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Descarbonizados: ¿Sirven las acciones individuales para luchar contra el cambio climático?
Cada vez más personas se interesan en reducir su propia huella de carbono, pero también aumentan las dudas sobre si es justo que el peso de la mitigación de los gases de efecto invernadero recaiga sobre el consumidor. Lee el artículo completo escrito por Mario De Fina, desde Buenos Aires, a continuación.
Despertarse y realizar una breve búsqueda en Google, de cinco minutos, emite 10 gramos de dióxido de carbono, lo mismo que lavarse las manos. Si desayunas una banana, vas a emitir 10 veces más: cerca de los 110 gramos. Pero si antes planeabas una ducha rápida de menos de 15 minutos, vas a estar cerca de los 2 kilos de emisiones. Por último, si eres de los que se suben al auto para ir al trabajo, en un trayecto corto no mayor a quince kilómetros, vas a gastar 16 kilos de tC02e.



Se dice «toneladas de CO2 equivalente» porque permite expresar el impacto de distintos gases de efecto invernadero (como metano, óxidos de nitrógeno y gases industriales) en una misma unidad según su potencial de calentamiento global comparado con el CO2 (dióxido de carbono).

Todas nuestras acciones dejan huella. Este concepto se inventó en la década de 1990 para entender qué tan sostenible era el auge de crecimiento poblacional en relación a los recursos naturales finitos del planeta. El encargado de utilizar este término por primera vez fue el académico suizo Mathis Wackernagel en su tesis doctoral, dirigida por el ecólogo William Rees.
“El acelerado consumo de recursos que ha sostenido el rápido crecimiento económico y los crecientes estándares materiales de los países industrializados en las últimas décadas ha degradado, al mismo tiempo, los bosques, el suelo, el agua, el aire y la diversidad biológica del planeta”, aseguraban los autores en la introducción del libro Nuestra huella ecológica: reduciendo el impacto humano sobre la Tierra, de 1996.

Con la crisis climática, la huella ecológica pasó a transformarse en la huella de carbono, un concepto que se catapultó para explicar cómo se traducen las emisiones de nuestras acciones cotidianas: comprar un teléfono, tomar un avión o ir a un recital, todo tiene un equivalente en las emisiones de gases de efecto invernadero que se liberan a la atmósfera.
Según el informe sobre la Brecha de Emisiones del 2024 publicado el abril pasado por el Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA), el promedio mundial de emisiones por habitante fue de 6,6 tCO2: en la cima del ranking se encuentra un qatarí con 68,5 toneladas, mientras que un afgano no llega ni a la tonelada anual. En América Latina no superamos las cinco toneladas al año, por debajo del promedio mundial. Esto lleva a la misma pregunta que con los mercados de carbono: ¿es justo que todos debamos hacer el mismo esfuerzo por reducir nuestras emisiones?

“Buena parte de la política climática busca la manera de interpelar a los consumidores, pero constituye un doble error: primero es un mensaje que se dirige principalmente a las clases acomodadas y en segundo lugar desvía la atención de la producción. Centrarse en el consumidor conduce al clásico callejón sin salida del ecologismo occidental”, asegura el autor sueco Andreas Mal en su libro Capital Fósil: el auge del vapor y las raíces del calentamiento global.
Pero desviar la atención hacia el consumidor no fue algo casual, la primera calculadora de emisiones para las personas fue ideada por la petrolera británica BP en el 2004, tras una campaña conocida como “Más allá del Petróleo” y estaba acompañada de una sugerente frase: “Es hora de empezar una dieta baja en carbono”.

Este primer paso para trasladar las reducciones corporativas a empresas e individuos fue seguido de cerca por compañías que pretendían luchar contra el calentamiento global eludiendo sus propias responsabilidades. Dos décadas después, la tendencia de las calculadoras se afianzó y no se detiene. Cada vez son más quienes ofrecen reducir emisiones: la Compañía de Petróleos de Chile (COPEC), reduce la mitad de tu huella mediante su programa de compensación, solo tienes que pagar por la otra mitad (y bajarte la aplicación).

“Hay varios artículos que muestran la relación entre BP y el desarrollo del concepto de la calculadora de huella de carbono: las calculadoras niegan la subjetividad deliberativa de los usuarios y provocan una respuesta pasiva. Crean sujetos políticos que no pueden reflexionar críticamente sobre sus elecciones más allá de comer o no comer carne”, afirma a Ladera Sur Melanie Dupuis, coautora del reciente estudio “Abriendo la caja negra: la calculadora de huella de carbono”.
Junto a Dustin Mulvaney, ambos pertenecientes al departamento de Ciencias Ambientales de la Universidad de Pace, en Estados Unidos, Dupuis asegura que este no es el camino para lograr una sociedad más sostenible: “Si entrenamos a las personas a pensar de manera simplista sobre estos temas, estaremos creando sujetos políticos incapaces de crear o participar en una sociedad civil. Esto no nos va a conducir a mejores decisiones políticas, ya sea sobre sostenibilidad o sobre cualquier otro tema político complejo”.
En una reciente investigación bibliográfica, académicos chilenos identificaron 250 publicaciones sobre huella de carbono empresarial, y detallaron que: “La relación entre costos empresariales y huella de carbono está emergiendo con relevancia en investigaciones recientes, con un enfoque en la sostenibilidad y la economía verde”.

“También creemos que desde hace algunos años ha comenzado a emerger una creciente preocupación por la huella de carbono individual, se está ampliando el enfoque hacia la corresponsabilidad individual”, asegura en diálogo con Ladera Sur el Magister por la Universidad de Bio Bio, Jairo Dote-Pardo, coautor del estudio.
El “señor calculadora de carbono” cambió de opinión
El investigador británico pionero en el conteo de carbono, Mike Bernes Lee, publicó en 2007 el libro: La huella de carbono de todo, y allí cuantificaba de forma muy específica las emisiones de todo en tCO2. Una conversación por Zoom (20 gramos desde una laptop con eficiencia energética), de un auto Ford Focus 0km (8 toneladas) o de hasta tener un hijo (desde 300 toneladas hasta 5.000 si crece en una familia acomodada a la que no le importen mucho las emisiones), y también calculó la de todas las acciones del primer párrafo de este artículo.
Ante la pregunta de este medio sobre si seguía creyendo que la solución era cargar al consumidor con la responsabilidad, su respuesta fue contundente: “Después de escribir el libro me di cuenta de que conocer el impacto de carbono de nuestros comportamientos no parecía estar conduciendo a una reducción en las emisiones, por lo que escribí No hay planeta B, mirando el panorama general y argumentando a favor de un cambio sistémico. Ahora, en 2025, las emisiones siguen aumentando, por lo que escribí mi último libro, Un clima de verdad, donde reconozco que la mayor barrera para una acción efectiva es la deshonestidad en nuestra política, medios y negocios”.

“Elegir con quién hacemos nuestras operaciones bancarias y a quién votamos son dos de las acciones más poderosas que cualquier individuo puede tener, necesitamos hablar con amigos y familiares, protestar en las calles. Debemos ser ciudadanos globales, no consumidores pasivos. Luchar por el derecho a una tierra habitable, es muy difícil dado el poder de las empresas de combustibles fósiles y tecnológicas, pero sino ¿cuál es la alternativa?, cierra Bernes Lee en el correo electrónico (que según sus propios cálculos, emitió 0,4 gramos de CO2e).

La solución es política. “Avanzar en el camino de construir sociedades más sustentables requiere de cambios estructurales en nuestros sistemas de producción y de consumo, como también de marcos institucionales y de políticas, y para ello es necesario una acción colectiva que demande y promueva esas agendas”, dice a Ladera Sur Daniel Ryan, director de la Maestría en Diseño y Análisis de Políticas del Instituto Tecnológico de Buenos Aires (ITBA).
El investigador, que se enfoca en estudiar cómo las políticas públicas pueden contribuir en la mitigación de los efectos del cambio climático, sostiene que es necesario que las acciones colectivas e individuales funcionen en coincidencia. “En primer lugar, el cambio de conducta individual tiene un mensaje ético muy fuerte, que legitima la demanda de cambios estructurales por mayor sustentabilidad, y en segundo lugar, puede escalar, multiplicarse y generar dinámicas de cambio social que resulten en cambios institucionales”, concluye Ryan.