Columna de opinión: Recorriendo Rupanco por sus aguas que corren
Esta columna nos lleva a un viaje por el lago Rupanco, bajo el relato de nuestro colaborador invitado Erwin Martínez, quien partió a recorrerlo hace un tiempo en su kayak. Recordando este bello recorrido, evoca los recuerdos históricos que trae el pasar por esas aguas, el atardecer y una buena tarde de conversaciones sobre turismo sustentable en la zona junto a sus amigos. Aquí te invitamos a leer este recorrido por las aguas que corren y el volcán Puntiagudo en el paisaje.
De acceso no sencillo y poco conocido, casi en el límite de nuestra cordillera de Los Andes en la Región de Los Lagos, se encuentra el lago Rupanco. Hace varios años que Ignacio Brunetti, un buen amigo, me había comentado del proyecto “AGUAS en FLOR”, que venía desarrollando en este hermoso lago que aún conserva paisajes prístinos y se puede oler lo salvaje de la naturaleza, lo que hace sentido al significado de su nombre: “Aguas que corren”.
El lago Rupanco es conocido en el ambiente de montaña como una de las rutas de acceso al emblemático volcán Puntiagudo (2.493 m), macizo que tuve la oportunidad de conocer hasta su hombro norte, justamente en compañía de Ignacio, hace ya varios años. Sin duda, un trayecto donde es imposible abstraerse de la historia del lugar, resultando inevitable traer a nuestra conversación, la vida de los colonos, el rigor del invierno, de cómo antiguamente la gente vivía de la explotación maderera, su principal fuente de ingreso, la que ha sido reemplazada gradualmente estos últimos años por la actividad ganadera a baja escala, y en general, de los desafíos que enfrentan todos los lugareños.
De acuerdo al levantamiento en terreno de 267 muestras de flora y fauna, realizado por Fondo de proyección ambiental en el año 2013 (FPA) destinadas al análisis de la biodiversidad de flora y fauna presente en el sendero Huella del Puntiagudo, se logró determinar la presencia de 82 especies distintas, de las cuales un 45,12% correspondieron a flora y el restante 54,88% se distribuyó entre aves, insectos, anfibios y reptiles. Adicionalmente se pudo constatar la presencia de cinco especies con problemas de conservación. Con todos estos aditivos, es inevitable no querer explorar aún más estos parajes y sumergirse en esta biodiversidad maravillosa y es por eso que me propuse volver en el corto plazo, esta vez a navegar el Rupanco en kayak.
Bajo la premisa “Lo que retrasa no se niega”, sabía que en algún momento se me darían los tiempos para volver nuevamente. Es así, que con mis amigos Iván Muñoz y Carlos Sotomayor, esa instancia finalmente se dio. Nos animamos a esperar una buena ventana meteorológica y adentramos nuevamente en este mágico lugar. El objetivo, era llegar al salto del calzoncillo, cascada marcada, de arriba abajo, por tres partes: un tramo largo, un tramo corto y lo que se podría denominar “las piernas”.
Ya listos con el itinerario y kayaks cargados, partimos rumbo al lago, sin duda, se valoran aún más estos instantes en tiempos de pandemia.
Al iniciar la kayakeda cruzando el lago en dirección al salto el calzoncillo , es inevitable conversar de los orígenes de todo este bello lugar, como, por ejemplo, la existencia previa al gran terremoto del 60, del Hotel Termas de Rupanco, el cual según los habitantes del sector era una fuente de ingreso pujante para todos, o de la única erupción histórica del Puntiagudo que se produjo en el año 1850.
Al atardecer y con varios kms de remada en la espaldas y brazos, logramos llegar y disfrutar de las cálidas aguas termales del Rupanco, premio insuperable para finalizar una buena jornada. Minutos más tarde nos encontrábamos con Ignacio, quién nos visitaba junto a otros amigos de su proyecto cultural-educacional AGUAS en FLOR, para saludarnos y pasar un momento agradable. Conversar con ellos me hizo recordar una frase de David Thoreau, que sin duda cada día cobra más sentido: “El más rico es aquel cuyos placeres son los más baratos”. Como anécdota, en la lancha no solo venía Ignacio con sus amigos, sino que también un cordero que había sido recientemente parte de un trueque. ¡¡¡Qué tremendo!!! Al común de la gente nos cuesta entender que aún se puede vivir del trueque, de la buena fe, de la tierra propiamente tal, sin depender y sin las preocupaciones asociadas a las grandes ciudades (tacos, prisa, supermercados, internet, tumultos, etc.).
Comenzamos a «ponernos al día” de muchas noticias y anécdotas, mientras nos comentaban como cultivaban gran parte de sus alimentos, como creen en el autoconsumo y la sustentabilidad, el respeto por el medio ambiente, como persiguen que el turismo sustentable sea un eje del sector, el cómo este concepto al vivirlo en sus 3 aristas puede ser eje detonante favorable. Lo anterior, sin dejar de lado la crudeza del invierno local, donde la lancha es su medio de transporte y conectividad, sin duda, acá se vive el lema de que somos en país con y tradición navegable, que no le damos la espalda al mar, en este caso, al lago.
Al día siguiente, muy temprano, levantamos campamento para volver a remar sus buenos kilómetros de regreso, mientras lentamente nos van despidiendo estas “Aguas que corren” con el volcán Puntiagudo de fondo. Vivencias como estas hacen que uno regresa a la urbe con el corazón y los sentidos lleno de naturaleza, de ver personas que buscan esa conexión extrema con ella y no necesitando nada más. Esperamos volver pronto y por sobre todo, esperamos encontrarnos con que el desarrollo económico no colapse este paraíso, si no por el contrario, se encuentre el equilibro entre lo puro y el “progreso”.