Hace algunos años atrás, hablar en Chile de filantropía ambiental o de filántropos ambientales era algo desconocido y ajeno, asociado a países extranjeros o a millonarios. Incluso generaba (o genera aún) cierta desconfianza el que alguien quiera donar grandes sumas de dinero o grandes extensiones de terreno con fines de conservación: el karma de las dobles intenciones, que parece algo tan propio de nuestra realidad.

Ballena azul ©Elsa Cabrera
Ballena azul ©Elsa Cabrera

La cultura de la filantropía ambiental está presente en muchos países del mundo -especialmente anglosajones-, donde es habitual realizar acciones altruistas con la mera finalidad de conservar o restaurar el medio ambiente, pero debemos asumir que, en países latinoamericanos como el nuestro, no existe esa cultura o, más bien, es una cultura recién en construcción. En Chile, además, no existen las condiciones adecuadas desde las políticas públicas para fomentar que los privados colaboren en beneficio del medio ambiente. De hecho, las donaciones con fines ambientales se castigan con altos impuestos para el donante y para el donatario.

Precisamente, para fomentar esta cultura de la filantropía ambiental y promover políticas públicas que la incentiven, se formó la Red de Filantropía Ambiental, que ya reúne a más de 45 organizaciones de la sociedad civil.

Nicolás Lagos ©Dominic Oakes
Nicolás Lagos ©Dominic Oakes

“Esta participación de la sociedad civil y los privados es clave en Chile, ya que somos uno de los países más desfinanciados en cuanto a protección de la naturaleza, estando en el ‘top ten’ de países que invierten menos en conservación a nivel global y, peor aún, ese financiamiento estatal está disminuyendo. Además, el 80% de la biodiversidad de Chile está fuera de las áreas protegidas y no dentro de ellas, por lo que sería lógico que el Estado propiciara el apoyo de los privados y la sociedad civil en tareas de conservación. Sin embargo, no lo hace”, explica Macarena Soler, abogada, filántropa ambiental y fundadora de Geute Conservación Sur, una de las organizaciones que ha liderado esta red.

Las motivaciones

Si bien la percepción y el conocimiento del concepto ha ido cambiando poco a poco, aún a muchos de nuestros filántropos locales les cuesta definirse como tal o, incluso, entender que lo son. “Hago cosas grandes y pequeñas para el medio ambiente, pero sin plata. Dono tiempo y trabajo, pero me acomoda más la palabra activista o voluntario, que filántropo”, confiesa Álvaro Montaña, geógrafo y defensor incansable de los ecosistemas chilotes.

Álvaro Montaña. Gentileza Geute Conservación Sur
Álvaro Montaña. Gentileza Geute Conservación Sur

Nicolás Lagos, coordinador en Chile de la Alianza Gato Andino, cuenta que “la primera vez que me di cuenta de que era un filántropo, fue cuando estaba postulando a un fondo para la ONG y el formulario pedía ‘valorizar el tiempo dedicado a la actividad’. Me pareció tan raro tener que ponerle un precio a las horas que dedicaba a la conservación de la naturaleza. Para mí solo era una actividad desinteresada por amor, pero claro, ahí me di cuenta de que invertía más de la mitad de mi tiempo como voluntario y que esas horas podía trabajarlas remuneradas en otra parte”.

Para avanzar hacia una cultura de la filantropía ambiental es clave entender que el cuidado del medio ambiente no es de exclusiva responsabilidad del Estado, sino que, de todos los actores de la sociedad, es decir, que ciudadanos, empresas y organizaciones de la sociedad civil, estén disponibles para realizar acciones que generen cambios significativos, entendiendo que la filantropía no es meramente donar dinero, sino que es un conjunto de valores y actitudes que pueden darse en todos.

Nicolás Lagos ©Dominic Oakes
Nicolás Lagos ©Dominic Oakes

De hecho, la filantropía ambiental la puede realizar cualquier persona, ya sea donando su tiempo o dinero para financiar actividades que tengan como fin el beneficio del medio ambiente, o bien renunciando al lucro en beneficio del medio ambiente. También, la filantropía la pueden practicar ONG que se dedican a temas ambientales y que, desinteresadamente, realizan actividades en beneficio del medio ambiente.

Los valores y actitudes que motivan la filantropía ambiental pueden ser muchos, como vivir experiencias en edad temprana con la naturaleza; el sentirse identificado con un territorio; querer dejar un legado ya sea a través de los valores familiares, o bien para honrar o ser honrado; por intereses personales; por deber social; o, simplemente, por altruismo, entre otras motivaciones, que pueden resultar en un aporte desinteresado en beneficio del medio ambiente.

En el caso de Álvaro Montaña, fue el ver cómo su lugar de nacimiento se estaba degradando. “Yo concuerdo con lo que decía Gabriela Mistral: ‘la patria es el paisaje de la infancia’. Me crié mirando el canal de Dalcahue, en Chiloé, y me acuerdo cuando llegaron las salmoneras y cómo esta industria fue cambiando ese paisaje de mi infancia. De a poco la costa comenzó a llenarse de basura, empezaron a aparecer lobos muertos a disparos, a veces el olor era insoportable porque enterraban pescados muertos cerca de nuestra casa. Hoy las prácticas de la industria han mejorado, pero ahora tienes que navegar esquivando las boyas, porque es uno de los lugares más saturados de concesiones acuícolas de Chile. Todo esto me llevó a emprender acciones diarias para proteger los ecosistemas que aún pueden librarse de ese neoliberalismo salvaje, que aniquila naturaleza y culturas”.

Los Lagos ©Paula Díaz Levi
©Paula Díaz Levi

Ese sentimiento de angustia que describe Álvaro de ver cómo el entorno es degradado por la contaminación, incendios u otras acciones antrópicas como la minería o la construcción de una represa, tiene un nombre: solastalgia, neologismo creado por el investigador australiano Glenn Albrecht, que fusiona la palabra en latín solacium o consuelo, y algia o dolor. Albrecht dice que a diferencia de la nostalgia que puede generar la lejanía con un lugar, solastalgia es la “añoranza que experimentamos hacia nuestro entorno cuando aún vivimos en él”.

Esa misma motivación impulsó la creación de la Corporación Puelo Patagonia, que nació cuando los vecinos del valle de río Puelo, en la Región de Los Lagos, se unieron para defender su territorio del proyecto hidroeléctrico Mediterráneo. “De ahí nació el sueño de proteger la cuenca del Puelo, que es un paisaje característico y único de la Patagonia, con aguas cristalinas que fluyen libres y bosques templados. Sin embargo, no es una zona que esté protegida por el Estado, así que de esa defensa puntual -que ganamos- surgió la necesidad de seguir con la corporación para conservar este territorio a través de proyectos como la protección del huemul o avanzar en una Reserva de Caudal para el río Puelo”, cuenta Rodrigo Condeza, uno de los fundadores de la corporación y que hoy forma parte del directorio.

Rodrigo Condeza ©Francisca Alvares
Rodrigo Condeza ©Francisca Alvares

“25% de mi tiempo lo dono para trabajar en Puelo-Patagonia y a la organización del Valle de Cochamó. Yo creo que todos podemos ser filántropos, pero depende de dos factores: primero, las convicciones (en mi caso creo que si cuidamos la naturaleza cuidamos al ser humano) y, segundo, tiene que ver con la generosidad. Muchos tienen convicciones, pero no son generosos”, asegura Condeza.

La lucha por sobrevivir

“Yo vengo de una familia totalmente citadina, no tuve una experiencia específica con la naturaleza de niña que me marcara, así que creo que uno nace con una sensibilidad especial a la naturaleza y esa sensibilidad la podemos traspasar a otros, lo cual intento hacer con mi hijo: enseñarle el amor a la tierra y su biodiversidad”, cuenta Elsa Cabrera, una de las fundadoras del Centro de Conservación Cetácea, una pequeña ONG que trabaja en la conservación de cetáceos de Chile, donde ella y su pareja dividen su tiempo entre Concón, donde está su oficina, y Chiloé, donde pasan sus horas en el mar para seguir a las ballenas azules en temporada estival.

Elsa cabrera. Gentileza Geute Conservación Sur
Elsa cabrera. Gentileza Geute Conservación Sur

Para formar la ONG se unió a otros activistas y utilizó todos sus ahorros para echarla a andar. “La manera de sobrevivir estos 20 años ha sido postular a proyectos, mantener un equipo estable de solo dos personas, y generar alianzas con otros científicos y Centros de Estudio. Muchas veces con mi pareja hemos tenido que usar nuestro sueldo para sacar adelante la temporada de campo”, confiesa. Pero no solo eso, además, tuvieron que armar una empresa en otro rubro, porque el dinero no les alcanzaba.

Nicolás comparte que no es fácil conseguir el dinero para el trabajo que hacen en la Alianza Gato Andino, ONG que trabaja para la conservación del gato andino (Leopardus jacobita), considerado entre los cinco felinos más amenazados del mundo. Este pequeño felino se encuentra en los Andes de Argentina, Bolivia, Chile y Perú, y en la zona norte de la Patagonia Argentina, por lo que la Alianza tiene representantes en los 4 países.

“Nació con el trabajo de 4 científicos de cada país, pero hoy ya son más de 30 personas en la Alianza trabajando en programas de conservación. Como Coordinador en Chile trabajo ad honorem. Sin duda a todos nos encantaría vivir de esto, pero la motivación es otra y va mucho más allá de la plata. Por lo mismo todos tenemos un trabajo paralelo para vivir, lo que a la vez es un problema, porque no le podemos dedicar todo el tiempo que quisiéramos a la ONG. A veces el tema del financiamiento desanima, pero estoy muy orgulloso del grupo humano que tenemos en la Alianza, porque todos lo hacemos por mero amor a la naturaleza y eso es mi motor. Lo bueno es que ya no somos unos ‘bichos raros’ porque cada vez hay más gente que está mirando hacia la conservación y aportando en ello”, asegura Nicolás.

Ballenas azules ©Elsa Cabrera
©Elsa Cabrera

Sin duda, cada vez hay más personas interesadas en involucrarse en el cuidado del medio ambiente, especialmente ante el escenario de crisis climática en el que nos encontramos que nos hace cuestionar nuestra relación con la naturaleza.

Para Macarena Soler este aumento en la participación de la gente es clave, porque “al dedicar tu tiempo, trabajo y/o dinero a labores que buscan efectos más allá de beneficios para ti mismo, se fortalecen las relaciones sociales y se construye una sociedad mucho más empática y cohesionada, lo que, a su vez, hace que las acciones filantrópicas comiencen a multiplicarse y se extiendan a toda la sociedad. Por ello, en la Red de Filantropía estamos trabajando para quitar las trabas que hoy existen, y así abrir a todos esa posibilidad de participar y contribuir”.

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