
OPINIÓN | El carisma invisibilizado de los roedores
En la Reserva de la Biósfera Cabo de Hornos, un lugar remoto y prístino en el extremo sur de Chile, la biodiversidad es tan vasta como frágil. Sin embargo, cuando hablamos de conservación, nuestra atención suele sesgarse hacia lo visible, lo grande, muchas veces carismático. Aves de majestuoso vuelo, mamíferos marinos que emergen en las gélidas aguas o felinos que despiertan admiración y respeto. Pero, ¿qué sucede con aquellos que no logran captar nuestra atención? ¿Qué pasa con los roedores, esos pequeños seres que, aunque numerosos y diversos, son relegados al olvido?



Los roedores, junto con los murciélagos, son probablemente los mamíferos menos glamorosos en el imaginario colectivo. No tienen la elegancia de puma ni la ternura de un lobo marino. Sin embargo, su papel en los ecosistemas es fundamental. Son presas clave para aves rapaces, dispersores de semillas que mantienen viva la flora local, ingenieros del suelo que modifican su estructura y, en algunos casos, reguladores de poblaciones de insectos y otros invertebrados. A pesar de su importancia, suelen ser invisibilizados, incluso por la ciencia.

Este sesgo no es casual. Los esfuerzos de conservación suelen dirigirse hacia especies carismáticas, frecuentemente de mayor tamaño, aquellas que despiertan empatía y, por ende, atraen financiamiento. Pero esta dinámica tiene un costo: mientras más invertimos en salvar a los grandes, menos sabemos sobre los pequeños. Y al no conocerlos, no podemos protegerlos adecuadamente.
Peor aún, muchos roedores silvestres son erróneamente asociados con especies invasoras como las ratas, que son vectores de numerosas enfermedades y suelen habitar cerca de las urbes. Esta generalización injusta oscurece la riqueza y real diversidad de un grupo que, en realidad, es mucho más amplio y complejo de lo que imaginamos.


Aquí es donde la labor de los investigadores y divulgadores científicos se vuelve crucial para acercar este conocimiento a la comunidad. Debemos entender que detrás de esos pequeños roedores que pasan desapercibidos, hay un mundo de interacciones ecológicas que sostienen el equilibrio de los ecosistemas. Y en este sentido, iniciativas como el Centro Internacional Cabo de Hornos (CHIC) juegan un papel clave.

Al integrar lo científico con lo social, el CHIC genera dinámicas que acercan la ciencia a las personas, rompiendo barreras y democratizando el conocimiento. Pero no solo los científicos tienen algo que decir. Las comunidades locales, aquellas que habitan y conviven con estos ecosistemas, suelen manejar información valiosa sobre estas especies «invisibles». Su conocimiento tradicional y su conexión con el territorio suelen enriquecer significativamente la investigación científica. Lo que representa una invitación a promover un trabajo colaborativo que nos permita reivindicar el rol de los roedores, invisibilizados por su falta de carisma.

En definitiva, los roedores son mucho más que simples «ratones» o «lauchas». Son piezas clave en el engranaje de la vida y su conservación es tan importante como la de cualquier otra especie que forman parte de un ecosistema. Reconocer su valor es un paso necesario para construir una visión más integral y justa de la biodiversidad. Después de todo, en la naturaleza no hay seres insignificantes: solo ojos que no han sabido apreciarlos.
Sobre el autor
Carola Cañón, Investigadora postdoctoral CHIC. Instituto Milenio Centro de Regulación del Genoma