Es endémico, está en peligro de extinción y tiene características únicas que le han permitido adaptarse al desierto más árido del planeta, donde no cae más de 0,5 mm de precipitaciones anuales, la radiación solar es la más alta del planeta, y existe una gran oscilación térmica entre el día y la noche. Es un sobreviviente, sin duda. Con una excepción: la mano del hombre, que ha sido su mayor amenaza. 

Crece principalmente en la Pampa del Tamarugal ubicada en la depresión intermedia de la Región de Tarapacá, entre la quebrada de Tiliviche y el río Loa, a unos mil metros de altitud. En este lugar no hay cursos de agua permanentes y las precipitaciones son prácticamente inexistentes, no obstante, existen napas freáticas –acumulación de agua subterránea– que se recargan por infiltración de precipitaciones que ocurren durante el verano a cientos de kilómetros, en el altiplano. Los tamarugos logran alcanzar estas napas subterráneas gracias a la adaptación de sus raíces, donde las principales crecen en forma vertical y pueden superar los 10 metros de profundidad, a diferencia de la mayoría de los árboles que no penetran más allá de un metro de la superficie y luego extienden sus raíces horizontalmente.  

También están hábilmente adaptados para evitar la alta exposición a la radiación solar. Descubrimiento que hizo Roberto Chávez, doctor en ciencias de la geo-información y percepción remota, estudiando la pampa a través de imágenes satelitales para analizar cómo ha variado el verdor de estos árboles en los últimos 40 años con la disminución de los acuíferos. 

A través de los satélites se puede analizar el índice de vegetación de diferencia normalizada, también conocido como NDVI por sus siglas en inglés, usado para estimar la cantidad, calidad y desarrollo de la vegetación. La explicación no es tan simple, pero básicamente se puede medir la radiación de ciertas bandas del espectro electromagnético que la vegetación absorbe o refleja a través de sus hojas. 

“Nos dimos cuenta de que, en los satélites, los tamarugos se veían más verdes en invierno, lo que era muy extraño porque suele ser al revés: los árboles tienen su mayor desarrollo en primavera y verano. Instalamos cámaras en la pampa y descubrimos que otra de las adaptaciones que tienen para sobrevivir en estas condiciones extremas, es que las hojas tienen la capacidad de moverse según el sol, lo que se llama heliotropismo. Existen dos tipos de heliotropismo, el más común es el que hacen las flores de maravilla que ‘siguen al sol’, poniendo sus hojas perpendiculares (mirando) a los rayos de sol. Estos árboles del desierto hacen exactamente lo contrario, ya que ponen sus hojas paralelas a los rayos del sol, para que la radiación no tenga una incidencia directa y con eso evitan disecarse. Este movimiento lo realizan para evitar la máxima radiación a medio día, sobre todo durante la temporada de verano”, explica.

Reconstruyendo la historia

Contar con árboles plenamente adaptados en el desierto no solo es un milagro en sí, sino que también ha permitido la presencia del ser humano desde hace unos 12.800 años. Y es que estos bosques cumplen múltiples funciones vitales para la vida humana en este entorno desértico: protegen las reservas de agua subterránea, disminuyen los efectos del viento, moderan las temperaturas, ofrecen sombra y forraje a los animales, generan biomasa para la obtención de energía y enriquecen la tierra al aportar nitrógeno, mejorando así su fertilidad. Estas características convirtieron al tamarugo en un recurso invaluable para los primeros grupos de cazadores recolectores que llegaron a la pampa, los que no producían su alimento, por lo que dependían de la disponibilidad de agua y comida que les abasteciera la tierra. Las semillas de tamarugo son comestibles (misma familia que los porotos, Leguminosae) y tradicionalmente se hace harina con ellas.

Frutos del Tamarugo (Prosopis tamarugo)
Frutos del Tamarugo (Prosopis tamarugo)

Paula Ugalde, doctora en Antropología e Investigadora Adjunta del Núcleo Milenio de Ecología Histórica Aplicada para los Bosques Áridos (Aforest), ha enfocado sus estudios en el poblamiento temprano del hombre en el desierto. En sus estudios, confirmó que estos primeros grupos humanos no solo cohabitaron con árboles de tamarugos, sino que tenían una relación especial con ellos. “Estos antiguos pobladores mantenían una relación muy distinta con la naturaleza. Era una relación mucho más cercana al considerarse parte de ella más que modificadores o patrones de la naturaleza. Eran una pieza más. De hecho, descubrimos que a pesar de que los tamarugos eran muy abundantes, estos grupos no los usaban como uno imaginaría para hacer fuego o sus instrumentos de madera. Recordemos que en ese tiempo los instrumentos eran de piedra, madera o hueso, entonces es muy raro que ellos no usaran estos árboles si era el más abundante. Nuestra hipótesis es que estas personas estaban cuidando estos árboles, porque les proveían de un área de seguridad, protección del viento, sol, frío y, además, generaban verdaderos oasis de vida, donde ellos podían congregarse y sobrevivir”, explica.  

Tamarugo gigante
Tamarugo gigante. (Foto: Roberto Chavez)

Posterior a estas primeras poblaciones, no hay datos de asentamientos humanos en la pampa hasta el formativo temprano (3.000 a 2.000 a.C.), época en que se inició una etapa de asentamiento sedentario y los árboles de la pampa comenzaron a ser aprovechados de otras formas, por ejemplo, como vigas para viviendas, madera, frutos para ganado, y material de intercambio, especialmente en épocas posteriores, cuando los tiwanaku y los incas dominaban estas tierras. 

“Entremedio no es que la pampa estuviera vacía. La idea de vacío viene de nuestra mirada occidental, pero la pampa siempre fue atravesada por gente, por caravaneros, que tenían puntos estratégicos donde había agua y árboles”, aclara Paula Ugalde. 

Prueba de ello son los geoglifos que hay en la zona, los cuales se cree que marcaban puntos de interés en estos circuitos trashumantes entre la costa y la pampa. De hecho, en esta zona, se encuentran los geoglifos más importantes del país: los geoglifos de Pintados, construidos por pueblos prehispánicos en las laderas de los cerros entre los años 700 y 1500 d.C.

Los bosques empiezan a desaparecer

Distintos estudios han demostrado que la pampa ha tenido varias fluctuaciones en el clima y que, poco a poco, se fue haciendo más árida. No obstante, los bosques habrían sobrevivido e, incluso, los primeros cronistas españoles hablaban de bosques impenetrables. 

Junto a su llegada, estos bosques pasaron a formar parte de una dinámica ex­tractiva asociada a la minería de la plata y, también, para cocer el caliche destinado a la fabricación de la pólvora. “Si bien la disminución de la masa boscosa nativa durante el periodo colonial no representó un colapso ecológico, sí constituyó un preámbulo de lo que vendría más tarde con el proceso de obtención del salitre”, indica el doctor en historia Luis Castro en su artículo El bosque de la pampa del tamarugal y la industria salitrera: el problema de la deforestación, los proyectos para su manejo sustentable y el debate político (Tarapacá, Perú-Chile 1829-1941).

Tamarugo (Prosopis tamarugo)
Tamarugo (Prosopis tamarugo)

El estudio indica que los árboles de la pampa comenzaron a declinar paulatinamente, alcanzado niveles de desastre en la época industrial salitrera, tanto en la etapa peruana, como chilena del territorio (posterior a la Guerra del Pacífico). “El inicio del ciclo salitrero durante la primera mitad del siglo XIX, describió la explotación más intensiva del bosque de tamarugos y algarrobos. El procedimiento de las paradas, utilizado a partir de la década de 1830 para obtener el salitre, técnica que consistió en inmensas ollas de hierro calentadas con leña, provocó una tala indiscriminada que hizo colapsar la formación boscosa del área circundante al pueblo de La Tirana y Canchones, como de la zona más al sur comprendida entre Cerro Gordo y Guatacondo”, continúa relatando el artículo. 

La leña no solo se usaba para procesar el mineral, sino que también para hacer andar los ferrocarriles a vapor que trasladaban el mineral. Era tal la necesidad de leña y carbón y tan intenso el debacle ecológico, que a partir de 1920 aparecieron en escena los cazadores de leña, que buscaban leña fósil de antiguos tamarugos y algarrobales que habían quedado cubiertos por arena a varios metros de profundidad. Estos cazadores usaban las manchas de humedad que dejaba la camanchaca para encontrar estos leños milenarios sepultados. Les prendían fuego y los vendían calcinados a las salitreras. 

Poco a poco, esos milagrosos bosques del desierto que permitían la vida fueron transformados en carbón y cenizas. 

¡Bienvenida la Reserva!

Actualmente, la mayoría de los tamarugos que existen en la pampa se encuentran dentro de la Reserva Nacional Pampa del Tamarugal y corresponden a plantaciones, siendo la plantación nativa más grande del país con un millón de árboles en cerca de diez mil hectáreas. En el lugar también hay plantaciones mixtas de tamarugo con algarrobos y pequeños remanentes de bosques naturales de ambos árboles, que se encuentran en la zona más austral de la Reserva. 

Tamarugo (Prosopis tamarugo)
Tamarugo (Prosopis tamarugo)

De las plantaciones propiamente tales, las más antiguas datan de la década del 30 que en su mayor parte fueron realizadas por Luis Junoy, un empresario salitrero. El resto de las plantaciones, que constituyen la mayor superficie, fueron efectuadas por CORFO entre los años 1963 – 1972, como parte del Programa Forestal Ganadero de la Pampa del Tamarugal. 

“Las poblaciones de tamarugos fueron diezmadas de tal forma, que cuando afectas la capacidad de resiliencia de estos ecosistemas es difícil su recuperación. Llega un punto de no retorno y tienes que intervenir con plantaciones. No obstante, se hizo más que nada por fines ganaderos para temas de forraje para el ganado de las comunidades que habitan esta zona. El objetivo era adaptar razas ovinas, bovinas y caprinas que tuvieran como base de alimentación los frutos y las hojas de esta especie arbórea”, explica Natalia Ortega directora de Conaf Tarapacá. 

En 1983 la administración de las plantaciones pasó a manos de la Corporación Nacional Forestal donde se sumaron más hectáreas de reforestación y, en 1987, fue creada la Reserva. Actualmente cuenta con 134.000 hectáreas, fraccionada en cuatro zonas, incluyendo atractivos como los Geoglifos de Pintados, vestigios de la Guerra del Pacífico y de la actividad salitrera, y el Salar de Llamara.

Desde esa época hasta la actualidad el Estado no había intervenido en forma activa en términos de restauración en la zona. Sin embargo, el año pasado se creó el plan de Siembra por Chile, que permitió a Conaf realizar nuevas acciones de restauración. “Hemos avanzado en manejo de regeneración de la plantación nativa y en nuevas zonas de reforestación. También hemos realizado mejoramiento de este suelo para recibir a futuras plantas, ya que al ser una plantación nativa y estar inserta dentro de una costra salina no existe la regeneración natural, por lo tanto, la semilla llega al suelo, pero no se dan las condiciones para que pueda prosperar. Para estimular la regeneración se tiene que hacer intervención silvicultural, que consiste en podas y raleos selectivos de mejoramiento a cada árbol. Con esto incentivas nuevos brotes, que a futuro se van a transformar en otro ejemplar”, explica Natalia Ortega.

El milagro del desierto espera otro milagro

Pese a los esfuerzos de reforestación, los tamarugos se encuentran en peligro de extinción y el gran problema que tienen actualmente es la sobreexplotación de agua. Existe una fuerte competencia por el recurso hídrico subterráneo de la pampa por parte de empresas mineras y abastecimiento de agua potable para la ciudad de Iquique. Se estima que la extracción de agua en la cuenca cuatriplica a las recargas naturales, provocando un agotamiento progresivo de las aguas subterráneas. A ello hay que sumar los efectos del cambio climático, que ha generado una disminución de las precipitaciones estivales en tierras más altas. 

Un reciente estudio de la Universidad Católica de Valparaíso y el Núcleo Milenio Aforest confirma lo que Chávez ya indicaba en 2016: que la tendencia de disminución de la napa subterránea continúa y que de aquí a 2060 el 50% de los tamarugos estaría en riesgo vital. 

Movimiento de hojas del Tamarugo. (Video: Roberto Chavez)

“Los tamarugos tienen unas especies de bolsillos de agua (pulvinos) que les permiten mover las hojas con mucha plasticidad y así evitar la radiación solar a las horas más calurosas. Cada bolsillo se llena de agua y las hojas se levantan. Un primer indicador de estrés hídrico en los tamarugos es que este movimiento heliotrópico se ve limitado, porque el árbol no tiene agua para mover las hojas”, explica el investigador Roberto Chávez

De esta forma han analizado cada uno de los árboles de la pampa y cómo es su relación con las napas subterráneas de agua usando imágenes satelitales de alta resolución. Evidenciaron que había tamarugos donde existían napas de agua desde 5 metros de profundidad hasta 20 metros en los casos más extremos. “Cuando los árboles tienen napas a más de 15 metros ya están en un nivel de estrés hídrico mayor y pierden su verdor. Y ya a 20 metros es su umbral de sobrevivencia. Prácticamente no hay árboles fuera de ese rango. Lamentablemente, la disminución de agua ha sido lineal con los años y hemos calculado que para el año 2060, cerca del 50% de los tamarugos van a alcanzar profundidades de más de 15 metros, lo que vuelve muy compleja su sobrevivencia”, agrega Roberto Chávez. En su opinión, la mayor esperanza está en el Salar de Llamara, donde sobrevive un bosque relicto de Tamarugos y donde la extracción de agua subterránea no ha alcanzado niveles tan extremos aún. La diversidad genética de una población natural es mayor a la de una plantación, diversidad que es clave para la sobrevivencia de una especie.

La Reserva también tiene una lucha contra loteos de parcelas que se han instalado en el área, especialmente después de la pandemia. Incluso, una de ellas, está esperando la sanción de la Superintendencia del Medio Ambiente por haber iniciado obras sin haber entrado el proyecto a Evaluación de Impacto Ambiental, cortando varios ejemplares de estos árboles en peligro de extinción. 

También Conaf lucha a diario por la tala ilegal de árboles que son convertidos en carbón y se venden en ferias y negocios para encender parrillas para un asado. Monitorean con satélites la extracción ilegal y participan de una mesa del carbón, para fiscalizar y controlar de mejor forma esta práctica. Pero no es tan simple. “El carboneo es una práctica que es considerada como valor cultural histórico en la zona, por lo tanto, no es una actividad que puedas prohibir. Nosotros como Núcleo Milenio Aforest, tenemos como objetivo visibilizar estos bosques y que se comience a hablar de ellos y discutir a un nivel académico su importancia”, explica Virginia McRostie, directora de este proyecto científico. 

Tamarugo (Prosopis tamarugo)
Tamarugo (Prosopis tamarugo)

En la misma línea, desde Conaf apuestan por acercar la pampa a la comunidad y lograr una mayor valoración de estos ecosistemas. “La pampa es un laboratorio viviente dentro de un desierto absoluto que la misma comunidad no conoce. Por eso nuestros esfuerzos deben estar puestos en la educación ambiental y en poder acercar a la comunidad a estos sitios. Parte importante de este proceso es que los Geoglifos de Pintados se están postulando a Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, por lo que contamos con el compromiso de las autoridades para posicionar y visibilizar la pampa”, destaca Natalia Ortega. 

Pero, sin duda, una de las mayores amenazas que presenta esta zona es el imaginario colectivo de que no existe vida en el desierto. “Yo creo que esa percepción del desierto como vacío es una herramienta política, que se empezó a forjar con la colonización europea y que se radicalizó en el imaginario chileno para explotar el desierto, sacarle las entrañas y tener una idea totalmente extractiva del desierto. Porque en el fondo ¿qué importa que rompas todo si, según esta perspectiva, no vive nadie y no puede vivir nadie porque es demasiado inhóspito? Ese imaginario se olvida de todas las comunidades indígenas que se adaptaron por miles de años para vivir en este desierto y se olvida de las adaptaciones que ha tenido su flora que es única. Necesitamos romper esa idea de desierto completamente vacío e inhóspito y comenzar a valorar este desierto donde incluso hay bosques”, asegura Paula Ugalde.  

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