La científica argentina Micaela Camino, defensora de El Chaco, el pecarí quimilero y las comunidades locales
Hace apenas unas semanas fue galardonada en Londres con el Premio Whitley, uno de los galardones más preciados en conservación, por su trabajo en El Chaco, una enorme ecorregión constantemente afectada por el cambio climático, el “desmonte”, la pérdida de biodiversidad, fragmentación de ecosistemas, entre otros problemas. El proyecto de Micaela Camino y su equipo, denominado Proyecto Quimilero (@quimilero), se enfoca en la conservación del pecarí (Catagonus wagneri), pero también en el trabajo con comunidades locales e indígenas y activistas de esta región, para difundir conocimientos, tejer redes de apoyo, formación sobre sus derechos y la protección y conservación de esta vasta región, con el segundo bosque más grande de Sudamérica, después de la Amazonía.
La científica e investigadora argentina Micaela Camino ha explorado, recorrido y estudiado El Chaco seco durante más de diez años. Su trabajo en favor de la conservación de esta gran ecorregión se circunscribe no solo en favor de especies amenazadas, como el pecarí quimilero (Catagonus wagneri) uno de los grandes mamíferos que merodea esta región y que es, además, una especie endémica, sino también en favor de las comunidades locales, pueblos indígenas y habitantes de un área territorial compleja, de vegetación densa, caracterizada por el bosque seco, constantemente afectada por el cambio climático, el “desmonte” o deforestación, la pérdida de biodiversidad, fragmentación de ecosistemas, entre otros problemas.
El Gran Chaco es un área de 140 000 km² dominado por árboles y arbustos espinosos y que alberga también el segundo bosque más grande de Sudamérica, después de la Amazonía. Pero, esta enorme región está perdiendo vegetación a velocidades vertiginosas, que ya están teniendo impacto sobre la biodiversidad y sobre sus habitantes. El proyecto y trabajo de Micaela Camino y su equipo, denominado Proyecto Quimilero (en Instagram como @quimilero), se enfoca en el diseño de estrategias y planes para el manejo y conservación del pecarí, pero también sobre el trabajo con comunidades locales, activistas, familias de esta región, para difundir conocimientos, tejer redes de apoyo, educarles en el ejercicio de sus derechos y la protección y conservación de esta vasta región, con el segundo bosque más grande de Sudamérica, después de la Amazonía.
El reconocimiento a todo este trabajo y el impulso para hacer crecer estas iniciativas acaba de materizalizarse cuando hace apenas unas semanas fue galardonada en Londres con el Premio Whitley, popularmente como los Oscar Verde y uno de los galardones más preciados en conservación. Bajo una perspectiva de empoderamiento a las comunidades, a través de la educación, formación, interconexión con organizaciones, centros de estudio, activistas y trabajo en equipo, para defender sus derechos, la integridad del territorio, sus medios de subsistencia y la conservación de su biodiversidad, el Proyecto Quimilero se ha abierto un camino en esta esfera y recibido no solo visibilidad para toda la región y sus desafíos, sino también recursos para la ampliación de sus estudios, actividades y profundización de su trabajo.
Un reciente informe de Greenpeace revela que durante el 2021 casi la mitad de la deforestación del Norte Argentino se produjo en Santiago del Estero, y más del 80 por ciento fue ilegal. En El Chaco las topadoras arrasaron 18 mil hectáreas, a pesar de que los desmontes están suspendidos por la justicia provincial. La organización ecologista ha vuelto a reclamar la penalización de la destrucción de bosques.
La misma Micaela Camino lo ha planteado a Ladera Sur desde su residencia en esta región: «La gente en el monte tiene que estar bien. Las comunidades deben tener todos sus derechos garantizados. Si tú quieres defender el bosque, lo más importante es que las comunidades y la gente deben estar bien, porque son ellos los primeros defensores del bosque. Y si ellos quieren desmontarlo, pues ahí sí hay que tener una conversación amplia y profunda, porque entonces mi trabajo no tendría sentido. Pero esto sucede poco, porque la gran mayoría quiere protegerlo«.
Proyecto Quimilero ha construido redes de trabajo, llevado talleres que enseñan sobre leyes, acceso a recursos, conservación, especies endémicas y naturaleza a toda esta región. Muchas veces, explica, hay desconocimiento, el aprovechamiento de estas dinámicas por parte de actores inescrupulosos, que intercambian o transaban territorio por alimentos en mecanismos turbios para el desmonte e ingreso de cultivos. También la ausencia de aplicación de leyes o la no observancia de estas por parte de intereses. Los avances en estas materias y el fortalecimiento de las comunidades se ha hecho fundamental para resguardar y conservar no solo los ecosistemas y biodiversidad, sino también los medios y modos de vida.
—¿Cómo tomas el premio? ¿Cuánto tiempo tienes trabajando en este proyecto y qué significa el premio no solo para ti, sino para el equipo que trabaja contigo?
—Micaela Camino (MC): Yo empecé a trabajar en esta zona, lo que es El Chaco seco, hace más de 10 años. Llegué en realidad a trabajar como voluntaria para otros proyectos. O tal vez como una pasante, en trabajos así cortitos, y me encantó El Chaco, que es un bosque gigante, gigante, gigante. Así como que vos vas entrando por los caminos de tierra y nunca ves las ciudades. Abandonás el pavimento y hay un montón de especies increíbles, la vegetación es hermosa y además hay gente. Es increíble. Caminás en estos bosques, que no son bosques vacíos, y te encontrás con familias y gente que vive metida allí. La gente es parte del ecosistema, está súper integrada, saben un montón y todo eso era lo que a mí me atraía desde hace años y decidí: ‘Bueno, me quedo en El Chaco’. Primero pensé instalarme en la provincia de Salta, después las condiciones fueron mejores en la provincia de El Chaco por la invitación de otros actores a ayudarme a trabajar. Comenzamos sin recursos, con mi esposa, y con los primeros fondos compramos unas bicis y un GPS y comenzamos a trabajar. Yo quería hacer el doctorado, pero no tenía como la urgencia académica de mi doctorado, en tiempo y forma, pero no era ese mi objetivo, sino que mi objetivo era realmente comprender, ser parte del sistema y profundizar lo que podía aprender de allí y extraer información porque no sabíamos casi nada sobre El Chaco seco en ese momento y aunque hemos aprendido un montón, aún sabemos poco.
—¿Qué era lo que más te llamaba la atención?
—MC: Me gustaban los mamíferos grandes, el campo, la gente. Comencé a trabajar con eso. Desarrollamos un sistema de monitoreo de fauna participativo junto con la gente. Así empezamos, haciendo entrevistas. Entonces desde el comienzo hubo mucho trabajo con las comunidades locales y en esa época, en nuestra área de estudio, había muy poca penetración de lo que es el desmonte (deforestación). Era solo en los costados. Estábamos en un área en el medio del parche de bosque más grande de El Chaco seco, que ya de por sí es enorme. El Chaco seco es el bosque seco más grande que tenemos en el mundo, en lo que es la zona tropical, subtropical. Estuvimos mucho tiempo construyendo interacción, de levantar cosas en conjunto con las comunidades, de investigar, ver qué especies estaban presentes, los requerimientos de hábitat, los problemas de conservación en ese momento.
—¿Qué fueron aprendiendo de estas primeras experiencias?
—Bueno, lo que sucedió es que en ese momento entró el desmonte. Ahí sí que comenzó a haber una urgencia. En este intermedio sí habían llegado algunos fondos para trabajar, estaba con una beca de Conicet, todo estaba tomando una forma más tradicional en lo que es investigación científica y trabajo en conservación. Con el desmonte lo que pasa es que no solo vos perdés, todo el bosque y su diversidad y sus especies, sino que también empezás a hablar cómo se violan los derechos de las personas con las que estás trabajando. Si vos no entendés, la gente que está en el bosque menos está entendiendo, porque tienen menos información de cómo funciona el sistema. Desaparecían los bosques, la gente tenía miedo de contarnos lo que estaba pasando. A cambio de un bosque parecía haber habido un intercambio por bolsas de harina o por un vehículo que no anda. Cosas muy turbias. Entonces fue cuando decidimos abordar también la verdadera problemática que claramente había llegado y que había ocurrido en otras regiones de El Chaco, solo que para nuestra área habíamos elegido un área bien conservada y empezó a dejar de estarlo, lamentablemente. Fue ahí, por esa misma época que habíamos descubierto que estaba allí el pecarí quimilero.
—¿Podrías hablarnos un poco del pecarí quimilero?
—Es una especie única, con un camino evolutivo único, que no existe en otra región, que en este bosque gigante, con tan pocas áreas protegidas, tan separadas, tan chiquitas, igual estaba presente y que puede convivir con las comunidades locales. Es una especie que puede estar en los bosques que tienen cierto uso y hasta cierta degradación. Eso no significa que no necesite bosques primarios. Pero bueno, hay una oportunidad de conservación para la especie, con el acompañamiento de la gente, y esta especie, a su vez, no puede sobrevivir sin bosques. Entonces, al enfocar nuestros esfuerzos en el pecarí quimilero, de por sí estábamos enfocándonos en una especie amenazada, endémica, que es única de este territorio y eso a la vez te permite abordar el conflicto del bosque porque sin ecosistema la especie no va a estar. Por eso empezamos a enfocarnos más en el quimilero.
—¿Cómo nace el proyecto Quimilero?
—Ahí fue cuando formamos el proyecto, que llamamos Proyecto Quimilero. A esta altura ya habían venido más personas, técnicos, profesionales. Y ahí habíamos incorporado a nuestro grupo de trabajo personas locales con las que habíamos trabajado antes y había muy buena onda y nos dábamos cuenta que les interesaba. Para nosotros era importante poder contar con locales, porque no solo necesitábamos la visión científica o técnica, sino también los saberes tradicionales que son súper importantes a la hora de pensar cómo conservar un territorio o conservar una especie. Así empezamos a abordar no solo la investigación sobre esta especie y otras, sino tamién a abordar la la problemática de la deforestación, a trabajar con la gente, entender qué necesitan para poder quedar en sus hogares, mejorar sus condiciones de vida, si esto es necesario de acuerdo a las culturas propias. Al principio trataron trabajar con los gobiernos. Lamentablemente descubrimos también que las leyes son buenas, pero que no se aplican. Tuvimos distintas acciones tratando de disminuir el desmonte y bueno, todavía estamos en eso.
—¿Cómo comienza esta aventura del premio y todo lo que conlleva?
—Yo me postulé a este premio. Lo que pasa es que no creí que iba a salir. Sé que es bastante competitivo, era primera vez que me postulaba. Gente de todo el mundo, hay participantes que se inscriben y presentan varias veces. La gente que nos financió antes, que son la Sociedad Zoológica de Londres, en el Programa Edge, me habían animado también para que me postulara. Me decían: ‘Tú proyecto va perfecto. El perfil es correcto’. Hablé con Kini Roesler [Ignacio ‘Kini’ Roesler, biólogo argentino ganador en la pasada edición por su trabajo con los macá tobianos (Podiceps gallardoi)], quien también me dijo que era una buena oportunidad.
—¿Cuándo te notifican o cómo te enteras que el proyecto había sido reconocido?
—Bueno, estábamos acá en El Chaco, hacían casi 50 grados de calor. Cambio climático, estábamos con sequía, sin agua, se había roto el auto, estábamos sin Internet. Y en medio de todo eso llega llega la notificación de que estábamos entre los 15 proyectos finalistas y que nos preparemos porque había posibilidad de que tuviera que viajar a Londres. Yo estaba muy nerviosa, porque tenía entrevistas. Honestamente no pensé mucho, porque había que preparar materiales y yo estaba súper concentrada en lo que hacíamos. Y finalmente nos toca ir a Londres, donde fueron las últimas entrevistas.
—Has mencionado algunas cosas que llaman la atención, una de estas son las características de El Chaco, suele suceder que la gente cuando escucha de esta región, lo ve como una ecorregión muy árida, seca, densa, no de fácil penetración. ¿Qué es lo más cautivante de El Chaco y por qué es importante protegerlo?
—Hay dos cosas. Hay algo más como de corazón, por decirlo así y lo otro que te lo justificar desde la ciencia. Siento que como humanos necesitamos de lo salvaje. No podemos fingir que no le necesitamos. Podés vivir en el centro de una ciudad, pero algo dentro tuyo necesita saber que la naturaleza está ahí por algún motivo y El Chaco todavía tiene esto. Al ser un territorio tan grande, conectado, porque sí hay fragmentación, pero realmente podés encontrar parches de ecosistemas conectados enormes y eso hace que las características de ese lugar adquieran una magia particular. Ahora, si voy a hablar como científica, esa magia la podemos transformar en una palabra como conectividad y como las funciones ecológicas que nos brinda, que una función o un servicio que nos da obviamente puede estar ligado lo espiritual o a la necesidad de sentir que están estos sitios, pero más allá de eso estamos hablando de que El Chaco, como ecorregión, porque El Gran Chaco tiene una parte seca y una parte húmeda, son en su conjunto la ecorregión más grande de Sudamérica después de Amazonía y perder esta ecorregión, que la estamos perdiendo, porque las tasas de deforestación están entre las más altas del mundo y esto está teniendo un impacto enorme a nivel local, regional y mundial. Estamos hablando de procesos de desertificación, de cambio climático. Lo estamos sintiendo, tuvimos tres años de sequía, ahora tenemos inundaciones.
Micaela Camino plantea que hay también otras dinámicas que están afectando esta enorme ecorregión, no solo se trata de cambio climático y gases de efecto invernadero. Es esencial para el proyecto también el trabajo con jóvenes, con adultos, con niños. El Proyecto ha llevado talleres de formación sobre la Ley de Bosques en Argentina y cómo las comunidades pueden acceder a recursos si protegen y conservan territorios, pero también sobre cómo hacer valer derechos y promover la entrega y adjudicación de títulos, para que agentes externos no se hagan con ellos primero y ejecuten desmontes, cambien el uso de la tierra por ganadería o por cultivos extensivos como la soya. En el ámbito educacional, han publicado libros para niños sobre el pecarí, promovido el conocimiento y el respeto a la fauna local.
Cuando se le pregunta sobre lo más gratificante de su trabajo, responde sin titubear: «Yo amo estar en el campo. Me gusta estar en medio de la naturaleza». Reconoce que, dedicada como está a la investigación y los «papers», tiene menos tiempo para estar donde le gusta, pero el trabajo de Proyecto Quimilero no se detiene. Asegura que quiere vincular más a los jóvenes, estudiantes y también a investigadores nuevos, que vayan a esta zona a trabajar y a extender las redes para fortalecerlas. El objetivo es frenar la pérdida del bosque, pues ha concedido que en fenómeno es común a escala global: «Sucedió que estando en Londres y escuchando a los demás compañeros y finalistas del Premio me di cuenta que a muchos nos pasa lo mismo. Comenzás trabajando en un área y a los pocos años podés quedarte sin objeto de estudio porque los hábitats y ecosistemas han sido diezmados y van desapareciendo, no solo se pierde el bosque, se pierde biodiversidad, vida«, explica.