Está en todas partes.

Colgado en el baño de tu casa, como mascarilla en estos tiempos pandémicos, o en tu clóset, transformado en esa polera que tanto te gusta. Para que eso pasara, transcurrieron milenios en los que diversos grupos humanos usaron plantas del género Gossypium, oriundas de África, India e, inclusive de América, donde culturas como la chinchorro empleaban el algodón para sus lienzas de pesca. Este tipo de fibra ha ocupado, desde tiempos pretéritos, un escaño prominente para la humanidad. Actualmente, viste, sirve y sustenta a millones de personas a nivel global. La demanda es tan alta, que son extensos los campos algodoneros cuyas atiborradas motitas albas parecen una romántica postal que, lamentamos decirlo, puede tener un alto costo detrás que debemos abordar.

Algodón Jim Black / Pixabay
Jim Black / Pixabay

Quizás ya has escuchado que para producir 1 kg de algodón – equivalente a una camiseta y par de jeans – se utiliza la cifra no despreciable de 20.000 litros de agua. Pero eso no es todo, ya que esta industria presenta un alto consumo de productos como fertilizantes solubles y pesticidas, impactando significativamente a los suelos y a toda la biodiversidad asociada. Así, al igual como ocurre con la producción de alimentos, el modelo convencional de agricultura para la obtención de fibras ha generado numerosos impactos ambientales y sociales. Por ello, son cada día más las voces e iniciativas que buscan darle un vuelco positivo al algodón que atiborra nuestras vidas.

“La agricultura convencional está basada en fertilizantes solubles y en pesticidas, y con técnicas de manejo que son destructivas para la vida del suelo. Cuando está expuesto constantemente a arados profundos, a fertilizantes sintéticos y pesticidas, el suelo pierde su materia orgánica, su vida, y tiene implicancias en el medio ambiente. Todo el carbono que almacena se va a la atmósfera, agravando el cambio climático”, explica Francisco Vio, agrónomo y cofundador del Huerto Cuatro Estaciones.

Lo anterior ha motivado un mayor interés en el mundo por la producción de algodón orgánico regenerativo, que se basa en un sistema agrícola que mantiene y restaura la fertilidad del suelo, sin el uso de pesticidas y fertilizantes tóxicos y persistentes. Además, se preocupa de fomentar un trabajo digno y un trato adecuado con los animales que participan en el proceso.

Así ha pasado con la marca de equipamiento outdoor Patagonia, la cual inició a principios de los años 90 una revisión de la cadena de suministro de sus materias primas, lo que después derivó en la decisión de usar exclusivamente algodón orgánico desde 1996, además de algodón reciclado y en conversión. Hoy se abastece de más de 150 granjas que producen a pequeña escala, impulsando además una campaña sobre este tema.

“Inicialmente te imaginas que el algodón es puro y natural porque viene de una planta. Pero esto último es lo único cierto en el caso del algodón cultivado de forma tradicional. Imagínate que, en esa década, el 10% de todos los químicos agrícolas de Estados Unidos estaban destinados al cultivo del algodón siendo que este solo representaba el 1% de las tierras cultivables. De ahí nace la inspiración”, relata Macarena Sánchez, directora de Marketing de Patagonia.

Algodón – Staleybk / Pixabay
Staleybk / Pixabay

“Muchas investigaciones han demostrado hace más de tres décadas que el uso extensivo e intensivo de fertilizantes sintéticos, aditivos al suelo y otras sustancias químicas arrasan con el suelo, agua, aire y tantos otros seres vivos. La alternativa es solo una: eliminar el uso de químicos sintéticos en el suelo y solo usar algodón cultivado de forma orgánica”, añade Sánchez.

Pero, ¿qué dice la evidencia disponible al respecto?

Todo indica que ha llegado la hora de cambiar la producción del algodón que está tan presente en nuestras vidas.

El algodón en la mira

Para hacerse una idea, el algodón representa el 30% de las fibras consumidas en la industria textil a nivel mundial. Se estima que estos cultivos ocupan alrededor de 30 millones de hectáreas en todo el planeta, siendo 50% de la producción bajo riego y constituyendo la fuente de ingreso de 350 millones de personas en toda su cadena de producción, de acuerdo con un reporte de la Organización de las Naciones Unidas de la Alimentación y la Agricultura (FAO).

Cosechadora de algodón – David Mark / Pixabay
Cosechadora de algodón (referencial). David Mark / Pixabay

Sin embargo, el cultivo de algodón es una de las producciones agrícolas que más insumos consume en el mundo, considerando por ejemplo alrededor del 25% de todos los insecticidas, según la International Cotton Advisory Committee (ICAC).

La Iniciativa de Comercio Sostenible (IDH) añade otro dato preocupante, como el hecho de que esta industria utiliza alrededor del 10% de todos los productos químicos agrícolas disponibles a nivel internacional, apuntando también a una “sobredosis de fertilizantes” reflejada en 2011, cuando las algodoneras consumieron el 4% de todo el fertilizante nitrogenado en el mundo, según las estimaciones.

Por otro lado, es importante recordar que el uso de la tierra para fines agrícolas, silvícolas y de otra índole generan alrededor del 23% de las emisiones de gases de efecto invernadero, como dióxido de carbono, metano, entre otros, según recoge el informe de 2019 publicado por el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC).

Cosechadora de algodón – David Mark / Pixabay 2
David Mark / Pixabay

Además, tal como lo adelantamos en un inicio, el algodón requiere grandes cantidades de agua tanto para su cultivo como para su procesamiento. En muchos casos, el riego se utiliza en áreas donde los niveles normales de precipitación no coinciden ni suplen la demanda hídrica del cultivo, señala un reporte. Algunos métodos de riego no solo son ineficientes, sino que acarrean otros efectos como la salinización del suelo, la escasez hídrica y la contaminación de otros cuerpos de agua, como ríos.

En definitiva, el impacto de la agricultura industrial en el ecosistema no solo se traduce en la degradación de los suelos, disminuyendo su capacidad de producir alimentos o fibras, sino que también agrava la pérdida de biodiversidad y los efectos de la crisis climática que mantienen al planeta en vilo. Sin olvidar, además, el impacto en las comunidades humanas.

“Tiene implicancias en el medioambiente y en la salud humana, por ejemplo, de los agricultores que trabajan en estos agrosistemas. Los agricultores de granjas convencionales están expuestos constantemente a venenos y pesticidas, muchos de los cuales son cancerígenos. Sin ir más lejos, la Agencia Chilena para la Inocuidad y Calidad Alimentaria (Achipia) publicó un informe donde encontraron que el 30% aproximado de las muestras de lechuga y espinaca superaban los límites máximos de residuos de plaguicidas. Algunos de esos pesticidas están prohibidos en países del mundo, porque son cancerígenos, entonces, literalmente es veneno”.

Actualmente, el algodón se cultiva en más de 100 países, aunque su producción se concentra en India, China, Estados Unidos, Pakistán y Brasil. En cuanto a la demanda de este material, China lidera el ranking como consumidor, seguido por India, Pakistán, Turquía y Bangladesh.

Cosecha algodón referencial. Joseph Marin / Pixabay
Referencial. Joseph Marin / Pixabay

Como puede inferirse, en muchas ocasiones se atenta contra la salud y bienestar de las y los trabajadores, e incluso se han constatado condiciones laborales indignas y abusivas, siendo un ejemplo de ello el caso difundido hace poco sobre los trabajos forzados para la recolección de algodón en China.

Esto nos recuerda que no hay sustentabilidad real sin justicia ambiental y social.

La «selva microscópica» del suelo

Mientras que la producción convencional de algodón representa alrededor del 80% a nivel internacional, la de algodón orgánico constituye cerca de un 1% de la oferta mundial de esta fibra, principalmente en India.

Pero no basta con hablar solo de algodón orgánico, ya que muchos prefieren aquel con el apellido “regenerativo”. ¿Por qué?

Como bien detalla Vio, “la agricultura orgánica regenerativa es como una evolución de la agricultura orgánica. La agricultura orgánica nació como respuesta a la Revolución Verde del siglo pasado, con toda la industrialización y uso de pesticidas. Lo que pasó en las últimas décadas es que la agricultura orgánica fue capturada por la agroindustria, porque pese a no usar insumos como pesticidas y venenos sintéticos, igual mantuvieron los sistemas industriales a gran escala, y siguen teniendo impactos en aspectos que antes no se consideraban».

Agricultura orgánica regenerativa ©Hashim Badani
©Hashim Badani

En ese sentido, “no basta con no ponerle veneno, sino que hay que mejorar su condición natural en el tiempo, regenerar la fertilidad del suelo”, agrega el agrónomo.

Sánchez coincide, y puntualiza que lo “orgánico regenerativo es el más alto estándar orgánico que apoya a un sistema de agricultura que rehabilita el suelo. Está en línea con la protección y trato justo hacia los animales (animal welfare) y mejora la vida de los granjeros y sus trabajadores. Debido a que un suelo saludable atrapa el carbono (dióxido de carbono), apoyar a que crezca este movimiento es parte crucial para solucionar nuestra actual crisis climática”.

De hecho, esto motivó el establecimiento de la Certificación Orgánica Regenerativa en 2017. Los tres pilares de esta certificación de agricultura holística son, precisamente, el bienestar animal basado en pastos, la equidad para los agricultores y trabajadores, y requisitos sólidos para la salud del suelo y el manejo de la tierra.

©Patagonia
©Patagonia

Al respecto, Sánchez cuenta que “es un set de estándares para comida, fibras e ingredientes de cuidado para las personas, que requiere que agricultores usen prácticas que aseguren un suelo saludable, pastoreos basados en la protección y bienestar animal, y la equidad para los agricultores y sus trabajadores. Esta certificación (ROC™) está a cargo de una organización sin fines de lucro llamada ROA (Regenerative Organic Alliance) conformada por un grupo de expertos en agricultura, ganadería, bienestar animal y protección a los agricultores y trabajadores. Es dirigida por Rodale Institute y encabezado por Patagonia y Dr. Bronner”.

En esa línea, la idea es que el suelo sea lo menos intervenido posible. El agrónomo sostiene que “el suelo está vivo, una cucharada de suelo tiene millones de microorganismos, entonces, cada vez que uno altera el suelo arándolo, dejándolo desnudo o poniendo algún tipo de pesticida, bactericida o fungicida, uno está perturbando esa vida, y afecta los procesos naturales que están ocurriendo y que son los que dan la salud a las plantas”.

Esa “microbiodiversidad” que no vemos a simple vista es, sin duda, esencial para la vida como la conocemos. Por ende, para nosotros mismos. Hay hongos, bacterias, nemátodos, protozoos, insectos, lombrices de tierra, entre tantos otros, que descomponen la materia orgánica, viven en simbiosis y que son interdependientes con las plantas. Esta “selva microscópica” es la que permite, por ejemplo, algo tan fundamental para el planeta como el ciclo de nutrientes en los suelos.

Siguiendo esa lógica, la agricultura regenerativa también promueve una mayor diversidad en el paisaje. Por ejemplo, aparte del algodón comercial, los agricultores siembran cultivos de cobertura con otras especies de plantas, para ayudar a incrementar la materia orgánica del suelo, almacenar y/o secuestrar carbono y reducir la erosión. La rotación de cultivos es otra medida contemplada.

Agricultura orgánica regenerativa ©Hashim Badani
©Hashim Badani

También usan los desechos producidos en la granja y los convierten en compost, el que actúa como un fertilizante y pesticida natural para el suelo. Y aunque la labranza – que consiste en arar y remover la tierra – es común a la hora de sembrar y producir, los agricultores regenerativos disminuyen esta intervención en lo posible, para que así la tierra pueda retener más agua, materia orgánica y almacenar más carbono.

Con estas prácticas, los cultivos se asemejan más a la naturaleza, y vuelven las interacciones entre distintas especies, como insectos, aves que se comen a esos invertebrados (convirtiéndose en controladores biológicos), etc. “Así como en el suelo hay una ‘selva’ ocurriendo que nos beneficia, nosotros también podemos crear una selva, en el huerto, por ejemplo, para que esta diversidad se equilibre lo más sola posible y nos facilite el manejo, evitando el uso de venenos y pesticidas”, puntualiza Vio.

Considerando la mayúscula complejidad y relevancia de los suelos para la vida de todos, más vale que los alimentos y fibras – como el cotizado algodón – se pongan en sintonía con las apremiantes necesidades de esta época.

Algodón – Bobbycrim / Pixabay
Bobbycrim / Pixabay

“Siendo super concreto, según la FAO solo quedan 60 años de suelo fértil si continúa la degradación, es decir, para que el suelo que cultiva nuestro alimento y vestimenta, sea erosionado completamente. Solo 60 años. O sea, no es que tengamos mucha opción y podamos elegir seguir como estamos, o cambiar. Si seguimos como estamos, vamos a colisionar con crisis tremendas, que ya estamos viviendo, solo que está amortiguada todavía. Esto hace que cada vez los alimentos o fibras sean más caros, y la salud sea peor. La densidad nutricional va bajando, la dependencia de estos cultivos a fertilizantes solubles va aumentando, y vamos a llegar a un momento en que las personas les sea difícil acceder a alimentos y fibras de calidad”.

Para la vocera de Patagonia, “hacer mejoras en la forma en que cultivamos nuestra ropa es una de las mejores maneras con las que podemos vivir de acuerdo a nuestra misión, que es salvar nuestro hogar, el planeta Tierra”.

Con ese espíritu, la agricultura orgánica regenerativa se erige, sin duda, como una gran aliada.

Comenta esta nota

Comenta esta nota

Responder...