El cadáver del jaguar está extendido sobre la tierra. Tiene los ojos cerrados, la boca a medio abrir y un pequeño enjambre de moscas revoloteando a su alrededor. El hombre que lo filma habla: «Esta es la peligrosa especie que vive en el bosque», dice en sranan tongo, la lengua franca de Surinam, una mezcla de inglés, neerlandés y otras lenguas europeas y africanas. «Hoy es el día en que te dispararon», continúa. La cámara del celular se aleja del esbelto cadáver del félido, aún bello a pesar de la muerte, y el discurso se acelera: «Ya te habíamos visto un par de veces, estabas haciendo un show, y hoy te disparamos. Te vamos a cocinar y comer».

El video que muestra esta escena empezó a circular en WhatsApp a principios de septiembre de 2022. Els van Lavieren, administradora del programa de protección de fauna marina y silvestre de la ONG Conservation International (CI) en Surinam, y asesora de Panthera, otra ONG dedicada a la protección de estos félidos en todo el mundo, lo recibió el 7 de ese mes. Els van Lavieren, una primatóloga holandesa que trabajó durante años en las montañas Atlas de Marruecos intentando proteger y detener el tráfico de los macacos de Berbería, está acostumbrada a recibir videos o fotos similares.

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Los colmillos son las partes del jaguar que más se comercializan. Los traficantes los llevan dentro de sus equipajes de mano, pero también dentro de troncos de madera que se exportan a Asia. Foto: World Animal Protection.

Parte de su trabajo en Surinam, un recóndito país ignorado con casi 90 % de cobertura boscosa ubicado entre Guyana y Guayana Francesa en el noreste de Sudamérica, incluye analizar el tráfico de vida silvestre. Desde hace cuatro años, mantiene una base de datos en la que registra eventos de posibles casos relacionados con el comercio ilegal de félidos en el país. En total, ha anotado cerca de 70 hechos vinculados al tráfico de jaguares: colmillos en centros de masajes y tiendas chinas, pieles en minas de oro ilegales y puestos al lado de la carretera, cabezas en joyerías, jaguares de escasas semanas en residencias privadas, cadáveres enteros en campamentos madereros y en Facebook, entre otros.

Pero este video era relativamente diferente. Por un lado, estaba lo que decía el hombre. Fuera de ciertos reductos en la comunidad china de Surinam, van Lavieren nunca había escuchado de alguien que hablara de comer jaguar. Por otro lado, el video interrumpía un silencio alentador —aunque probablemente engañoso— que se remontaba al último incidente que había registrado en su base de datos, en febrero de 2022, cuando un hombre surinamés había ofrecido un par de colmillos de jaguar en el Marketplace de Facebook por $850 dólares surinameses (aproximadamente $41 dólares).

La persona que le envió el video luego agregó algunos detalles. El hecho había ocurrido en el noreste del país, cerca de Moengo. El jaguar solía rondar los terrenos del hombre que acabó con su vida todas las mañanas. Había matado a dos perros y sus trabajadores le temían, así que decidió dispararle.

Era una historia que había escuchado muchas veces. Versiones similares pueden oírse en toda Latinoamérica. Son reflejos del conflicto entre humanos y jaguares —y de modo más amplio, entre humanos y depredadores— que aflora en aquellas áreas en las que la frontera agrícola irrumpe en terrenos en los que los félidos antes eran depredadores ápices indiscutidos. Pero, como también lo notaría Roy Ho Tsoi, Jefe del área de Gestión en Conservación del Servicio Forestal del gobierno de Surinam, había un detalle que no concordaba del todo o que añadía una complicación adicional a la historia. En los primeros cuadros del video, las fauces entreabiertas del jaguar se veían extrañas, flácidas. Alguien le había quitado los colmillos, y la única razón para hacerlo era su eventual venta a un intermediario chino, me dijo van Lavieren.

Antes el tigre, hoy el jaguar

A mediados de febrero de 2022, en el aeropuerto de Paramaribo, la capital de Surinam, un enorme aviso con una foto del félido más grande de América recibía a los viajeros en la zona de recolección de equipaje: «El jaguar en Surinam está protegido», decía en holandés, en grandes letras blancas y rojas.

En 2018, la ONG World Animal Protection publicó un informe especial sobre el tráfico de jaguar en ese país. Un dato, sobre todo, había llamado la atención de los especialistas en el comercio ilegal de vida silvestre. De acuerdo con entrevistas a cazadores, guardabosques, tenderos y conservacionistas, algunos traficantes hervían durante días los cadáveres de jaguares en enormes calderos para producir una espesa pasta negra que, combinada con otros ingredientes, se vendía por unidades en China por entre $785 y $3000 dólares.

El interés por el jaguar (Panthera onca) en el mercado asiático está directamente relacionado con el tigre (Panthera tigris), cuyas partes se usan desde hace siglos en la medicina tradicional china para supuestamente curar desde reumatismo hasta cáncer y —cómo no— la impotencia. La pasta de jaguar, al igual que mezclas análogas hechas con partes de tigres, leopardos y otros félidos, ayuda a tratar la artritis y otras dolencias, según ese conjunto de creencias.

Esa no es la única fuente de la demanda. Con el auge económico de los países asiáticos, los colmillos, los cráneos y las garras del tigre cobraron importancia como símbolos de estatus y sofisticación. De acuerdo con un informe reciente, entre 2000 y 2022, se decomisaron al menos 3377 tigres parte del tráfico ilegal y hoy existen apenas entre 3726 y 5578 individuos en estado silvestre. Ante la escasez de este félido, las partes de leones y jaguares comenzaron a reemplazarlo, de acuerdo con ONGs como Wildlife Conservation Society.

En Surinam, inmigrantes chinos empezaron a usar las garras, colmillos y huesos de jaguar por lo menos desde la década de los 90, sostiene Roy Ho Tsoi. El gobierno decomisó un cuerpo de jaguar en una farmacia china por esa época, pero en el momento nadie prestó mayor atención. En 2003, un empresario de origen chino, dueño de un supermercado, le dijo a un exempleado del Servicio Forestal que estaba interesado en comprar garras y colmillos. En 2010, una investigación de WWF encontró carne de jaguar y colmillos en tiendas de ciudadanos de nacionalidad chino en el país. También halló que, en algunas aldeas en el interior del país, ciertas personas servían como intermediarios en la venta de partes de jaguar entre cazadores y compradores de origen chino.

Con el tiempo, el mismo patrón comenzó a identificarse en otros países de Latinoamérica. En 2014, en Bolivia, varias emisoras de radio promocionaban la compra de colmillos de jaguar a nombre de ciudadanos chinos. Entre 2013 y 2016, las autoridades bolivianas incautaron 380 colmillos, correspondientes, en el mejor de los casos, a 95 jaguares. Según la base de datos del World Wildlife Seizures de la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito, entre 2000 y 2018, en Venezuela y Brasil, hubo varias incautaciones de partes del félido que tenían como destino China.

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Cráneos de jaguar y otros animales. Como parte de la capacitación, los funcionarios los estudiaron para poder reconocerlos. Foto: Santiago Wills.

Los continuos operativos llevaron a que la Unión Internacional para la Conservación en Holanda (IUCN Netherlands) lanzara Operación Jaguar, un conjunto de acciones para proteger al félido en Surinam y otros países, de la mano de las ONG Earth League International (ELI) y el International Fund for Animal Welfare (IFAW). A la vez, la Convención sobre el Comercio Internacional de Especies Amenazadas de Fauna y Flora Silvestres (CITES) encargó un reporte especial sobre el jaguar. La preocupación no era en vano. El tercer félido más grande del mundo ha perdido cerca de la mitad de su hábitat histórico y se encuentra clasificado como casi amenazado por la IUCN. No obstante, esa clasificación no muestra toda la realidad: el jaguar existe en todos los países de la América continental con la excepción de Canadá, El Salvador, Uruguay y Chile, y se encuentra en peligro de extinción en prácticamente cualquier región por fuera de la Amazonía. Puesto de otra manera, la principal población relativamente estable de jaguares se encuentra en el Amazonas. Las demás son más bien precarias, de acuerdo con los datos de investigadores locales.

En 2020, como parte de la Operación Jaguar, una investigación de la ONG ELI usó agentes encubiertos para entender el alcance del tráfico en Bolivia. Lo que hallaron fue que por lo menos tres organizaciones criminales transnacionales estaban involucradas en el envío ilegal de partes de jaguar hacia el mercado asiático. «En cien años, el número de tigres pasó de 100 000 a 4000 por las mismas razones que el jaguar», dijo Crosta. «Queremos evitar que eso suceda».

El oro y el jaguar

En Surinam, existe una decena de comunidades amerindias y seis tribus cimarronas compuestas por descendientes de esclavos africanos que escaparon de las plantaciones holandesas. En el siglo XVIII, grupos de cimarrones cercaron Paramaribo, la capital del país, y obligaron a los colonizadores holandeses —Surinam era la Guyana neerlandesa— a firmar una serie de tratados de paz que garantizaban un gobierno propio y amplios espacios en el interior del país para las comunidades. Esto, en parte, contribuyó a que hoy el país cuente con casi un 90 % de cobertura boscosa. Si lo comparáramos con Europa, esto significaría que todo el continente, con la excepción de Francia y Ucrania, estaría cubierto por bosques. Adicionalmente, hay poblaciones significativas de javaneses, indostaníes, chinos, holandeses, brasileros y, de manera más reciente, cubanos, venezolanos y dominicanos, que, desde el siglo XIX, han llegado al país en diferentes olas migratorias.

Felipe Samper, un antropólogo colombiano que trabaja en la ONG Conservation Team (ACT), nos guía por largas avenidas flanqueadas por canales cubiertos de plantas acuáticas y calles con construcciones coloniales intercaladas con enormes árboles de caoba. «Paramaribo tiene apenas cuatro semáforos», me dijo Samper, medio en broma. Pasamos frente a la principal sinagoga y mezquita, que célebremente comparten el mismo parqueadero, y nos detuvimos a almorzar en un restaurante cubano junto al río Surinam.

En el camino, nos habíamos cruzado con varios carros en ciertos casos espolvoreados y en otros completamente empastados de polvo rojizo. La mayoría se dirigía hacia el barrio brasilero, en el norte de la ciudad. Allí venden oro y compran los implementos para extraerlo, me explica Samper. Más que el tráfico, según Anna Mohase de WWF Surinam, el principal problema que aqueja al jaguar en gran parte del país es la minería ilegal. El constante flujo de mineros de Brasil y Surinam hacia los bosques en el nororiente ha incrementado la deforestación y el conflicto humano-jaguar.

El oro es el principal producto de exportación del país. Según algunas estimaciones, cerca del 60 % de ese oro proviene de minería artesanal y de pequeña escala. Esta usualmente utiliza mercurio para formar una amalgama con el oro. La amalgama se calienta para separarlo y el mercurio se libera en el aire.

En el barrio brasilero, la cantidad de partículas de mercurio en el aire suele ser mayor de la clasificada como segura, sostiene Paul Ouboter, profesor de la Universidad Anton de Kom, en Surinam, y experto en mercurio. La contaminación del aire incluso ha llegado a niveles peligrosos en sedimentos y peces al otro lado del país debido a los vientos alisios, según los estudios de Ouboter.

La minería trae una complicación adicional. Vanessa Kadosoe, una bióloga y exestudiante de Ouboter, ha monitoreado durante tres años el comportamiento de los jaguares en ciertas partes de Surinam como parte de su doctorado. La mayor parte de la cacería en el país era oportunista, dice Kadosoe. Cuando los mineros veían un jaguar, era usual que intentaran cazarlo. Se trataba de un ingreso adicional, que también estaba motivado por el miedo. «Acá todo el mundo teme al jaguar», me dijo De hecho, una de las maneras de llamarlo en sranan tongo es bubu, monstruo, de acuerdo con Carlo Koorndijk, coordinador de las regiones tribales de ACT; otra es ogri meti, animal o bestia mala.

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Organizaciones como Panthera también han realizado estudios para medir la población de jaguar en este país sudamericano. Foto de Panthera Surinam.

Una historia de persecución

En América, el comercio de jaguares se remonta por lo menos a la dinastía de Copán (426-820 d.C.). De acuerdo con estudios genéticos recientes, los mayas capturaban, transportaban y mantenían en cautiverio animales importantes en su cosmología como el puma y el jaguar. Los aztecas luego harían lo mismo, como cuentan algunos de los cronistas de Indias. Un análisis de pendientes de colmillos de jaguar hallados en Puerto Rico, por otro lado, sugiere que estos llegaron a la isla desde el escudo guyanés, los montes Maya, en Belice, y otras zonas de Centro América, lo que, a su vez, indica que existía un comercio de partes de este félido en la era precolonial. Luego, con la llegada de los españoles, individuos y pieles empezaron a llegar a Europa y a usarse como mascotas, ejemplares de zoológicos, tapices, forros de vestidos, objetos decorativos, entre otros.

En el siglo XX, el comercio de pieles fue el mayor motor de la caza del jaguar. De acuerdo con una estimación, entre 1904 y 1969, aproximadamente 182 564 jaguares fueron cazados por sus pieles en la Amazonía brasilera. Los estudios más alentadores afirman que hoy hay 173 000 jaguares en el mundo; otros más pesimistas hablan de poco más de un tercio de esa cifra. La demanda estaba motivada por la belleza de la piel del jaguar, su valor simbólico y por tendencias de la moda que produjeron fluctuaciones de precios a lo largo de las décadas. En 1975, está logró contenerse, en gran parte, con la ratificación de CITES, que incluyó al jaguar en el Apéndice I. Las especies bajo esta clasificación se encuentran amenazadas por lo que está prohibido comercializarlas internacionalmente.

Hoy, la principal amenaza en términos de tráfico no es del todo clara, de acuerdo con el estudio sobre tráfico ilegal de jaguares requerido por CITES, en 2019. Hay muchos vacíos de información. La cantidad de decomisos de partes de jaguar que tenían como destino Estados Unidos es 19 veces la cantidad que tenía como destino China, según el análisis estadístico. No es claro si esto se debe a las capacidades de interdicción de las autoridades estadounidenses o a alguna otra razón.

Según Melissa Arias, la científica ecuatoriana y PhD en zoología de la Universidad Oxford que estuvo a cargo del estudio de CITES, también hay que tomar en cuenta el mercado local. «Hasta ahora se ha hablado mucho de los colmillos, de la pasta, pero en Bolivia se usa mucho la grasa del jaguar», sostuvo Arias en una entrevista por Zoom a mediados del año pasado. «Se usa para temas medicinales. Lo consumen en las comunidades, pero también lo comercializan». Arias también encontró que, en varios lugares de Latinoamérica, además se buscaban cachorros como mascotas y la gente guardaba partes de jaguar como objetos decorativos o de poder en sus casas. Algunas veces ofrecían regalárselos, lo que indicaba que no tenían conocimiento sobre su posible valor en el comercio ilegal internacional. Otras veces, le contaron, se vendían como artesanías o souvenirs a turistas.

“Hasta el momento, no tenemos evidencias de una conexión con mafias internacionales”, me dijo Arias. CITES recibió la información recabada por ELI sobre las tres organizaciones criminales internacionales identificadas en Bolivia, pero aún faltaba corroborarla, pues ninguno de los estados tiene información sobre el tema.

Eso en parte puede obedecer a la naturaleza del crimen, sostiene Debbie Banks, líder de la Campaña de Tigres y Tráfico Ilegal de Vida Silvestre de la Environmental Investigation Agency (EIA), una ONG que trabaja para reducir el tráfico ilegal de especies en todo el mundo. Según Interpol, el tráfico de vida silvestre mueve cerca de $280 mil millones de dólares al año, lo que lo hace el tercero más lucrativo después del tráfico de drogas y la falsificación. EIA ha registrado apenas unos ejemplos de partes de jaguar comercializados ilegalmente en Asia, pero no es fácil saber si algunos de los colmillos, huesos o pastas que se ofrecen en redes sociales como WeChat son siempre de tigre.

En Vietnam, la gente llama al jaguar leopardo americano y, en China, tigre americano. Una investigación de la oficina en China de IFAW encontró varios anuncios en redes sociales ofreciendo colmillos y huesos no exactamente de tigres americanos, pero sí gatos americanos, cuenta Joaquín de la Torre Ponce, Representante Regional de Latinoamérica y el Caribe de esa organización. Esto parecería sugerir que no solo se están comercializando partes de jaguar como reemplazos del tigre, sino que sería un mercado adicional, según Debbie Banks.

***

Un par de días antes de partir de Surinam, un grupo de exagentes del Servicio de Pesca y Vida Silvestre de Estados Unidos daban vueltas alrededor de una mesa cubierta de cráneos de félidos en un exclusivo hotel de Paramaribo. Miembros de la Policía, el Ejército, la Aduana, el Servicio Forestal y otros organismos del gobierno surinamés analizaban los cráneos y hacían preguntas. Pepper Trail, un ornitólogo estadounidense que había estudiado el gallito de roca surinamés cerca de 30 años atrás, y quien casualmente había sido mi vecino de avión en el vuelo a Surinam, acababa de decretar un descanso en el curso de identificación de huesos de jaguar que dictaba desde hacía un par de horas. Este era parte de un taller de varios días sobre criminalística forense relacionada con el félido. Como parte de la Operación Jaguar y otros proyectos, el gobierno de Surinam había recibido capacitaciones, entrenamientos y recursos, incluidos perros entrenados para detectar el olor de los huesos del félido.

Un tiempo después del receso, Pepper Trail proyectó en la pantalla gigante una foto de la pasta de jaguar que le había pasado el Servicio Forestal. Un guardabosques que se quejaba a menudo del dolor muscular lo había recibido de un par de ciudadanos de origen chino que un amigo le había presentado. El pequeño frasco de vidrio que se veía en la pantalla estaba lleno de un líquido espeso similar al alquitrán. Varias de las personas presentes no tenían idea de la existencia de la pasta. «No creo que la gente de la Aduana o del aeropuerto conozca sobre esto», comentó un oficial de seguridad del aeropuerto. Un frasco pequeño como ese se vende en alrededor de $5000 dólares surinameses ($243 dólares), dijo Els van Lavieren, de CI y Panthera, quien había asistido ese día al curso.

Desde hace dos años, diversas organizaciones han trabajado en una campaña de concientización con las autoridades y líderes de las diferentes comunidades y grupos étnicos del país. Se publicaron anuncios enfocados en radio, televisión, prensa y redes sociales en sranan tongo, holandés, chino, inglés y portugués para detener la caza ilegal del jaguar.

La situación había mejorado poco a poco, a pesar de que había un incremento preocupante en la venta de cachorros vivos, que podían comprarse por entre $3000 y $5000 dólares. Aunque cada vez se recibía menos información sobre tráfico de partes de jaguar, era probable que este no se hubiera detenido y que la causa del silencio fueran las restricciones de la pandemia. Era muy difícil saber qué estaba pasando exactamente, sobre todo en la comunidad china, que era mucho más cerrada que los demás.

Poco antes de que terminara el día laboral, van Lavieren me acercó a la Maagdenstraat, una calle cerca del centro de Paramaribo en la que, según algunos reportes, varias joyerías vendían colmillos de jaguar enchapados en oro. Entré en cuatro que aún no cerraban y pregunté haciéndome el tonto si vendían dientes de tigre. En cada una, los hombres o mujeres que atendían me miraron con cara de bicho raro y me respondieron que no vendían nada de eso.

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Foto cortesía de Mongabay Latam

Las conexiones chinas se confirman

A finales de octubre, llamé Els van Lavieren sentía que las cosas habían mejorado en Surinam. Confiaba que la campaña de sensibilización había tenido un efecto significativo. En la comunidad china, se habían emitido propagandas que hacían énfasis en represalias de carácter migratorio para quienes estuvieran involucrados en el tráfico de partes de jaguar, ya que esa era la mejor manera de alcanzar a ese grupo.

En diciembre, se lanzó otra rama de la campaña llamada Go Wild for Wildlife. Figuras públicas incluido un reconocido chef chino y una siete veces campeona mundial de kickboxing participaron en videos y publicaciones en todo tipo de medios abogando por la preservación del jaguar y otras especies emblemáticas de Surinam. Adicionalmente, se esperaba la publicación del Plan de Conservación Nacional del Jaguar, una serie de acciones coordinadas entre el gobierno y ONG para proteger la especie. En Marruecos, un proyecto análogo para el macaco de Berbería, había logrado darle un golpe sustancial al tráfico, según van Lavieren.

Por la misma época, Andrea Crosta y su equipo en ELI estaban realizando una investigación con agentes encubiertos en Suriman, similar a la que habían llevado a cabo en Bolivia. Crosta me confirmó que el reporte aún no estaba listo, pero que podía adelantarme los principales hallazgos. ELI y IUCN Netherlands publicaron un adelanto de estos a finales de noviembre.

Según la investigación de ELI, en Surinam se comercializan huesos, carne, pieles y colmillos de jaguar. Los ciudadanos de origen chino son los principales compradores, y las partes se utilizan en la medicina tradicional china y como símbolos de poder o prestigio. En el país operan dos organizaciones criminales en su mayoría relacionadas con la mafia de Fujian, una provincia al sudeste de China que también está involucrada en el tráfico de vida silvestre desde Bolivia, de acuerdo con ELI, y en el comercio de tigres vivos hacia Laos y el Triángulo Dorado, según Debbie Banks de EIA. Habría, además, una organización criminal surinamés relacionada con políticos corruptos en el gobierno que contrata pobladores amerindios para cazar jaguares y luego vendérselos a los comerciantes chinos.

La manera de obtener las partes del jaguar depende, sobre todo, de cazadores locales. Estos los matan y luego transportan los colmillos, huesos y otras partes, en buses o camiones madereros. Todo se envía por avión hacia China vía Holanda o, de manera menos frecuente, vía Estados Unidos. Según una de las personas de interés identificadas por ELI, en el aeropuerto de Amsterdam los controles de seguridad son mucho menos estrictos que los de sus contrapartes estadounidenses; por ello, los traficantes prefieren esa ruta.

La investigación de ELI también halló que las organizaciones criminales involucradas en el tráfico de partes de jaguar también están envueltas en la venta de ilegal de aletas de tiburón, minería ilegal de oro, tala ilegal, lavado de dinero y tráfico de personas. Varias trabajan con grupos de criminales de Brasil, Venezuela y Guyana.

El gobierno surinamés adelanta sus propias investigaciones, pero estas avanzan lentamente debido a la escasez de recursos. Hasta el momento, no ha habido condenas. Se han impuesto multas, de acuerdo con el Servicio Forestal, pero en algunos casos los traficantes han continuado su camino con apenas una amonestación. Entre tanto, el gobierno ha trabajado de la mano con varios países de la región y ha establecido contacto con la aduana china para prevenir el tráfico. También está al tanto de las pesquisas de ELI y aguarda los resultados finales, que deben publicarse a principios del próximo año.

Un par de días después de hablar con Crosta, recibí otro video de un jaguar que habían matado en Surinam. En este caso, según Roy Ho Tsoi, el hecho había ocurrido en el norte del país, cerca de la costa. En el video, nadie habla. Se trata de un jaguar mucho más grande que el del video del interior sobre el que había averiguado van Lavieren. De lejos, se ve extraño. La persona que graba poco a poco se va acercando y hacia el final uno entiende la rareza. El cuerpo, bello a pesar de la muerte, no tiene cabeza.

Este reportaje se llevó a cabo con el apoyo del Amazon Rainforest Journalism Fund del Pulitzer Center.

*Imagen principal: Amalia era la jaguar que más apariciones tuvo en las cámaras trampa de Vanessa Kadosoe, en el Parque Natural Brownsberg. Pero desde febrero del 2020, la científica no volvió a verla. Foto: Institute for Neotropical Wildlife and Environmental Studies (NeoWild).

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