Es de una textura viscosa parecida al algodón o a la lana mojada, de color café. Se adhiere a las rocas del fondo de los lagos y ríos, razón por la que esta microalga es popularmente conocida como “moco de roca”. El didymo (Didymosphenia geminata) es nativo del Hemisferio Norte, siendo así una especie invasora en Chile.

La primera vez que se registró esta especie en Chile fue en 1964 en el río Sarmiento (Región de Magallanes) y el río Cisnes (Región de Aysén). Sin embargo, en 2010, en el río Futaleufú, fue la primera vez que se describió una población invasiva de esta alga, lo que luego se propagó en cuencas cercanas.

©Fundación CEQUA
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Desde ese entonces, el didymo se ha incorporado a ríos y lagos desde la Región del Biobío hasta la Región de Magallanes. Si llevamos esto a números, actualmente, según el Servicio Nacional de Pesca y Acuicultura (Sernapesca), existen 43 subcuencas afectadas y 75 ríos tienen declaración de plaga por parte de la Subsecretaría de Pesca y Acuicultura.

“Preocupan especialmente las zonas de alto valor turístico como la zona lacustre en la Región de La Araucanía, especialmente la zona del río Trancura en Pucón, y la  afectación del río Serrano en las inmediaciones del  Parque Nacional Torres del Paine”, dicen desde la Unidad de Conservación y Biodiversidad de Sernapesca.

©Sernapesca
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En el fitoplancton de ríos bajos en nutrientes

Dentro de los organismos que habitan en las corrientes de los ríos, en los lagos y el mar, se encuentra el fitoplancton, que es el primer eslabón de la cadena trófica marina. Paola Acuña, directora ejecutiva de la Fundación Centro de Estudios del Cuaternario de Fuego-Patagonia y Antártica (Cequa), quienes han desarrollado estudios y proyectos en relación a esta microalga, explica que dentro del fitoplancton existen las diatomeas. Estas son microalgas fotosintéticas que también son consideradas fitobentos, es decir, que se forman por organismos que se adhieren al sustrato.

En este sentido, la también bióloga marina y doctora en ciencias con especialidad en genética dice que “la Didymosphenia geminata es una diatomea; una microalga bentónica (es decir, que se puede encontrar en el fondo o sustrato de los ríos), que no produce toxinas y que no es letal para la vida humana”.

Existe también un dato específico sobre esta microalga. Contrario a lo que popularmente se podría pensar, el didymo es más propenso a instalarse en las rocas y sedimentos de ríos y lagos con baja concentración de nutrientes (oligotróficos), especialmente de fósforo.

“El didymo está en el fitoplancton como una forma celular. Si en el río hay poco fósforo, esta especie empieza a producir una especie de mucosa (…) Se va al fondo, se pega a la roca y empieza a desarrollar estas estructuras que son unos tallos microscópicos que permite su fijación a las rocas”, explica el ecólogo y académico de la Facultad de Ciencias de la Universidad de Chile, Ramiro Bustamante.

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Una microalga exótica

Si bien es propensa a desarrollarse en los lagos y ríos del sur de Chile porque tienen menos concentración de nutrientes, esta especie es nativa del Hemisferio Norte.

“La colonización en Chile ha sido en cabeceras de ríos y sectores de ríos de agua fría, afluentes que nacen de los deshielos de la cordillera. La expansión del moco se produce en fondos escasos en nutrientes de ríos y algunos lagos (…) Las condiciones de las cabeceras de ríos chilenos son ideales para la proliferación de esta microalga”, explica Paola Acuña.

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Pero, ¿cómo ha llegado a Chile y se ha expandido? Según explica Acuña y Bustamante, estas células pueden vivir mucho tiempo fuera del agua, en ambientes húmedos, por lo que pueden ser transportadas desde ríos con didymo a otros que estén limpios de esta diatomea. De esta forma, la propagación puede generarse a través de aves y mamíferos migratorios, así como por efecto humano a través de artículos de pesca, ruedas de vehículos o zapatos, entre otras cosas. De hecho, según el Sernapesca, “se presume -aunque no es posible confirmarlo- que el didymo llegó a Chile en equipos de pesca provenientes de otras latitudes”.

Se expande rápidamente, pero ¿qué tan dañino puede ser?

“Dependiendo de su magnitud en cuanto a su estado de invasión, la presencia de esta especie exótica invasora puede llegar a alterar las poblaciones de peces y otras especies acuáticas como macroinvertebrados bentónicos (larvas, insectos o cangrejos), afectando colateralmente desde aspectos paisajísticos hasta actividades como la pesca recreativa, de acuicultura y el turismo en general”, explican desde la Unidad de Conservación y Biodiversidad de Sernapesca.

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Sobre esto, Paola Acuña dice que el didymo tiene un efecto paisajístico, ecológico y económico. Por ejemplo, explica que al cubrir los ríos en grandes extensiones, bloquea la entrada del río, “por lo que es posible esperar la alteración de la dinámica trófica, generado cambios en la estructura de las comunidades bentónicas que se desarrollan en ese ecosistema. Por ejemplo podríamos pensar que disminuye la población de peces debido al desplazamiento o disminución de las poblaciones de presas de los peces, sin embargo, no hay investigación en Chile, que lo demuestre”.

“Además, visual y táctilmente es muy desagradable, y perjudica las actividades económicas y turísticas en torno a ríos y lagos, por ejemplo actividades como la pesca recreativa o el paseo familiar en torno al río”, agrega.

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Por su lado, el ecólogo Ramiro Bustamante afirma que si bien la especie puede resultar dañina, no está comprobado que sea la invasora que genere más impacto en Chile: “Puede producir efectos muy locales porque forma parches. Por ejemplo, el río no está completamente lleno de didymo, sino que hay lugares específicos. En esos, al cubrirse el sustrato, se afecta a los procesos ecológicos que están ocurriendo en los sedimentos. Pero también, curiosamente, hay especies que toman ventaja de ella. Como se forma esta estructura viscosa, especies de otras partes empiezan a vivir sobre ella”.

“La idea de que cualquier especie que viene de otro país va a producir daño significativo es una hipótesis razonable, pero hay que probarlo y recién se están haciendo estudios para demostrar su efecto (…) Partir de esta hipótesis es un principio precautorio y eso es bueno”, agrega.

Precaución y campañas

Esta alga no se puede erradicar. Es por esto que, en 2010, cuando se detectó didymo en el río Futaleufú, se encendieron las alarmas. En ese entonces, se creó el primer programa de vigilancia, detección y control de la plaga didymo, que se enfocó en detectar la cobertura de la microalga, generar controles preventivos y dar a conocer esta temática en zonas afectadas.

En adelante, según explican desde Sernapesca, las acciones de prevención han estado enfocadas en: controles carreteros informativos, acciones de desinfección en campeonatos de pesca, kayak, rafting, estaciones de desinfección fijas, monitoreo de cursos y cuerpos de agua de sectores sin presencia de microalga, y campañas de difusión a usuarios y otros servicios públicos. Además, se informa a operadores turísticos.

https://www.youtube.com/watch?v=SEgavxjmiyc

Junto a esto, afirman que se diseñó la campaña “hazle caso a la norma” para informar de manera simple y lúdica todos los alcances que deben considerar para hacer un uso sustentable de los ríos y lagos de la zona sur austral, y muy particularmente los pasos para evitar la dispersión del Didymo: remover, lavar y secar los aparatos de pesca y y los elementos que hayan tenido contacto con el agua como zapatos, embarcaciones y ruedas de vehículos.

“Cabe señalar que los ambientes secos matan al Didymo, pero éste puede sobrevivir por meses en ambientes húmedos. Por lo tanto, siempre recomendamos evitar el uso de aparejos de pesca y equipos que entran directamente en contacto con el agua, si no fue posible realizar los pasos anteriores (remover y lavar) hasta que estén secos. Se debe esperar al menos 48 horas antes de usarlos nuevamente”, explican desde Sernapesca.

©Fundación CEQUA
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Paola Acuña, de la Fundación Cequa, rescata estos avances, pero cree que todavía se puede seguir avanzando: “Pienso que es necesario complementar retomando los monitoreos locales con mayor frecuencia, que los grupos de investigación especializados cuenten con recursos económicos para realizar investigación en diversos aspectos, acentuar y mantener las campañas educativas y de concientización. Implementar medidas estrictas de fiscalización y sanción a pescadores deportivos que no cumplan con la normativa de desinfección de sus implementos y accesorios, para ello hay que habilitar y mantener los puntos de desinfección”.

“Toda acción eficiente se requiere un trabajo en red y coordinación de las diferentes entidades públicas y privadas involucradas y contar con la asesoría científica de los investigadores nacionales especialistas en la temática”, agrega.

Por su lado, Ramiro Bustamante recalca que lo que hay que hacer es evitar que llegue, y que eso es a través de las técnicas de limpieza de los equipos de pesca o que tocan lugares infectados. También explica que estas medidas son recursos precautorios basados en experiencias de otros países, como en Nueva Zelanda en 2004, donde la especie ocupó prácticamente todos los ríos del sur de ese país, aunque hubo un control fallido ya que se expandió.

©Sernapesca
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Sobre esto último, desde Sernapesca afirman que en Chile, si bien el didymo ha presentado un avance en términos geográficos, sus efectos no se visibilizan en su estado de floración con las magnitudes observadas en Canadá y Nueva Zelanda. Esto, dicen, se explica principalmente por los regímenes de nuestros ríos en la zona sur, que tienen grandes crecidas anuales debido a la lluvia y derretimiento de nieve, removiendo gran parte del material visible (mucosa).

Sin embargo, Paola Acuña advierte: “Debemos estar atentos en cómo los efectos del cambio climático pueden reunir condiciones que faciliten la proliferación del Didymo, dado que tenemos menos nieve, menos deshielo, ríos con menos caudal, por ende menos arrastre de nutrientes. La columna de agua en los ríos es menor por tanto hay una mayor penetración de luz, por lo que podríamos esperar más rápida proliferación del moco”.

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