Hay quienes las consideran una plaga y quienes consideran que enriquecen la ciudad. Es común verlas en parques, volando en grandes grupos, «cotorreando» entre sí y destacando, por su plumaje verde, entre las otras aves monocromas que habitan la urbe. 

La cotorra argentina  (Myiopsitta monachus) es una especie de ave perteneciente a la familia Psittacidae. En promedio, sus ejemplares miden 30 centímetros de largo y pesan 140 gramos. Si bien es nativa de Argentina, Bolivia, Uruguay, Paraguay y Brasil, esta especie ha colonizado las metrópolis más glamorosas del mundo, coloreando con su característico plumaje verde ciudades como Roma, Berlín, París, Londres, Tokio y Washington DC, entre otras.

Chile no es la excepción. La cotorra argentina, también conocida como cotorra monje, llegó a mediados de los 80 para quedarse. Actualmente, la mayor parte de su población se encuentra en la Región Metropolitana. Si bien esta especie se distribuye desde la Región de Antofagasta hasta La Araucanía, científicos han registrado su presencia, sin evidencia de reproducción, desde Iquique hasta Puerto Montt. 

Natacha González, médica veterinaria especialista en fauna silvestre y miembro de la Red de Observadores de Aves (ROC), explica que el hábitat de las cotorras es “mayoritariamente urbano, pero también se registran en zonas agrícolas, periurbanas y en menor medida en zonas nativas. Generalmente viven en árboles de mediana y gran altura como pinos, palmeras, araucarias ornamentales, en plazas y parques. También utilizan postes y tendidos eléctricos”. 

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Foto de Chris Rorabaugh

La invitación

Actualmente, la cotorra figura en el listado de las 27 especies exóticas invasoras y priorizadas del Ministerio del Medio Ambiente de Chile (MMA), siendo catalogada como una amenaza para la biodiversidad del país. Sumado a esto, en 1997 este plumífero fue definido como una especie invasora y dañina por el Servicio Agrícola y Ganadero (SAG). 

Su llegada, sin embargo, no fue accidental. Natacha González relata que “la cotorra ingresa a Chile en calidad de mascota en la década del 80. Llega desde Argentina y es durante esa misma época en que es liberada por algunos propietarios en sectores de Santiago donde rápidamente empezaron a expandirse. La primera colonia reproductiva se describe en las comunas de La Reina y Las Condes, en la Región Metropolitana”. 

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Foto de Guillermo Mobarak

Cristóbal Briceño, doctor en conservación de la Universidad de Cambridge y profesor de la Facultad de Ciencias Veterinarias y Pecuarias de la Universidad de Chile, ha estudiado el comportamiento y la presencia de las cotorras en Chile a lo largo de los años. En una de sus investigaciones detalla que, sea mediante liberaciones intencionales o escapadas accidentales, para 1998 las cotorras se volvieron comunes principalmente en las comunas del sector oriente de la ciudad de Santiago. Desde entonces, la población solo ha ido en aumento.

Así, desde 1972, más de 15.000 Cotorras Monje han sido importadas en calidad de mascotas a Chile desde Argentina. Esto, a pesar de que en 1997 y hasta el día de hoy existe una prohibición de importación de esta especie. 

En cuanto a su expansión hacia otros continentes, el conservacionista explica que se “robaron y sacaron muchos ejemplares, principalmente de Argentina y Uruguay y esos fueron los que se distribuyeron en todo el mundo”.

Nidos de lujo

La cotorra argentina es el único loro, entre más de 350 especies, capaz de construir sus propios nidos con ramas. Además, son monógamas y anidan comunitariamente sobre los 15 metros en árboles, postes o tendidos eléctricos. 

Natacha González explica que estas aves “construyen unos súper nidos que pueden ser múltiples, uno al lado del otro, alojando varias parejas en un solo sitio y tras varias temporadas los nidos van ocupando gran parte del árbol o estructuras, los cuales pueden caer por su propio peso. Hay registros de nidos que pesan hasta 200 kilos”. 

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Nido de cotorra. Foto de Cristóbal Briceño en el marco del proyecto Cotorra Invasora de la Universidad de Chile

En esta línea, Briceño relata que, como si se tratara de una familia conviviendo en un hogar, han observado cómo utilizan ciertas cámaras -o piezas- como baño, para reproducción o para cría. “Las mismas crías que van teniendo van después ayudando a la cría de otros polluelos cuando van creciendo, contribuyendo así a la colonia”, añade.

Investigaciones han evidenciado que estos lujosos nidos, una vez desocupados, pueden ser colonizados por otras aves. Así, explica Briceño, “nosotros planteamos que la cotorra es un ingeniero ecosistémico, es decir, una especie que mediante alguna actividad que realiza, en este caso la construcción de nidos, genera espacios que pueden ser utilizados por otras especies, modificando potencialmente la distribución de otras aves que no cuentan con nidos”.

Frente a este rol de ingeniero, el conservacionista expone que “uno podría decir que puede ser algo bueno, otorgándole la posibilidad de reproducción a otras aves. Sin embargo, el problema es que en otros trabajos nosotros, investigando sobre los pichones, encontramos que los nidos de cotorra argentina están llenos de un ácaro, una especie de araña chupadora de sangre que tiene implicancias para la conservación”.  Así, tanto especies invasoras como nativas estarían expuestas a estos ácaros que, según la sospecha de expertos, fueron introducidos en Chile por el ave argentina.  

Un riesgo para la biodiversidad y para la salud de los humanos 

“Son parásitos que pueden afectar el sistema digestivo de una amplia variedad de animales, incluidos humanos y aves”. Así describe el estudio realizado por once científicos el ácaro que acecha a los pichones de cotorras monje. “Hay especies nativas como los zorzales o chuchos que utilizan los nidos de cotorra y el problema es que los nidos están llenos de estos bichos”, explica Briceño. 

Sumado a esto, especies invasoras como palomas o gorriones también utilizan los nidos desocupados de las cotorras, ayudando así a otras especies invasoras a reproducirse y propagarse.  Así, explica Briceño, “están cambiando potencialmente la distribución de otras aves que utilizan sus nidos y que también podría tener consecuencias para la salud de las especies nativas”. 

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Foto de Brennan Moore

Por su parte, Natacha González agrega que las cotorras no solo son un riesgo para otras aves, sino que también para los humanos. “Las cotorras argentinas pueden ser vectores de algunos parásitos y bacterias que pueden transmitir a otros animales o incluso personas por lo que constituyen un tema de salud pública”. 

Además, la médica veterinaria señala que esta especie representa un potencial riesgo para los tendidos eléctricos “por los mega nidos que, al instalarlos en estas estructuras, pueden interferir”. 

En cuanto a su impacto en las actividades económicas, González explica que “la cotorra es considerada como un problema para el sector agrícola debido a sus hábitos alimenticios, porque se alimenta de distintos frutos y semillas que son de interés productivo”. Por esta razón, incluso en Argentina, su hogar natal, la cotorra es considerada una plaga por las pérdidas generadas en cultivos, con un costo anual superior a los mil millones de dólares.

Invitadas de piedra 

Ante la masiva expansión de la cotorra en las ciudades de Chile y de todo el mundo cabe preguntarse cuáles son las cualidades que la hacen tan exitosa a la hora de reproducirse y sobrevivir en ambientes tan hostiles para la fauna como lo son las ciudades. 

En primer lugar, su astucia representa un factor clave. “Los loros son muy inteligentes, se considera que son de los grupos de aves más inteligentes junto a los córvidos. Por lo tanto, son capaces de buscar fuentes de alimento y de agua sin mayor problema”, relata Briceño. 

En segundo lugar, su capacidad única dentro de las especies de loros para construir sus propios nidos es otro factor crucial. Al no depender de otras especies para reproducirse, cuentan con una gran independencia y capacidad de criar y propagar su especie. 

Otro factor relevante es su habilidad para adaptarse a distintos climas mediante sus nidos. “Donde hay nieve sería inédito ver loros pero sus nidos los ayudan a sortear las inclemencias del tiempo”. Así, explica “en los países más fríos las cotorras tienden a usar estructuras humanas para hacer sus nidos, por ejemplo, postes de alta tensión o transformadores eléctricos buscando el calor que generan”. 

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Foto de Soumyajit Ray

En esta misma línea, su capacidad de sentirse a gusto y adaptarse a las ciudades representa una gran ventaja para su propagación. Los investigadores especulan, según explica Briceño, que “como en los lugares más rurales puede haber más abundancia de depredadores, en la ciudad se sienten más protegidas por la presencia de los seres humanos que, de cierta forma, ahuyentan a estos depredadores”. 

Un quinto factor que podría explicar su éxito como especie invasora es la flexibilidad de su dieta que la ciudad, en ocasiones, puede subsidiar.  La cotorra puede llegar a alimentarse de pasto, patagua, frutos de quillay e incluso pan. Así, el conservacionista relata que “se ha visto que, por ejemplo, en los barrios donde hay más parques y donde hay también más gente mayor que les alimenta de pan, las cotorras son más numerosas”. 

Por último, sus hábitos gregarios y su preferencia por la vida en comunidad mediante la anidación en grupos contribuyen a facilitar notablemente la supervivencia de estas aves.  “Cuando hay algunas alimentándose, hay otras que están observando, entonces hacen llamadas de alerta”. Por otro lado, las mismas crías una vez que crecen “van ayudando también la reproducción de los padres ejerciendo labores de cría”. 

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Foto de Carla Morris

¿Erradicación o contención? 

A pesar de estar catalogada como plaga, invasora y dañina, la presencia de esta especie en Chile continúa imperturbable. Cristóbal Briceño apunta a la necesidad de un plan estratégico con coordinación a nivel nacional: “Si tú piensas que tenemos esta especie invasora que vive en altas densidades, con patógenos y que están volando sobre la cabeza de los santiaguinos, en Concepción o Temuco, es un tema serio que deberíamos abordar. Ya lleva 50 años acá, cada vez se hace más difícil y caro. Tiene que ser un esfuerzo coordinado”.

Natacha, por su parte, estima que “aunque probablemente sea tarde para erradicar esta especie del país, es importante controlar que se limite sólo a las ciudades y no se expanda a zonas naturales o áreas protegidas. Las especies invasoras son la segunda causa más importante de pérdida de biodiversidad a nivel global, por lo que es urgente definir un programa de control entre todos los actores ambientales que puedan estar involucrados”.

*Foto principal por Chris Rorabaugh

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Infografía por Amelia Ortúzar
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