Como aprisionado entre los gigantes China e India, que en conjunto cuentan con prácticamente un tercio de la población mundial, se encuentra el pequeño y aislado Bután, de apenas unos 800.000 habitantes y conocido por muchos como el reino de la felicidad.

Las primeras impresiones nos dan la sensación de que claramente estamos en un lugar distinto a los países que lo rodean. Su capital, Timpu, es una pequeñísima ciudad con no más de 100.000 habitantes, sin semáforos y escondida entre los cerros, como casi todo acá. Prácticamente toda la superficie del país se encuentra dentro del cordón montañoso de los Himalayas y da la sensación que el aeropuerto está en el único lugar suficientemente largo y plano que encontraron. Algo que no debe ser muy incierto ya que está 50 kilómetros en auto de la capital y su entorno hace que los pilotos de las únicas dos aerolíneas que aterrizan ahí requieran una certificación especial.

©Rafael Salinger
©Rafael Salinger

La apariencia de los butaneses también es muy diferente a la de sus países vecinos. No parecen indios, no parecen chinos, lucen más similar a la población del Tíbet. Y es que probablemente el aislamiento geográfico y político que han tenido durante tanto tiempo ha mantenido una identidad propia muy marcada. Se dice que tienen rasgos especialmente atractivos, y algo de verdad hay en eso.

Son orgullosos de sus raíces y su cultura. Ocupan, por ley, la vestimenta nacional y practican el arco y flecha, deporte oficial. Es un país profundamente budista a pesar de que un cuarto de su población es hinduista. La religión está en todas partes y muy mezclada con elementos hinduistas y de tradiciones originarias de la zona. Incluso el relato de su historia como país tiene singularidades muy llamativas; es una especie de realismo mágico, en que la realidad y la fantasía conviven, sin que exista mucho espacio para el cuestionamiento.

©Rafael Salinger
©Rafael Salinger

El país ha tenido históricamente una política de aislamiento permitiéndose la televisión e internet recién en el año 1999. Bután estuvo cerrado a extranjeros hasta la década de los 70′ y la industria del turismo recién se potenció en los 90′ pero con una estrategia muy distinta a los países de la zona. Apuestan por el turismo de alto valor, menos masivo y que por ende genere el menor impacto posible en su patrimonio cultural y natural. Excepto para unas pocas nacionalidades, para visitar Bután es obligatorio contratar una agencia turística, que gestiona la visa y la compra de los pasajes, y no está permitido recorrer el país por cuenta propia.

©Rafael Salinger
©Rafael Salinger

Por cada día que se está en el país se cobra una tasa fija, que incluye el transporte, alojamiento y comida y que garantiza al Estado un gasto mínimo diario. Parte de esta tarifa se destina a educación, salud y medidas de superación de la pobreza. Esta estrategia permite alejarse de las graves consecuencias que tiene el turismo masivo en términos culturales y medioambientales que estamos viendo en países como Tailandia e Indonesia, donde da la impresión que el turismo ha explotado sin mayor regulación y que al generarse un importante flujo de dinero que entra al país, todos quieren sacar un pedazo de la torta, sin importar el daño que eso implica.

Felicidad como símbolo de prosperidad

©Rafael Salinger
©Rafael Salinger

Este pequeño país es conocido por la singular forma en que miden su desarrollo y es que para ellos no es el Producto Interno Bruto el indicador más importante, sino que el índice de Felicidad Nacional Bruta, bajo el argumento que el objetivo del gobierno de un país debiera ser el desarrollo de la felicidad de su población de forma íntegra, satisfaciendo necesidades materiales y espirituales más que basarse únicamente en la producción o el consumo.

¿Es el país más feliz? Depende. Si se mira el ranking de felicidad desarrollado por la ONU, Bután no está dentro de los 20 más felices y es que el concepto de felicidad es levemente distinto. Se asocia más con la idea de que el dinero o los bienes materiales sólo aportan en felicidad cuando se tiene muy poco, es decir, a medida que se tiene más dinero, su aporte marginal a la felicidad es menor. Es una vez que esas necesidades básicas son satisfechas entran a cumplir un rol las otras variables de la felicidad: la vida comunitaria, la generosidad, el patrimonio cultural.

©Rafael Salinger
©Rafael Salinger

Son 4 los pilares que componen la FNB: La promoción del desarrollo socioeconómico sostenible e igualitario, la promoción y preservación de la cultura, el establecimiento de un buen gobierno y la conservación del medio ambiente.

Es tan importante este último punto que incluso la Constitución butanesa garantiza que al menos un 60% de la superficie del país deben ser bosques protegidos bajo parques nacionales, lo que ha ayudado a que hoy Bután sea el único país carbono negativo del planeta, es decir producen menos CO2 del que sus bosques son capaces de procesar. También apuntan a que el 100% de su producción agrícola sea orgánica.

©Rafael Salinger
©Rafael Salinger

Sin embargo, la apertura al resto del mundo ha hecho que hoy Bután se enfrenta a los desafíos del desarrollo sustentable. Mientras que muchos otros países que han crecido lo han hecho a costa del medio ambiente, hoy Bután pareciera ser muy consciente de que el desarrollo no es tal si es que no se preserva la naturaleza.

Sólo el tiempo dirá si serán capaces de aprovechar la experiencia de otros y convertirse en un modelo a seguir, poniendo la preservación del medio ambiente como pilar de la felicidad de sus habitantes.

Comenta esta nota

Comenta esta nota

Responder...