La zona mediterránea de Chile central, que se extiende desde el sur del río Choapa hasta el norte del río Biobío, se destaca por albergar una alta cantidad de especies endémicas y una mayor diversidad relativa de especies que otras zonas del país. Sin embargo, las actividades silvoagropecuarias, entre ellas la producción de vid, han generado un fuerte cambio de uso del suelo, impactando a la biodiversidad y la provisión de beneficios de la naturaleza, conocidos también como servicios ecosistémicos.

Zorro en viñedo ©Juan Luis Celis
Zorro en viñedo ©Juan Luis Celis

A pesar de ello, los remanentes de bosques nativos, inmersos o aledaños a viñedos, permiten la conservación de carnívoros nativos, especies claves en los ecosistemas que aportan, por ejemplo, en el control biológico de algunas plagas agrícolas como roedores y conejos. Así lo señala una investigación desarrollada por Camila García, como parte de su tesis  de Magíster en Ciencias Agronómicas y Ambientales de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso (PUCV), y liderada por Juan Luis Celis, a partir de la información obtenida en los inventarios realizados por el programa Vino, Cambio Climático y Biodiversidad (VCCB) del Instituto de Ecología y Biodiversidad.

Puma ©Juan Luis Celis
Puma ©Juan Luis Celis

La publicación, que constituye un aporte a la evaluación de la riqueza de carnívoros en la zona agrícola de Chile central, aborda cómo especies como los gatos güiña y colocolo, los zorros chilla y culpeo, el quique y el chingue (zorrillo) se ven amenazados en paisajes intervenidos por humanos, no sólo por la degradación de sus hábitats a raíz del cambio de uso del suelo para la producción agrícola, sino también por la caza, presencia de perros y expansión urbana, factores que influyen en que hoy varias especies se encuentren amenazadas y con problemas de conservación.

Perro en área natural ©Juan Luis Celis
Perro en área natural ©Juan Luis Celis

El estudio, en el cual participaron también Gabriella Svensson, Camila Bravo, María I. Undurraga, Javiera Díaz-Forestier, Karina Godoy, Alexander Neaman, Olga Barbosa y Sebastián Abades, destaca que los carnívoros son super-predadores que permiten controlar la transmisión de parásitos entre animales y seres humanos, además de limitar el contagio de enfermedades zoonóticas.

Chingue ©Juan Luis Celis
Chingue ©Juan Luis Celis

“Al estar en la parte superior de la cadena alimentaria, tienen altos requerimientos de hábitat y por ello son los primeros afectados cuando hay perturbaciones o degradación de su hábitat. Estas especies son clave para controlar algunas plagas y lo hacen sin afectar los cultivos, por ejemplo, al alimentarse de conejos o roedores, indirectamente contribuyen a disminuir pérdidas agrícolas por estas especies y en particular para el caso de roedores, aportan al control del virus hanta. Dado sus altos requerimientos de hábitat, su conservación permite la conservación de otras especies con menos requerimientos, lo que se conoce como especies ‘paragua’”, explica Juan Luis Celis, académico de la PUCV e investigador asociado del Programa Vino, Cambio climático y Biodiversidad.

Güiña ©Juan Luis Celis
Güiña ©Juan Luis Celis

Por ello, una merma en la población de carnívoros puede repercutir en cambios en otras especies y en problemas para los mismos cultivos agrícolas.

Además, el estudio analiza las diferencias entre carnívoros especialistas -que requieren hábitats específicos para su conservación, como la güiña y el gato colocolo- y los generalistas – animales que son menos restrictivos al adaptarse a distintos ambientes en el paisaje, como los zorros- en zonas con remanentes de bosque esclerófilo inmersos o aledaños a los viñedos de la zona central.

Zorro ©Juan Luis Celis
Zorro ©Juan Luis Celis

Entre los hallazgos de la investigación, Celis destaca que las especies generalistas y las especialistas reaccionan de modo distinto al paisaje “ya que los generalistas pueden habitar zonas más intervenidas y con menos presencia de remanentes de bosques, y lo que vimos con la güiña o con el gato colocolo, de los cuáles había muy pocos registros anteriores de presencia en la zona de la cordillera de la costa, es que son especies que se ven mucho más afectadas por la degradación y fragmentación del hábitat. En lo que sí hay similitudes es que, en ambos grupos, su abundancia se ve negativamente afectada por la presencia de perros en los remanentes  de bosques”, puntualiza el investigador.

Águila ©Juan Luis Celis
Águila ©Juan Luis Celis

Karina Godoy, coordinadora del programa Vino, Cambio Climático y Biodiversidad, quien también participó en el estudio, comenta que lo atractivo de este estudio es “que se pudo obtener información ecológica relevante en predios privados, que no son zonas protegidas y donde hay escasa investigación, y que es posible realizar acciones de conservación en paralelo a labores productivas, como es la industria vitivinícola”.

Gentileza Programa Vino, Cambio Climático y Biodiversidad
Viña Apaltagua. Gentileza Programa Vino, Cambio Climático y Biodiversidad

Precisamente, una de las conclusiones principales de la investigación se refiere a los beneficios que tiene para la industria del vino el mantener hábitats naturales asociados al bosque nativo, ya que con ello se apoya la conservación de la biodiversidad en zonas productivas al beneficiar a la población de fauna silvestre y también al proporcionar otros servicios del ecosistema como polinización, control de plagas y regulación del agua en zonas agrícolas.

Quiques ©Juan Luis Celis
Quiques ©Juan Luis Celis

“Las viñas pueden ser beneficiadas por servicios ecosistémicos y aportar a la biodiversidad particularmente en la medida que productores y consumidores del vino valoran cada vez más el impacto ambiental de esas zonas productivas”, sostiene Celis.

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