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Andrés Novales, fotógrafo guatemalteco: Entre los ojos del jaguar y el “santo grial” de las víboras
El fotógrafo guatemalteco Andrés Novales relata los encuentros más importantes e impactantes, que ha tenido a lo largo de su carrera como fotógrafo de fauna silvestre, entre los que destacan el enfrentarse cara a cara con un oso pardo en Europa y la primera vez que pudo fotografiar a un jaguar en su propio país. Esto mientras, hace un recorrido por las vivencias que lo llevaron a dedicarse a lo que le apasiona, la fotografía y la preservación de la fauna silvestre. Por Emiliano Gullo, desde Buenos Aires.
Después de una jornada de caminata por una zona boscosa de los Montes Cárpatos, en Rumania, Andrés Novales logró encontrar el lugar perfecto para sentarse a descansar y contemplar el claro. La elección no fue suya ni casual. Lo decidió su amigo rumano que lo guió hasta ahí por dos razones muy simples: vive en los Cárpatos y lleva más de 30 años estudiando las conductas de los osos. Eso, en la región donde se encuentra la mayor cantidad de osos pardos de Europa -unos seis mil-, puede ser la diferencia entre vivir o convertirse en alimento. Así fue que Novales se sentó tranquilo a contemplar la belleza de los Cárpatos. Hacía diez días que repetían las caminatas. Para esa altura, le sobraban las fotos de osos pardos. La estrategia esa tarde era que, sentados ahí, en ese ángulo, tendrían visibilidad de todos los lugares de donde podría aparecer un oso. O de casi todos. Cuando escuchó que su amigo le decía en voz baja que un oso se acercaba por detrás entró en un extraño modo supervivencia.
Se le afinaron los sentidos. “De pronto lo empecé a escuchar. Primero su respiración, honda, pesada. Después sus pasos. Ahí me di vuelta y lo vi venir, ya estaba muy cerca. Tenía la cabeza gigante y estaba llena de sangre”. Su amigo le gritó unas palabras en rumano. Su voz era firme, como un grito controlado. El oso frenó su carrera a unos cuatro metros, justo detrás de los últimos árboles que lo separaban del claro. Los miró. Se miraron. Y en silencio el oso se dio vuelta y corrió en el sentido contrario. Novales no tiene fotos del oso. Ni de ese momento. Ni de ese lugar. Solo el recuerdo de la mayor adrenalina, terror, y admiración ante un animal que pudo haberlo despedazado pero no lo hizo. “En Rumania la gente se está acostumbrando a alimentar a los osos y eso está generando muchas situaciones de peligro”.
Andrés Novales nació en Ciudad de Guatemala en 1996. Estudió Biología pero su compromiso exclusivo -y su vocación- es con la fotografía de naturaleza que realiza durante las expediciones que organiza en cualquier lugar del mundo donde haya fauna salvaje. “Nunca ejercí como biólogo porque encontré que retratar es mi pasión. El campo de trabajo es mi felicidad”, dirá en esta entrevista que lo encontró en Ciudad de Guatemala, a donde regresó desde Canadá -exclusivamente- para casarse con su novia.
Los habitantes de la selva
Con 28 años, ya está acostumbrado a fotografiar de cerca a jaguares en los ríos del Pantanal -el humedal más grande del mundo que está al sur de Brasil-, anacondas gigantes y cocodrilos en Amazonas.
Novales creció en las afueras de Ciudad de Guatemala, rodeado de bosques y de animales. Fue ahí donde, desde pequeño, empezaron sus primeros aprendizajes sobre la naturaleza y la conservación. Su abuelo lo llevaba a cenar y le contaba historias de dinosaurios y los grandes animales de la antigüedad. El niño quedó fascinado. Apenas empezó a hablar se aprendió de memoria nombres como tigre diente de sable y tiranosaurio rex.
Lejos de aplacarse, durante toda la adolescencia su convicción y su amor por la fauna y la naturaleza se incrementaron. Apenas terminó el colegio secundario se anotó en Biología.
Mientras se preparaba para comenzar la carrera, otro evento le dio un impulso clave. Un aviso en redes sociales invitaba a un simposio de reptiles y anfibios en Costa Rica, a solo una hora y media de avión desde su casa. Se anotó enseguida. La propuesta también incluía paseos y caminatas nocturnas por la selva. Ese viaje encendería su primer enamoramiento con esas especies y, al mismo tiempo, una idea para explotar profesionalmente. Diez años después, Novales es el responsable de expediciones similares a las que le marcaron la vida. “Hago viajes de diez o doce días. Trabajo con un grupo local. Son organizaciones que llevan un año o más. Y evalúo todos los factores, seguridad, clima, geografía”. El simposio de Costa Rica le aportaría una cosa más: la fotografía.
En medio de esas caminatas, un compañero le prestó una cámara. “Ahí nació el amor. Por la fotografía y por el trabajo de campo”. Pudo retratar especies muy particulares que habitan el pequeño país. La rana de ojos rojos, esa pequeñísimo anfibio de cuerpo verde agua y ojos rojos y redondos como un caramelo de frutilla, que también habita parte de Honduras y Colombia; la víbora de pestañas, una especie venenosa con colores que pueden pasar por el esmeralda, el verde, o el rojo. También a las ranas de vidrio, que llaman la atención por su transparencia. Novales no lo sabía, pero estaba haciendo la primera de las expediciones que, más tarde, haría como trabajo.
Hoy, su formación en biología le permite tener un plus a la hora de evaluar las condiciones y las posibilidades de un ecosistema en particular. Por eso sabe que para ir a Pantanal hay que ir con un conocimiento extra.
“Para ver un jaguar, hay que tener en cuenta la época de lluvia. Si vas en febrero a Pantanal, el mejor lugar para verlos, no vas a ver ninguno porque llueve, crece mucho el río, y los jaguares se alejan de las orillas. Algo similar pasa con reptiles y anfibios. Suelo programar los viajes para los días con poca o sin luna para que la luz sea muy tenue. Cuando hay mucha luz, a veces los animales no salen porque hay más depredadores”.
Mientras experimentaba la cámara de manera autodidacta y se quemaba los ojos estudiando el último año de su carrera, Novales logró entrar en el Amazonas peruano junto con un amigo. Fue -también- su primera decepción. “Era mi sueño de toda la vida pero no vimos mucho. No encontramos ni un mínimo de cosas que pensé que íbamos a encontrar porque fuimos en una muy mala época; yo no tenía ninguna experiencia para planificar el viaje”.
El primer trabajo oficial como fotógrafo vendría a finales de 2019. Y esa vez sería su revancha con el Amazonas. “Me quedé tres semanas de expedición por mi cuenta y se convirtió en mi plataforma para lanzarme al mundo como fotógrafo de conservación, expediciones y guía”.
Luego vendrían expediciones en Costa Rica, Perú, Colombia, Brasil, junto a científicos, fotógrafos de naturaleza o simplemente aficionados a la naturaleza. Aunque Novales no es estrictamente un fotógrafo conservacionista, sus trabajos apuntan a preservar la fauna en los ecosistemas más extremos del mundo, operación que suele realizar en marcos de programas de conservación de tierras o de especies en particular. Por eso rechaza las invitaciones a organizar expediciones desde grandes hoteles o resorts, o a lugares típicamente turísticos.
En su último viaje al Amazonas peruano fotografió a la boa esmeralda, una especie que puede llegar a los dos metros y medio de longitud, de un color verde brillante que vive la mayoría del tiempo en las copas de los árboles. Encontró también a la extraña Lachesis muta, el santo grial de las víboras, la más larga del mundo, y tan venenosa que incluso con un antídoto es difícil de sobrevivir en caso de mordedura.
Casi 10 años después de aquel simposio de reptiles y anfibios, la obsesión de Novales se trasladó a los grandes felinos, especialmente al jaguar. A este animal lo fotografió en Pantanal y también en Bolivia, donde cada vez que viaja lo hace junto a una organización local que trabaja en la conservación de esa especie, hoy en peligro de extinción en varios países de América Latina.
Dice Novales sobre los peligros del avistaje de jaguares, muy habituales en los ríos de Brasil, que “en Pantanal los jaguares se acostumbraron a los botes. Pero alguien se llega a bajar del bote y ahí es distinto y se puede correr riesgos. Los jaguares no son agresivos a menos que uno los acorrale o los lastime pero no están acostumbrados a ver una persona de frente. Mirar un jaguar a los ojos no tiene comparación”.
El fotógrafo había tenido la posibilidad de encontrar jaguares en todo el mundo. Menos en su propio país, Guatemala, donde el Consejo Nacional de Áreas Protegidas estima que hay alrededor de 1200 ejemplares, la mayoría al norte del país. Tardó seis años y decenas de viajes en cumplir su promesa. En su última excursión, junto a otro fotógrafo guatemalteco, estuvo a punto de rendirse. Después de ocho días de caminatas infructuosas, la piel llena de picaduras de mosquitos y de garrapatas, dijo basta. Sería otra derrota. No soportaba más. Le propuso a su compañero abandonar la búsqueda.
Cuando volvían al campamento pincharon la goma de la camioneta. La jornada no podía ser peor. De noche escucharon unos gruñidos particulares, los típicos aserrados, esos sonidos que parecen serruchos. Su compañero no dudó. “Es un jaguar, y está cerca”, le dijo. En plena madrugada se subieron a la camioneta y enseguida lo vieron cruzar el camino. Al día siguiente volvieron caminando. “La encontramos, cruzada en el camino. Era una hembra, a 30 o 40 metros. Le hicimos unas fotos, se levantó y se metió otra vez en la selva. Fueron seis años para quince segundos”, recuerda Novales.
A sus 28 años, Novales caminó entre los reptiles más venenosos del mundo. Fotografío a los felinos más grandes del continente. Pero nunca -asegura- sintió el abismo tan cerca como esa tarde en la que un oso pardo lo miró a los ojos en un bosque de los Cárpatos rumanos.