En las aldeas aisladas que salpican las extensas pampas, los densos bosques y los tempestuosos fiordos de la Patagonia, las escuelas rurales son un centro de vida comunitaria para los estudiantes y sus familias. La región más austral de Chile — Magallanes y la Antártica Chilena — es la más grande, pero la segunda menos poblada del país. Según datos de 2022 del Ministerio de Educación, las escuelas rurales en Chile representan casi el 29% de todos los establecimientos escolares y sirven más de 281.000 estudiantes cada año. Más de 1.000 escuelas básicas solo cuentan con un profesor que enseña múltiples cursos dentro de una sola sala de clases.

Luego de coordinar con las autoridades educativas y docentes locales, y con el permiso de los padres y tutores de los estudiantes, pasé más de un mes en 2019 documentando las cinco escuelas más rurales de Magallanes. Las escuelas que visité ejemplifican la diversidad de estilos de vida y economías distintas que se encuentran en los rincones remotos de la Patagonia chilena. Mientras los estudiantes de una escuela miran por la ventana para observar los barcos que pasan, los estudiantes de otra escuela escuchan el golpeteo de los cascos de un piño de ovejas.

Los educadores de las escuelas se benefician de las clases pequeñas, la participación familiar y la proximidad de los estudiantes a la naturaleza, lo que fomenta la imaginación y el juego creativo al aire libre. Sin embargo, las realidades de la vida cotidiana en los rincones más remotos de la Patagonia presentan desafíos únicos tanto para los educadores como para las familias.

Acceder a estas escuelas remotas puede ser arduo. La barcaza para llegar a la Escuela Miguel Montecinos en Puerto Edén, en la Isla Wellington, está a 27 horas desde la ciudad de Puerto Natales. 

Para llegar a la Escuela Pampa Guanaco, en Tierra del Fuego, se requiere un ferry desde Chile continental más un viaje de tres horas por caminos de ripio. Cuando llegó el momento de regresar de Pampa Guanaco, el puerto había cerrado debido a los fuertes vientos. Me quedé esperando en una costa turbulenta, rodeado de olas cubiertas de blanco. Varias horas más tarde, el viento amainó lo suficiente para que el ferry pudiera reanudar el cruce del Estrecho de Magallanes.

Estas escuelas rurales están fuera de la red y funcionan con una combinación de generadores y energía eólica o solar. Las estufas de leña calientan muchas de estas aulas. Cuando las temperaturas invernales descienden por debajo del punto de congelación, los sistemas de agua alimentados por gravedad y las tuberías de agua pueden congelarse durante días o incluso semanas. 

Escuela Seno Obstrucción. Créditos: Andria Hautamaki

“Nunca antes había cortado leña con un hacha”, dice Romina Pizarro Fuenzalida, educadora en Puerto Edén, “y nunca había tenido que encender un fuego a menos que estuviera acampando.” Con la ayuda y la instrucción de miembros de la comunidad, la santiaguina de 33 años aprendió técnicas para encender fuego, lo que le dio las habilidades necesarias para mantener su hogar caliente.

La falta de conectividad (tanto la distancia física a las zonas urbanas como el acceso inconsistente a Internet y a las telecomunicaciones) es un desafío para muchas comunidades rurales. Al mismo tiempo, los beneficios abundan. Las aulas que abarcan varios cursos permiten un aprendizaje más personalizado y ofrecen oportunidades únicas por la participación de apoderados y familias. Muchas de las escuelas también incluyen recursos como gimnasios, bibliotecas, cafeterías o salas de computación, recursos que también benefician a la comunidad en general.

“Enseñar en una escuela rural te permite hacer un trabajo verdaderamente sentido y apasionado,” dice Pizarro Fuenzalida. “También te da la oportunidad de desarrollar otras habilidades, como salir con los estudiantes a buscar mariscos y aprender a trabajar con los recursos que tienes.”

La matrícula en las escuelas rurales fluctúa de un año a otro: a medida que los estudiantes se gradúan o según las familias van o vienen. Pero las escuelas y los educadores son parte integral de la vida comunitaria y apoyan a las familias que viven y trabajan en algunas de las áreas más remotas del país. Si bien la vida remota ciertamente tiene sus desafíos, los sueños profesionales de los estudiantes se encienden con el contacto diario con el mundo natural, junto con la libertad de abrazar la curiosidad y la resolución creativa de problemas.

*Esta historia fue financiada por una subvención del festival de fotografía Eyes on Main Street.

Comenta esta nota

Comenta esta nota

Responder...