Hace más de tres décadas, los investigadores posaban con persistencia sus miradas en el mar. Con la ayuda de binoculares, observaban con detención a los delfines nariz de botella (Tursiops truncatus) que se establecieron cerca de la isla Chañaral (frente a Chañaral de Aceituno, en la Región de Atacama), y que fueron reportados allí por primera vez en 1987. De hecho, esta especie se encuentra en los mares cálidos y templados de todo el mundo. Y si bien las aguas de Chile son surcadas por delfines nómades, este grupo decidió quedarse entre Chañaral y las islas Choros-Damas (frente a Punta de Choros, en la Región de Coquimbo), convirtiéndose así en la única población residente de esta especie descrita por la ciencia en el país.

Delfín Marcela: una madre antigua de la población residente ©Guido Pavez/Eutropia
Marcela, madre antigua de la población residente ©Guido Pavez/Eutropia

Pero el avance del tiempo trajo consigo varios cambios. El aumento de la presencia humana y el creciente interés por las ballenas y delfines, ha generado desde el año 1995 un fuerte y sostenido crecimiento del turismo alrededor de estas islas, las cuales poseen reservas marinas y forman parte de la Reserva Nacional Pingüino de Humboldt. Sin duda, la actividad turística tiene sus dádivas, pero preocupan los efectos adversos que puede desencadenar en estos emblemáticos habitantes locales.

Para desentrañar el impacto del turismo en estos delfines, un equipo de investigadores comparó el tamaño grupal y las conductas superficiales de estos mamíferos, registrados en dos periodos distintos: entre los años 1989 y 1992, cuando no había turismo, y entre 2010 y 2020, con un avistamiento de cetáceos ya consolidado en la zona. De esa forma, el estudio – que fue publicado en la revista Frontiers in Marine Science – concluyó que el grupo ha disminuido en tamaño, al igual que las conductas de estos animales en la superficie.

“Lo más probable es que estos cambios estén asociados a las embarcaciones. A pesar de que nosotros estuvimos 10 años cuantificando desde botes y en el periodo anterior fueron tres años, bajó mucho la frecuencia de conductas superficiales. Además, vimos que una conducta sobresale, que es el salto hacia delante, que probablemente signifique que empiecen el viaje y se alejen de la embarcación. Lo otro que vimos fue la reducción del tamaño grupal, porque antes el número grupal era de 43 individuos en promedio, en un rango de 40 a 45 individuos, cuando no había turismo. Y ahora bajó a un rango de entre uno y 15 individuos”, explica Frederick Toro, doctor en Medicina para la Conservación, académico de la Universidad Santo Tomás (sede Viña del Mar), e integrante de la organización Panthalassa.

Delfines nariz de botella ©Pablo Garrido
©Pablo Garrido

Para llegar a esas conclusiones, los investigadores registraron los comportamientos de los delfines en la mañana y en la tarde. Por un lado, la investigación realizada entre 1989 y 1992 fue la tesis de Magíster del científico Jorge Gibbons, quien en esa época efectuó las observaciones desde la costa, sin navegar. Mientras tanto, entre 2010 y 2020 el equipo debió embarcarse, adaptando la metodología de Gibbons, ya que los delfines se dispersan mucho más ahora que hace tres décadas, por lo que actualmente no es posible avistarlos solo desde tierra firme.

Vecinos emblemáticos

Para hacernos una mejor idea, los comportamientos de los delfines que ocurren en la superficie se pueden relacionar con la orientación, viajes, peleas y otras interacciones o exhibiciones sociales.

©Pablo Garrido
©Pablo Garrido

Toro, quien también es miembro del Comité de Varamiento de la Asociación de Médicos Veterinarios Especialistas en Fauna Silvestre (Amevefas), detalla que “en los delfines estas conductas sirven mucho para sociabilizar y para reforzar lazos sociales entre ellos. Por ejemplo, un coletazo se asocia muchas veces con enojo. También se ha visto en otras partes del mundo que los delfines usan los saltos hacia adelante o de lado para comunicar al resto que comiencen a viajar, porque hay tanto ruido ambiental por botes, por ejemplo, que las vocalizaciones no se escuchan, entonces muestran estas conductas”.

Delfines nariz de botella ©Pablo Garrido
©Pablo Garrido

En efecto, el repertorio conductual de los delfines ha motivado investigaciones en otros lados del mundo, como en Nueva Zelanda y Australia.

A modo de ejemplo, un estudio en los mares australianos constató que las embarcaciones usadas para el avistamiento de delfines (Tursiops aduncus) generaron notorias alteraciones en estos mamíferos marinos, los cuales dedicaron un 66,5% menos de tiempo a alimentarse y un 44,2% menos de tiempo a socializar, entre otras conductas que mostraron que los individuos ni siquiera descansaban ante la presencia humana.

Volviendo a Punta de Choros y Chañaral de Aceituno, los delfines de la zona han motivado diversas investigaciones, como aquella de su historia familiar que analizó durante 13 años la dinámica social y variación genética de esta población, revelando que ha prosperado gracias a las hembras fundadoras y al ingreso de machos foráneos (nómades). Así han conformado una unidad diferenciada y con fuerte identidad poblacional.

No en vano se han convertido en un verdadero emblema para el turismo local, junto a las distintas especies de ballenas que visitan esas aguas.

Por lo mismo, varios emprendedores se han preocupado de impulsar un turismo responsable, respetando por ejemplo las distancias de observación estipuladas por el Gobierno de Chile, que es de un mínimo de 50 metros en el caso de cetáceos de menor tamaño, como delfines y marsopas.

Delfines nariz de botella ©Romina Bevilacqua
Delfines nariz de botella ©Romina Bevilacqua

No obstante, existen otros que no siempre practican las medidas recomendadas, ni respetan las distancias entre la embarcación y estos animales, aunque vale precisar que – en ocasiones – los delfines se acercan a curiosear, lo que puede ser difícil de controlar.

Además, hay algunas diferencias entre ambas localidades. En general, en Punta de Choros la cantidad de embarcaciones es mayor y, a su vez, el número de conductas superficiales registradas allí es menor que en Chañaral, según el actual estudio que motiva este artículo.

“Hemos visto que algunos botes interrumpen conductas de descanso, alimentación, sociabilización e incluso reproductivas. En una ocasión vimos cómo un delfín estaba a punto de parir, y se tuvo que alejar, y parió justo con todos los turistas ahí. La consecuencia ecológica y poblacional más importante que estamos viendo es que vemos cada vez menos delfines. Creemos que la población está disminuyendo. Esto todavía no lo hemos podido comprobar, pero hemos visto una disminución en los 10 años de esta población. Este año vimos cerca de seis individuos residentes, versus 45 que había antes. Y además no hemos visto tanto en Punta de Choros, hemos visto más delfines en Chañaral”, puntualiza Toro.

Delfín residente ©Guido Pavez/Eutropia
Delfín residente ©Guido Pavez/Eutropia

Además, en el caso de los delfines nariz de botella de hábitos costeros, se ha reportado que forman sociedades complejas denominadas “fisión-fusión”, donde la composición del grupo cambia constantemente, dependiendo de la actividad que realicen en sus delimitados territorios.

Al respecto, el investigador precisa que estos animales “se juntan y separan en subgrupos, pero aun así vimos que bajó mucho el número del tamaño grupal en general, y hemos visto cómo las embarcaciones separan a los grupos de delfines, en la forma de aproximarse a ellos”.

Tal como deja entrever el investigador, no se conoce con total certeza lo que podría ocasionar la presunta disminución que se observa en esta población residente. Puede existir algún factor ambiental que haya pasado desapercibido hasta ahora. O quizás varios individuos se han unido a los delfines del ecotipo oceánico, es decir, a sus pares nómades que pasan por la zona y que siguen su camino por los mares del mundo. La alteración del ecosistema local (como la pérdida de bosques de algas por el barreteo), la crisis climática u otros factores podrían motivar otras hipótesis, pero en medio de este océano de incertidumbres, hay una clara certeza: el turismo debe ser responsable, sostenible y bien regulado.

Delfines nariz de botella ©Pablo Garrido
©Pablo Garrido

Si se realiza de forma apropiada y respetuosa, el avistamiento de cetáceos se erige como una poderosa herramienta para la educación ambiental e investigación, así como una importante oportunidad laboral para las comunidades costeras.

Por ello, las recomendaciones apuntan a limitar el número de embarcaciones que van al encuentro con estos cetáceos. “Eso se hace muy bien en Chañaral de Aceituno, pero ocurre menos en Punta de Choros. En Chañaral, por ejemplo, tienen un límite de tres botes por grupo o animal, y cuando llega otro, se comunican por radio con los demás y todo es más expedito”.

Observar en silencio y mantener las distancias también es medular. En ese sentido, la distancia mínima es de 50 metros para observar animales de menor tamaño como delfines, lobos marinos, pingüinos y chungungos, según el “Reglamento general de observación de mamíferos, reptiles y aves hidrobiológicas y del registro de avistamiento de cetáceos”, de la Subsecretaría de Pesca y Acuicultura (Subpesca).

Cabe destacar que en Chile es ilegal no cumplir con estas distancias mínimas, así como acosar, capturar o matar a estas especies silvestres. De partida, quienes infrinjan la normativa pueden enfrentar multas que pueden ir de 3 a 300 UTM. Por ello, la invitación es a informarse sobre las recomendaciones y medidas establecidas para practicar un turismo responsable.

Delfines nariz de botella ©Diego Bravo
©Diego Bravo

La educación y actitud de los visitantes también son fundamentales a la hora de fomentar un turismo amable y no invasivo. “Es necesario educar a la gente, los turistas a veces son super exigentes, y les piden a los boteros que se acerquen a los animales”, advierte Toro.

Por esta y otras razones, varios investigadores e instituciones continúan monitoreando a estos cetáceos.

Todo sea por resguardar a estos icónicos residentes con aleta dorsal, cuya población posee características únicas. Con su presencia, no solo constituyen un vivo testimonio de la riqueza marina del lugar que escogieron como hogar, sino que también nos recuerdan la imperiosa necesidad de que los humanos aprendamos a coexistir con la fauna silvestre.

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