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Benditas malezas: Descubriendo los beneficios de estas plantas usualmente descartadas
Aunque por mucho tiempo las malezas se han considerado un obstáculo en los cultivos, muchas de ellas poseen importantes beneficios ecológicos, medicinales y nutricionales. Conocerlas, reconocerlas y aprovechar sus propiedades puede transformar la percepción sobre estas plantas, recordando que cada una cumple un papel dentro del equilibrio natural. Descubre en esta nota cinco especies benéficas, listado que realizamos en conjunto con Andrea Riquelme, a cargo del vivero Granja Quilarayen.
En Chile, como en muchos otros países, las malezas forman parte del paisaje agrícola y natural, aunque rara vez reciben la atención que merecen. Se trata de plantas que han acompañado la actividad humana desde los inicios de la agricultura, adaptándose a suelos cultivados y a distintas prácticas productivas. Su presencia está vinculada a la transformación del territorio, la introducción de especies extranjeras y la expansión de la frontera agrícola, lo que ha generado cambios significativos en la flora y en la biodiversidad local.
Aunque muchas malezas son consideradas indeseables, no todas representan un daño directo o inmediato para los cultivos. Algunas cumplen funciones ecológicas importantes, como proveer alimento y refugio a insectos polinizadores, enriquecer el suelo o sostener la continuidad de recursos vegetales en períodos de escasez. Por ello, resulta necesario mirar estas plantas desde una perspectiva más integral, que contemple tanto sus impactos negativos como sus aportes potenciales.

«El término malezas, malas hierbas también, que se ocupa en la jerga probablemente más hispana, se asocia con un carácter más bien negativo, porque el concepto de malezas es un término que está vinculado con la agricultura. En la agricultura lo que se privilegia siempre es producir. El concepto tradicional que existía es producir una sola especie, producir un cultivo de trigo, de manzano, de uva, etcétera. Entonces, cuando uno tiene estas especies presentes, en general lo que producen son complicaciones al manejo», menciona Rodrigo Figueroa, ingeniero agrónomo, profesor y decano de la facultad de Agronomía y Sistemas Naturales de la Pontificia Universidad Católica de Chile.
«Ahora, tiene también otra mirada, un poco más positiva. Cuando esas plantas uno empieza a encontrar que sirven para algo, justamente, ahí es cuando uno puede pensar en que incluso puedan dejar de ser maleza. Es un concepto agrícola que es relativo, porque se vincula con la producción de alimento básicamente», agrega.

De esta manera, el manejo de malezas ha sido tradicionalmente un desafío para los agricultores. Los métodos convencionales, que incluyen el uso de herbicidas y labores mecánicas, implican costos económicos elevados y pueden generar impactos ambientales, como contaminación de suelos y aguas, pérdida de biodiversidad y riesgos para la salud de quienes aplican estos productos. Estas dificultades han motivado la búsqueda de alternativas más sostenibles que combinen control efectivo y conservación ambiental.
Por otra parte, algunas malezas han demostrado ser una fuente valiosa de recursos para la apicultura y la producción de miel, así como para la alimentación y la medicina tradicional. Reconocer su valor no solo contribuye a prácticas de manejo más responsables, sino que también abre la puerta a aprovechar estas especies de manera positiva, integrando su presencia en el paisaje productivo y natural.

Las malezas de Chile
Chile presenta una diversidad notable de malezas que se distribuyen a lo largo de todo el país. Según estudios de herbarios y bibliografía especializada, se han registrado más de 590 taxas reconocidas como malezas, muchas de ellas con un origen extranjero y adaptadas a distintos tipos de ecosistemas, incluyendo áreas agrícolas, forestales, urbanas y naturales. Esta gran variedad refleja tanto la historia de la actividad humana como la dinámica ecológica de cada región.
La distribución de las malezas en Chile no se relaciona de manera lineal con la extensión territorial. Por ejemplo, regiones extensas como la XI Región (Aysén) presentan relativamente pocas especies, mientras que áreas más pequeñas, pero con alta densidad de población y cultivos, como la Región Metropolitana y la VIII Región (Biobío), concentran el mayor número de especies, alcanzando alrededor de 400 en cada caso. Esto evidencia que la presencia de malezas está fuertemente vinculada a la actividad agrícola, la modificación del paisaje y la intervención humana, más que al tamaño físico de cada región.

«No hay una sola maleza que sea problema en todas partes. Van cambiando. Hay malezas incluso dentro de los invernaderos, por ejemplo. Uno diría, ¿cómo van a haber malezas dentro de los invernaderos? Sí, porque sigue habiendo tierra dentro de los invernaderos. Entonces, en la zona central, por ejemplo, las malezas que más se ven son las malezas que se llaman perennes, que además tienen propágulos vegetativos, además de producir semilla. Aparecen especies como el maicillo, la chufa, la correhuela, y varias otras más. En la zona sur esas malezas, por ejemplo, no están, y aparecen otras malezas. Aparece la chépica del sur, la hierba del chancho, el vinagrillo. Todas estas también son perennes», apunta Figueroa.
«Hoy día la las malezas son plantas cosmopolitas. Son plantas que se han ido moviendo. Si tú vas a España, Alemania, Argentina, vas a encontrar gran parte de las mismas especies», añade.

En cuanto a su origen, la mayoría de las malezas presentes en Chile provienen de Europa y Asia (aproximadamente un 59%), mientras que un 33% tiene origen americano. El resto de las especies corresponde a regiones como África, Australia y Nueva Zelanda.
La predominancia de malezas euroasiáticas se explica en parte por la introducción de sistemas de cultivo europeos y por la influencia de la ganadería, que favoreció la dispersión de semillas de estas plantas. Además, muchas de las especies exóticas que hoy se consideran malezas fueron introducidas durante la colonización y la expansión agrícola, adaptándose con éxito a los nuevos ambientes y desplazando a algunas especies nativas.

¿Por qué las malezas son consideradas dañinas?
Las malezas son principalmente consideradas dañinas por los impactos negativos que generan sobre los cultivos, la productividad agrícola y, en algunos casos, los ecosistemas nativos. Su principal efecto se manifiesta a través de la competencia directa con las plantas cultivadas por recursos esenciales como agua, luz y nutrientes. Esta competencia puede reducir significativamente el rendimiento de cultivos estratégicos, afectando la economía de los agricultores y aumentando los costos de producción.
«Las malezas producen varias cosas negativas, la lista es bien larga, pero lo central es que producen pérdidas en rendimiento. Ahora, eso es cierto, pero puede ser manejado de una manera distinta. En general, las malezas producen pérdidas de rendimiento, pérdidas en cantidad y en calidad, y eso está muy estudiado. Se vinculan con las áreas que dañan los cultivos. Las malezas lo hacen un poco más silenciosamente, principalmente a través de dos mecanismos. Son capaces de competir con el cultivo, por agua, por nutrientes, por luz, por espacio. A eso se le llama competencia», señala Figueroa.
«Pero además existe otro concepto, que se llama alelopatía. La competencia junto con la alelopatía se conoce como la interferencia. Las malezas interfieren los cultivos a través de la competencia, por esos recursos. A través de la alelopatía, liberan al medio compuestos que deprimen, reducen, disminuyen el crecimiento de otras plantas. Son capaces de liberar compuestos químicos, por así decirlo, que de cierta forma van a restringir o suprimir el crecimiento de las plantas que están en su vecindad», agrega.

Además de competir por recursos, las malezas pueden ser reservorios de plagas y enfermedades que afectan a los cultivos. Virus, hongos y ácaros encuentran en ciertas malezas un hospedante alternativo, lo que permite que las infecciones se mantengan y se propaguen incluso cuando las plantas cultivadas están protegidas. Insectos, roedores y aves también pueden alimentarse de malezas, lo que indirectamente contribuye al daño sobre especies cultivadas al aumentar la presión de estos consumidores sobre los recursos agrícolas.
«También se vinculan con problemas de hospedar enfermedades, hospedar insectos también que son complejos. Hoy día, por ejemplo, que hablamos de otras temáticas de cómo uno podría a lo mejor mantener alguna maleza, aparece este tema. Es la preocupación de la lucha por estas especies: ¿cuáles malezas dejamos y cuáles sacamos? Porque algunas albergan enfermedades, virosis, patógenos que también se pasan al cultivo. Sobre todo cuando uno elimina las malezas, todo esto se va a ir muchas veces directamente al cultivo. Del mismo modo, se asocian con problemas que son más indirectos, a veces, por ejemplo, las malezas generan pastizales que eventualmente se pueden incendiar. De hecho, gran parte de los incendios están vinculados a eso, por lo que hoy día uno ve en las carreteras que se hace control de maleza. Hace años atrás no se hacía control de maleza», explica Figueroa.

Un desafío adicional es que los efectos de las malezas son difíciles de cuantificar en las etapas iniciales de infestación. Mientras que enfermedades virales o ataques de plagas pueden generar pérdidas rápidas y visibles, las malezas suelen pasar desapercibidas hasta que su presencia alcanza niveles significativos, causando daños acumulativos que pueden ser sutiles pero persistentes.
Históricamente, la respuesta al problema de las malezas ha estado centrada en métodos de control intensivo, que incluyen prácticas químicas, mecánicas y manuales. Los herbicidas químicos constituyen la estrategia más utilizada y han mostrado efectividad en muchos cultivos, especialmente cereales y hortalizas. Sin embargo, su uso conlleva costos elevados y riesgos asociados, incluyendo impactos negativos sobre la calidad del suelo, la contaminación de fuentes hídricas y la afectación de flora y fauna.
«Los controles químicos tienen varios beneficios del punto de vista de eficacia, rapidez, de forma de aplicación, de persistencia en el tiempo. Yo diría que hoy día lo que ha habido es un repunte en el uso de controles mecánicos, que ahí uno podría cuestionarse la perspectiva ambiental también. En el fondo, hoy día hay mucho más desarrollo de maquinaria para hacer controles, que lo que existía hace probablemente varias décadas atrás. Ya vemos máquinas muy especializadas para poder hacer controles mecánicos en algunos cultivos», señala Figueroa.

«Ha habido una presión muy fuerte en el último tiempo de ir sacando productos que tengan complicaciones, de la paleta de productos disponibles para los agricultores. A veces se sacan más por razones políticas o presión ambientalista, por así decirlo, más que por razones técnicas. Pero hay un cuestionamiento, y la idea es tratar de usar menos herbicidas y buscar otras medidas de control, aunque no porque sea químico significa que sea malo», agrega.
El control mecánico y manual, por su parte, es intensivo en tiempo y mano de obra. Los sistemas mecánicos, que incluyen arados y rastras, requieren infraestructura y energía adicional, mientras que el control manual con azadón o machete sigue siendo común en cultivos pequeños o en zonas donde el acceso a tecnología es limitado. Este trabajo, aunque efectivo en parcelas pequeñas, implica un alto costo laboral y contribuye a la baja productividad de los agricultores que dependen de estas técnicas.

«El daño yo lo puedo medir como huella de carbono. En ese caso uno podría decir que probablemente lo más dañino es hacer controles mecánicos. Porque, en el fondo, todos los implementos mecánicos, los tractores, las rastras, los cultivadores, necesitan combustible para funcionar y emiten CO₂ en su operación. Ahora, desde el punto de vista ambiental, lo que tradicionalmente se ha pensado es que son los herbicidas, que sigue siendo la herramienta más usada», ahonda Figueroa.
Por otra parte, la combinación de métodos de control también puede generar efectos colaterales. Por ejemplo, la aplicación temprana de herbicidas seguida de laboreo mecánico puede alterar la estructura del suelo, afectar microorganismos beneficiosos y modificar la dinámica de las especies presentes. En muchos casos, estas intervenciones favorecen indirectamente la proliferación de malezas resistentes o invasoras, creando un ciclo de dependencia de control químico y manejo intensivo.

Opciones más amigables y otros usos de las malezas
Si bien las malezas han sido tradicionalmente vistas como un desafío para la agricultura, el manejo contemporáneo propone enfoques más sostenibles que integren la protección del medio ambiente, la salud del suelo y la conservación de la biodiversidad. Estos métodos buscan reducir la dependencia de herbicidas químicos, disminuir los costos laborales y, al mismo tiempo, aprovechar las funciones ecológicas y productivas que algunas malezas pueden ofrecer.
«Hoy día la estamos empezando a mirar un poquito distinto. El control de maleza siempre se basó en la idea de que no tenía que haber ninguna maleza, y todavía está instalado de alguna forma en muchos sistemas. Pero lo que hemos aprendido en los últimos años, los últimos 5-10 años tal vez, es que yo puedo convivir con una cierta cantidad de maleza manteniéndola en un cierto porcentaje, del tiempo y del espacio, y no me va a producir un daño. Y si logro que sean especies que tampoco generan problemas, no solo en rendimiento, sino que en términos de plagas y enfermedades, pueden incluso ser un beneficio para el ecosistema del punto de vista de la biodiversidad», afirma Figueroa.
«Hemos estado trabajando en los últimos años, y ahora seguimos trabajando en un proyecto FIA, de cómo instalar cubiertas vegetales, que es un poco la misma idea de tener una vegetación que no se va a ocupar para producir nada, pero que protege el suelo, que le evita la erosión, que es un poco también lo que hace la maleza. Por eso es importante tener en cuenta que el control no puede ser siempre con la mirada de 100%», añade.

Entre las estrategias más amigables se encuentra el control biológico, que consiste en utilizar organismos vivos, como insectos herbívoros o patógenos específicos, para reducir las poblaciones de malezas de manera natural. Chile ha sido pionero en Latinoamérica en el desarrollo de proyectos de control biológico de malezas, con experiencias que incluyen el uso de insectos para el manejo de Ulex europaeus y Orobanche ramosa. Estos bioagentes actúan sobre estructuras específicas de las malezas, reduciendo su vigor y capacidad de dispersión, sin afectar a cultivos ni especies nativas.
«Los métodos se pueden englobar en tres categorías. Los métodos mecánicos, los métodos químicos y los métodos biológicos. En el mundo de las malezas, los que principalmente se ocupan son los dos primeros. Controles biológicos de la maleza no se han desarrollado tanto y ha sido mucho menos exitoso que en otras áreas, como en la entomología, controles de insectos, o de las enfermedades. Eso obedece a otras razones, que tiene que ver con la especificidad que se requiere en los controles biológicos. Las malezas, a diferencia de los insectos y de las enfermedades, se comportan como comunidades. En un cultivo jamás hay una sola maleza presente. Siempre hay entre 50 y 60 malezas en un mismo cultivo. Entonces, los controles biológicos, que se han ocupado exitosamente, son específicos a una sola especie», asegura Figueroa.


Otra opción sostenible es la rotación de cultivos y manejo integrado, que incluye la alteración periódica de especies cultivadas para limitar el crecimiento de malezas adaptadas a un tipo específico de cultivo. Técnicas como el acolchado orgánico, la cobertura de suelo y la siembra en franjas estratégicas permiten suprimir malezas al competir por luz y nutrientes, favoreciendo simultáneamente la fertilidad y estructura del suelo.
«Una maleza va a salir siempre y cuando la planta madre de la maleza semille. Un buen control de malezas es no permitir que la planta semille, porque la mata, que está en la base de la maleza, no es tan dañina. Aunque hay unas malezas que se caracterizan por tener raíces muy profundas, lo que al final sí afecta a los cultivos, pero si tú tienes una especie de cultivo y hay otras malezas al lado, si cortas la maleza vas a impedir que esta florezca y, por ende, vas a impedir que semille o de frutos», asegura Andrea Riquelme, a cargo del vivero Granja Quilarayen.
«Esa es una buena técnica. La otra es siempre usar arado manual, ir sacándolas selectivamente. También está la utilización de mantos, hojas, gravilla, etcétera, porque la maleza necesita, como todas las plantas, luz para poder germinar. Entonces, si nosotros le hacemos un manto de 10 cm, es muy difícil que esta pueda salir. Obviamente, son más resistentes que las flores o plantas que sembremos, pero tomando esas consideraciones es más fácil el control. La malla antimaleza también. Bueno, cuando uno hace una huerta, los cajones también ayudan mucho», añade.


A su vez, las malezas pueden cumplir funciones ecológicas valiosas. Muchas de ellas actúan como soporte para polinizadores, proporcionando néctar y polen durante periodos críticos en los que la floración de especies nativas es escasa. Investigaciones en Chile central han demostrado que especies como Rubus ulmifolius y Ulex europaeus son utilizadas por abejas melíferas como fuente de néctar constante, contribuyendo a la producción de miel y al mantenimiento de colonias apícolas. Esta función es particularmente relevante en paisajes agrícolas fragmentados, donde la continuidad de recursos florales puede ser limitada.
«A la maleza tú no tienes que hacerle nada, o sea, ni abonarla, ni podarla, ni dividirla, para que salga. Sale sola. En ese sentido, la floración que tiene, porque estamos hablando cuando son benéficas para los polinizadores, tienen alimento, néctar, etcétera. Entonces, al florecer tienen floraciones más prolongadas y en distintas épocas del año, sobre todo en invierno. Hay muchas malezas que florecen en invierno, cuando las abejas, al menos en el sur, tienen mucho menos alimento. Las abejas pueden ir y buscar reservas de agua, de alimentos, en general, todos los polinizadores. Entonces, son absolutamente necesarias porque son parte de un ecosistema que está mucho antes que nosotros», apunta Riquelme.
Además, algunas malezas poseen usos medicinales, alimentarios y agroecológicos. Muchas especies contienen compuestos bioactivos, son ricas en nutrientes o pueden ser incorporadas en sistemas de cultivo como plantas de cobertura para mejorar la retención de agua y la fertilidad del suelo. Reconocer estos usos permite transformar lo que antes era un problema en un recurso, promoviendo un manejo más equilibrado y sostenible.

«Las malezas son plantas que no queremos que crezcan, porque están interfiriendo con nuestro cultivo, pero son plantas al fin y al cabo. Entonces, el hombre ha ocupado las plantas desde tiempos ancestrales para su uso. La hierba de San Juan, es un buen ejemplo. La hierba de San Juan es una planta que crece en forma silvestre, y desde hace mucho tiempo se exporta, porque tiene un compuesto que se llama hipericina. La hipericina es un antidepresivo natural», comenta Figueroa.
Asimismo, plantas como el diente de león (Taraxacum officinale) o la ortiga (Urtica dioica L.) se pueden utilizar tanto para alimentación humana como para elaboración de infusiones o fertilizantes orgánicos, convirtiéndose en aliados de la agricultura ecológica. Otras especies, como el cardo negro (Cirsium vulgare), la correhuela (Convolvulus arvensis), la viborera (Echium vulgare), el espinillo (Ulex europaeus) y el vinagrillo (Oxalis spp.), además de aportar néctar para abejas y polinizadores y ayudar a proteger suelos, contienen compuestos medicinales que se han usado tradicionalmente como digestivos, antiinflamatorios o diuréticos.
«Las malezas, las lombrices, los bichitos, cumplen roles en los ecosistemas que no siempre somos capaces de ver, porque nosotros, en el fondo, cuando sembramos o plantamos algo, queremos que eso salga. Pero, hay una serie de malezas que sirven. Es un mundo gigante. Entonces, aparte de los beneficios medicinales que tienen, que la mayoría tienen muchos beneficios medicinales, yo creo que hay que aprender a convivir con las malezas, obviamente de manera selectiva. No es la idea que se llene el huerto, o lo que tengamos, de malezas, pero sí aprender a cómo reconocerlas para ver sus funciones y los beneficios que pueden traer en los cultivos. La consuelda, por ejemplo, la ortiga, el llantén, la rúcula silvestre, son malezas que muy aliadas en los cultivos», menciona Riquelme.



Conociendo 5 malezas benéficas en Chile y sus usos
1. Trébol rojo (Trifolium pratense)
También conocido como trébol violeta, es una planta perenne con flores que asoman como cabezuelas rojas entre las praderas. Es fuente de numerosos nutrientes valiosos como calcio, cromo, magnesio, niacina, fósforo, potasio, tiamina y vitamina C.
Sus flores son ricas en isoflavonas y poseen propiedades antiespasmódicas, purificadoras de la sangre, eliminadoras de toxinas, fitoestrogénicas y anticancerígenas. Además, ayudan a limpiar las vías respiratorias y tratar afecciones cutáneas. Incluso se utilizan para teñir lanas.
Puede consumirse como infusión, tanto fresca como seca. Es una hierba segura que combina bien con equinácea, tomillo, caléndula y romaza. La dosis recomendada es de 5 a 15g al día, con un máximo de 100g a la semana. No se recomienda su uso durante el embarazo o la lactancia.



2. Llantén (Plantago menor)
Existen dos versiones: el llantén mayor y el menor (Plantago lanceolata). También conocida como “siete venas”, esta hierba comestible crece preferentemente en lugares húmedos. Posee propiedades anticancerígenas, analgésicas, antiinflamatorias, antihemorrágicas, antivirales y ayuda a tratar afecciones respiratorias y sinusitis.
Además, alivia la acidez, las úlceras y las diarreas, regenera las mucosas y es un potente cicatrizante de la piel. Se considera una planta segura. Se utiliza completa, tanto fresca como seca. La dosis sugerida es de 3 a 8g al día, con un máximo de 50g a la semana. Combina bien con la flor del saúco.



3. Diente de león (Taraxacum officinale)
Esta maleza es muy versátil. Sus hojas pueden comerse crudas como un vegetal nutritivo o prepararse en infusión para desintoxicar el hígado y los riñones. Su raíz actúa como purificador y ayuda a tratar diversas infecciones.
El diente de león es diurético y un laxante suave. Sus hojas estimulan la eliminación de líquidos y la pérdida de peso, y se usa también para disminuir la presión sanguínea gracias a su alto contenido de potasio. La dosis recomendada es de 5 a 15g al día, con un máximo de 100g a la semana.
Según la doctora en Agronomía Rhonda Janke, de la Universidad de Kansas (EE.UU.), datos del Departamento de Agricultura de ese país (USDA) revelan que el diente de león contiene más hierro que la espinaca, el doble de vitamina C que la lechuga y más calcio que la leche.



4. Borraja (Borago officinalis)
Cultivada en todo el mundo, principalmente por el uso de sus semillas —ricas en aceite con ácidos grasos omega 6—, la borraja crece de forma silvestre en Chile, destacando por sus vistosas flores comestibles azul-violetas.
Posee una importante capacidad desinflamatoria, antioxidante y emoliente. Las infusiones de sus flores se utilizan para calmar la fiebre, la ansiedad o la depresión. A esta planta se le atribuyen también virtudes simbólicas, como el aumento del coraje, la energía espiritual y la protección frente a las energías negativas. Sus hojas jóvenes pueden consumirse crudas, ya que contienen menos pelos ásperos.
Como suplemento, suele encontrarse en cápsulas, por lo que se recomienda seguir la dosis indicada por el fabricante.


5. Ortiga (Urtica dioica L.)
La ortiga es una especie ampliamente conocida. Aunque su contacto provoca ardor y picazón, esta planta ofrece múltiples propiedades medicinales y nutritivas. Contiene una alta concentración de clorofila y hierro, y destaca por ser antialérgica, antiinflamatoria, purificadora de la sangre, diurética y calmante para afecciones artríticas y reumáticas.
También ayuda a prevenir la anemia, mejora problemas de próstata, reduce sangrados y alivia el asma. Se utilizan sus hojas, tallos y raíces. No debe consumirse durante el embarazo. La dosis recomendada es de 5 a 15g al día, con un máximo de 100g a la semana. Combina bien con la caléndula y la equinácea.

