El roble de Santiago (Nothofagus macrocarpa) es un remanente del pasado que recientemente fue declarado como «vulnerable», de acuerdo al 16º Proceso de Clasificación de Especies Silvestres, aprobado por el Consejo de Ministros para la Sustentabilidad.

Esto quiere decir que esta especie, la única del género Nothofagus que logró sobrevivir en la zona central de Chile después de última glaciación -hace cerca de 10 mil años-, entró en una categoría de conservación a nivel nacional que prohíbe definitivamente su tala y permite la aplicación de normativas de protección en el Sistema de Evaluación Ambiental (SEIA) y la ley de Bosque Nativo. Además, se podrá incluir en planes y programas de conservación que se enfoquen en la generación de medidas para la protección de la biodiversidad.

Roble de Santiago ©Andrés Otero
Roble de Santiago ©Martín Otero

Lo cierto es que se trata de una medida que considera una población en retroceso y en un limitado espacio geográfico del roble de Santiago, razón por la que es conocida como una especie “relicta”. En ese contexto, cabe considerar que esta especie es endémica de sectores de la Región Metropolitana, de Valparaíso y de O’Higgins.

Específicamente, habita en lugares como el Santuario de la Naturaleza Cerro El Roble, el Parque Nacional La Campana, el Santuario de la Naturaleza San Juan de Piche, Reserva Natural Altos de Cantillana, el Santuario de la Naturaleza Alto Huemul y la Reserva Nacional Roblería del Cobre de Loncha. También en las altas cumbres de Chicauma, Lipangue, Curacaví y Colliguay.

Roble de Santiago ©Andrés Otero
Roble de Santiago ©Martín Otero

Un tesoro de la zona central de Chile 

El roble de Santiago es un vestigio relicto de lo que era nuestro Chile. Antes de la glaciación, en nuestra zona central habitaban estos bosques que eran caducifolios -que pierden sus hojas en el invierno- no solamente esclerófilos (…) Actualmente está en zonas en las que la Cordillera de la Costa se une a la de los Andes”, explica Andrés Otero, presidente ejecutivo de la Corporación Robles de Cantillana, en la que se dedican al cuidado esta especie.

Así, el  Nothofagus macrocarpa se ha adaptado en las cumbres de los cerros, en zonas aisladas y en las que el microclima permite su supervivencia. Por ejemplo, se distribuye en sectores principalmente con exposición sur, con microclimas húmedos y fríos.

Roble de Santiago ©Andres Otero
Roble de Santiago ©Martín Otero

En estos ecosistemas resalta durante gran parte del año con un follaje frondoso y de color verde claro, el cual puede llegar a adornar hasta los 25 metros de altura que puede alcanzar la especie y 1,2 metros de diámetro. En otoño destacan sus hojas color rojizo. Su corteza, cuando el árbol está en estado juvenil es lisa y de color gris, mientras que cuando es adulto es gruesa, rugosa y oscura. También sus hojas, de entre 4 a 9 cm, pueden ser ovaladas o elípticas, puntiagudas, con una base asimétrica. Además, produce flores y frutos, los cuales son unas nueces que más adelante producen semillas para nuevos árboles.

Roble de Santiago ©Andrés Otero
Roble de Santiago ©Martín Otero

Una especie vulnerable

Antes de ser catalogada vulnerable por el Sistema de Clasificación de Especies Silvestres de Chile, la especie ya estaba catalogada como vulnerable en 2018 por la lista roja de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN), donde explican que “las poblaciones de Nothofagus macrocarpa han sido sometidas a fuertes alteraciones antropogénicas, a pesar del hecho de que son un nicho potencial de biodiversidad para las diferentes comunidades que viven en ellos (…) las principales amenazas para esta especie son la tala, la conversión del uso de la tierra y el cambio climático”.

¿Qué efectos podría provocar esto? Por ejemplo, los cambios de temperatura o la falta de agua, dada la grave sequía que afecta la zona central de Chile.

Roble de Santiago ©Andrés Otero
Roble de Santiago ©Martín Otero

“El año pasado no hubo semillas en casi ningún árbol -ni del roble ni del bosque esclerófilo- y eso está haciendo que la regeneración natural de los árboles esté fallando. Básicamente, sin lluvia, el proceso no decanta y podemos ir a la extinción”, explica Otero, de la Corporación Robles de Cantillana. 

Sobre este tema, también comentan en un video de GEF Montaña: “Se cree que existe una relación directa entre la falta de acumulación de horas frío en invierno y la baja regeneración por semillas fértiles”. A esto, agregan, estos lugares se ha visto afectados también por incendios o el ganado que “pisotea o alimenta de sus renuevos”.

Roble de Santiago ©Andrés Otero
Roble de Santiago ©Martñin Otero

En 2012 ya se advertía sobre los daños del Nothofagus macrocarpa. Un grupo de científicos emprendió años antes un proyecto en cerro El Roble para estudiar a esta especie. Entre sus conclusiones, destacaron que “los años con escasas precipitaciones eran aquellos en los cuales el bosque presentaba la peor condición de estrés”.

Roble de Santiago ©Andrés Otero
Roble de Santiago ©Martín Otero

Por esto, siguieron investigando la regeneración natural de esta especie, concluyendo que “las plantas tienen serias dificultades para establecerse de manera natural, pues, si el bosque no se está regenerando, no existe reclutamiento de individuos para las futuras generaciones. Si se suman los posibles incrementos de temperatura que se pronostican para la zona central, y se proyecta la respuesta del bosque, existe una posibilidad de que estos dejen de existir en esta zona”. De hecho, se detectó una alta probabilidad de extinción de la especie para 2080.

Roble de Santiago ©Andrés Otero
Roble de Santiago ©Martín Otero

Conservación y educación

Por ahora, el que se catalogue como especie vulnerable a nivel nacional es un gran avance para la protección de la especie. Según explica Otero, esto va dejando de lado causas directas de afectación como proyectos inmobiliarios que podrían interferir y amenazar la especie.

Por otro lado, gran parte de la población del roble de Santiago se encuentra en áreas de protección privadas y de la Corporación Nacional Forestal (Conaf). “Esto le da un grado de protección a las áreas. A diferencia del roble que podemos ver en el sur, esta es una especie de 25 metros que puede tener cientos de años y ahora está con problemas de regeneración. Se ven pocos renovables, lo que nos mantiene asustados”, dice Otero.

Roble de Santiago ©Andrés Otero
Roble de Santiago ©Martín Otero

Otro paso, desarrollado por las organizaciones es el rol en la propagación de la especie – a través de las reforestaciones- y en la educación. Sobre esto, el profesional dice que es fundamental: “En el cerro El Roble hace 10 años dejaban subir motos y eso ha ido cambiando, la gente va entendiendo que esas especies tienen un valor. Hacer conservación es lidiar con un conjunto diferente de instrumentos que te permiten ir preservando un área”.

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