre la panza de Buenos Aires y el rincón selvático de la reserva ecológica en la capital argentina. Así que atentos todos aquellos que vivan cerca del Río de la Plata. Si dejan un plato de frutas a la intemperie durante algunos días, quizá tengan suerte y puedan ver como se posa sobre los deshechos una mariposa celeste y blanca lo suficientemente grande para que, en su aletear, puedan ver la bandera argentina.
