Especial | México | Palo morado: un árbol de corazón púrpura que se aferra a tener futuro
Especial Árboles de Latinoamérica: Los árboles que no queremos perder | Las únicas poblaciones de Peltogyne mexicana que hay en el mundo sobreviven en unos cuantos rincones de Guerrero, en el sureste de México. En esa región, lo llaman palo morado. Aquellos que han visto su interior saben que tiene una belleza singular: su corazón, el centro del tronco, posee intensas tonalidades moradas. Por las cualidades de su madera ha sido talado sin tregua. La transformación de los cerros y cañadas en donde crece también ha llevado a que la Peltogyne mexicana esté en riesgo de ser sólo un recuerdo. En México hay alrededor de 3.700 especies de árboles, entre el 52 y 53% de ellas sólo se distribuyen en ese territorio. Al menos 157 de esas especies están críticamente amenazadas. Accede a todos los detalles en este artículo escrito por Thelma Gómez Durán, en colaboración con Mongabay Latam.
Quienes han visto su interior saben que su corazón es púrpura. Un color tan intenso que ni siquiera el paso del tiempo lo diluye. Esa tonalidad es sólo una de sus cualidades, las demás se revelan poco a poco en cuanto se le conoce. Para ello, primero hay que encontrarlo. La tarea no es sencilla, porque al árbol que llaman palo morado sólo se le mira en ciertos rincones de algunas comunidades de Guerrero, al sureste de México.
No crece en otra región del mundo, sólo ahí. Tan es así que hasta en su nombre científico lleva tatuada su nacionalidad: Peltogyne mexicana.
En la década de los noventa, todavía se le podía encontrar en los alrededores de la ciudad de Chilpancingo, en las cuencas de los ríos Papagayo y Omitlán, así como en los cerros y cañadas que miran hacia la Bahía de Santa Lucía, en el puerto turístico de Acapulco. Hoy sus poblaciones sólo se han documentado en no más de cinco lugares de Guerrero.
Uno de ellos está a 36 kilómetros de Chilpancingo.
El artesano Juan López coloca su vista de águila hacia una cañada. Como si fuera un botánico que ha dedicado buena parte de sus 81 años a estudiar árboles, dice con absoluta certeza: “Ahí hay uno. Es ese que tiene las hojas verdes brillosas”. Para quienes tienen una mirada poco entrenada en reconocer árboles es difícil distinguir, en medio de ese verdor, cuál es el palo morado. Para lograrlo es preciso acercarse, es entonces cuando se revelan algunas cualidades de la Peltogyne mexicana.
El árbol está tan inclinado que reta a la gravedad y a la lógica. El tronco de unos 20 centímetros de diámetro y 10 metros de altura se abrió paso entre las hendiduras de una gran roca caliza. El color de su corteza, entre gris y blanco, recuerda la ceniza de una fogata. Las ramas desparramadas son cubiertas por una explosión de pequeñas hojas alternas. Sus gruesas raíces están expuestas y forman figuras caprichosas que se aferran a la enorme roca.
Pareciera que este árbol sabe que es uno de los pocos representantes que aún quedan de su especie, que su futuro está en el aire y por ello debe asirse a la tierra escarpada.
Las poblaciones de palo morado han disminuido por varias causas, pero la más significativa es la tala selectiva que se hace para aprovechar su madera púrpura, tan pesada y resistente como el metal. Incluso, cuentan que su corazón, esa zona que los botánicos llaman duramen, es inmune a la polilla.
Hace ya más de dos décadas que su tala está prohibida por el gobierno mexicano, al considerarla una especie amenazada. Aun así, se le sigue cortando ya sea para aprovechar su madera o, como sucede en el municipio de Acapulco, para transformar los cerros y cañadas en zonas urbanas.
El palo morado tiene un futuro incierto, de eso no hay duda. Al hablar con científicos y visitar las comunidades en donde aún crece, se encuentran esfuerzos para evitar que esta especie tenga un destino similar al de los dinosaurios. El mismo árbol ofrece imágenes que revelan su empeño por seguir echando raíces en esta tierra agreste.
El pariente que crece más al norte
Si se piensa en tiempos geológicos, entonces fue casi ayer cuando la ciencia nombró a la Peltogyne mexicana. Sucedió en el año 1960, gracias a una labor de equipo.
El doctor Hubert Kruse vivía cerca de Rincón de la Vía, entre las ciudades de Chilpancingo y Acapulco. Ahí, a la orilla de un arroyo, encontró un árbol que en las comunidades llamaban palo morado; tenía entre 15 a 20 metros de altura y un diámetro de 30 centímetros. Era enorme.
Kruse envió ramas, hojas, flores, frutos y un trozo de madera a Maximino Martínez, maestro normalista y uno de los grandes botánicos de México que, al estudiar con detalle esas muestras, determinó que se trataba de una especie nueva para la ciencia.
“Cuando realizas una colecta tomas muestras de varios ejemplares, pero aquél que mejor representa a la especie es el que se usa para su descripción. Es el mero mero. Es el que en botánica llamamos holotipo”, explica el taxónomo Esteban Martínez al mismo tiempo que muestra con delicadeza el holotipo del palo morado y el artículo científico original publicado en 1960, en el que Maximino Martínez da nombre a la nueva especie. Todo ese material se resguarda en el Herbario Nacional del Instituto de Biología de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).
En su texto, Maximino Martínez destaca que desde 1938 había noticias de la existencia del género Peltogyne en el país, pero hasta 1960 no se había tenido material suficiente para describir a esta especie que pertenece a la familia de las leguminosas.
Para entender por qué Maximino Martínez tituló a su artículo “Una especie de Peltogyne en México”, hay que conocer algunos datos: hasta ahora se han identificado entre 23 y 25 especies que pertenecen al género Peltogyne, casi todas crecen en Brasil, Venezuela, Guayana, Trinidad, Colombia, Bolivia, Panamá y Costa Rica. A la mayoría se le encuentra en bosques tropicales en donde la lluvia es abundante.
Así que el hallazgo no era menor. La Peltogyne mexicana es la única de su género que crece más al norte del continente americano y, además, lo hace en un ecosistema diferente al de sus parientes, en donde hay mucha menos agua: la selva baja y mediana subcaducifolia (un ecosistema en donde los árboles pierden parte de sus hojas por temporadas).
Esta especie de árbol reúne varias características que los investigadores Janet Vargas Añorve y Alfredo Méndez Baena identifican en un artículo científico como rarezas: su distribución es restringida y disyuntiva (sus poblaciones están muy separadas unas de otras), sólo crece en ciertos lugares y en grupos con pocos individuos.
Tener una distribución tan restringida es una de las razones por las que, desde 2022, la Peltogyne mexicana tiene la categoría de En Peligro de extinción en la Lista Roja de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN).
México tiene su propia lista de especies amenazadas: la Norma Oficial Mexicana (NOM-059-SEMARNAT-2010). Lo burocrático de su nombre da indicios del por qué no se ha actualizado desde 2010. En ese documento, Peltogyne mexicana aparece en la categoría de Amenazada, una clasificación con la que no están de acuerdo varios científicos, entre ellos investigadores de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo que, en una publicación científica de 2017, determinan que esta especie está En Peligro de extinción.
Una cualidad que también es condena
Hace dos décadas, buena parte del territorio en donde crece la Peltogyne mexicana estuvo en riesgo de quedar bajo el agua. La Comisión Federal de Electricidad intentó construir la Presa Hidroeléctrica La Parota en el río Papagayo. La oposición férrea de las comunidades lo evitó y con ello salvaron a este árbol de una condena directa a la extinción.
Crecer entre rocas y en pendientes por las que sólo se puede subir a gatas también ha garantizado un futuro a la Peltogyne mexicana. El aferrarse a ese terreno agreste “es una de sus grandes virtudes”, así lo considera José Navarro Martínez, doctor en ciencias ambientales e ingeniero forestal que ha estudiado la especie desde 2001. El autor de buena parte de los contados artículos científicos que se han escrito sobre este árbol sabe que “en donde el hombre puede poner el pie, los palos morados son talados”.
Y eso ha sido por su corazón púrpura. Tener una madera morada es su más apreciada cualidad, también su mayor condena.
En las regiones de Chilpancingo, Tierra Colorada y Acapulco hay quienes aún recuerdan cómo pesaban las camas, mesas o sillas construidas con palo morado. Otras personas aún guardan vajillas, juegos de ajedrez o de dominó labrados con esta madera. Dicen que algunos músicos usaron baquetas de este árbol para hacer sonar la tambora.
“Antes había mucho. Todavía hay, pero mucho menos. Nosotros lo labrábamos con hacha, porque antes no había motosierra”, cuenta el hombre de 84 años que acepta compartir sus recuerdos, pero sin dar su nombre. Él se dedicó varios años a cortar árboles para vender la madera a carpinteros y artesanos. “También venía gente de las ciudades de Taxco y de Chilpancingo a comprar. Pagaban barato. En ese entonces, los años ochenta, nos daban unos 200 pesos (11 dólares al tipo de cambio actual) por una troza labrada de palo morado”.
El hombre asegura que la mayoría de los labradores de la región dejaron de cortar palo morado, porque “llegaron los forestales, nos dijeron que ya no tumbáramos, que dejáramos que se reforestara el cerro”. Algunos continúan talando el árbol. Eso se corrobora en una carpintería del poblado en donde el color púrpura que sobresale en varios tablones delata que es madera de palo morado.
En la zona hay también comunidades que hace tiempo tomaron una decisión en asamblea: no tumbar más el palo morado.
Decisión comunitaria: salvar a un árbol
Cuando era adolescente, José Navarro llegó a vivir a la zona de distribución natural del palo morado. Fue hasta que estudió la carrera de ingeniería forestal que se interesó por conocer más a la especie; la eligió para ser la protagonista de su tesis de maestría publicada en 2001.
El ingeniero forestal identificó que aún había poblaciones de Peltogyne mexicana en los municipios de Juan R. Escudero, Chilpancingo y Acapulco de Juárez. En algunos sitios seleccionados para su investigación había hasta 60 palos morados por hectárea, varios tenían troncos de 45 a 50 centímetros de diámetro.
Las comunidades con poblaciones robustas de Peltogyne mexicana compartían una misma historia: en asambleas decidieron dejar de tumbar el árbol porque notaron que se estaban acabando y eso no era una buena señal: los palos morado —decían y aún lo dicen— crecen en sitios importantes para la captación de agua.
El artesano Juan López vive en una de esas comunidades. El nombre del lugar es mejor no revelarlo por seguridad de los árboles que ahí crecen: “Aquí se decidió ya no cortar. Ya no había árboles grandes, se acabaron. Ahora ahí van creciendo varios”.
Janet Vargas Añorve, Alfredo Méndez Baena y cuatro investigadores más realizaron un estudio sobre la demografía y ecología de la Peltogyne mexicana. Entre los hallazgos de la investigación, publicada en enero de 2023, destaca uno que muestra el efecto dominó que tuvo la decisión comunitaria: “No sólo se benefició al palo morado. Lo que vimos es que había mayor diversidad de especies arbóreas en la zona”, resalta Vargas.
Si aún crece el palo morado es por las comunidades que decidieron no tumbarlo, dice José Navarro: “Han conservado a este árbol pese a los muchos problemas que enfrentan”.
Al escuchar a los artesanos de esas zonas, se entienden aún más las palabras del ingeniero forestal.
José Santiago tiene 48 años, es uno de los artesanos más jóvenes de la comunidad y uno de los pocos que aún quedan. La mayoría migró a Estados Unidos. Él está a punto de colgar las herramientas: “La gente no paga lo justo por el trabajo que hacemos”, dice. Esa fue la misma razón por la que hace años dejó de hacer vajillas o muebles de palo morado: “La madera es muy cara. La gente no paga lo que cuesta una pieza”.
Hay artesanos que le tienen un cariño especial a la Peltogyne mexicana. Ese aprecio no sólo es por la tonalidad o dureza de su tronco: “Gracias a esa madera, le pude dar estudios a mis hijos”. La confesión toma aún más fuerza cuando se recuerda que en Guerrero la pobreza está muy enraizada.
“Si especies tan raras como esta siguen existiendo es porque las comunidades, aunque tengan la necesidad, se dan cuenta de que debe haber un freno y se ponen límites entre ellos”. Las palabras ahora son del doctor Alfredo Méndez, del Laboratorio de Biología de la Conservación de la Universidad Autónoma de Guerrero.
Territorio difícil para árboles y comunidades
El palo morado es una especie que se empeña en marcar sus diferencias con sus parientes. Contrario a buena parte de los representantes de la familia de las leguminosas (Fabaceae), la Peltogyne mexicana conserva sus hojas verdes y brillantes todo el tiempo. Es uno de esos árboles que se conocen como “siempre verdes”. Y como sus ramas se desbordan por todos lados, ofrece una sombra que se agradece en las tierras calurosas de Guerrero.
Eso se confirma en esta zona forestal cercana al río Omitlán y a la carretera Ayutla-Tierra Colorada. Aquí crece una población de palos morados. Los árboles están dispersos y la mayoría de ellos son jóvenes: tienen un tronco muy delgado. Las urracas copetonas (Calocitta formosa) anuncian su presencia.
Las enormes rocas que forman una especie de muralla protectora no han logrado detener a los taladores. Al recorrer uno de los senderos, la vista se encuentra con los restos de lo que fue una Peltogyne mexicana. El aserrín morado aún está sobre el tocón.
No es posible conocer con precisión cuántos años tenía ese árbol que hoy ya no es. A diferencia de los pinos, muchos de los árboles de bosques tropicales no forman en sus troncos anillos de crecimiento. En el caso del palo morado, la edad se puede inferir por el grosor de su tronco. El que recién talaron no tenía más de 30 centímetros de diámetro, así que quizá rebasaba los 40 años.
“En cuanto el tronco del árbol alcanza los 20 o 25 centímetros de diámetro, lo cortan. Cuando los árboles son jóvenes y tienen el tronco más delgado aún no han formado el tono que buscan quienes aprovechan su madera”, explica Navarro.
Todos los investigadores que se han empeñado en hacer ciencia en Guerrero tienen muy claro que la tala ilegal y no sustentable es resultado de una deuda que México tiene con las comunidades rurales. “Las instituciones van y dicen a la gente: ‘no toquen tal especie’, pero tampoco les dan alguna alternativa”, comenta Alfredo Méndez.
Además de la pobreza, hay otro factor que hace aún más agreste la región en donde crece el palo morado. En los últimos años se ha hecho evidente el control territorial que tienen los grupos de la violencia organizada en Guerrero. “Es difícil hacer investigación científica en el estado. Hay comunidades que están interesadas en hacer conservación y aprovechamiento sustentable, pero hay situaciones que complican el trabajo”. La investigadora Janet Vargas elige con tiento las palabras que usa para describir cómo es hacer biología de la conservación en Guerrero.
Quedarse sin sombra
Hay quienes aseguran que existen evidencias históricas de que, a mediados del siglo XVI, los navíos chinos que desembarcaron en el puerto de Acapulco eran reparados con madera de palo morado.
Eso permite intuir que, en algún tiempo, había importantes poblaciones de este árbol en lo que hoy es el municipio de Acapulco.La transformación de ese territorio —hoy uno de los principales puertos turísticos de México— llevó a que la Peltogyne mexicana se fuera quedando sin lugares en donde crecer.
Este árbol en riesgo de desaparecer tampoco tiene un espacio asegurado dentro de la única área natural protegida que hay en Acapulco: el Parque Nacional El Veladero, creado en 1980 con más de 3 600 hectáreas. Para el 2011, el 13.52 % de su superficie ya había sido invadida. En 2014, el gobierno de Enrique Peña Nieto entregó varias hectáreas de la zona al Ejército que ya tenía ahí un cuartel. El desdén hacia esta zona protegida es total: nunca ha tenido un plan de manejo.
En 2017, investigadores de la Universidad Autónoma de Guerrero realizaron un estudio sobre la población de los palos morado que se encontraban en el polígono oriente del Parque Nacional El Veladero. En ese entonces, se contabilizaron 207 ejemplares, el 70 % eran juveniles. Desde entonces alertaron que la permanencia de Peltogyne mexicana en esa zona estaba en riesgo por “las presiones antropogénicas”.
Junto a uno de los polígonos del Parque Nacional El Veladero se encuentran el Parque Estatal Bicentenario y el Jardín Botánico de Acapulco. Ahí también hay una población de palos morados. Muchos de esos árboles fueron tumbados por los vientos de más de 270 kilómetros por hora que llegaron con Otis, el huracán categoría 5 que el 25 de octubre de 2023 transformó Acapulco en zona de desastre.
En el Jardín Botánico de Acapulco aún se siente la presencia de Otis. A la entrada del lugar, los restos de un palo morado de unos 15 metros yacen sobre las piedras del arroyo que apenas y lleva agua. El huracán terminó con el 80 % de los árboles de distintas especies que habitaban en este jardín. También destruyó alrededor de 400 plántulas (cómo se llama a las plantas en su primera etapa de vida) de Peltogyne mexicana que se reproducían en el vivero.
Otis también tumbó muchos de los árboles de la cañada conocida como Cumbres de Llano Largo, entre ellos varios palos morados. Cinco meses después del huracán era imposible entrar a esa zona por la cantidad de piedras y troncos caídos en el lugar. “Tenemos la esperanza de que muchos de los árboles se hayan salvado”, dice Kay Mendieta, directora del Jardín Botánico de Acapulco.
Una semana después de Otis, en Acapulco cayó una lluvia tenue como la brisa. La cañada Cumbres de Llano Largo comenzó a pintarse de nuevo con los tonos verdes. De los árboles caídos brotaron hojas. Un mes después del huracán, al lugar regresaron las urracas, los pericos y otras aves. También surgieron nuevas amenazas para la naturaleza que se niega a exiliarse de Acapulco.
La cañada Cumbres de Llano Largo y otras más comenzaron a ser utilizadas para depositar los escombros que dejó el huracán. Además, durante marzo y abril de 2024, el Parque Nacional El Veladero registró varios incendios.
Si la Peltogyne mexicana deja de existir, entre las tantas cosas que se perderían hay una que destaca la doctora Luz Patricia Ávila, académica de la Facultad de Ciencias Químico-Biológicas de la Universidad Autónoma de Guerrero: “La oportunidad de conocer si ese árbol guarda en su interior sustancias que podrían ayudar a combatir alguna enfermedad”.
Un país de árboles
El palo morado es sólo una de las 1118 especies de árboles que enfrentan algún riesgo de extinción en México, 157 de ellas están en Peligro Crítico. Esos números se desprenden de una investigación liderada por Marie-Stéphanie Samain, del Instituto de Ecología (INECOL), y Esteban Martínez, del Instituto de Biología de la UNAM.
Desde 2018, ambos investigadores están inmersos en una labor titánica: determinar el estado de conservación de los árboles en México. Este estudio lo realizan como parte de una iniciativa que impulsa Botanic Gardens Conservation International para evaluar cuántas especies de árboles hay en el mundo y, sobre todo, cómo se encuentran sus poblaciones.
Los primeros resultados de su investigación fueron publicados en agosto de 2022. Aquí otros datos que hallaron: en México hay alrededor de 3 700 especies de árboles, entre el 52 y 53 % de ellas son endémicas, es decir, sus poblaciones sólo se encuentran en ese país.
Para determinar que en México hay al menos 157 especies de árboles que están críticamente amenazadas, los investigadores consideraron dos factores principales: son especies que sus poblaciones están delimitadas a unas cuantas localidades y que tienen pocos individuos o de las cuales no se ha realizado una colecta reciente. “Es muy impactante ver que un número tan alto de especies se encuentran en peligro”, confiesa Marie-Stéphanie Samain. Esteban Martínez dice que se resisten a declarar especies extintas, porque “tenemos la esperanza de que todavía hay”.
Dar futuro a un árbol y a las comunidades
Quienes las han mirado aseguran que las flores del palo morado se agrupan en racimos, que son blancas, aromáticas, pequeñitas y efímeras: no duran más de diez días.
Al ser una leguminosa, la Peltogyne mexicana produce como fruto una vaina que resguarda una sola semilla (raras veces son dos) que es parecida a un frijol aplanado, de un color rojizo a morado tan intenso que parece negro.
Un árbol de palo morado longevo puede llegar a producir más de 2 000 semillas, asegura Navarro. El problema es que la mayoría de estos árboles producen semilla abundante cada tres años. Y al ser pesada (unos 0.80 gramos cada una), el viento difícilmente la llevará a lugares lejanos. Tampoco es transportada por alguna ave. Esa es una de las causas por las que su distribución es tan restringida.
Y aunque más del 90 % de sus semillas germinan, muchas de esas plántulas no llegan a la etapa adulta. “Si el arbolito logra vivir los cinco primeros años, ya la hizo”, dice Navarro.
Janet Vargas también estudió a la Peltogyne mexicana para su tesis de maestría. Ella documentó que entre 80 y 90% de las plántulas no sobreviven. Además, encontró que las plántulas crecen mejor debajo del árbol semillero, así como de otras especies que hacen el papel de “nodrizas”, es decir, árboles que con su sombra cuidan a los pequeños brotes.
Investigadores como Vargas, Méndez y Navarro coinciden en que un camino para ayudar a incrementar las poblaciones de palo morado es trasplantar las plántulas a viveros. Esa labor se tendría que hacer con programas de apoyo a las comunidades en los que también participen autoridades y científicos.
Navarro, por ejemplo, plantea programas de pago por servicios ambientales en las zonas donde crece el palo morado. “Si se conservan estos sitios se está conservando la biodiversidad, se está capturando carbono, se están cuidando los lugares de recarga de agua y se está dando una opción económica a las comunidades”.
Pese a todo, retoñar y echar semilla
Hay sitios en donde los únicos palos morados longevos que continúan en pie son aquellos que han sido atacados por un hongo del género Phellinus. Este hongo se cuela al interior del árbol y llega hasta el corazón, el centro del tronco. El efecto que describe Navarro es catastrófico: “Destruye totalmente el duramen. Así que los árboles están huecos por dentro, totalmente podridos”.
Cuando los labradores encuentran un palo morado afectado por ese hongo, no se molestan en derribarlo. Saben que esa madera no servirá para comercializar.
La lógica llevaría a pensar que el palo morado afectado ya está muerto, pero la naturaleza siempre tiene sorpresas. Y ahí es cuando se descubre otra de las cualidades de la Peltogyne mexicana: aunque el hongo haya terminado con su interior, aunque esté casi moribundo, el árbol sigue creciendo, sus ramas continúan desparramándose por todos lados y de ellas brotan las vainas que resguardan su semilla.
“Eso lo vimos en un árbol de unos 65 centímetros de diámetro, muy viejo, como de unos cien años. Tenía el hongo, pero seguía produciendo semilla”. Navarro recuerda la escena con la misma emoción que tuvo al presenciarla.
La investigadora Janet Varga también se emociona y se sorprende cuando mira lo que está sucediendo con los restos de un palo morado mutilado hace algún tiempo: sus raíces siguen entrelazadas en la roca y del tocón empiezan a salir ramas y hojas.
El árbol está retoñando, se niega a morir. El palo morado se aferra a seguir existiendo.
La imagen de la portada corresponde a una ilustración realizada por Aldo Domínguez de la Torre.
*El especial Árboles que no queremos perder es una alianza periodística entre Mongabay Latam, El Espectador, Ladera Sur y Revista Nómadas.