Tucán toco (Ramphastos toco). Crédito: © María Matijasevic
Tucán toco (Ramphastos toco). Crédito: © María Matijasevic

Desde niña amo la naturaleza. Las aves, en los últimos años, me han llevado a profundizar este sentimiento: me han enseñado a caminar despacio, a encontrarme de manera más íntima con los árboles y a tener una mirada más pausada, más sensible a los movimientos, más atenta a los detalles. Los paisajes siguen estando frente a mí, pero ahora, además de aves, están compuestos de una hermosa diversidad de seres vivos e increíbles interacciones. Ellas me han ayudado a aprender, sin darme cuenta, el arte de la contemplación y han generado en mí una capacidad de asombro mayor a la que tenía cuando niña.

Empecé a observar y a fotografiar aves hace cinco años. Muy pronto empecé a hacerme preguntas sobre las consecuencias que podrían tener para ellas algunas prácticas asociadas a estas actividades y las maneras de actuar a favor de su conservación. Estas preguntas me han llevado a reflexionar, a leer, a conversar con otros observadores, a mirarme a mí misma y a escribir este texto, en el que comparto mi propia lectura de lo que proponen los manuales de buenas prácticas y códigos éticos en la observación de aves publicados en varios países.

Barranquero andino (Momotus aequatorialis). Crédito: © María Matijasevic
Barranquero andino (Momotus aequatorialis). Crédito: © María Matijasevic

¿Observar y fotografiar aves puede tener consecuencias negativas para ellas?

La observación y la fotografía pueden ser actividades inofensivas para las aves, pero, como ocurre con otras prácticas humanas, depende de cómo las llevamos a cabo: podemos guiarnos por una lógica centrada en nuestra conexión con la naturaleza y su conservación, o bien, por una lógica que privilegia nuestros intereses por encima de los intereses de las aves y, en general, de las distintas formas de vida con las que compartimos el planeta.

Quienes han analizado el tema, señalan cómo algunas prácticas pueden generar estrés en las aves y llevarlas a que usen su energía en estados de alerta o fuga, con consecuencias en la protección de sus huevos y crías, en la búsqueda de alimento, en el descanso y en la posibilidad de resguardarse de depredadores o de condiciones meteorológicas adversas. Los efectos negativos pueden ser mayores para las aves que se encuentran amenazadas o las que están en período de reproducción, que son, en muchos casos, las más buscadas por observadores y fotógrafos. Además de afectar a las aves, podemos generar un impacto negativo en sus hábitats.

Las buenas prácticas aquí propuestas son una invitación a relacionarnos con las aves como animales que sienten, cuyos intereses y necesidades deben ser prioritarios al observarlas y fotografiarlas.

Carpintero habado – Melanerpes rubricapillus
Carpintero habado (Melanerpes rubricapillus). Crédito: © María Matijasevic

Buena práctica 1: Aprender sobre las aves (y desarrollar nuestra sensibilidad)

Aprender sobre el comportamiento de las aves y ser sensibles a sus necesidades nos permite ser más prudentes a la hora de observarlas, entender mejor las situaciones que las afectan y saber identificar con mayor rapidez en qué momento están mostrando signos de perturbación ocasionados por nuestra presencia o nuestra forma de actuar.

El desafío no es fácil considerando la diversidad de aves que existe, pero hay aspectos generales de su comportamiento que todos podemos aprender. Así mismo, existen pautas de comportamiento que se derivan del sentido común y de la sensibilidad frente al bienestar de los demás: a las aves, al igual que a los otros animales (incluidos nosotros), no les gusta sentirse amenazadas, acosadas, engañadas, asustadas ni interrumpidas en momentos importantes de sus vidas (alimentación, descanso, cuidado de sus crías…). Las posibilidades de aprendizaje son múltiples, empezando por la observación pausada de su comportamiento y la atención a nuestras maneras de actuar, a nuestros sentimientos y emociones, cuando nos encontramos en entornos de naturaleza silvestre.

Colibrí inca broncíneo (Coeligena coeligena). Crédito: © María Matijasevic
Colibrí inca broncíneo (Coeligena coeligena). Crédito: © María Matijasevic

Buena práctica 2: Actuar con moderación y reconocer las señales de perturbación

Si surgiese algún conflicto de interés entre las aves y los observadores, el bienestar de las aves y su ambiente es prioritario
—(Código ético de la American Birding Association
)

Actuar con moderación significa regular el tiempo de observación y la distancia a la que la realizamos, mantener un comportamiento silencioso y tranquilo, y actuar cuando reconozcamos señales de perturbación (tomar distancia, guardar silencio, retirarnos). Cada especie tiene diferente nivel de tolerancia a las molestias de los humanos y su tolerancia puede cambiar de acuerdo con ciertas circunstancias (momento de alimentación, de construcción de su nido…). Hay distintas formas de saber si estamos molestando a un ave, pero la norma general es notar si altera su comportamiento habitual (dejar su lugar de reposo, dejar de alimentarse o de cantar…) a causa de nuestra presencia o nuestra forma de actuar.

El “flushing”, técnica utilizada por algunos observadores de aves para inducir su vuelo, está completamente desaconsejado. Esta práctica lleva a canalizar la energía para estados de alerta o fuga, con la consecuente reducción de oportunidades de descanso y búsqueda de alimento (Nava y Neves, 2016). Tampoco debemos capturar ni manipular a las aves para realizar fotografías.

Gallinazo común (Coragyps atratus). Crédito: © María Matijasevic
Gallinazo común (Coragyps atratus). Crédito: © María Matijasevic

Buena práctica 3: Evitar el uso de cantos grabados para llamar a las aves

Reproducir el canto de un ave para atraerla, verla y/o fotografiarla genera respuestas tanto en la especie a la que pertenece el canto como en otras especies. El sonido reproducido puede representar para el ave una posible pareja, un intruso o un depredador. Los estudios realizados muestran algunos efectos de esta práctica: disminución del número de aves avistadas en un sitio; incremento en algunas hormonas que afecta su reproducción y su comportamiento social; mayor vulnerabilidad a la depredación; gasto de energía persiguiendo intrusos «fantasma»; y distracción de actividades importantes, como la búsqueda de alimento y el cuidado de los pichones.

Los manuales de buenas prácticas en el avistamiento de aves recomiendan no usar cantos grabados para llamar a las aves, o al menos limitar esta práctica, a la vez que insisten en evitarla completamente para atraer especies en peligro de extinción, aves de interés para la conservación, aves raras en el área, aves en alguna de las fases de reproducción y cuando se detecta la presencia de individuos jóvenes. Así mismo, lo desaconsejan en áreas altamente visitadas por observadores de aves. Lo mejor es no hacerlo: cuanta menor alteración se produzca en el comportamiento de las aves, mayor será la posibilidad de su conservación (Asociación Bogotana de Ornitología, 2017). 

Garcita rayada (Butorides striata). Crédito: © María Matijasevic
Garcita rayada (Butorides striata). Crédito: © María Matijasevic

Buena práctica 4: Enriquecer el hábitat, en lugar de instalar comederos y bebederos

La investigación sobre los efectos de los comederos y bebederos artificiales es muy escasa, pero se han identificado algunos impactos negativos. Los bebederos para colibríes pueden disminuir sus visitas a las flores y afectar la polinización; provocar sedentarismo; motivar disputas por el territorio y facilitar la transmisión de enfermedades. Los comederos, por su parte, pueden ocasionar exposición a depredadores, malnutrición, dependencia, proliferación de enfermedades, extensión del rango de distribución de algunas especies por la abundancia de alimento (lo que genera desequilibrio en algunas poblaciones de aves) y cambios en el comportamiento migratorio al obtener alimento seguro.

Como dice Dalliès (2008): “La mejor práctica es no poner comederos para las aves, sino sembrar las plantas nativas o locales que proveen el alimento natural para las especies existentes en la localidad”. Si de todas maneras se toma la decisión de instalarlos, estos deben ser pensados como un elemento complementario y no como la principal fuente de alimentación de las aves, lo que implica enriquecer el área con plantas nativas atractivas para ellas. Es importante que estén ubicados en lugares que no pongan en riesgo las aves (por ejemplo, fuera del alcance de gatos), donde las personas puedan observarlas sin estar muy cerca; y lejos de ventanas, pues las aves pueden chocar. Para evitar peleas, se recomienda que los comederos no sean muy pequeños y estén colocados separadamente; y para evitar daños en la salud, que tengan una buena limpieza (máximo cada 2 días para bebederos y entre 3 y 5 para comederos) y que no posean elementos cortantes o punzantes que puedan lastimarlas.

El alimento que se ofrezca a las aves debe ser fresco y acorde con su dieta, lo que a su vez implica evitar alimentos procesados para humanos. La práctica de alimentar de la mano está completamente desaconsejada, para evitar que se acostumbren a la presencia humana.

Lora cabeciazul (Pionus menstruus). Créditos: © María Matijasevic
Lora cabeciazul (Pionus menstruus). Créditos: © María Matijasevic

Buena práctica 5: Respetar los nidos

Siento fascinación por los nidos y por los pichones de aves, pero es precisamente a ellos a quienes menos debemos acercarnos. Las molestias a un ave que está anidando puede llevar a que abandone el nido temporal o definitivamente. Incluso el abandono temporal tiene riesgos (el enfriamiento de huevos o polluelos y la depredación), a lo que se suma el estrés y gasto energético de los padres. 

Al encontrar un nido de un ave vulnerable o en peligro de extinción, es importante abandonar rápidamente el área. Si se trata del nido de una especie que no está en riesgo, también debemos tener precauciones: no estar mucho tiempo cerca; mantenernos al menos a cuatro metros de distancia; continuar nuestro camino si reconocemos alguna señal de perturbación; no manipular los nidos, los huevos ni los polluelos; permanecer en silencio para minimizar las molestias; y no divulgar la ubicación exacta de nidos en redes sociales.

Oropendola crestada (Psarocolius decumanus). Crédito: © María Matijasevic
Oropendola crestada (Psarocolius decumanus). Crédito: © María Matijasevic

Buena práctica 6: Hacer un uso adecuado de equipos de observación y fotografía

Los binoculares, telescopios terrestres y cámaras fotográficas pueden facilitar la observación de aves con poca interferencia, siempre y cuando se consideren las buenas prácticas aquí propuestas. De acuerdo con la Sociedad Española de Ornitología (2011), “el bienestar de las especies y la conservación de su hábitat son siempre más importantes que la obtención de cualquier fotografía”.

La iluminación complementaria, usada sobre todo en las observaciones nocturnas, puede ser demasiado invasiva. Los manuales de buenas prácticas recomiendan evitar el uso de flash y de linternas y, si se usan, asegurar que sea moderado para evitar efectos negativos en el comportamiento y en la visión de las aves. En el caso de las linternas se recomienda evitar la exposición por más de un minuto sobre el ave observada, no iluminar la cara ni los ojos y evitar el uso de linternas muy potentes. En el caso del flash, se sugiere usarlo máximo dos veces con el mismo individuo.

Los señaladores para ayudar a otras personas a identificar dónde se encuentra un ave, resultan muy útiles y pueden ser inofensivos si se usan bien: la luz no debe dirigirse directamente sobre el ave sino sobre una rama cercana, a no menos de un metro.

Pellar común (Vanellus chilensis). Créditos: © María Matijasevic
Pellar común (Vanellus chilensis). Créditos: © María Matijasevic

Buena práctica 7: Cuidar los entornos naturales que visitamos (y en los que vivimos)

Nuestra presencia en entornos de naturaleza silvestre puede causar impactos indeseables, bien sea por la falta de cuidado o por el flujo constante de visitas. Lo ideal es que los grupos de observadores de aves sean pequeños, para minimizar los efectos sobre las poblaciones animales y vegetales y para lograr una mejor experiencia de observación. Otras buenas prácticas consisten en regresar las basuras y hacer una buena gestión de ellas en nuestras casas, mantenernos en los senderos para evitar dañar la vegetación y otras especies, no cortar especies vegetales para hacer escondites ni para fotografiarlas, hablar en voz baja y evitar ruidos molestos.

Más allá del cuidado de los entornos que visitamos, la conservación de las aves dependerá de nuestro cuidado general de la naturaleza: si me gusta observar y fotografiar aves, ¿qué hago por su conservación?, ¿de qué manera le retribuyo a la naturaleza la alegría de adentrarme en ella, observarla y aprender sus lenguajes?

Piquero Patiazul (Sula nebouxii). Créditos: © María Matijasevic
Piquero Patiazul (Sula nebouxii). Créditos: © María Matijasevic

Buena práctica 8: Compartir las buenas prácticas con otros observadores

Una poderosa práctica es la creación de espacios para compartir las buenas prácticas para la observación y fotografía de aves con otros observadores y fotógrafos, que empieza con el buen ejemplo. La American Birding Association (2019) recomienda lo siguiente cuando se identifica un comportamiento poco ético por parte de otra persona: “aproxímese con sensibilidad y respeto cuando hay situaciones donde se percibe un comportamiento con falta de ética. Trate de resolver la situación de una manera positiva teniendo en cuenta que existen diferentes perspectivas. Use este momento como una oportunidad para dar el ejemplo y para compartir este código con más personas”. 

Tangara dorada (Tangara arthus). Crédito: © María Matijasevic
Tangara dorada (Tangara arthus). Crédito: © María Matijasevic

Me emociona estar cerca de las aves y fotografiarlas, registrar comportamientos que nunca he observado y conocer especies nuevas, pero puedo renunciar a ello si encuentro que mi comportamiento es un factor adicional que pone en riesgo su conservación.

Más allá de estas experiencias, prefiero ocuparme de cuidar los entornos que necesitan las aves para vivir en libertad, para encontrar alimento por sí mismas, para cuidar sin tropiezos a sus crías y para que su tranquilidad se vea lo menos alterada posible por mi presencia. Amo que las aves lleguen como un regalo inesperado y que a su paso me enseñen la belleza y la diversidad de especies con las que comparten sus vidas.

Tucán terlaque andino (Andigena hypoglauca). Crédito: © María Matijasevic
Tucán terlaque andino (Andigena hypoglauca). Crédito: © María Matijasevic
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