Hacia mediados del siglo pasado la fauna sudafricana estaba en crisis. La pérdida de especies era cada vez más acelerada producto de la cacería, que se vio acentuada desde la colonización por parte de países europeos al continente africano ocurrida hacia finales del siglo XIX. Como respuesta a esta crisis, durante los años 70 los países del sur de África acordaron que privados sean los “dueños” de los animales silvestres que puedan retener en sus terrenos. De esta manera, los dueños de grandes extensiones de terreno formaron las Game Reserve, iniciativas privadas de manejo que buscan mantener poblaciones de ciertas especies en el largo plazo.

Dentro de las Game Reserve, cada propietario es dueño de los animales que allí viven, decidiendo sobre su manejo. En su interior los animales se encuentran confinados dentro de un cerco perimetral y son diversas las actividades que se pueden desarrollar, que van desde la preservación de especies, el avistamiento de fauna por fines turísticos y/o científicos, hasta la cacería para carne y trofeos, todo dependiendo de los objetivos personales del dueño de la reserva.

El kudu es uno de los animales predilectos por cazadores de trofeo © Nicolás Lagos
El kudu es uno de los animales predilectos por cazadores de trofeo © Nicolás Lagos

Hoy, son miles los visitantes que llegan a Sudáfrica en busca de los grandes mamíferos africanos, como los Big Five (el rinoceronte, el búfalo, el elefante, el león y el leopardo), especies llamadas así por la dificultad y peligro que implicaba su cacería, u otros icónicos grandes herbívoros de la sabana, ya sea para contemplarlos, fotografiarlos o cazarlos. Quienes manejan las reservas saben bien que ser exitosos criando megafauna silvestre no es sólo una buena oportunidad de conservación, sino que también es una buena oportunidad de negocios. Prueba de esto es que sólo en Sudáfrica existen varios miles de reservas privadas, con los más variados tamaños y objetivos de conservación (en Chile hoy hay menos de 200).

Bajo este modelo de conservación, el objetivo es proteger a los individuos de interés, específicamente a las poblaciones que habitan dentro del Game Reserve, por lo que toda acción de manejo se planifica y ejecuta pensando en ellos. Así por ejemplo, se ponen cercos para evitar que se escapen y/o lleguen amenazas desde fuera de la reserva; se queman pastizales para mejorar la calidad del pasto que consumen los grandes herbívoros; se crean bebederos artificiales para mantener agua durante la temporada de sequía, entre otros.

Tanto las Game Reserve como los Parques Nacionales de Sudáfrica se encuentran cercados, aislando a muchas poblaciones de animales de su entorno circundante, transformándolas en lo que se conoce como “poblaciones cerradas”. © Nicolás Lagos
Tanto las Game Reserve como los Parques Nacionales de Sudáfrica se encuentran cercados, aislando a muchas poblaciones de animales de su entorno circundante, transformándolas en lo que se conoce como “poblaciones cerradas”. © Nicolás Lagos

En Sudáfrica tanto parques estatales como Game Reserves se encuentran separadas del resto del mundo. Cercos eléctricos por todo el perímetro convierten a estas áreas en verdaderas islas, dificultando el ingreso de personas de manera ilegal, pero también impidiendo el flujo natural de animales hacia fuera, convirtiéndolas en poblaciones cerradas. En ecología esta condición puede traer consecuencias para las especies, que pueden llevarlas incluso a la extinción. Esto pareciera no ser un problema para un parque como el Kruger, que con sus cerca de 19.000 km2 ocupa tanta superficie como la Región de Los Ríos en Chile. Sin embargo, para reservas pequeñas como Mankwe, ubicada al norte de Johannesburgo, sus escasos 40 km2 no resultan suficientes para albergar una población de un tamaño suficiente como para que la endogamia no se convierta en un problema. En estos casos, la diversidad genética es aumentada intercambiando animales desde otras reservas y parques. De esta manera se asegura mantener un pool genético más diverso, que permita la persistencia de la aislada población.

Pero éste no es el único problema que presentan las poblaciones al interior de las reservas. Mankwe, si bien alberga una alta diversidad de herbívoros (más de 2500 grandes herbívoros pertenecientes a 20 especies), carece de grandes depredadores. Especies como leones o leopardos nunca fueron del interés de quienes crearon la reserva, únicos capaces de dar muerte a grandes presas como búfalos, kudu o ñues. Las razones para esto son diversas: una de ellas es evitar la presencia de animales peligrosos para el ser humano (de hecho, tampoco hay elefantes, hipopótamos ni cocodrilos). La otra, es que la reserva mantiene especies que son de interés para la caza de trofeos (animales con cuernos exuberantes, o gran tamaño corporal) o su venta como carne de consumo humano. Cazadores pueden llegar a pagar hasta 15.000 dólares sólo por ir a cazar un búfalo adulto. Sin embargo, esto no es suficiente para mantener a raya una población de herbívoros que carece de depredadores naturales. Es por esto que cada cierto tiempo se hace necesario realizar el llamado culling, que es nada menos que una cosecha de animales para no sobrepasar la capacidad de carga de animales en la reserva. Cebras, ñues, impalas y otros herbívoros son cazados y así eliminados de la población, emulando artificialmente el trabajo realizado comúnmente por los depredadores en el ecosistema.

Dentro de las reservas se mantiene un control permanente de los animales. © Nicolás Lagos
Dentro de las reservas se mantiene un control permanente de los animales. © Nicolás Lagos

Bajo esta lógica, las áreas protegidas no son miradas como un ecosistema, son más bien un negocio. Más que reservas naturales, los lugares se transforman en reservorios de fauna, en donde no existe una visión ecosistémica, en la que cada planta, cada insecto, cada componente biótico y abiótico cumple un rol, como un engranaje de una máquina. Si uno de estos componentes no existe, el ecosistema no funciona correctamente, haciéndose necesario manejar e intervenir.

En estas reservas lo que interesa y realmente importa es el animal, no proteger su hábitat. Detrás del discurso conservacionista se esconde el interés de mantener y proteger sólo algunas especies  (y en ocasiones individuos de ciertas características) que son de interés de quienes visitan la reserva. Especies menores como roedores, lagartos, sapos e incluso algunas aves no están dentro de sus intenciones conservacionistas y por lo tanto quedan fuera de la ecuación. Esto se evidencia en las quemas controladas de la sabana, que son realizadas de manera periódica tanto en las Game Reserve como en áreas protegidas estatales, con la finalidad de aumentar la productividad y capacidad de carga del lugar, haciendo crecer pastos tiernos que pueden ser mejor aprovechados por los herbívoros de la reserva y manteniendo, una vez más de manera artificial, poblaciones mayores a las que podría mantener ante condiciones no controladas. Afectados colaterales de estas quemas incluyen pequeños animales que no son capaces de escapar a un fuego que avanza y arrasa rápidamente con la diversidad del lugar.

Una de las maneras para aumentar la productividad de los pastizales es la realización de quemas controladas.© Nicolás Lagos
Una de las maneras para aumentar la productividad de los pastizales es la realización de quemas controladas.© Nicolás Lagos

Una incoherencia de este modelo de conservación se evidencia al ver que de las 17 especies de vertebrados terrestres catalogadas En Peligro Crítico, sólo una pertenece a los grandes mamíferos (el rinoceronte negro). Al parecer pequeños mamíferos, reptiles, anfibios e incluso algunas aves no entrarían como especies de interés para su conservación.

Este es además un modelo que perpetúa una actitud que pone al ser humano por sobre el medio natural, en donde éste pasa a ser como un dios que tiene poder sobre el ecosistema, tomando decisiones de manejo con el fin de satisfacer sus necesidades. No se vive CON la naturaleza, se vive DE la naturaleza. Bajo esta manera de conservar, cada animal pierde su valor intrínseco y pasa a tener un valor económico como recurso para el uso y disfrute del ser humano. Esta motivación detrás de la creación de un área protegida, más allá de ser un gesto para “salvar” a la naturaleza, es para definir a quién le pertenece.

Al carecer de depredadores naturales, es necesario controlar artificialmente las poblaciones de herbívoros para evitar superar la capacidad de carga del sistema. © Nicolás Lagos
Al carecer de depredadores naturales, es necesario controlar artificialmente las poblaciones de herbívoros para evitar superar la capacidad de carga del sistema. © Nicolás Lagos

Por otra parte, las reservas además de estar biológicamente aisladas para grandes mamíferos, se aíslan también de su entorno humano. Ubicadas por lo general en sectores rurales, muchas de estas tierras fueron situadas sobre territorios de comunidades locales, las que, bajo el amparo del apartheid, fueron relocalizadas a pesar de sus demandas territoriales.

Además, por lo general son administradas y manejadas por foráneos, hijos de inmigrantes y de los colonizadores europeos que arrebataron estas tierras a los pueblos originarios africanos cuando comenzó la invasión desde Europa en el siglo XVII, por lo que no existe ninguna conexión o integración con las comunidades aledañas. Estas burbujas de conservación sólo se involucran con personas cuando se trata de turistas, cazadores, voluntarios o fundaciones. Todos ellos extranjeros o descendientes de colonos europeos. Una vez más, el africano local queda marginado del plan de conservación. Éste es claramente un modelo anacrónico, que además no considera a la gente como parte de la naturaleza. Y es que la conservación está necesariamente relacionada con las personas. Debe ser inclusiva. Las comunidades deben tener un rol en conservación, y por lo tanto ser consideradas e incluidas. La búsqueda está en la coexistencia, no la segregación.

Uno de los argumentos para legalizar el comercio de cuernos de rinoceronte es que con esto se eliminaría la cacería ilegal de estas especies, la cual se ve agravada por la escasa capacidad de fiscalización.© Nicolás Lagos
Uno de los argumentos para legalizar el comercio de cuernos de rinoceronte es que con esto se eliminaría la cacería ilegal de estas especies, la cual se ve agravada por la escasa capacidad de fiscalización.© Nicolás Lagos

La conservación no es solo proteger y mantener para futuras generaciones; la conservación implica cambiar nuestra manera de pararnos frente a la naturaleza, la forma en cómo la vemos. Implica sentirnos parte de ella y no verla como un recurso del cual podemos aprovecharnos. La naturaleza es muchísimo más que eso. Y quienes trabajamos por la conservación en Chile no debemos olvidar que la tierra no nos pertenece, sino que nosotros somos parte de ella.

Sobre los autores:

Nicolás Lagos: Msc. en Áreas Silvestres y Conservación de la Naturaleza, Ingeniero en Recursos Naturales Renovables, Universidad de Chile. Representante en Chile de Alianza Gato Andino (AGA).

Nicolás Fuentes-Allende: PhD (c) Biological Sciences, Durham University. MSc in Ecology, Evolution and Conservation, Imperial College London. Miembro ONG TARUKARI.

Darío de la Fuente: Ingeniero en Recursos Naturales Renovables

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