Las plantas saben de solidaridad más que nosotros, y la cooperación es una estrategia que las ayuda a sobrevivir en condiciones de severidad ambiental. Al menos así ocurre con la vegetación de la cordillera central de Chile entre los mil y dos mil metros de altitud.

Pero no sólo eso. Son las especies menos emparentadas entre sí, más alejadas en términos evolutivos, las que se están beneficiando de este vínculo fraternal, en un contexto de megasequía, cambio global y alto riesgo de incendios, que hace más compleja la sobrevivencia. 

La Doctora Milen Duarte, investigadora del Instituto de Ecología y Biodiversidad, junto a un grupo de científicos, analizaron este escenario en Lagunillas y Farellones, estudiando a la comunidad vegetal que existe en estos territorios. Ramiro Bustamante (Universidad de Chile) y Lohengrin Cavieres (Universidad de Concepción), ambos del IEB, y Miguel Verdú (Centro de Investigaciones sobre Desertificación, España), también participaron de este trabajo cuyos resultados fueron publicados en la revista científica Oikos.

Viola subandina, Cantillana ©Nicolás Lavandero
Viola subandina, Cantillana ©Nicolás Lavandero
Alstroemeria exerens, Farellones ©Nicolás Lavandero
Alstroemeria exerens, Farellones ©Nicolás Lavandero

“Aprendamos de las plantas”

“En esta investigación trabajamos principalmente en el matorral esclerófilo, uno de los ecosistemas más amenazados en Chile, analizando la comunidad de flora que hay entre los mil y dos mil metros. En ese contexto, estudiamos los efectos ecológicos de las especies nodrizas, denominadas así por su capacidad para facilitar el crecimiento y desarrollo de otras especies bajo su copa. Gracias a esto, pudimos determinar que en condiciones de estrés, es donde existe más colaboración, sobretodo, entre especies que son muy distintas. Sin duda, vemos que este fenómeno no sólo tiene una lectura científica, sino también social, que nos está diciendo: aprendamos de las plantas, comenta la Doctora en Ecología y Biología Evolutiva.

Según describe el estudio, serían el Quillay, el Frangel u Olivillo de cordillera, y el Espino, algunas de las 14 especies nodrizas más representativas de estas áreas cordilleranas, cuya presencia estaría facilitando el desarrollo de otras especies que crecen bajo su alero, tales como Oxalis, algunas violas y alstroemerias, principalmente. Todas éstas caracterizadas por sus coloridas flores. En este contexto, el estudio estableció que las nodrizas aumentan la riqueza de especies de la comunidad hasta en un 35%.

Kageneckia angustifolia, Cantillana-Frangel ©Nicolás Lavandero
Kageneckia angustifolia, Cantillana-Frangel ©Nicolás Lavandero

¿Cómo lograron determinar este vínculo? Para analizar este escenario, la investigadora de la Universidad de Chile y sus colaboradores hicieron parcelas de estudio, ocupando cuatro altitudes en la gradiente de elevación: a los 1000, 1400, 1600 y 2000 metros sobre el nivel del mar. En estos territorios, evaluaron la cantidad de especies y abundancia de las mismas, dentro y fuera de las potenciales plantas nodrizas. Así, calculando cuántas plantas vivían bajo la especie “protectora”, pudieron establecer un índice de interacción. 

Milen Duarte explica que esta interacción positiva se vio incrementada a medida que la vegetación se encontraba a mayor altitud, lo que coincide a su vez, con una mayor severidad ambiental. Un factor que lo explica es que, a mayor altura, las oscilaciones de temperatura son más extremas y el clima es más adverso para la flora. Así entonces, se determinó que a los 2 mil metros, el estrés era mayor que en las otras alturas, y más potente también el rol de las nodrizas para acoger a un mayor número de plantas bajo su regazo. 

Camino a Ferellones ©Milen Duarte
Camino a Ferellones ©Milen Duarte

Otro punto que determinaron los investigadores, es que a mayor distancia evolutiva entre especies, mayor también era la cooperación. “Esto significa que mientras más distante en términos de parentesco, es la planta nodriza de aquella a quien ayuda, más positiva es su interacción. Una de las explicaciones es que las especies que son distantes tienen requerimientos ambientales muy distintos. Lo que una necesita para vivir es distinto a lo que otra requiere y por lo tanto, no compiten por los mismos recursos”, comenta la ecóloga.

Pero ¿qué aportan estas nodrizas a sus plantas compañeras? Otros estudios señalan que, en líneas generales, éstas generan características microclimáticas que son mejores para la vida de muchas plantas, y por otra parte en sus suelos y raíces hay más nutrientes y microorganismos benéficos. Incluso, aportan la sombra necesaria a otras plantas.  “Las nodrizas son un verdadero refugio y generan condiciones microambientales de mejor calidad, que aquellas que están afuera”, comenta Milen Duarte.

Restauración ecológica

El conocimiento generado en este estudio es especialmente relevante no sólo para comprender las interacciones entre especies de nuestra flora, sino también, para conservar comunidades vulnerables y amenazadas, que enfrentan escenarios climáticos complejos y la degradación de sus ecosistemas.

“Uno de los puntos más importantes de esta investigación apunta a la restauración ecológica. Con los resultados obtenidos, ya tenemos evidencia para ayudar a restaurar el bosque esclerófilo. Estos conocimientos y el desarrollo de más investigaciones en esta línea, nos permitiría usar los mismos mecanismos que tienen los sistemas naturales para regenerar el matorral o el bosque, en lugar de usar elementos externos. Así, se podrían emplear estas nodrizas para regenerar un área tras un incendio o una zona muy degradada. En esa línea también debiéramos incentivar el uso de especies que sean evolutivamente distantes de aquellas que queremos restaurar”, explica la investigadora del IEB.

Oxalis penicellata ©Nicolás Lavandero
Oxalis penicellata ©Nicolás Lavandero

Finalmente, Milen Duarte rescata el gran mensaje que deja este trabajo en la cordillera central. “Las plantas nos están enseñando que debemos cambiar nuestra cosmovisión y pasar de la competencia a la colaboración y a la facilitación, un cambio que tiene que ver con cómo nos relacionamos con la naturaleza. Debiésemos aprender de especies que son mucho más antiguas que nosotros, y que han logrado convivir de forma armónica en condiciones adversas, manteniendo un sistema de equilibrio. En ese contexto, también sería fundamental que los derechos de la naturaleza estuvieran consagrados en la nueva Constitución”, concluye la bióloga ambiental. 

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