«Bienvenidos a otro planeta», afirmó Nancy García Mayorga, de Turismo Latitud Austral, cuando arribamos al aeropuerto Balmaceda en las cercanías de Coyhaique.

Son alrededor de 1.600 kilómetros los que separan la ciudad de Coyhaique (Región de Aysén) de Santiago. Esto se traduce en dos horas y 30 minutos de vuelo o 25 horas de recorrido por la carretera. En esta travesía se observan paisajes que parecen salidos de revistas extranjeras o de libros de fantasía, puesto que se caracterizan por poseer una belleza extraordinaria, capaces de emocionar a cualquiera.

Una vez que se llega a Coyhaique, es posible realizar diversas actividades, desde recorrer el centro urbano de la ciudad, visitando su plaza, monumentos y miradores, hasta optar por panoramas más aventureros, como lo es el trekking en el Parque Nacional Cerro Castillo y el tour por las Cavernas de Mármol.

Cerro Castillo, Coyhaique. Créditos: Jǒzepa Benčina.

«Si te gusta la cerveza, puedes visitar las cervecerías de sabores variados y que, por su agua, son de gran calidad. Si te gusta el trekking, puedes hacerlo en la Reserva Coyhaique o la Reserva dos Lagunas. También puedes hacer un city tour por la piedra del indio, monumento al mate, mirador Marchant, la Plaza del Pionero o del ovejero, la plaza de Armas, con su característica forma, y visitar el Museo Regional lleno de historia y tradición», explicó Nancy.

Luego de conocer Coyhaique, la aventura no termina allí, ya que, después de realizar un viaje de dos horas desde la ciudad hasta Puerto Ingeniero Ibáñez, es posible abordar la barcaza que conecta dicho territorio con Chile Chico, cruzando el lago General Carrera.

Se trata del lago más grande de nuestro país, contando con una superficie total de 1.850 km², de los cuales tan solo 978,12 km² pertenecen a nuestra región, ya que el resto se encuentra en la provincia argentina de Santa Cruz, donde recibe el nombre de lago Buenos Aires. Este lago, de origen glaciar, se encuentra rodeado por la cordillera de los Andes, dotándose de grandes paisajes y vientos lo bastante fuertes como para llevarse un par de gorros en el proceso de traslado. Curiosamente, el lago también recibe el nombre de lago Chelenko, lo que se traduce como «Aguas Tormentosas».

El traslado en la barcaza demora dos horas en realizarse. Luego de ese tiempo, se llega al fin a Chile Chico, un lugar recóndito, pero lleno de vida y de patrimonio tanto natural como histórico. En este sentido, gracias al apoyo del Servicio Nacional de Turismo (Sernatur) de la Región de Aysén, en conjunto con Chile es Tuyo y Aysén Patagonia, como Ladera Sur tuvimos la oportunidad de recorrer sus calles, conociendo un poco de su historia en el proceso, y de contemplar los impresionantes paisajes del Parque Nacional Patagonia.

Recorriendo las calles de Chile Chico

El primer lugar que visitamos fue la plaza de Armas de Chile Chico. En uno de los costados se encuentra el edificio que actualmente corresponde a la delegación presidencial, pero que en el pasado fue la primera escuela de la ciudad. A su lado, a unos escasos metros de distancia, se avista el hostal La Victoria, lugar que en sus años fue el primer cine del sector, el cual aún consta con parte de aquella infraestructura.

En otro de los costados de la plaza se encuentra el terminal, donde actualmente es posible comprar los pasajes de la barcaza, sin embargo, antiguamente fue una gran pulpería. Es más, registros fotográficos de ese pasado se encuentran decorando las paredes del interior del edificio.

Luego de visitar la plaza, bajamos hasta llegar al borde del lago, donde se encuentra un paseo que es posible recorrer caminando, gozando de una vista amplia al lago. Desde allí, se pueden ver unas antenas en la punta de uno de los cerros, las que simbolizan el lugar hasta donde llegaba antiguamente el glaciar que dio origen al lago.

Al final del paseo, se llega al puerto donde se desembarca la barcaza. Subiendo por aquella cuadra, nos encontramos con el que antiguamente fue el hotel Miramar, cuya construcción data de principios de los años 30. Con el paso del tiempo cambió su nombre a hotel Antártida, y después se convirtió en la clínica municipal. En la fachada aún es posible observar rastros de su antiguo nombre.

«Se conservó la parte de afuera, aunque de todas maneras se tuvo que adaptar. Los arcos están rellenados, para poder colocar ventanas termo paneles. La construcción es una bastante clásica de la zona, que es el adobe. Un ladrillo hecho de barro con paja y piedras entremedio. Es un elemento muy bueno para la aislación térmica», explicó Diego Crawford, guía de PatagoniaXpress.

Al continuar con el tour, llegamos hasta un edificio que es conocido como el Hotel Plaza, el cual fue el primer hotel de la ciudad. Antiguamente, tenía vista al lago, pero ahora la panorámica se encuentra bloqueada por otras construcciones. Esta estructura ya no se encuentra abierta al público, sin embargo, conserva su color y fachada original.

«En este hotel se quedaron personas muy importantes, tales como Pablo Neruda y Salvador Allende», comentó Diego.

En esa misma calle, pero un poco más arriba, nos detuvimos frente a la primera casa que tuvo radio en Chile Chico, la cual mantiene su estructura de origen y la que, por aquellos años, fue un lugar que congregó a muchos de los habitantes de la zona, llegándose incluso a realizar eventos y matrimonios entre sus paredes.

Mucho más allá, alrededor de la avenida principal de Chile Chico, una casa de bella fachada llamó nuestra atención, ya que justo a su lado se encontraba el barco Andes, el cual llegó en 1921 al lago desde Inglaterra, funcionando en sus comienzos como un puesto ambulante de ventas. Con el tiempo, este barco se transformó en el primero en cruzar el lago como medio de transporte. Ahora se encuentra en exhibición junto a la Casa de la Cultura, la que actualmente es un museo, pero que en el pasado fue la oficina de LAN Chile.

Un pasado lleno de influencia extranjera

El primer día de viaje lo cerramos con broche de oro en la Casona Belga. Se trata de un restaurante y lugar de hospedaje que, en el pasado, fue hogar de una de las familias belgas más respetadas de la zona: los d’Olbecke. De esta familia nació Charles, conocido como Charlie, creador de la Cerveza D’olbek.

Los belgas llegaron a Chile Chico posterior a la Segunda Guerra Mundial. Fueron cuatro familias las que arribaron, acompañadas por solteros y empleados de diversas profesiones, siendo en total 57 personas las que conformaron la comitiva. Estas familias fueron los Amand de Mendieta, los Halleux, los Smet d’Olbecke, y los Cardyn, las que recibieron cerca de 10.000 hectáreas en el valle del Río Murta. Sin embargo, estas tierras se encontraban dominadas por la naturaleza, por lo que finalmente debieron asentarse en Chile Chico.

«Se produjo una especie de revolución industrial, ya que ellos trajeron consigo diversas tecnologías, como los autos anfibios (…). Fue muy importante que vinieran para acá, porque ayudaron al pueblo a progresar. Eran muy amorosos con la gente», relató Diego.

En esta línea, durante la mañana siguiente, desayunamos en la Hostería Patagonia, la cual hasta el día de hoy pertenece a los descendientes de Marie Antoinette Amand de Mendieta de Bonhome y Gabriel de Halleux Desclèe, quienes tuvieron 11 hijos, los que crecieron entre los álamos y el viento de la Patagonia.

«Hace poco celebramos los 70 años de la llegada de los belgas. Hicimos una fiesta muy bonita justo antes de la pandemia. La convocatoria fue para todos los descendientes de los belgas. Juntamos casi 300 personas», relató Verónica Raty, nieta de Marie Antoinette y Gabriel, quien actualmente dirige la Hostería.

«Charlie fue el primer chileno-belga, nació en Chile Chico el 30 de diciembre. Entonces también aprovechamos de celebrar su cumpleaños en esta reunión», agregó Verónica entre risas.

La vendimia más austral del mundo

Ese día, luego de desayunar, partimos rumbo a la primera Expo Vendimia Chile Chico, la más austral del mundo. La inauguración se realizó en el Callejón Hortensia Vogt, sector Chacras s/n de la ciudad del Sol, en el marco del aniversario número 60 del Instituto de Investigaciones Agropecuarias (INIA). La exposición tenía como objetivo resaltar los avances en diversificación productiva a través de la expansión de la vitivinicultura hacia las áreas más australes del país.

«Hoy día estamos en la primera Expo Vendimia más austral del mundo, que ha sido organizada por INIA, pero con la colaboración de múltiples instituciones públicas y privadas (…). Esto nos ha permitido tener una fiesta muy bonita, donde se han sumado los productores locales, ya sea de productos hortícolas, algo de ganadería y artesanos», comentó Camila Reyes, directora del INIA Tamel Aike Coyhaique.

«Hace muchos años atrás era impensado contar con viñedos en esta zona, pero el INIA, a través de la investigación y transferencia tecnológica, ha demostrado que es totalmente factible generar vinos de alta calidad», agregó Reyes.

En esta línea, esta iniciativa se destacó por profundizar en la selección de variedades y técnicas para enfrentar los actuales desafíos climáticos. Símbolo de esta propuesta fue la producción del emblemático vino Keóken, el cual surgió luego de que en 2016 se instalara un viñedo de forma experimental cuyo fin era evaluar la viabilidad del cultivo de la uva en la Patagonia.

Este avance permitió que continuara la exploración en este rubro, dando origen a diversos proyectos comerciales, como lo fue el establecimiento del viñedo «Viña Allá Lejos», en Chile Chico, en el predio del productor Esteban Milovic, y la «Viña Don Renato», en Puerto Ibáñez, en el predio de Oscar Lagos, desarrollando variedades de cepas como Pinot Noir y Chardonnay.

Esta exposición contó con todos los elementos para considerarse como la fiesta del vino de la Patagonia. Los asistentes pudimos disfrutar de visitas al viñedo, degustaciones, exposiciones de artesanías, productos hortofrutícolas y gastronómicos.

Trekking en Parque Nacional Patagonia y Reserva Nacional Lago Jeinemeni

El último día de nuestro viaje lo coronamos con un paseo por el Parque Nacional Patagonia. En el camino hacia al parque nos encontramos con distintas especies, tales como un quirquincho (Chaetophractus nationi), un grupo de martinetas (Eudromia elegans), caballos, ovejas y vacas. Asimismo, también pudimos observar las afluencias del Río Jeinemeni, aquel que separa el territorio chileno del argentino.

Una vez llegamos al parque, una camioneta debió acercarnos hasta los senderos, ya que el camino hasta allí es bastante empinado y con algunas curvas un tanto peligrosas. Una vez arriba, comenzó nuestra aventura por el sendero Cueva de las Manos.

«En el circuito de la Cueva de las Manos podemos encontrar guanacos; pumas, aunque es difícil; aves rapaces, como lo pueden ser aguiluchos, águilas moras o comunes, y caranchos; chingues; pilches, entre otras especies», afirmó Diego.

El primer tramo lo hicimos por un camino rocoso junto al Río Pedregoso. Luego, continuamos nuestro camino entre unas enormes estructuras rocosas, rodeadas de vegetación típica de la zona, como por ejemplo el calafate, planta utilizada para hacer mermelada y licor.

La primera parada importante la hicimos en el Paredón de Pinturas Rupestres, donde observamos los vestigios de los tehuelches, también conocidos como aonikenk. Sus manos quedaron grabadas en la piedra, siluetas tanto en positivo como en negativo, permaneciendo en ella por más de 1.000 años.

«Se genera una zona de conservación que la gente puede visitar, obviamente siempre que se le trate con respeto. Es posible ver la cosmovisión y la forma de pensar de ellos, a qué se dedicaban y su cultura, así como trazar las rutas que ellos hacían dentro del Parque», comentó Diego.

La siguiente parada, a 2.8 kilómetros desde el inicio del sendero, fue en la Piedra Clavada, una enorme estructura rocosa de más de 49 metros de alto, de origen volcánico, constituida principalmente por cuarzo. Una formación impresionante de observar, imponente en medio de la vegetación, alzándose desde la tierra hasta alcanzar los rayos del sol.

Un poco más allá de la Piedra Clavada nos encontramos con un grupo de ocho guanacos que pastaban tranquilamente en la llanura, mientras el cielo era sobrevolado por una pareja de cóndores.

Luego de ese encuentro cara a cara con la naturaleza, continuamos por el sendero hasta llegar a la Cueva de las Manos, donde también pudimos contemplar distintos grabados dejados por los tehuelches, tanto manos como dibujos de animales, que datan de hace más de 7.000 años.

La última gran parada del sendero, para luego comenzar a descender, fue en el Valle Lunar, donde nos encontramos caminando en medio de una blancura bastante particular, protegidos por peñascos del mismo color. Un paisaje que parecía sacado de otro planeta, tal como Nancy nos había advertido al llegar a Coyhaique.  

Al terminar el sendero, volvimos al camino principal para llegar a la Reserva Nacional Lago Jeinemeni, donde alcanzamos a visitar el primer y el segundo mirador con vista panorámica al lago, destacándose el color turquesa del agua, las tonalidades otoñales del bosque, entre marrones y rojizas, y la inmensidad del cielo azul.

Reserva Nacional Lago Jeinemeni. Créditos: Jǒzepa Benčina.
Reserva Nacional Lago Jeinemeni. Créditos: Jǒzepa Benčina.
1 Comentario

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  1. PAULA CAMPOS

    Hermoso relato, transportan las palabras

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