“El cambio climático es un problema creado por el hombre que requiere una solución feminista”, señaló Mary Robinson, la primera mujer presidenta de Irlanda que hoy es activista por la igualdad de género y la justicia climática. Con esta frase, Robinson sugiere que para un conflicto ambiental urgente el feminismo puede ofrecer una solución. Pero ¿Qué tiene para ofrecerle el feminismo a la lucha por el medio ambiente? Lo cierto es que, si bien parecen luchas diferentes, tienen puntos en común.

Según Global Witness las mujeres enfrentan un doble desafío la lucha para proteger su tierra, agua y planeta, y la defensa de su derecho a manifestarse dentro de sus comunidades y familias. Cortesía Lorena Donaire
Según Global Witness las mujeres enfrentan un doble desafío la lucha para proteger su tierra, agua y planeta, y la defensa de su derecho a manifestarse dentro de sus comunidades y familias. Cortesía Lorena Donaire

El feminismo tiene una trayectoria mucho más extensa que la del ecologismo, ya que puede hablarse de teoría feminista desde finales del siglo XVII. No obstante, durante la década de los 70’s, renació una tercera ola feminista que se dio paralelamente al surgir del ecologismo y ambos movimientos fueron considerados por diversos estudiosos de las ciencias sociales como nuevos movimientos en tanto no planteaban reivindicaciones económicas, sino que ponían la calidad de vida y la justicia social como centro.

En este contexto, el ecofeminismo surgió como una consecuencia –casi inevitable- de la relación entre ambos movimientos. Es el encuentro entre el feminismo y el ecologismo.

El término ecofeminismo fue acuñado por Françoise d’Eaubonne en 1974 y se popularizó en el contexto de las numerosas protestas contra la destrucción ambiental que tuvieron lugar a final de la década de 1970. Esta corriente nace de una visión de mundo que considera que todas las formas de opresión están interconectadas, y particularmente, plantea que la dominación y la explotación de las mujeres, y la dominación y explotación de la naturaleza, tenían una raíz en común: una estructura de poder patriarcal-capitalista.

Según postula el movimiento, esta estructura combina, por el lado del patriarcado, una comprensión y organización del mundo a través de binarios (hombre/mujer, humano/naturaleza) que comprende un orden social jerárquico en donde unos son superiores a otros. Y por otro lado, el capitalismo corresponde a una lógica de generación y acumulación de riqueza al menor costo posible, en la cual se basa el desarrollo. Esta asociación entre patriarcado y capitalismo resulta en una estructura binaria y jerárquica que permite, e incluso promueve, que un sujeto que se considere superior pueda disponer de otros que considera  inferior para su propio progreso y beneficio.

Mujer Koreguaje de Colombia que cosecha plantas medicinales. Fotografía: actcolombia/(CC BY-NC-SA 2.0).
Mujer Koreguaje de Colombia que cosecha plantas medicinales. Fotografía: actcolombia/(CC BY-NC-SA 2.0).

“Hemos entendido que el extractivismo se entronca y se interrelaciona con el patriarcado. En el sentido de que la forma histórica de explotación y dominación que se ha hecho sobre la naturaleza, ha operado de la misma manera que la explotación y el control sobre los cuerpos de las mujeres, niñas y las disidencias sexo-genéricas. Podemos decir que, por ejemplo, nuestro continente, Abya Yala, se inaugura como gesto colonial, con la dominación sobre un territorio que llamaron América, y que además, es representado como cuerpo de mujer. De hecho, hay unos grabados muy tremendos, de una mujer entregando riquezas a los europeos. Y eso es una relación fuertemente anclada en esta relación extractivismo y patriarcado”, añade Francisca Fernández Droguett, antropóloga feminista e integrante del Movimiento por el Agua y los Territorios y de la Cooperativa La Cacerola.

Por lo tanto, según esta corriente, las mujeres y el medio ambiente están sustancialmente entrelazados, de tal manera que los avances y retrocesos en uno de ellos se reproducen o reflejan en el otro. Por ende,  poder atenuar o generar una adaptación a los efectos del cambio climático, depende en gran medida de la inclusión de soluciones con miradas feministas en el aspecto social, económico y político.

Durante las décadas de los 80 y 90’s, la teoría ecofeminista toma un giro constructivista y se amplía explorando nuevas intersecciones entre feminismo y otros movimientos de liberación y justicia social. Con ello, surgen nuevas subcorrientes del ecofeminismo que  a menudo dialogan y debaten entre ellas. A continuación te contamos algunas:

Mujeres indígenas de la Amazonía ecuatoriana.. Foto: Amazon Frontlines. Foto: Amazon Frontlines.
Mujeres indígenas de la Amazonía ecuatoriana.. Foto: Amazon Frontlines. 

Mujeres y su rol en el medio ambiente y el activismo

Las mujeres cumplen un rol histórico, esencial y protagónico, en la lucha por el medio ambiente, que destaca, muchas veces, por sobre el rol masculino.

Los movimientos de defensa de la tierra han tenido y tienen mayoritariamente mujeres entre sus activistas. Es conocido el protagonismo de mujeres en casos emblemáticos como el movimiento Chipko en India, que logró salvar los bosques del Himalaya que iban a ser talados por una empresa forestal; en el Movimiento Cinturón Verde en Kenia, que logró prevenir la desertificación alrededor de los pueblos plantando más de 50 millones de árboles; y en el movimiento liderado por Lois Gibbs que logró que el gobierno federal de Estados Unidos realojara a más de 800 familias que presentaban enfermedades y distintas anomalías en su salud producto de que el barrio donde vivían estaba construido sobre un vertedero tóxico.

Esto también lo vemos en movimientos locales de Chile como la lucha contra las zonas de sacrificio, en contra de la minería y las forestales, la defensa del agua, entre otras. Así mismo, grandes empresas extractivistas se han encontrado de frente a comunidades indígenas y a grupos de mujeres a lo largo de todo el territorio al momento de comenzar sus faenas.

Guardianas de semillas. Foto: Victor Barro
Guardianas de semillas. Foto: Victor Barro

Esto se debe principalmente a que, como ha sido ampliamente documentado, las mujeres son quienes asumen las mayores cargas de los impactos del cambio climático y los conflictos socioambientales en el mundo, especialmente las más pobres.

Como indica Karen Pradenas, coordinadora de la coordinación feminista de la Sociedad Civil por la Accion Climatica (SCAC) y fundadora de la Red Ecofeminista por la Transición Energética: “La lucha medioambiental esta traspasada por el tema de género, es algo intrínseco a los problemas medioambientales. Esto porque los conflictos medioambientales tienden a afectar profundamente la vida de las mujeres. Esto relacionado al hecho de que las mujeres históricamente han estado ligadas al cuidado de la vida y por lo mismo, están mucho más relacionadas al territorio donde viven. Tienden a estar mucho más conscientes de las externalidades y los problemas que se generan a raíz de los conflictos socioambientales”.

Según un informe del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo de 2016, el cambio climático está teniendo y tendrá graves repercusiones en la agricultura y la seguridad alimentaria. Esto afecta principalmente a las poblaciones de países en desarrollo, que dependen en mayor medida de la agricultura para subsistir, y especialmente a las mujeres.

“Esto sucede por el hecho de que las mujeres son más vulnerables a los efectos del cambio climático y además, no se salvan solas, tienen que hacerse cargo muchas veces de las personas que tienen bajo su responsabilidad como niños, enfermos o ancianos, y eso hace que la carga de las mujeres sea aún más pesada y les sea mucho más difícil adaptarse a los nuevos escenarios climáticos”, añade Pradenas.

Por un lado, las mujeres son las principales responsables de la provisión de agua y alimento para sus familias, y en escenarios de cambio climático, estas deben recorrer distancias más largas para conseguirlos, lo que se traduce en menos tiempo para educación y mayor exposición a riesgos de salud y violencia. Por otro lado, solo entre el 10 y el 20% de las mujeres que componen la fuerza laboral agraria en países de desarrollo tienen derechos sobre la tierra, por lo tanto, no tienen ninguna seguridad para poder seguir viviendo de la agricultura.

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Créditos: Diego Figueroa | Migrar Photo

Como indica la antropóloga Francisca Fernández: “Ante un conflicto medioambiental se intensifica la política de los cuidados. Por ejemplo, en Quintero y Puchuncaví, cuando vienen los peak de intoxicación producto de este cordón industrial, las primeras que corren a buscar a los niños y niñas que se intoxican en la escuela La Greda, son mujeres. Otro ejemplo es el valle de Petorca, la mayoría de las personas que tienen que buscar y abastecerse de agua como sea, son mujeres. O cuando hay intoxicaciones masivas o enfermedades en El Maule producto del uso de plaguicidas, la mayoría de las veces son las mujeres las afectadas ya que son mayoritariamente temporeras, y a su vez las que tienen que generar cuidado hacia sus hijos, compañeros, compañeras, personas adultas mayores. Esto sucede porque las mujeres estamos vinculadas con el sostén de la vida.”

Asimismo, un informe de la Organización Mundial de la Salud muestra las distintas formas en que la salud de las mujeres se ve más afectada que la de los hombres con la ocurrencia de eventos climáticos extremos como terremotos, inundaciones, sequías, entre otros. “Las mujeres van a ser las más afectadas por el cambio climático y son las más afectadas cuando hay desastres naturales porque, en el fondo, no cuentan con los medios económicos para reponer eso que se destruye, como también son las más expuestas, por ejemplo, a ser violadas o que se aprovechen de su falta de recursos. Entonces, el cambio climático tiene rostro de mujer también, y si no vemos los conflictos socioambientales con una perspectiva de género, las desigualdades se van a acrecentar aún más. Pero lamentablemente, vemos que hay pocas medidas para incluir el tema de género de fondo”, señala Pamela Poo, politóloga ecofeminista y directora ejecutiva de Fundación Ecosur.

Jóvenes por el clima. Créditos: UNICEF
Jóvenes por el clima. Créditos: UNICEF/ Juan Carlos Palacios

Así mismo, cabe destacar que al tener roles protagónicos dentro de las luchas ambientales, las mujeres se ven más expuestas a los riesgos asociados al activismo ecológico. Así lo señala Fernández: “En la resolución de conflictos las mujeres tendemos a tener una mirada más rupturista, más radical, ya que, al estar vinculadas con el sostén de la vida, tendemos a una radicalidad mayor donde ponemos la vida en el centro y no las ganancias, ni la negociación. Eso hace que muchas veces tengamos que ocupar roles protagónicos en la denuncia contra la institucionalidad. Ahí hay rol que considero súper importante ya que, a la vez, se traduce lamentablemente con el aumento significativo tanto de criminalización, persecución y muerte de defensoras de la naturaleza en el continente.”

En la medida que el cambio climático exacerba la vulnerabilidad de las mujeres y amplia las brechas de género, es fundamental que el movimiento feminista dirija la vista hacia la lucha por el medio ambiente, pues la promesa de igualdad es cada vez más lejana con cada desastre natural que viene con el cambio climático.

Y a su vez, la causa climática necesita apoyarse en las luchas feministas para asegurar la efectividad de las medidas de adaptación y mitigación al cambio climático, por ende, como señala Pamela Poo, es necesario ver la lucha ambiental con perspectiva de género, “el fondo es que el modelo de desarrollo está permeando los territorios y afectando sobre todo a las mujeres, por lo tanto, si no criticamos el fondo, la verdad muy poco se va a avanzar”, finaliza.

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