Según un estudio de GFK Adimark realizado en 2015, los chilenos generamos 16,9 millones de toneladas de basura al año. Esto significa que cada persona produce más de un kilo de basura al día, lo que nos convierte en el líder de Sudamérica en generación de basura per cápita. No es novedad entonces que lo sustentable esté de moda, ya que según el mismo estudio, un 90% de esa basura podría reciclarse de manera ecológica.

Sólo un 17% de los chilenos recicla, pero aún menor es el número de personas que hacen compost. Según el censo de 2012, sólo un 4,7% de la población declaró usar este sistema para reducir su basura orgánica. Esta forma de reciclaje, desconocida para muchos, funciona separando los desechos orgánicos para hacerlos pasar por un proceso de fermentación. Al final del ciclo, se obtiene un tipo de tierra que es muy nutritiva para las plantas.

Pero en seis años esto ha comenzado a cambiar, incluso a nivel municipal. El año pasado, Providencia, La Reina y Puente Alto fueron las primeras comunas de Santiago en implementar sistemas de compost.

¿Qué opciones hay si queremos reducir nuestra basura orgánica y hacer compost? Acá te mostramos distintas iniciativas.

De la cocina al jardín

Son las cuatro de la tarde en Santiago, pero para Constanza Zapata aún queda mucho de día laboral. De lunes a jueves, tiene que hacer el retiro de los más de 200 baldes con basura orgánica de los clientes que tiene NAMUNTU, su emprendimiento de compost y lombricultura. El sistema funciona en base a baldes herméticos con capacidad de cuatro litros, donde las personas ponen sus desechos orgánicos, como las cáscaras de fruta, restos de verduras, cáscaras de huevos, entre otras cosas. A través de una membresía, los clientes tienen un retiro semanal del balde, lo que evita que la basura llegue al punto de descomposición. Ese balde es lavado y devuelto a las casas para repetir el proceso.

©NAMUNTU
©NAMUNTU

Una vez que Constanza retira los baldes, los lleva a un terreno fuera de Santiago, donde hace el proceso de compost y lombricultura, lo que ella llama “compost en estado avanzado”. El compost se hace en pequeños cerros, para reducir el volumen de los desechos. Luego, ese material se arroja a las lombrices y ahí comienza el trabajo principal. “Las lombrices absorben las bacterias que surgen en la descomposición y secretan humus, una sustancia muy nutritiva para las plantas, que tiene un tiempo de maduración de seis meses”, explica. A través de las membresías, los clientes reciben el humus cuatro meses después de ingresados al club y al inicio de cada estación del año.

Los desechos de cocina no son la única materia prima que puede compostarse. Otra alternativa es utilizar los desechos de jardín, como pasto, tierra, hojas o flores. Es esto lo que Matías Bravo observó mientras trabajaba en los veranos en Toronto, Canadá. Fue así como surgió la idea de crear Karübag, un sistema de bolsas para residuos orgánicos de jardín, con retiro semanal. “La persona la ocupa para los desechos de jardín, nosotros hacemos la recolección y se va a compostaje. Después les damos una cajita o la misma bolsa con el compost, una vez al mes”, explica Bravo.

©Karübag
©Karübag

En un comienzo, el modelo de negocio era vender sólo la bolsa, que es de un papel doble craft y tiene una capacidad de 110 litros. “Estuvimos en conversaciones con muchas municipalidades, pero no estaban interesadas por ahora. Ahí fue cuando nos dimos cuenta de que la gente podía aportar su granito de arena y empezó el sistema de retiro”, cuenta.

El ciclo de la bolsa Karübag termina cuando se devuelve el compost a las personas, pero sucede a menudo que hay clientes que no quieren el compost o no lo necesitan tan seguido. Todo eso se guarda para donarlo a entidades de reforestación. “Todavía estamos juntando la cantidad, unas 15 toneladas, para donarle el proyecto completo a una fundación”, comenta Matías.

Educar para reciclar

En el mundo educacional, Kyklos es una de las iniciativas más conocidas de reciclaje. Ellos se encargan de llevar programas medioambientales a colegios. En sus planes, también incluyen una unidad complementaria de compost y lombricultura. “Lo que se hace es enseñarles a los niños el proceso de descomposición y ellos van haciendo su propia compostera”, explica Nora Kúsulas, Directora de Educación de Kyklos. Además, en muchos casos se trabaja con los casinos de los colegios, para reducir los desechos orgánicos de comida de manera sustentable.

Así como los colegios con los que trabaja Kyklos, son muchos los establecimientos que han implementado esta unidad, ya sea fuera de clases o dentro de ciencias naturales. Todo esto, a pesar de que la Ley de Reciclaje (20.920), también conocida como Ley REP, no incluye el compost como forma de reducción de desechos.

Compost en comunidad

Pero más allá de estas alternativas, existe la posibilidad de realizar el compost en casa construyendo o comprando su propia compostera o lombricera, o bien organizándose con los vecinos para aplicar este proceso en comunidad.

Así es el caso de Vicente Pérez, estudiante de agronomía, quien junto a los vecinos y personal de su edificio en Providencia instalaron un sistema de compostaje artesanal en el jardín. Todo surgió por idea del jardinero, quien hace meses hizo un hoyo profundo en un rincón escondido del terreno y desde ahí se ha encargado de revolver el material que se acumula. “Acá viven hartas personas mayores, que no enganchan mucho. Pero últimamente han llegado matrimonios jóvenes que han empezado a usar el sistema”, comenta. En primavera, abonan el jardín del edificio con la tierra que sacan de esto.

Vicente Pérez ©Magdalena Ovalle
Vicente Pérez ©Magdalena Ovalle

Al ser este un sistema más artesanal, no usan lombrices, porque requieren de más cuidado. En cambio, se han llenado de chanchitos de tierra. “El compost bien hecho tiene más exigencias. Por ejemplo, no se pueden tirar cítricos, porque alteran el pH”, explica Vicente. Aun así, acá los desechos se descomponen bien, y los vecinos que participan en el sistema bajan día por medio a dejar su basura orgánica.

Tanto Vicente Pérez, como Constanza Zapata (NAMUNTU) y Matías Bravo (Karübag), coinciden en que se está evidenciando un cambio cultural. “Pasa por un tema generacional, que nosotros los jóvenes, somos los que vamos a empezar, pero somos los que recién estamos saliendo a trabajar”, comenta Zapata. En Kyklos, ven a los niños como agentes de cambio y afirman que han tenido excelentes resultados, pero que aún falta mucho. “A nivel nacional es necesario que el Ministerio de Educación y el Ministerio de Medio Ambiente conversen, que se planteen los objetivos y que se incluyan estos temas de manera transversal, no sólo en ciencias naturales”, concluye Nora Kúsulas.

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