De aroma delicado, un exquisito sabor dulce y un llamativo color blanco, la frutilla chilena o frutilla blanca (Fragaria chiloensis), también conocida como kelleñ en mapudungún, es un tesoro botánico de Chile, que guarda una larga historia y cuyo cultivo ha permanecido vinculado por generaciones a las etnias originarias del centro-sur del país. Desde antes de la llegada de los españoles, el pueblo mapuche la cultivaba con cuidado, seleccionando las plantas que producían frutos más grandes, dulces y aromáticos, y transformándolos en preparaciones que hoy siguen presentes en la cocina y gastronomía local.

Frutilla chilena (Fragaria chiloensis). Créditos: ©Nicolás Villaseca @niboldus
Frutilla chilena (Fragaria chiloensis). Créditos: ©Nicolás Villaseca @niboldus

“La frutilla chilena existe en nuestro país desde antes de la llegada de los españoles, cuando el pueblo mapuche seleccionó plantas de esta especie para obtener frutos de mayor tamaño, sabor y su peculiar color pálido-rosado e intenso aroma”, explica Cristóbal Concha, Ingeniero en Biotecnología Vegetal, quien se ha dedicado a seleccionar genéticamente variedades semi-domesticadas, realizar cruces y seleccionar semillas con potencial productor.

No es casualidad que esta fruta ya fuera destacada en el siglo XVII por el cronista Alonso de Ovalle, quien le dio su denominación genérica. En su obra Histórica Relación del Reyno de Chile, Ovalle señala la existencia de frutillas de distintos colores —blancas, amarillas y rojas—, muy distintas a las que se conocían en Europa, evidenciando así la singularidad de este fruto en América. Este pequeño fruto, entonces, no solo seduce por su sabor y aroma, sino que también guarda historias de cultura, selección y resistencia a lo largo del tiempo.

La frutilla blanca pertenece al género Fragaria, de la familia de las Rosáceas, y su nombre proviene del latín fragans, en alusión a la fragancia de sus frutos. Se cree que las primeras plantas de F. chiloensis llegaron a América del Sur a través de aves migratorias, que habrían depositado semillas provenientes de Norteamérica. Estas plantas evolucionaron separadamente de las del norte del continente, dando origen a las distintas formas botánicas que hoy se conocen en Chile.

“Históricamente este cultivo existía desde Santiago hasta el sur de nuestro país. Con la introducción de variedades comerciales de frutilla roja desde la década de los 50-60, el cultivo perdió importancia, sumado a cambios en el uso del suelo, plantaciones forestales, llegada de nuevas plagas y el cambio climático”, explica Concha.

Frutilla chilena (Fragaria chiloensis). Créditos: ©Municipalidad de Purén
Frutilla chilena (Fragaria chiloensis). Créditos: ©Municipalidad de Purén

“La frutilla blanca ha acompañado a los pueblos originarios por siglos, desde los faldeos de la cordillera de Nahuelbuta hasta la Patagonia”, señala Lucía Abello, bibliotecóloga y botánica, asociada de la Sociedad de Botánica de Chile y Chilebosque, quien ha investigado por años el uso tradicional de la flora de Chile.

En ese sentido, la frutilla chilena no solo tiene una relevancia histórica y cultural dentro del territorio chileno, sino que también tiene importancia genética para las frutillas comerciales actuales, así lo explica Carlos Figueroa, Dr. en Ciencias con mención en Ingeniería Genética Vegetal y profesor asociado del Instituto de Ciencias Biológicas de la Universidad de Talca:

“La frutilla chilena es otra especie del género Fragaria. De hecho, se dice que es la madre de la frutilla cultivada, porque la frutilla comercial surge a partir de un cruzamiento ocurrido hace aproximadamente 300 años entre Fragaria chiloensis, la frutilla chilena, y Fragaria virginiana. De ahí surge la frutilla que se cultiva en todo el mundo”.

Diversidad que florece: variedades y hábitats de la frutilla chilena

La frutilla chilena no solo destaca por su historia y vínculo con los pueblos originarios, sino también por la riqueza de sus formas y su adaptabilidad a distintos ambientes. Estas diferencias reflejan tanto su evolución natural como la selección realizada por las comunidades locales a lo largo del tiempo.

F. chiloensis se encuentra naturalmente a lo largo de las costas occidentales de América, desde la península Aleutiana hasta California, así como en Hawai, Chile y Argentina. Según Staudt (1962), se reconocen cuatro subespecies basadas en la morfología y distribución geográfica: F. chiloensis ssp. chiloensis en América del Sur; ssp. lucida, de Washington a California; ssp. pacifica, de California a las islas Aleutianas; y ssp. sandwicensis en Hawai. Dentro de la subespecie chilena, se distinguen dos formas botánicas: F. chiloensis ssp. chiloensis f. chiloensis, de fruto blanco grande, originaria de Chile y cultivada en varios países de América del Sur, y F. chiloensis ssp. chiloensis f. patagonica, que se distribuye naturalmente en Chile y Argentina, con frutos rojos pequeños.

Frutilla chilena (Fragaria chiloensis). Créditos: ©Miguel A. Casado
Frutilla chilena (Fragaria chiloensis). Créditos: ©Miguel A. Casado

“La forma chiloense es la que se cultiva, con frutos un poco más grandes, blancos o rosados. La forma patagónica vive principalmente en bosque nativo y tiene un fruto rojo más pequeño”, señala el DR. Figueroa, destacando la diversidad genética de la especie.

“Las variedades silvestres crecen en caminos rurales o parques nacionales, mientras que las semi-domesticadas, seleccionadas por el pueblo mapuche y algunos agricultores chilenos, son las que se cultivan comercialmente en lugares como Contulmo y Purén”, comenta Concha.

La planta es herbácea perenne, formada por una corona o tallo comprimido con hojas insertas mediante un pecíolo. Desde la corona nacen estolones, que al entrar en contacto con el suelo enraízan fácilmente. Las flores se reúnen en racimos blancos, con 9 a 12 flores por inflorescencia, y el sistema radical se compone de raíces fibrosas.

Frutilla chilena (Fragaria chiloensis). Créditos: ©Carlos E. Valdivia
Frutilla chilena (Fragaria chiloensis). Créditos: ©Carlos E. Valdivia

El estolón es un brote largo y rastrero que genera nuevas plantas, asegurando la perpetuidad de las características de la especie, explica Abello. La flor es hermafrodita, aunque podrían encontrarse flores pistiladas que no forman fruto si no son polinizadas adecuadamente. “Cada flor perfecta está constituida por un cáliz de seis sépalos, pétalos blancos y numerosos estambres insertos en el receptáculo, lo que permite una reproducción eficiente tanto sexual como asexual”, agrega la botánica, quien además es coautora de los libros Plantas silvestres comestibles y medicinales de Chile y otras partes del mundo y Usos tradicionales de la flora de Chile. Volumen I, Nativas.

El fruto comestible, conocido como eterio, es en realidad un falso fruto, formado por el receptáculo que sostiene los aquenios, los verdaderos frutos, y se caracteriza por su pulpa jugosa y delicado color rosado pálido. Cada “pepita” que vemos en la superficie es un frutito diminuto con su propia semilla, formando un fruto compuesto.

“El fruto verdadero, botánicamente hablando, es lo que se conoce como aquenio, que son estas ‘pepitas’ que están por fuera de la fruta. Ese es el fruto verdadero. Entonces, uno se está comiendo un fruto compuesto, es decir, cuando te comes una frutilla, te estás comiendo cientos de frutos pequeñitos”, comenta el profesor asociado del Instituto de Ciencias Biológicas de la Universidad de Talca.

La frutilla chilena se adapta a diversos hábitats, desde bosques nativos hasta zonas de pastoreo, y puede crecer en suelos volcánicos, rojos-arcillosos y fértiles, como los de Contulmo y Purén. “En lugares cercanos a la playa, a veces se asocia a otras especies que la protegen de la herbivoría, demostrando su capacidad de adaptación a ambientes diversos”, comenta Abello.

Frutilla chilena (Fragaria chiloensis). Créditos: ©frutilla_blanca
Frutilla chilena (Fragaria chiloensis). Créditos: ©frutilla_blanca

Figueroa explica que “la frutilla es bien plástica, se adapta a distintas condiciones de altitud y clima. Incluso puede crecer en la arena de la playa, y soporta tanto la sequía como ambientes húmedos. Puedes tener plantas de 10 o más años, y todas sus hojas salen de un mismo punto de la corona. Por eso parece una hierba, pero en realidad es como un pequeño árbol comprimido”.

En Chile, F. chiloensis se distribuye desde la Región del Maule hasta Magallanes, y ha sido testigo de la transformación del paisaje chileno, sobreviviendo en sectores con baja presión antrópica, áreas protegidas y huertos tradicionales, consolidándose como un símbolo de patrimonio natural y cultural.

“La especie ha sido testigo de la transformación del paisaje chileno y ha sobrevivido en sectores con baja presión antrópica, áreas protegidas y huertos tradicionales”, afirma Abello.

Frutilla chilena (Fragaria chiloensis). Créditos: ©Jason Headley
Frutilla chilena (Fragaria chiloensis). Créditos: ©Jason Headley

Un fruto con memoria: la frutilla blanca y los pueblos originarios

Hablar de la frutilla blanca es hablar de la historia de Chile. Ya en 1550, los conquistadores españoles encontraron cultivos de frutilla blanca en los faldeos de la cordillera de Nahuelbuta, cultivados por los pueblos originarios Pehuenches y Mapuches, quienes domesticaron esta especie hace más de mil años. Para ellos, la frutilla chilena tiene un gran valor cultural y simbólico, representando un legado ancestral y un profundo vínculo con la tierra. 

«La frutilla chilena existe en nuestro país desde antes de la llegada de los españoles, cuando el pueblo Mapuche seleccionó plantas de esta especie para obtener frutos de mayor tamaño y sabor, así como su peculiar color pálido-rosado e intenso aroma”, agrega Cristóbal Concha.

Los pueblos originarios de Chile —picunches, mapuches y huilliches— distinguían claramente la frutilla silvestre de la cultivada. La primera, de fruto rojo pequeño, se llamaba «Llahuén», «Lahueñe» o «Lahueñi», y la segunda, de fruto rosado pálido y grande, «Quellghen» o «Kellén», más tarde denominada “frutillar” por los españoles.

“Los Mapuches denominaban ‘Quellen’ a la frutilla de fruto blanco grande y ‘Lahuen’ a la de fruto rojo pequeño”, relata Lucía Abello. “La mayor parte de la evidencia sugiere que las plantas de fruto blanco fueron las principales domesticadas por los Mapuches”.

El uso de la frutilla chilena tenía fines alimenticios, medicinales y ceremoniales. Los pueblos originarios la empleaban en infusiones para tratar indigestiones, hemorragias y diarreas, y elaboraban un fermentado llamado “lahueñe mushca” para ceremonias religiosas. Concha agrega que tradicionalmente se utilizaba para mermeladas, conservas y clery, que aún se producen en pequeña escala y cobran especial protagonismo durante las celebraciones de la frutilla blanca en Contulmo y Purén.

Frutilla chilena (Fragaria chiloensis). Créditos: ©Municipalidad de Purén
Frutilla chilena (Fragaria chiloensis). Créditos: ©Municipalidad de Purén

Vale señalar que diversos estudios han documentado que la frutilla chilena posee propiedades medicinales y nutricionales. Las tisanas elaboradas con hojas y raíces se usaban tradicionalmente contra indigestiones, diarreas y hemorragias, y también para perturbaciones de la vista. La decocción de hojas y raíces se consumía luego del parto para limpiar el canal vaginal, y la infusión de hojas se utilizaba para resfriados o incluso como colirio. Además, un cocimiento de la raíz se empleaba en casos de gonorrea. El consumo de los frutos también tiene efectos calmantes, por lo que se utilizaban para reducir la ansiedad, incluso como apoyo en el tratamiento del tabaquismo.

A nivel alimentario, los frutos son comestibles frescos, con un aroma fragante y un sabor dulce que, como dicen algunos, es al menos 5 veces superior al de su hija la frutilla roja. Se utilizan en postres, mermeladas, jaleas, helados, dulces, así como para preparar jarabes y chicha. Incluso se secan como pasas para aprovecharlos en invierno. Las hojas tiernas pueden incorporarse en ensaladas, mientras que las hojas secas se utilizan para elaborar bebidas similares al té.

Frutilla chilena (Fragaria chiloensis). Créditos: ©Eitel Carlos Thielemann Pinto
Frutilla chilena (Fragaria chiloensis). Créditos: ©Eitel Carlos Thielemann Pinto

Desde la perspectiva nutricional, el fruto es un alimento funcional gracias a su contenido de flavonoides y ácido elágico, con efectos antioxidantes, antirreumáticos y diuréticos, y potencial anticancerígeno.

Al respecto, el Dr. Figueroa puntualiza que: «Tiene menos antocianinas, o sea, hay otro tipo de antocianinas, que son los compuestos que le dan los pigmentos rojos; sin embargo, igual mantiene muchas propiedades saludables. A pesar de que es una frutilla blanca -aunque no es totalmente blanca, es rosada- igual tiene algunos pigmentos que le dan estas propiedades antioxidantes».

Desde un punto de vista mágico-ritual, las hojas de la frutilla chilena también han sido empleadas en tradiciones locales: se llevan en los bolsillos para atraer la suerte, mostrando cómo esta especie combina su relevancia alimentaria, medicinal y cultural en el territorio chileno.

La frutilla chilena y su relación con la frutilla comercial

El fruto blanco de Fragaria chiloensis no solo es un tesoro botánico chileno, sino que también fue la base de la fresa híbrida moderna. En 1714, el capitán Amédée François Frezier llevó cinco plantas femeninas desde Penco a Francia, cultivadas por los pueblos originarios. Posteriores cruzamientos con F. virginiana dieron origen a Fragaria × ananassa, la fresa roja que se cultiva en todo el mundo. “Este cruzamiento permitió crear híbridos con flores hermafroditas y descendencia fértil, dando origen a la fresa tal como la conocemos hoy”, afirma la botánica.

Según el profesor asociado del Instituto de Ciencias Biológicas de la Universidad de Talca, la contribución de la frutilla chilena fue decisiva: “La frutilla chilena le entregó principalmente el tamaño del fruto, su aroma y su sabor, mientras que la otra especie aportó el color rojo. De ahí surge la frutilla comercial que conocemos a nivel mundial”.

Frutilla chilena (Fragaria chiloensis). Créditos: ©fjellboy - INaturalist
Frutilla chilena (Fragaria chiloensis). Créditos: ©fjellboy – INaturalist

A pesar de haber dado origen a la frutilla que todos conocemos, la frutilla blanca no posee la misma fama ni presencia global. Su cultivo sigue siendo limitado y local, conservado principalmente por comunidades de origen mapuche, quienes mantienen intactas sus características únicas: un aroma intenso, un sabor delicado y un color blanco-rosado que la distingue de la frutilla roja comercial. Este vínculo entre la frutilla blanca y los pueblos originarios refleja tanto la riqueza biológica como la memoria histórica de Chile, un tesoro vivo que se mantienen en los huertos tradicionales.

Actualmente, el cultivo se mantiene principalmente en Contulmo y Purén, donde se concentra el 95% de la producción, aunque también existen pequeños grupos de productores en Constitución, La Unión, Chiloé, Temuco y Chillán. “La frutilla blanca se sigue cultivando principalmente en las regiones octava y novena de Chile por pequeña agricultura, generalmente por agricultores de origen mapuche”, señala Figueroa.

Frutilla chilena (Fragaria chiloensis). Créditos: ©frutilla_blanca
Frutilla chilena (Fragaria chiloensis). Créditos: ©frutilla_blanca

Algunas variedades semi-domesticadas y ecotipos históricos todavía se conservan, aunque la mayoría se ha perdido o mezclado por el intercambio de material vegetal. “Se conservan algunos ecotipos domesticados famosos por sus frutos de mayor tamaño, dulzura y color pálido, pero la mayoría se han perdido o mezclado entre sí”, explica Concha.

Sobre la conservación y difusión del cultivo, Concha destaca que proyectos anteriores del INIA Quilamapu y FIA (2015-2018) generaron mayor información y visibilidad, aunque su impacto ha sido limitado debido a la falta de material vegetal de alta productividad y recursos para un manejo profesional. Según él, “el apoyo más importante sería establecer plantaciones de frutilla blanca con alta tecnología, manejo del suelo, riego, fertilización, control de plagas y enfermedades, protección contra heladas y lluvias, y plantas seleccionadas y libres de enfermedades. Esto permitiría demostrar el verdadero potencial del cultivo y convencer a agricultores y autoridades de lo que es posible lograr”.

La tradición se mantiene viva en eventos como la Fiesta de la Frutilla en Contulmo, organizada por el municipio desde 2000 y celebrada cada diciembre. Abello explica que “la fiesta busca retomar las tradiciones propias del campo chileno, reuniendo a la comunidad y sus visitantes en torno a la frutilla blanca, producto único en el mundo y del cual Contulmo es la Capital Mundial desde 2001”. Durante tres días, la ciudad exhibe gastronomía, folclor, artesanía y la cosecha de la frutilla blanca, consolidando el valor patrimonial y cultural de este fruto.

Frutilla chilena (Fragaria chiloensis). Créditos: ©Nicole Arcaya
Frutilla chilena (Fragaria chiloensis). Créditos: ©Nicole Arcaya

A lo largo de la conquista, los españoles dejaron abundantes referencias sobre la frutilla chilena. Pedro de Valdivia menciona su abundancia desde el paralelo 33 hacia el sur; Gerónimo de Vivar la cita creciendo naturalmente en Santiago, Concepción y Valdivia; y Alonso de Ercilla, en La Araucana, le dedica unas octavas reales, maravillado por su tamaño y sabor, muy distinto a los frutos europeos.

Por último, la especie también tiene relevancia ecológica: los frutos son consumidos por aves que dispersan las semillas y forman alfombras vegetales en el sotobosque, contribuyendo al equilibrio de los ecosistemas donde habita. “Es una especie muy interesante para Chile porque combina toda la parte social, cultural e histórica de los pueblos nativos con una relevancia científica a nivel genético y de postcosecha”, concluye el Dr. Figueroa.

Preservar un tesoro: desafíos y futuro de la frutilla chilena

Actualmente, el cultivo de la frutilla chilena enfrenta desafíos significativos. “Los principales desafíos son el bajo grado de profesionalidad del cultivo, dado por el escaso acceso a financiamiento de los productores y la falta de agua de muchos de ellos, lo cual se ha visto aún más afectado por los incendios que han impactado fuertemente las principales zonas de cultivo”, explica Concha.

“Por no ser abundante, tampoco muy conocida por el común de las personas, porque los estudios tampoco han sido suficientes, no hay disponibilidad de la especie como para responder a una alta demanda. Por ello, la frutilla chilena no se ha insertado en los mercados, como se pudiera pensar: su cultivo está limitado a unos pocos sectores, la extensión es muy menor, todo lo anterior dificulta que se posicione como otras especies silvestres comestibles, que son mayormente conocidas”, agrega Abello.

Además, las plantas que utilizan los productores históricamente presentan baja capacidad para generar yemas florales y coronas —las ramas en frutilla— porque requieren períodos prolongados de bajas temperaturas, cada vez menos frecuentes debido al cambio climático. Esto limita su potencial productivo a nivel genético. “Este es otro punto que no se ha trabajado a fondo, porque el mejoramiento genético es costoso y no existen proyectos a largo plazo con visión de futuro. Si bien muchos grupos han invertido elevadas sumas, no han logrado generar plantas superiores que los agricultores puedan adquirir y con ello establecer una pequeña industria del cultivo que perdure en el tiempo”, agrega Concha.

Frutilla chilena (Fragaria chiloensis). Créditos: ©Jason Headley
Frutilla chilena (Fragaria chiloensis). Créditos: ©Jason Headley

El apoyo más importante, según Concha, sería el establecimiento de plantaciones de frutilla blanca con alta tecnología, incluyendo manejo del suelo, riego, fertilización controlada, control de plagas y enfermedades, y protección contra heladas y lluvias mediante microtuneles y mulch. También sería fundamental contar con plantas seleccionadas y libres de enfermedades. “Comprobar el verdadero potencial de este cultivo permitiría convencer a agricultores y autoridades sobre lo que es posible hacer, así como generar una guía clara para llegar a esto. Actualmente, la ayuda es limitada y el negocio se basa principalmente en la alta calidad de la fruta y su precio elevadísimo —alrededor de 30.000 pesos por kilo—, tanto por su calidad como por su escasa disponibilidad”, explica.

Existe interés en su cultivo, pero este es reducido y centrado más en la conservación y preservación. Aunque algunos productores buscan verlo como negocio, la poca información específica para la frutilla chilena —y no simplemente replicar lo que se hace con la frutilla roja—, los bajos rendimientos y la falta de conocimiento fuera de Contulmo y Purén hacen que muchos desistan al poco tiempo, pues bajo estas condiciones el cultivo no funciona como negocio.

Frutilla chilena (Fragaria chiloensis). Créditos: ©frutilla_blanca
Frutilla chilena (Fragaria chiloensis). Créditos: ©frutilla_blanca

“La frutilla silvestre ha tenido diversos usos. Sin embargo, al no ser una especie de amplio cultivo, los saberes y formas de elaborar diversos productos se limitan a las personas y familias que históricamente la han trabajado. Por lo mismo, hacer estudios, tener acceso a laboratorios con tecnologías y promover la innovación en su cultivo es un imperativo”, concluye Abello.

Las principales amenazas de la especie incluyen cambio climático, sequía, empobrecimiento de los suelos e incendios forestales. Pese a ello, la frutilla chilena sigue siendo un símbolo de patrimonio natural y cultural, un vínculo vivo entre la biodiversidad y los saberes ancestrales, y una joya botánica única en el mundo que aún tiene mucho por ofrecer.

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