Guatemala: Expansión de cultivos de palma africana atentan contra ecosistemas y biodiversidad, advierten organizaciones no gubernamentales
Guatemala, al igual que otros países de Centroamérica, ha experimentado en los últimos años la voraz expansión de los monocultivos dedicados a la producción de agrocombustibles como la palma aceitera (palma africana) que gozan con el apoyo —en la mayoría de los casos— de los gobiernos. El impacto sobre los ecosistemas y biodiversidad deja una estela de deforestación, erradicación de fauna local, daños generalizados a suelos, y contaminación de ríos y afluentes. Organizaciones no gubernamentales en el país alertan sobre lo irreversible del daño causado a la naturaleza y comunidades locales.
“Los modelos agroexportadores cobraron una alta cuota de destrucción de bosques y ecosistemas, contribuyendo a la construcción de riesgos ambientales… El algodón dejó de cultivarse y el café y el cardamomo entraron en una crisis histórica que precipitó la caída del modelo económico monocultivista, que ahora resurge con la introducción de plantaciones palma africana y piñón, para ser utilizados como agro combustibles”, reza un informe de la organización no gubernamental Madre Selva en Guatemala que da cuenta de la expansión de los monocultivos como la palma africana, para la producción de etanol y alcohol. Esta organización es una de las pioneras en la denuncia sobre los cambios a los ecosistemas y economía local de los cultivos de palma africana en este país centroamericano.
Se estima que en Guatemala se producen unas de 350 mil toneladas de aceite crudo de palma y —actualmente— es el noveno país exportador de aceite de palma, según datos recientes. Al menos 85% del aceite de palma es para exportación, principalmente a México. Y si bien el uso alimenticio sigue siendo el más importante, la gran demanda de materia prima para elaborar agrocombustibles y las importaciones cada vez mayores desde Europa sugieren que una buena parte del aceite crudo exportado se destina a este fin, aseguran desde el Centro de Estudios Urbanos y Regionales (CEUR) de Ciudad de Guatemala, un hub académico de investigación que depende de la Universidad de San Carlos.
Una de las mayores inequidades existentes en Guatemala es la que plantea la altísima concentración de la propiedad agraria en una minoría de propietarios cada vez más pequeña. Los procesos de monopolización de las tierras agrícolas se vienen agravando por al apoyo indiscriminado del Estado a las macro-plantaciones de caña de azúcar y palma africana, apunta la organización Madre Selva.
La introducción de la palma africana en Guatemala ha llegado con un alto precio. El incremento de la producción de este árbol genera desigualdades sobre la tenencia de la tierra, al poner la mayoría de las extensiones en manos de grandes familias y empresas, agrupadas en gremios como Grepalma, que muestran los cultivos de manera amigable como una vía para el desarrollo ante la caída de los mercados de combustibles fósiles. Pero, en profundidad, el impacto es más grave cuando se toma en cuenta la deforestación de grandes extensiones de tierra para el cultivo de palma, o la trasformación de áreas dedicadas a otros cultivos, para dedicarlos a la palma de aceite o palma africana (Elaeis guineensis).
De acuerdo con datos del CEUR, para 1990 había 256.000 hectáreas dedicadas al cultivo de palma africana. Esta cifra ha ido en aumento para colocarse en 404.000 hectáreas para el año 2000, y 586.000 para 2010. Esta actividad es alentada por la crisis provocada por el mercado de los combustibles fósiles y plantea serios riesgos a zonas enteras susceptibles a fenómenos y desastres climáticos, constituyéndose en una seria amenaza dado que limita el acceso al agua, tiene efectos directos sobre seguridad alimentaria de comunidades al desviar el uso de tierra de cultivos tradicionales para dedicarlos a la producción de aceite y —además— y se constituye en una potencial fuente de conflictos sociales por la tierra.
La Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) señala al analizar datos de 46 países tropicales y subtropicales que la agricultura comercial a gran escala —sobre todo el pastoreo extensivo y el cultivo de soya y palma africana— provoca el 40% de la deforestación en estas regiones; muy por encima de la agricultura de subsistencia local (33%); la expansión urbana (10%); la construcción de infraestructura (10%), y la minería (7%).
Un daño irreparable a ríos y diversidad
En el caso de las agroindustrias, el monocultivo de palma africana impacta sobre cuencas y ríos, al apropiarse de grandes cantidades de agua para riego. También, en la épocas de sequías, dejan a las comunidades sin agua; represan y guardan agua en enormes quineles que son liberados en invierno aumentando los caudales de los ríos e inundando a comunidades.
“También se utilizan una gran cantidad de agroquímicos, pesticidas y herbicidas, que inevitablemente van a parar a los ríos al ser arrastrados por la lluvia, toda esta contaminación provoca la muerte de las especies acuáticas de los ríos, así; ranas, lagartijas, iguanas, jutes, cangrejos, camarones peces y animales silvestres mueren por los tóxicos arrastrados por el agua”, apuntan desde el colectivo Madre Selva.
Uno de los casos más emblemáticos es el del río Motagua, que cruza gran parte de Guatemala y en su paso final forma frontera con Honduras. Las actividades ligadas a estos cultivos tienen su impacto sobre la cuenca y los suelos, y afectan de manera directa la distribución de los recursos hídricos y calidad de las aguas, el estado del sustrato y la afectación de los ecosistemas y biodiversidad a través de la utilización de pesticidas, fertilizantes y otros agroquímicos.