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Uno de los últimos estudios de Juan Armesto: Con foco en el canelo y coihue, investigación revela cómo los árboles mueven y conservan el agua
El canelo y el coihue son dos especies clave de los bosques templados del sur de Chile. Mientras el coihue domina por su tamaño y longevidad, el canelo destaca por su valor simbólico y su capacidad de regenerar el bosque. A través de ellos, la ciencia ha revelado las complejas relaciones que sustentan estos ecosistemas únicos del planeta.
En los bosques templados de Chiloé, dos árboles dominantes, el canelo (Drimys winteri) y el coihue (Nothofagus dombeyi), comparten un mismo paisaje. Sin embargo, tienen estrategias muy distintas para mover y conservar el agua, un recurso que se volverá cada vez más escaso.


Un reciente estudio liderado por Aurora Gaxiola, investigadora del Instituto de Ecología y Biodiversidad, IEB, y de la Pontificia Universidad Católica de Chile, PUC, reveló cómo estas especies movilizan el agua que absorben, hallazgos que no solo ayudan a entender cómo sobreviven los árboles, sino también, a enfrentar los desafíos del Cambio Climático y veranos más secos.
Esta investigación fue publicada en la revista científica Ecosystems y contó con la participación de Jorge Pérez-Quezada, investigador IEB y de la U. de Chile, y también con la colaboración inicial de Juan Armesto, cofundador del IEB y ex Presidente de la Fundación Senda Darwin -quien falleció el año 2024- y cuyo legado y gran conocimiento sobre los bosques chilotes dejó una importante huella.

Para entender este fenómeno, se instalaron sensores de flujo en los troncos de ambas especies, los cuales emiten pulsos de calor que viajan con el agua dentro de la madera, permitiendo hacer mediciones. De esta manera, pudieron observar cómo cada árbol respondía a distintos factores ambientales a lo largo de las estaciones. Estos datos se complementaron con mediciones realizadas por el investigador Jorge Pérez-Quezada, gracias a las torres de monitoreo Eddy covariance, instaladas en la Estación Biológica Senda Darwin.
“El uso de sensores nos permitió calcular cuánta agua mueve el árbol, en qué dirección y a qué velocidad. Luego, combinando esa información con datos anatómicos de la madera -el área por donde fluye el agua-, pudimos estimar con más precisión el movimiento de agua en árboles grandes y pequeños”, detalla Aurora Gaxiola.
Los estomas: “válvulas” de los árboles
En todo este proceso, existen unos importantes protagonistas. Se trata de los estomas: estructuras en las hojas que funcionan como pequeñas válvulas, permitiendo que el dióxido de carbono entre a la planta y que, al mismo tiempo, salga agua en forma de vapor.


“Su apertura y cierre, regulados por la luz, el viento y la humedad del suelo, determina si un árbol conserva agua o arriesga a deshidratarse. Cuando los estomas permanecen abiertos por mucho tiempo, la planta puede perder demasiada agua. Algunas especies han desarrollado un control estomático muy estricto. Si detectan baja disponibilidad de agua, los mantienen cerrados. Eso evita que entre aire en los vasos y se formen burbujas o embolias que interrumpen el transporte de agua. Pero si estas estructuras se cierran demasiado tiempo, dejan de captar carbono y la planta puede morir por falta de alimento”, explica la Doctora en Ecología.
En base a esto, ¿qué pudieron observar? El estudio mostró que el canelo mantiene sus estomas abiertos casi todo el tiempo, permitiéndole mover grandes cantidades de agua. Sin embargo, se estableció que esto mismo lo hacía más vulnerable a la sequía, si la humedad del suelo disminuye. El coihue, en cambio, mostró una mejor regulación de sus estomas, ajustando su transpiración según la luz y la humedad atmosférica, lo que le da cierta ventaja frente a cambios ambientales, asegura la investigadora.
En ese contexto, con veranos más cálidos y secos proyectados para Chiloé, el canelo podría enfrentar mayores riesgos de deshidratación, mientras que el coihue sería más sensible a cambios en la humedad atmosférica. “Medir permite predecir vulnerabilidades. Si disminuye la humedad del suelo, el canelo -que depende de ecosistemas muy húmedos donde hay agua disponible en abundancia-, será con toda probabilidad el más afectado. Pero si la humedad atmosférica o los patrones de nubosidad cambian, el coihue puede verse más afectado”.
Gaxiola explica que realizar estas mediciones no solo permite ver cuánta agua mueve un árbol, sino también, entender qué variables ambientales controlan ese movimiento: la luz, el déficit de presión de vapor, el viento o la humedad del suelo, entre otros factores. Todo esto, puede ser especialmente valioso a considerar en diferentes ecosistemas o estudiando especies que estén en categorías críticas de conservación, y bajo la constante amenaza del Cambio Climático y Global.
Conservación y educación
“Este conocimiento permite identificar qué especies requieren atención especial en planes de conservación y manejo del bosque, especialmente en cuanto a la regulación del agua y la protección del suelo. En Chiloé, por ejemplo, uno de los graves problemas es el manejo del suelo y la extracción del pompón. Por eso es que si no cuidamos el suelo y con ello el agua en el subsuelo, el bosque va a colapsar”, advierte la científica.


Además de la relevancia ecológica, los hallazgos tienen potencial educativo. Comprender cómo los árboles “mueven agua” puede sensibilizar sobre la importancia de preservar los bosques y sus recursos hídricos. En base a ello, Aurora Gaxiola destaca el anhelo de instalar sensores en parques nacionales e incluso en escuelas, con el fin de mostrar a la comunidad cómo los árboles responden a su entorno y por qué es fundamental cuidar sus ecosistemas.
Carolina Todorovic Muñoz