A veces buscar el equilibrio es escuchar más al corazón y menos a la mente y aprovechar las oportunidades que se van presentando en el camino. Y de eso sabe bien Andrés Charrier, el segundo entrevistado de una sección que destaca a personas que están en busca del equilibrio presentada por Agua Mineral Puyehue.

Así como para el explorador cada paso es un nuevo descubrimiento que lo lleva por una senda con un final incierto, para Andrés Charrier su vocación se fue develando de manera espontánea. “Si hace 20 años me habrías comentado que iba a estar aquí sentado contigo hablando de qué pasa con los sapos, te habría dicho que estás loca”, dice este autodenominado antropólogo extraviado y herpetógrafo, que define como “alguien que se dedica a escribir sobre ranas”.

Lo cierto es que una energía envidiable y un desarrollado sentido de la curiosidad y asombro por lo que lo rodea, llevaron a Andrés Charrier a convertirse en uno de los herpetólogos más destacados del país que ha dedicado gran parte de su vida al estudio de los anfibios.  Y todo comenzó mientras estudiaba antropología.

¿Cómo pasaste de estudiar antropología a estudiar la fauna?

Cuando estaba estudiando empecé a trabajar de voluntario en el Centro de Rehabilitación de Aves Rapaces (CRAR). Íbamos los sábados y domingos en la mañana a alimentar los pájaros y arreglar las jaulas. Estuve 1 o 2 años y de repente empezó a llegar mucha gente: veterinarios, biólogos, y entre ellos llegó un biólogo, Jean Paul de la Harpe, que estaba estudiando en la Universidad Católica. Él me dijo: “Podríamos ir a Cantillana a estudiar a los concones –rapaz nocturno–”. Yo nunca había escuchado hablar de ellos, pero me parecía súper interesante. Y otro día me dice: “Podríamos poner trampas de ratones para ver qué están comiendo los concones de Cantillana”. Y yo quedé maravillado. Para mí los pájaros comían presas de pollo, que era lo que les dábamos.

Marcando ranas ©Natalie Pozo
Marcando ranas ©Natalie Pozo

En este primer acercamiento a un monitoreo en terreno, Andrés Charrier cuenta que se encontró con puros ratones de cola larga. Sin embargo, su experiencia y la amistad con Jean Paul, lo llevarían pronto a participar de otro monitoreo de roedores, esta vez en la Quebrada de La Plata, en Maipú. “Poníamos trampas, los contábamos, medíamos, pesábamos, veíamos a qué especie pertenecían, el sexo y volvíamos todos los meses a hacer lo mismo”, recuerda Charrier, quien pronto pasaría a formar parte de un estudio liderado por investigadores de la Universidad Católica que comenzaron a estudiar el brote del virus Hanta en Chile alrededor del año 2000. En ese estudio participó 7 años.

¿Y cómo pasas entonces de estudiar a los roedores, a especializarte en anfibios?

Estando en terreno empezaron a surgir varias preguntas. El ratón de cola larga se encuentra desde la Región de Antofagasta a la Patagonia y había que estar haciendo monitoreo a lo largo de su distribución, entre ellos, en Villarrica.  Cuando estaba en Villarrica, aprovechaba de conversar con los guardaparques y preguntarles si habían visto al colo colo, el puma, ratones de cola larga, qué pasaba con los jabalíes… siempre tenían algo para contarme. Pero cuando les preguntaba por la ranita de Darwin, ahí me decían: “No, no se ha visto en 10 años”. Yo tenía un afán de fotografiar a la ranita de Darwin, porque me gusta mucho la fotografía. Esto era alrededor del año 2006. Otros guardaparques la habían visto hace años, y yo sabía de fotógrafos consagrados que la habían fotografiado, pero ahora nadie la había visto ni la estaban estudiando.

Su oportunidad de encontrar a la ranita de Darwin también llegaría de casualidad. Mientras paseaba en kayak en el fiordo de Cahuelmó, cerca de Chaitén, Andrés decidió bajar en una orilla a ver qué encontraba en su camino y ahí la vio. “Yo siempre digo que la rana de Darwin me encontró a mí, y a mí se me produjo un cambio yo diría que casi epistemológico”, dice.

Rana de Darwin ©Andrés Charrier
Rana de Darwin ©Andrés Charrier

La tomó con mucho cuidado y la llevó al campamento, que se encontraba a pocos metros, para fotografiarla. “Vi que algo se le movía en la guatita y el pensamiento lógico fue que se había comido un gusano. Pero veía que el gusano tenía forma de larva”, recuerda Charrier. Sería un amigo el que más tarde le daría el dato que cambiaría el rumbo de su carrera: El ejemplar que había encontrado Charrier, era en realidad un macho y las larvas eran sus propias crías, ya que en esta especie el macho protege y acarrea a sus larvas en el saco vocal de seis a ocho semanas, hasta que éstas se desarrollan y se convierten en pequeñas ranitas que luego el macho regurgita.

Este encuentro fue suficiente para que Charrier se entusiasmara para estudiar a la especie y organizara en 2008 un simposio de declinación global de la rana de Darwin de Chile. “Los últimos trabajos de la ranita de Darwin se habían publicado en 1985 y en 2002 Marty Crump, una experimentada herpetóloga estadounidense, había escrito uno de los pocos –si no el único– paper reciente sobre la historia natural de la especie y su biología”, cuenta Charrier. Al simposio llegaron diversos investigadores internacionales, entre ellos Crump. “Al mismo tiempo me junté con el Zoológico Nacional y con el Jardín Botánico de Atlanta e hicimos una alianza para hacer cría en cautiverio de la ranita de Darwin. Era la primera vez que se hacía”.

Rana de Darwin ©Andrés Charrier
Rana de Darwin ©Andrés Charrier

Pero su afán por estudiar a los anfibios no terminó allí. “Me seguí dedicando a la ranita de Darwin, pero de repente todos estaban trabajando con la ranita. En Chile teníamos 60 especies, y había 10 especialistas dedicados a una sola. Más encima una que me quedaba bastante lejos. Si bien la ranita de Darwin es una especie sumamente carismática; tiene una estrategia reproductiva única y es súper linda, había otras de las cuales se sabía que existían pero ninguno de nosotros habíamos visto”, cuenta Charrier. La oportunidad de estudiar a dos de ellas llegó pronto. “Subí una noche a Farellones buscando a la Rhinella spinulosa (sapo espinoso) y me topé con un sapito muy chiquitito –indica cerrando los dedos y mostrando 6 cm– que no había visto. Le mandé una foto a un colega y me dice: ‘Andy esa debe ser Alsoldes tumultuosus’”.

Desde entonces el herpetólogo ha liderado un monitoreo de largo plazo enfocado en las especies A. montanus (el sapo de monte) y  A. tumultuosus (sapo de pecho espinoso de La Parva) en la zona de La Parva con la ayuda de Marta Mora,  Romina Triviño y Nicolás Escobar, y financiado por el Instituto de Ecología y Biodiversidad;  Fabián Jaksic, Premio Nacional de Ciencias y director del centro Capes UC y el Gef Corredores de Montaña.

Alsodes tumultuosus ©Andrés Charrier
Alsodes tumultuosus ©Andrés Charrier

¿Qué viste en esa ranita que te hizo quedarte y estudiarla?

Era una especie que estaba en peligro crítico, que casi nadie había visto. Yo a todos esos sapos los tenía en un cajón de las especies fantasmas de las que todos hablan y saben que podría existir, pero que no han visto nunca. Y buscando, encontré un estudio de los años 80 de la U. de Chile  de su densidad poblacional. La habían estudiado en la Parva. Era súper interesante tener estos datos de densidad poblacional de 30 y tantos años atrás que nadie había vuelto a estudiar y con toda esta serie de cambios globales que se han producido en la zona central, desde el cambio climático hasta la construcción urbanística que hay en la zona. Entonces, dije: “Hay que ponerse a estudiar estos sapos y ver qué está pasando”.

Después de 7 años de monitoreo Charrier ha encontrado cambios  no sólo en la densidad, sino también en la distribución de ambas especies, sin embargo asegura que aún hace falta esperar a recopilar más información para explicar el fenómeno. Por lo pronto, tienen claras las principales amenazas a las que se enfrentan hoy ambas especies del género Alsoldes –endémico de Chile– donde destacan  el vertido de basura  en las quebradas donde habitan estos anfibios, además de las presiones territoriales por la demanda inmobiliaria y del agua.

Una infancia en la cordillera

©Nicolás Rebolledo
©Nicolás Rebolledo

La fascinación de Andrés Charrier por la naturaleza la heredó de su padre, geólogo que a sus 79 años “sigue subiendo cerros”. Con él iba a terreno y desarrolló un profundo amor por las montañas. “A mí me encanta el montañismo. Me genera cosas la montaña, no sólo desafíos científicos, sino también admiración por la cordillera de los Andes, que es una zona muy poco estudiada”, confiesa Andrés.

¿Recuerdas alguna anécdota que te haya marcado y te haya hecho ver que a esto es a lo que te querías dedicar?

Yo creo que deben ser muchas. Pero estábamos con mi viejo en uno de los primeros viajes que me invitó, cerca de Los Vilos, y estábamos en un acantilado. Había mucha niebla entonces no se veía absolutamente nada. Yo no sabía a qué altura estábamos, pero el mar se escuchaba a lo lejos y ahí sentí la inmensidad y lo misterioso que era el mundo. Porque tú escuchabas algo al otro lado de la niebla pero no sabías muy bien qué era. Después eso se podría juntar con una cita de un escalador que se llama Tomo Cesen, que realizó el primer ascenso en solitario por la cara sur del Lhotse, que decía que el montañismo era como lanzar una piedra al vacío y seguirla. Y tiene que ver con eso.

Y qué crees que hace falta para generar mayor conciencia y proteger a este y otros grupos de animales que por lo general pasan más desapercibidos.

Yo creo que hoy en día los científicos podemos proponer muchas soluciones pero las verdaderas soluciones las deben implementar los antropólogos, sociólogos, los trabajadores en áreas sociales. Ellos tienen mucho que aportar al tema de lo que es conservación y cultura, y los artistas también tienen mucho que entregar para generar vínculos entre el conocimiento y la sociedad. Necesitamos bisagras en la sociedad, interlocutores que articulen puentes entre el conocimiento científico que está encerrado en las universidades y papers que nadie lee, y la comunidad. Y parte de este ejemplo de articular el conocimiento fue la creación de mi librito de historia natural.

©Andrés Charrier
©Andrés Charrier

¿Veremos más libros tuyos? ¿Qué proyectos tienes en mente?

Hoy estoy trabajando en dos libros junto a la editorial Amanuta para niños entre 0 y 99 años –ríe–. Uno que es la continuación de Historia Natural de los Animales del Bosque pero que ahora es de los animales del norte. Además estamos trabajando en un libro de anfibios y reptiles de las Américas junto a Marty Crump.

Y si yo te pregunto qué significa para ti vivir una vida en equilibrio.. ¿qué dirías?

Creo que el equilibrio está en tratar de dejar el mundo a futuras generaciones lo más parecido a lo que nosotros vimos. Tengo un sobrino que la semana pasada dio sus primeros pasitos y me encantaría que él pudiera, no sé, en diez años más ver la rana de Darwin en los mismos lugares que yo la vi, que me acompañe a Torres del Paine y todavía haya glaciares. Y que no conozca esas especies solamente de los libros que escribo.

A mí me llama mucho la atención el éxito que han tenido los libros de dinosaurios para niños. Son especies distintas, pero no sé si en 20 años más nuestros hijos van a estar viendo especies extintas que nosotros estábamos estudiando y tratando de rescatar. Para mí eso sería vivir en equilibrio. Tratar de asegurar la perpetuidad de las especies.

Agua Mineral Puyehue te invita a buscar tu equilibrio este verano y a compartir qué es lo que más te apasiona. Usa el hashtag #buscaelequilibrio en tus fotos y revisa las historias de los buscadores, aquí.

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