En el contexto de la sociedad chilena que busca nuevas formas de vivir en democracia, las nociones de paisaje y juego libre pueden ayudarnos a imaginar, repensar y construir el bien común. Una ciudad con espacios públicos y escuelas de calidad, con foco en infancia, como un territorio del juego y la socialización, es un lugar de equidad. Lo que es bueno para los niños y niñas es bueno para todos. Cuando hay niños en un determinado lugar, la percepción de seguridad es mayor. Sin embargo, como advierte Peter Gray desde mediados del siglo XX se ha producido un progresivo declive del juego libre en espacios exteriores, que se ha disparado en los últimos veinte años. Plantea que en la actualidad, producto de la carga escolar (horarios y tareas) los niños y niñas no tienen tiempo para jugar, en tanto que el poco tiempo libre, muchas veces por una sensación de inseguridad, se utiliza en actividades guiadas por adultos o frente a pantallas.

©Marcial Huneeus
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Tim Gill, en una línea complementaria, plantea que una ciudad donde en el espacio público hay niños y niñas jugando, se escucha su voz y sus risas, da cuenta de una sociedad desarrollada, libre y próspera. En este sentido, la mirada de Isamu Noguchi nos da luces para pensar e imaginar la ciudad y la escuela. Noguchi identificó el potencial del arte y la arquitectura para la creación de espacios públicos que estén al servicio de la sociedad, la cultura, los rituales cotidianos y la vida democrática, promoviendo el encuentro, el juego, la diversidad, la participación y el sentido de pertenencia.

Tengamos o no conciencia, somos herederos del niño que fuimos. La persona que hoy somos proviene de la infancia, de la historia familiar, del lugar donde crecimos, los juegos que realizamos y la libertad que tuvimos para jugar con otros e imaginar el mundo.

Paisaje

El movimiento social ha tenido su expresión en el uso y apropiación del espacio público. Históricamente la calle, los parques y plazas han sido un lugar donde se ejerce la ciudadanía. Entender el paisaje, nos da luces sobre las características de la sociedad. El paisaje siempre comunica y está en transformación, es una geografía con determinados recursos hídricos, topográficos y climáticos. Y, paralelamente, también se conforma por medio de los asentamientos humanos, la cultura, las tradiciones, el patrimonio, las técnicas de cultivo y la arquitectura. Se produce, así, una interrelación, donde los seres humanos construimos paisaje y también nos formamos según las características del espacio. Esta forma de conceptualizar el paisaje proviene de la tradición alemana, del término landschaft, que reconoce una relación entre el espacio, la comunidad y la cultura. El landschaft responde a prácticas, usos y formas de habitar, que estructuran la sociedad y la vida en comunidad.

©Álvaro Benitez
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Si, en la línea de Peter Gray, miramos el uso que en Chile se hacía y se hace en la infancia del espacio público, se observa una importante transformación. Los que crecimos en los años ’80 y principios de los ’90 tuvimos la experiencia de jugar en la calle interminablemente con otros niños y niñas. En cambio, para los niños de comienzos del siglo XXI, se ha reducido la posibilidad de jugar con plena libertad en el espacio público. Al anularse dicha experiencia, la calle deja de existir para los niños y niñas como un espacio seguro, relacional, de alegría y juego libre. Y se convierte en un lugar inseguro, de tránsito y que es territorio de los adultos.

Así, la pregunta por el paisaje urbano plantea la necesidad de evaluar qué estamos poniendo en valor y, de esta forma, el tipo de sociedad que estamos conformando. Una ciudad que es hostil para los niños enseña a situarse en el mundo desde la inseguridad y la desconfianza. Mientras que una ciudad con foco en infancia genera equidad, sensación de seguridad y el uso del espacio se vuelve más democrático. Siguiendo a Noguchi, un buen espacio produce una experiencia positiva y un cambio individual.

Transformar el paisaje escolar en un Paisaje de Aprendizaje contribuye en el desarrollo de habilidades democráticas. Un Paisaje de Aprendizaje articula la mirada de la comunidad educacional, el entorno físico y la cultura. Así, a través de un diálogo entre arquitectura y educación, el espacio promueve que los actores de la comunidad escolar realicen diversos usos y aprendizajes en base a las características del entorno y los valores que transmite. Por ejemplo, la autorregulación, la resiliencia, la seguridad en sí mismo y el compañerismo se desarrollan mediante estructuras polifuncionales que invitan al juego con desafío.

Juego libre

Las habilidades sociales que se requieren en una democracia se aprenden y se enseñan a lo largo de la infancia y la adolescencia a través de prácticas cotidianas. Es un proceso que requiere determinadas experiencias. Una de esas prácticas cotidianas es el juego libre, mediante el cual niños y niñas aprenden a convivir, a respetarse, a entender la importancia de cada quién, empatizar y a buscar el bien común. Para los niños pequeños el juego es la principal instancia de aprendizaje. La vida social, el lenguaje, el equilibrio, la motricidad, entre múltiples capacidades se adquieren jugando. En el juego se aprende una actitud frente a la vida.

Niños y niñas a través del juego libre encuentran, desde sí mismos, la forma de entretenerse, descubren sus intereses, aprenden a socializar con otros y van acordado significados comunes. La única finalidad del juego libre es disfrutar y pasarlo bien. Es un juego espontáneo que puede ser simbólico, activo o con reglas. Si el juego no es justo, habrá niños que no quieran participar y eso le pondrá fin a la interacción social. De esta forma, jugando los niños se ponen de acuerdo, establecen reglas que se transforman según las necesidades y socializan para que el juego continúe.

©Marcial Huneeus
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Es muy importante que todos los que participan lo pasen bien, si no uno o varios niños pueden aburrirse o enojarse y el juego se acaba. Así, niños y niñas se autorregulan y aprenden a manejar sus emociones. En el juego libre los mismos niños median entre sí para resolver los conflictos, de modo que estén todos contentos y la interacción continúe. Un niño puede no estar de acuerdo en una situación, pero si el grupo estima otra cosa y él quiere seguir jugando acepta la decisión de la mayoría. En términos simples, una pichanga de barrio es juego libre, clases o una liga de fútbol no lo son. Desarrollar la capacidad para resolver problemas, incluir a otros, lograr que todos participen, dialogar y mediar es central a lo largo de la vida y, también, para vivir en una sociedad democrática. 

Democracia 

Las habilidades sociales para construir y desenvolverse en una democracia, como plantean Greg Lukianoff y Jonathan Haidt, se aprenden y se enseñan en los años formativos, no surgen de forma espontánea al cumplir la mayoría de edad. Es necesario probar, tener instancias de participación y toma de decisiones. Una sociedad democrática, donde se pueden discutir y cambiar las reglas pensando en el bien común, requiere, entre otras cosas, de niños y niñas que hayan tenido la experiencia de jugar libremente y decidir qué es lo mejor para el grupo, requiere personas que estén dispuestas a ponerse de acuerdo, a asociarse, a buscar puntos de encuentro, empatizar y ceder por el bien de todos los que participan. Una sociedad donde nos preocupa que todos disfruten lo que hacen, donde lo pasen bien y experimenten que las normas son justas, es clave para que todos queramos ser parte, valoremos y respetemos la democracia.

©Álvaro Benitez
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El movimiento social nos ha mostrado la necesidad de que todos nos sintamos participes e incluidos en la sociedad. Es momento de repensar el paisaje urbano y el paisaje escolar, para encontrar nuevas formas de vivir en comunidad, donde se valide y promueva el juego libre y el encuentro. Los espacios polifuncionales dan lugar a la diversidad y en tanto convocan a niños, niñas, jóvenes, adultos y adultos mayores contribuyen a una sociedad más democrática y pluralista, donde se tiene la experiencia de participar y actuar en el entramado social.

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