Es sabido que en la III región de Atacama, la principal actividad económica es la minería, que genera grandes ingresos a nivel nacional, sin embargo el borde costero de la misma región presenta un cúmulo de riquezas que se han venido trabajando en paralelo a la minería. En dicho sector, una variada gama de productos marinos son recolectados por pescadores artesanales, pero hoy es una especie en particular la que está siendo explotada indiscriminadamente: el huiro.

En la última década se han comenzado a exportar toneladas de huiro palo (Lessonia trabeculata) o alga parda a China, lo que ha hecho crecer su rentabilidad. Ahí la materia prima es transformada principalmente en productos de belleza que posteriormente son comercializados a nivel mundial. Esta macroalga cumple una función ecológica importante, al realizar funciones vitales para la reproducción de especies marinas, dado que provee oxígeno, refugio y alimento a los organismos que habitan en nuestro borde costero, y la extracción indiscriminada del huiro es un problema con consecuencias potencialmente catastróficas para ellos.

Ilustración de Pablo Jullián para Chile es mar.
Ilustración de Pablo Jullián para Chile es mar.

Los bosques de huiro palo proveen de hábitat y alimento a diversas especies, muchas de ellas de gran importancia comercial para Chile. 

El pasado mayo estuve en Caldera filmando a los huireros hacer su trabajo para un documental que tiene como premisa el problema de la extracción del huiro, la visión que tienen de ello las mismas personas que lo trabajan, y el futuro que ven con respecto a su labor. En ese tiempo, logré entender las diferencias principales entre las maneras de acumular el alga, y también las tensiones entre los dos grupos que luchan entre sí para apropiarse del recurso.

Recolección

Huiro desplegado en la arena esperando secarse. ©Antonia Perello
Huiro desplegado en la arena esperando secarse. ©Antonia Perello

Hay esencialmente dos maneras de juntar huiro. La primera, y sin duda las más amigable con el entorno, es la de la recolección. En esta modalidad, las familias recolectoras se asientan en las denominadas “áreas de manejo”: franjas del borde costero distribuidas a grupos que cuentan con un registro pesquero en Sernapesca. En dichas áreas, las familias se emplazan en playas esperando a que el huiro vare, actividad que puede pasar en cualquier momento del día o de la noche. Cuando el alga llega a la costa, ellos se meten al mar a recibirlo, y comienzan a juntar lo que más puedan de él en sus hombros para transportarlo a la arena. Ahí lo tienden para que este pueda secarse, proceso que puede durar dos o tres días, dependiendo de su exposición al sol.

Camión comerciante luego de haber comprado atados en Área de Manejo Punta Obispito. ©Antonia Perello
Camión comerciante luego de haber comprado atados en Área de Manejo Punta Obispito. ©Antonia Perello

El procedimiento lo repiten todas las veces que sea necesario, hasta que no quede huiro suelto en la zona de manejo. Una vez seco, vienen los denominados comerciantes, quienes compran el huiro a estas familias, rebosan sus camionetas pick-up con el recurso para luego venderlo a los trituradores, quienes se encargan de usar máquinas picadoras para cortar el huiro en pedazos, meterlos en sacos donde caben unos cinco kilos y finalmente exportarlos al extranjero (generalmente a China).

Barreteo

Barreteros forzando al alga a caer al mar. ©Antonia Perello
Barreteros forzando al alga a caer al mar. ©Antonia Perello

Ahora, el problema nace con la incertidumbre que hay por parte de los huireros en saber cuándo llegará a varar el alga. Debido a la necesidad de contar con materia prima, algunas familias aprendieron a bucear y se han inclinado por la segunda forma de juntar huiro, coloquialmente conocida como el barreteo. A diferencia de la recolección, esta forma no espera a que la corriente marina naturalmente guíe el huiro a la costa, sino que exige la intervención humana en el proceso.

Buzo luego de haber colectado huiro barreteado. ©Antonia Perello
Buzo luego de haber colectado huiro barreteado. ©Antonia Perello

El barreteo consiste en utilizar una “barreta” (que básicamente es un fierro de un metro y medio de largo con punta afilada) para desprender la raíz del huiro de la roca que lo mantiene vivo. Con fuerza, una vez tras otra, se golpea la cabeza del alga hasta que esta cede, hundiéndose en el fondo marino. Tras horas de efectuar esta actividad, un buzo se sumerge en el mar, y recoge del fondo el huiro desprendido, llevándolo al bote que posteriormente es trasladado hacia la costa.

Los Ilegales

Huirero llevando al hombro un atado de setenta kilos. ©Antonia Perello
Huirero llevando al hombro un atado de setenta kilos. ©Antonia Perello

Mientras filmaba a los barreteros hacer su trabajo, la primera duda que me vino a la cabeza fue: ¿Por qué hacen esto? ¿Por qué no, por ejemplo, cortan los “brazos” del alga, pero dejan su raíz donde está, para que así eventualmente el cuerpo junto con las esporas puedan volver a crecer? Y la respuesta que me dieron es clara: El negocio del alga se ha convertido en uno sumamente rentable en los últimos diez años. Los precios varían entre trescientos y cuatrocientos pesos por kilo de alga. Normalmente el huiro se agrupa en “atados” que pesan entre setenta y ochenta kilos, y en un día bueno, en el que vara mucho huiro, un grupo puede llegar a formar entre ocho y diez atados. O sea, alrededor de media tonelada, equivalentes a entre ciento cincuenta y doscientos mil pesos.

Comerciante pesa los atados en Punta Obispito. ©Antonia Perello
Comerciante pesa los atados en Punta Obispito. ©Antonia Perello

Dado lo anterior, el incentivo para vender alga es muy alto, y esto ha llamado la atención de trabajadores de otros sectores, los denominados “ilegales”. Ellos no están inscritos en Sernapesca para realizar la actividad, y ven en ella una alta probabilidad de generar ingresos, presentándose así como una amenaza a los huireros inscritos legalmente.

Los barreteros dicen que si ellos dejaran alga sin barretear, los ilegales inmediatamente arrasarían con las matas que quedan atrás. En consecuencia, prefieren no arriesgarse a dejar el huiro para que alguien más se aproveche de ello, y por ende, extraen la mayor cantidad que pueden. El resultado es devastador, ya que a simple vista se puede ver que en las rocas donde hace no mucho yacían bosques marinos, hoy no hay más que unos espacios rojizos, casi sangrientos que ilustran cómo estas heridas van quitándole la vida al borde costero.

Una gaviota posa sobre una roca visiblemente barreteada. ©Antonia Perello
Una gaviota posa sobre una roca visiblemente barreteada. ©Antonia Perello

A todo esto se suma el hecho que los ilegales también acechan a familias que recolectan el huiro varado. Recolectar el alga es un trabajo duro, que implica acampar en la arena, estar listo para levantarse a las dos de la mañana para meterse al mar, muchas veces sin equipo que proteja el cuerpo de las bajas temperaturas. Es riesgoso, ya que descalzo y con poca luz hay que caminar sobre el resbaloso huiro que ha varado sobre las piedras y que frecuentemente resulta en graves accidentes.

Además de todo esto, es peligroso, ya que los ilegales andan atentos, esperando el momento en que la totalidad del huiro haya sido desplegado en la arena,  y que los integrantes de las familias hayan vuelto a sus carpas a descansar, para luego atacar sigilosamente. Se acercan con armas corto punzantes, enfrentan al que proteja su mercancía y se roban el trabajo de otras personas, para venderlo a un menor precio a los comerciantes.

Cabezas de huiro barreteadas. ©Antonia Perello
Cabezas de huiro barreteadas. ©Antonia Perello

Los huireros explican que es la falta de fiscalización gubernamental lo que ha hecho que la industria se haya vuelto una de carácter violento y sumamente competitiva. Lo anterior lleva a que los mismos trabajadores sepan que están explotando el alga a un punto en que las consecuencias serán irreversibles, ya que al impedir que el recurso se regenere es eminente que no sólo perderán sus trabajos, sino que habrán causado un daño irreparable en el ecosistema marino.

Los chilenos somos los mayores productores del mundo de macroalgas extraídas de poblaciones naturales. ©Antonia Perello
Los chilenos somos los mayores productores del mundo de macroalgas extraídas de poblaciones naturales. ©Antonia Perello
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